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Estado español :: 31/03/2006

Avanzar hacia la ruptura democrática

J. M. Álvarez
Todas las personas honestas se han alegrado de que ETA haya declarado una tregua indeterminada, y mantienen la esperanza de que el alto el fuego, propicie una negociación que ponga fin a largos años de sufrimiento, y logre una paz definitiva sobre la base de acuerdos aceptables y justos.

El régimen de Madrid se encuentra en una encrucijada. La necesidad de resolver el conflicto, para lograr debilitar la fuerza de la resistencia popular del País Vasco, choca con su esencia reaccionaria, presente hasta nuestros días gracias a los partidos políticos de "izquierda" que aceptaron, a cambio de unas migajas, una reforma que facilitó la permanencia del aparato represivo franquista, que se reforzó- otra vez con la complicidad de esos partidos- tras el autogolpe del 23-F. Si después de la muerte del dictador se hubiera producido una ruptura (inaceptable para Estados Unidos, con lo que está dicho todo) los instrumentos represivos y políticos del franquismo habrían sido depurados y ahora nadie estaría hablando sobre los muertos causados por ETA o por el terrorismo de estado.

Es evidente que los vascos han considerado siempre como una prioridad la cuestión de la soberanía nacional. Pero ha sido la izquierda independentista vasca (que ha demostrado con creces estar a la cabeza de la lucha por la conquista de los derechos y libertades democráticas de su pueblo) la que ha sufrido los palos, las torturas, los encarcelamientos y los asesinatos, mientras que la burguesía, haciendo honor a su clase, ha estado contemporizado con el Estado español. Creo que esa prioridad es la causa por la que la izquierda revolucionaria vasca ha aparcado el debate sobre el futuro modelo de sociedad que desea para su país, que vendrá determinado por la dinámica de la lucha de clases y otras circunstancias.

En este momento, esa izquierda estima que la actual situación política permite un cierto margen de maniobra para iniciar un dialogo dentro del marco de las Instituciones. Como el gobierno de turno se limita a implementar la política que dictan los oligarcas, son éstos, en realidad, quienes se ven forzados a negociar, lo cual es interpretado como un síntoma de debilidad, a pesar de sus absurdas demostraciones de fuerza encarcelando a futuros interlocutores. A propósito de esto, los jueces que se dejan llevar por el odio, aparcando la razón y la lógica, lo mejor que pueden hacer es retirarse a cultivar patatas y boniatos.

Las manifestaciones triunfalistas y prepotentes, de los medios del régimen que hablan sobre vencedores y vencidos (ETA es la derrotada, dicen) son simples cortinas de humo, porque jamás, al final de una guerra, el vencedor dialoga con el vencido. Y como de dialogar se trata, tendrán que hablar sobre el retorno a la legalidad de la organización Batasuna, y con ella, miles de ciudadanos vascos, así como del acercamiento y excarcelación progresiva- en razón de la gravedad de sus condenas- de los presos de ETA, pese al Tribunal Supremo y su doctrina sobre beneficios penitenciarios establecida recientemente.

Dicho esto, no debemos olvidar que la batalla continúa contra una oligarquía fascista que se agrupa en torno a la sagrada unidad de la Patria, una unidad forjada mediante el terror y la represión no sólo contra los nacionalistas vascos, sino contra todos aquellos que se cuestionan la legitimidad del sistema. En ese sentido- como decía recientemente La Haine en un articulo- no puede descartarse que mientras el régimen negocie la resolución del conflicto vasco, intensifique la represión contra los colectivos anticapitalistas presentes actualmente en el Estado español .Hay que tener en cuenta que aunque ETA pueda desaparecer como organización armada, (sobretodo si a los vascos se les permite decidir libremente su futuro), el enemigo común seguirá activo, e intentará mejorar sus posiciones. Por esa razón los trabajadores conscientes deben estar atentos y no permitir nuevas componendas reformistas como la de los Pactos de la Moncloa que sólo sirvieron para fortalecer al sistema.

Si el actual presidente español está tan seguro de los valores de su democracia, su libertad y su monarquía heredada, debería exigir a quienes detentan el poder real, el cese inmediato de las vigilancias policiales, las torturas, y la represión en general, contra los colectivos de okupas, anarquistas y comunistas revolucionarios que aspiran- fuera del País Vasco- a transformar esta aberrante sociedad.

No es sólo una cuestión a resolver entre la oligarquía central y el pueblo vasco. En este proceso estamos todos implicados. La fórmula no debe limitarse a ofrecer paz a cambio de perpetuar su "democracia", es decir, la explotación de la clase obrera. Hay que aumentar el nivel de conciencia, de lucha y de resistencia en todo el Estado español para arrinconar a la extrema derecha y conseguir una ruptura democrática que los denominados partidos "obreros" nunca desearon. Avanzar- por muy largo que sea el camino-, en dirección a esa ruptura, será lo mismo que avanzar en la construcción de una república popular federada.

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