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Carlo Frabetti :: 22/08/2017

Caníbal cautivo (VII) De lo que se come se cría

Carlo Frabetti
Comerte a tus semejantes te esponja el cerebro, querido lector/lecter.

 

El mal llamado mal de las vacas locas (los locos son los que se comen a las vacas, obviamente) subrayó de forma tragicómica, con una metáfora tan brutal como adecuada, la índole aberrante y demencial del carnivorismo. Comerte a tus semejantes te esponja el cerebro, querido lector/lecter.

 

Se dice que Fernando el Católico engullía diariamente grandes cantidades de criadillas de toro para aumentar su vigor sexual, y que ese es el origen del conocido dicho popular “de lo que se come se cría”. Y al margen del sentido más o menos literal que le demos al refrán y de cuál sea su verdadero origen, lo cierto es que sigue estando ampliamente difundida la idea (propia de la magia simpática) de que los alimentos reproducen en quien los ingiere sus propiedades más evidentes. El denominado “canibalismo del guerrero” tenía por objeto absorber el valor de un prisionero sacrificado ritualmente comiendo su corazón u otras partes de su cuerpo, y, por más que la idea disguste a los cristianos, ese es el origen y el fundamento de la eucaristía.

Ya nadie cree que pueda volverse más valiente comiendo corazón de toro; pero, contra toda evidencia bromatológica, muchos siguen viendo en la carne el alimento vigorizante por excelencia, y no solo porque “si comes carne crías carne”, sino porque es la dieta de tigres y leones, los “reyes de la selva”.

Lo cierto es que para criar carne a partir de la carne ingerida, primero hay que descomponerla en aminoácidos, exactamente los mismos que encontramos, más fáciles de asimilar y más libres de toxinas (y mucho más baratos), en las legumbres y los cereales. Hoy día todos los dietólogos están de acuerdo en que deberíamos comer, sobre todo, fruta, verdura, cereales integrales y legumbres, y poco o muy poco de todo lo demás. Y la relación del cáncer de colon con el consumo de carne está tan probada como la del cáncer de pulmón con el tabaco. ¿Por qué tanta gente sigue viendo en la carne el “plato fuerte” de nuestra alimentación? Aparte de la presión publicitaria (o más bien propagandística) de la poderosísima industria cárnica, la explicación hay que buscarla en el componente mágico-religioso del carnivorismo, que lo conecta directamente con el canibalismo ritual.

Si la carne es un fetiche (es decir, un objeto al que atribuimos más propiedades de las que posee realmente), se debe, sobre todo, a que es el material del que estamos hechos y que identificamos con la sexualidad, que a su vez, dada nuestra condición de mamíferos, está íntimamente ligada a la alimentación. El comedor de carne humano es un comedor de carne humana, y el carnivorismo es canibalismo vergonzante. Queremos devorar a los demás (a nuestra madre en primer lugar y luego a nuestros objetos amorosos), y algunos se consuelan devorando cerdos, vacas o corderos. O devorando a Cristo y bebiendo su sangre simbólica, que no en vano es el vino, la sustancia embriagadora por antonomasia.

El mal llamado mal de las vacas locas (los locos son los que se comen a las vacas, obviamente) subrayó de forma tragicómica, con una metáfora tan brutal como adecuada, la índole aberrante y demencial del carnivorismo. Comerte a tus semejantes te esponja el cerebro, querido lector/lecter.

(Continuará)

 

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