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Carlo Frabetti :: 24/11/2017

Canibalismo simbólico (Caníbal cautivo XI)

Carlo Frabetti - La Haine
La Iglesia caníbal devoró al Cristo de la verdad y el amor en el Concilio de Nicea, y lo defecó convertido en hedionda hipocresía y despiadada represión

La poesía, los sueños y los delirios tiene en común, entre otras cosas, su uso recurrente demetáforas y metonimias. La metáfora, como es bien sabido, consiste en sustituir una cosa por otra con la que tiene una relación de semejanza, mientras que en la metonimia la relación que propicia la sustitución es de proximidad (espacial, temporal, conceptual…); son frecuentes las metonimias en las que se toma el continente por el contenido, la causa por el efecto, el autor por la obra, la herramienta por el oficio, la parte por el todo (sinécdoque), el símbolo por lo simbolizado, la marca comercial por el objeto…

En el carnivorismo y la eucaristía se expresan metáforas simétricas: en la eucaristía el pan se convierte en carne, mientras que en el carnivorismo la carne, al considerarla el “plato fuerte” de la alimentación humana, se convierte en pan, el alimento por antonomasia. Y además en el carnivorismo -canibalismo enajenado- subyace una metonimia consistente en tomar el reino (animal) por la especie (humana): nos comemos los unos a los otros metafóricamente en la jungla de asfalto, y metonímicamente al devorar a los animales no humanos.

No en vano para el catolicismo la eucaristía es el Santísimo Sacramento con mayúscula, “emblema y culmen de la vida cristiana”. Porque realmente es la culminación simbólica, la apoteosis (nunca mejor dicho) del sanguinario antropocentrismo bíblico, la entronización del depredador humano como “rey de la creación” con derecho a comérselo todo.

Cuesta imaginar a un Jesús vegetariano induciendo a sus apóstoles al canibalismo (simbólico) y el alcoholismo (real); pero, independientemente de cuál fuera el verdadero origen de la eucaristía, su consagración (nunca mejor dicho) como sacramento fundamental del catolicismo es altamente reveladora.

“Los leopardos irrumpen en el templo y beben de los cálices sagrados hasta vaciarlos. El hecho se repite una y otra vez, hasta que se hace previsible y se convierte en parte de la ceremonia”, cuenta Kafka. En la misa, los depredadores que vacían los cálices sagrados son los propios celebrantes.

Pero el tropo fundamental del delirio católico consiste en tomar la parte por el todo, o, si se prefiere, el continente por el contenido. La Iglesia Católica se nos presenta como la legítima “esposa de Cristo” y única depositaria -y administradora- del legado evangélico. Mediante una sinécdoque tan abusiva como la de los estadounidenses que se autodenomina “americanos” con exclusión de los demás pueblos del continente, los católicos se consideran los únicos verdaderos cristianos, y quienes hemos recibido una educación católica y/o hemos vivido inmersos en el catolicismo tendemos a identificarlo con el cristianismo.

Eso explica, al menos en parte, que algunos buenos cristianos (incluidos algunos militantes de izquierdas) se crean católicos, “olvidándose” (pensamiento discreto) de que un católico es, por definición, quien acata la autoridad y los dogmas de la Iglesia Católica. Lo cual supone, entre otras cosas, aceptar que la homosexualidad es un vicio contra natura, que las mujeres no están capacitadas para el sacerdocio ni ningún otro cargo de responsabilidad dentro de la Iglesia, que se puede merecer un castigo eterno por tener sexo fuera del matrimonio, que el Papa es infalible porque tiene línea directa con el Espíritu Santo… Si todos los que se dicen católicos creyeran realmente esas barbaridades y obraran en consecuencia, a su lado los fundamentalistas islámicos serían vulgares aficionados. Afortunadamente, la mayoría son herejes sin saberlo u “hombres de poca fe”.

La Iglesia caníbal devoró al Cristo de la verdad y el amor en el Concilio de Nicea, y lo defecó convertido en hedionda hipocresía y despiadada represión: ese es el genuino sentido de la eucaristía, su simbología oculta.

(Continuará)

 

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