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Pensamiento :: 24/05/2007

De la cruzada contra el comunismo a la guerra permanente contra el terrorismo

Alizia Stürtze - La Haine
Prólogo del Libro "Breve historia del anticomunismo" (Basandere Argitaletxea, 2007).

En esta Breve historia del anticomunismo, se describe de modo claro y conciso el desarrollo y consecuencias de la ideología anticomunista en vigencia a partir de la I Guerra Mundial y especialmente agresiva durante la llamada Guerra Fría (1951-1991). En base a ella, Estados Unidos hizo "creer" a una parte importante de la población mundial que había circulando por ahí un poderoso enemigo, una tenebrosa Conspiración Internacional Comunista, cuyo objetivo era ni más ni menos que controlar el planeta para someterlo a unos execrables objetivos que, al parecer, perseguían (no se sabe muy bien por qué ni para qué) la esclavización de la Humanidad e incluso su desaparición total. La obvia consecuencia era que el mundo estaba necesitado de un Salvador y que, dada la peligrosidad y el alto grado de contagiosidad del calificado como "Imperio del Mal", ese Salvador sólo podía ser Estados Unidos. Tenía así Washington justificación para criminalizar, perseguir y destruir tanto dentro como fuera de sus fronteras toda persona, movimiento o gobierno que encarnara los ideales y esperanzas de las masas populares y trabara su expansión imperial. Quedaba así la gran potencia capitalista con las manos libres para intervenir en asuntos internos de otros países, provocar sangrientos golpes de Estado y cruentas guerras, y mantener crueles regímenes dictatoriales allí donde conviniera a sus intereses económicos y geoestratégicos frente al entonces potente bloque soviético. Por mucho que el revisionismo histórico (que equipara nazifascismo con comunismo, y vale ahora para nazificar al islamismo) y la retórica del doble demonio (que equipara los objetivos/consecuencias de la agresión imperial con los de la política de líderes nacionalistas y/o autoritarios de Estados que no se ajustan a la política imperial, y vale para agredir a éstos) se utilicen para encubrir la objetividad de los datos, ahí están los brutales resultados y los millones de muertos de la lucha del "mundo libre" contra la "tiranía comunista" durante esa Guerra Fría que, para algunos, fue en realidad una 3. Guerra Mundial.

Hoy, 17 años después de la caída del muro de Berlín y conjurada la diabólica conspiración comunista, Estados Unidos sigue sin embargo empeñado, en nombre de la democracia y de los derechos humanos, en salvar a pueblos y países de toda una serie de incontables peligros que les acechan, alentados todos ellos, al parecer, por un nuevo enemigo, el etiquetado como "terrorismo internacional" que, en este mundo globalizado y caótico, constituye por lógica una categoría "superior" (de más amplio espectro), más irracional y mortífera que el infierno comunista que, por su parte, queda (en apariencia al menos) subsumido dentro de ese nuevo "eje del mal".

Se busca enemigo todo terreno

Enseguida se le quedó inservible a Washington la tan publicitada "teoría-ficción" de Fukuyama del "Fin de la Historia", según la cual la Historia humana, como lucha de ideologías, había terminado, con el triunfo de la democracia liberal que se había impuesto tras el fin de la Guerra Fría. Tras el pinchazo de la burbuja informática, Estados Unidos se enfrentaba a una crisis económica, de sobreproduccion y de legitimidad, el euro le estaba comiendo terreno al dólar, y aumentaba la disposición a romper sus boicots contra ciertos países (Irak, Irán, Siria, Libia, Cuba). Estaba perdiendo influencia.

Huérfana de un enemigo que justificara el intervencionismo imperialista unilateral y la implantación de un "Nuevo Orden Mundial" que los zioncons (neoconservadores sionistas) de Bush, el Pentágono y los sectores de la industria armamentística y petrolífera consideraban imprescindibles, la política exterior y militar estadounidense necesitaba hacerse con una nueva ideología "del Mal" que sustituyera y a la par englobara a la anticomunista. Para ello, ya desde los 90, en los laboratorios de los "think tanks" fueron gestando todo el montaje del terrorismo internacional y la ideología antiterrorista, que quedaron perfectamente afianzados y justificados a partir de ese "nuevo Pearl Harbour" que fue el 11-S. El mundo volvía a ser inestable y peligroso, ya que estaba amenazado por un enemigo global fanático, encarnizado y dispuesto a todo. Bush necesitaba un adversario digno de su "doctrina", basada en un militarismo agresivo, y lo acababa de encontrar tras el atentado a las Torres Gemelas. La designación de Al Qaeda como imagen central de ese satánico "Eje del Mal" no fue casual, ya que le venía de perlas a Washington para recrear y endurecer las condiciones de la guerra que quería emprender para asegurarse una influencia decisiva en las zonas estratégicas y controlar las reservas naturales más ricas del mundo: una organización tentacular y mundial que, a pesar de su ideología retrógrada, dispone de medios ilimitados y se comunica por Internet; una organización invisible con objetivos misteriosos, estructura descentralizada y ramificaciones mundiales; una guerra no declarada, clandestina, encubierta y emboscada; una hidra de varias cabezas que se reproduce sin cesar y ataca en cualquier momento y lugar, por lo que hace necesarias la guerra ilimitada y una superioridad militar permanente para frustrar cualquier ataque imaginable, a la par que legitima el empleo de cualquier medio: aliarse con regímenes represivos, invadir países y masacrar a las poblaciones civiles, atropellar los derechos humanos, legalizar la tortura, el secuestro y el asesinato de luchadores sociales, violar las convenciones del derecho internacional con total impunidad, utilizar armas químicas, biológicas y también nucleares, provocar cambios de régimen, aceptar la idea del magnicidio contra los líderes molestos (Castro, Chávez,), establecer bases militares y aparatos policiales-militares especiales, levantar nuevos muros por todas partes, publicitar complots terroristas virtuales (como el superatentado terrorista supuestamente frustrado en Londres), y, desde luego, golpear siempre primero (desarrollo de la "guerra preventiva"). En definitiva, en base a la generación de un clima de miedo y terror, instaurar el estado de excepción permanente y convertirlo en estilo de vida, colocando al mundo ante una nueva guerra fría (o ante la 4. Guerra Mundial, si se prefiere), porque el conflicto apocalíptico entre el Bien y el Mal así lo exige. Ya lo enuncia Samuel Huntington en "El choque de las civilizaciones", la nueva biblia de la política exterior estadounidense: no se trata, como en el siglo XX, de un enfrentamiento entre ideologías, entre Este y Oeste o Norte y Sur, sino de una guerra entre una cultura moderna, la judeocristiana, y una forma arcaica de barbarie, el Islam, cuyo resentimiento contra Occidente lo convierte en una mortífera amenaza y en chivo expiatorio de todos los conflictos. (En realidad, la conclusión encubierta de Huntington es que, a largo plazo, el principal enemigo "civilizatorio" de Occidente será China, aliada potencial y natural del mundo islámico contra Occidente, por lo que sería preciso hacer lo que sea para romper la ya existente alianza "islámico-confuciana". Pero de esto hablaremos más tarde).

A partir de esa polarización del mundo y de ese absolutismo moral (o se está con el imperio o se está con el terrorismo), Estados Unidos puede ya ir "personalizando" al enemigo a conveniencia. De hecho, necesita hacerlo, para diabolizarlo mejor y atacar donde le conviene. Así, de luchar contra unas espectrales y anónimas redes terroristas globales sin localización geográfica específica, puede pasar a demonizar a los países que molestan a sus fines, estigmatizándolos bajo la catalogación de Rogue States o "estados canallas o delincuentes", así como meter y sacar de la lista de organizaciones terroristas a quien le mejor le convenga: cualquiera que se oponga al militarismo y al imperialismo se expone a ser calificado de terrorista, con todas sus consecuencias. En el amplio cajón de sastre de la "guerra contra el terrorismo" (incluido en el todavía más amplio del choque de civilizaciones) cabe de todo (comunistas, narcotraficantes, movimientos islamistas de todo tipo, nacionalismos emergentes, guerrillas, dictaduras no sumisas, movimientos antiimperialistas, control nuclear y de fuentes de materias primas estratégicas o los flujos migratorios) y, por eso precisamente, le es tan útil a Washington para, a partir del 11-S, poner en marcha un plan largamente elaborado, el llamado "Project for a New American Century", que busca mantener el liderazgo estadounidense durante el siglo XXI a través de una dinámica militarista (iniciada ya con la guerra de Kosovo), es decir, a través de una guerra permanente contra los pueblos que osan defender su soberanía y/o luchar por otra sociedad. Y que, claro está, coinciden/chocan con los intereses geopolíticos imperiales de control de armas y de recursos energéticos y de otras materias primas. Todo ello persigue un objetivo central: prevenir el resurgimiento de un nuevo rival; adelantarse a la aparición de una amenaza real.

La perversa fabricación del enemigo

En principio, no deja de ser llamativo que una ideología tan elaborada y duradera como la del anticomunismo pueda ser aparentemente sustituida, tras unos escasos años de "reposo" y con aparente éxito "popular", por la del antiterrorismo islamista o "islamofascismo". A primera vista, no deja de ser curioso que sea precisamente Estados Unidos, que ha sostenido y sostiene a los regímenes más feudales y retrógrados del amplio mundo árabe y musulmán, y que ha combatido de modo implacable a todos los regímenes socialistas y laicos de la zona (desde Egipto hasta Afganistán, pasando por Kosovo y un largo etcétera), quien se base ahora en un complot islámico mundial para humillar, amenazar, demonizar, invadir y/o neocolonizar a poblaciones enteras por el hecho de pertenecer a la cultura musulmana.

Sin embargo, la sorpresa inicial desaparece cuando miramos el mapa y comprobamos que el Islam es la religión del Oriente Medio, el África y el Asia Central de los hidrocarburos, los gasoductos y el mercado de armas, de una serie de regiones estratégicas de la periferia china, de zonas de Europa y de Africa importantes sea por sus recursos naturales, sea por su localización geográfica. Así, el Islam es el enemigo global perfecto para sustituir al antiguo enemigo soviético.

Para fabricarlo ideológicamente como "el otro" irracional y violento, se empieza tomando como base ese caldo ideológico tan profundamente arraigado en la mentalidad e historia de Occidente (y, desde luego, de Estados Unidos) por medio del cual hemos legitimado la "empresa civilizatoria del hombre blanco", y, según Josep Fontana, hemos codificado una identidad común de "pueblo elegido", tejiendo un relato fundamentado en las imágenes de una serie de espejos deformantes, que nos han permitido definirnos siempre ventajosamente frente a las imágenes falaces del "otro" (el bárbaro, el infiel, el hereje y la bruja; tras la conquista de otros continentes, el salvaje, el oriental, el primitivo; y, tras la revolución soviética, el comunista). A este magma, se le añaden todos esos clichés y prejuicios albergados en el inconsciente colectivo (las cruzadas, el orientalismo decimonónico de sultanes y odaliscas, el traidor "moro" de mirada retorcida). Finalmente, al cóctel le echamos unas gotas de histeria paranoica sobre inminentes ataques terroristas. Queda así construida una representación irreal del mundo islámico cargada de estereotipos negativos que lo identifican con el fanatismo, el terrorismo y el peligro de invasión. El "otro" musulmán y/o árabe es el catalizador de los demás "otros". Queda así dibujada la ideología antiterrorista e islamofóbica que penetra con gran facilidad en una sociedad proclive, como hemos dicho, a ese tipo de manipulaciones.

La inoculación popular de la lógica antiterrorista y de la amenaza que representa el Islam se lleva a cabo, claro está, por medio de intensas campañas de propaganda de masas. Si tenemos en cuenta que las cuatro mayores agencias de noticias internacionales (dos estadounidenses y una inglesa) distribuyen el 80% de las noticias mundiales, tendremos que concluir que concentran una terrible capacidad de construcción y vehiculización de una agenda de noticias global que responda a los intereses de sus países.

Dado que, en este momento, la proyección del fundamentalismo islámico como la nueva amenaza de la civilización occidental encaja a la perfección con los intereses geopolíticos del Imperio y el sionismo israelí, y, subsidiariamente, con los de Gran Bretaña (su perro de presa), los grandes medios han adoptado y perfeccionado el modelo de propaganda nazi, basado en: la simplificación (el bien contra el mal, la civilización contra la barbarie); la repetición y saturación (hasta el término "yihad’, de tanto insistir, se ha vuelto parte de la jerga occidental); la deformación (silenciar y ocultar informaciones; utilizar grandes mentiras como la de la existencia de armas de destrucción masiva en Irak); la dependencia respecto de la información proporcionada por el gobierno, la policía y los "expertos" como fuentes; y, como consecuencia, la parcialidad (las premisas y la interpretación del discurso están prefijadas.

El aparato informativo desplegado tras el 11-S, así como (desde una perspectiva más "local") la campaña de ciertos medios de prensa españoles para ligar a ETA con Al Qaeda tras el 11-M, ilustran a la perfección este papel propagandístico de los medios. La repetición de unas cuantas "verdades fundamentales", por ejemplo, (a menudo vía "filtraciones" policiales, gubernamentales) permite poner en marcha una intoxicación y una desinformación muy estudiadas en torno a la simplista fórmula del "extremismo islámico" (o el "radicalismo" en general) que justifica la "guerra contra el terrorismo". Esa repetición hasta la saturación de ciertos mensajes constituye uno de los principales pilares de su éxito persuasivo: genera un estereotipo (de modo básicamente audiovisual) por el que el receptor asume, de manera aparentemente voluntaria, que el conflicto está condenado a perpetuarse en el tiempo, y que ni con el "diablo" ni con sus acólitos se dialoga; se les combate a muerte. El esquem a, por cierto, no varía en el fondo mucho del que utilizó la Inquisición (de la que ha sido jefe máximo el actual papa Benedicto XVI).

Al ayudar el estereotipo a la criminalización, a la satanización, a la deshumanización, a la animalización, del grupo estereotipado, su uso propagandístico consigue legitimar la violencia necesaria para su exterminio. Además, al ser una imagen mental totalmente simplificada, el estereotipo tiene la doble "cualidad’ de ser adaptable al contexto (al modo de etiquetar la realidad, diferente según estemos en USA, en Europa) y, a la par, de permitir añadir varias "subcategorías" a la categoría principal (el "arcaico" bolivarianismo chavista, el "retrógrado" régimen cubano, el impenitente salvajismo de los negros e indígenas en general). Así, según "teorizaba" Aznar en Lima, en octubre de 2006, el término "islamofascismo" es el que mejor define la ideología de los terroristas (de todos), porque se trata de una ideología totalitaria con ambiciones globales, no ajena al nazismo ni al comunismo, que son sus aliados, como lo demuestra "el resurgir de los viejos fantasmas del pasado, el resurgir de la "utopía comunista"" en Latinoamérica: quienes quieren construir el socialismo del siglo XXI (Chávez, por ejemplo) se valen de la ofensiva del islamofascismo para sacar adelante sus execrables propósitos. Conclusión: todos los que molestan al Imperio son lo mismo. De hecho, de los siete "Estados canallas", dos son socialistas (Cuba y Corea del Norte), y los otros cinco musulmanes (sin contar otros candidatos que, al parecer, "apuntan maneras"). Hay incluso voces que, desde Washington, reclaman la inclusión de China en la lista, por sus ambiciones internacionales y sus amistades peligrosas con países del "Eje del M al" como Corea del Norte, Irán o Irak. De hecho, como veremos más tarde, el "peligro amarillo", que tan bien encarnaban las películas de Fu Manchú, sigue vivido y coleando. Y es que otra "cualidad’ de los estereotipos es su potente capacidad de sobrevivir al paso del tiempo.

Intelectuales y guerras humanitarias

En la confección de este maniqueo mundo en blanco y negro, no sólo han intervenido los medios de masas y de entretenimiento (Hollywood y todo su "star system" incluido). Parte importante de la intelectualidad ha colaborado también de modo innegable. Y no sólo la intelectualidad conservadora y quienes colaboran en los "think tanks", esos laboratorios de ideas subvencionados por las corporaciones para imponer un discurso único, pseudoliberal y militarista, y para influir en la política estadounidense interior y exterior. Los pensadores (auto)considerados progresistas o izquierdistas también han tenido su parte.

En esta Breve historia del anticomunismo ya se explica que el papel de intelectuales izquierdistas de renombre (financiados por la CIA bastantes de ellos) en la elaboración y justificación de la ideología anticomunista fue primordial: ellos fueron los agentes de la llamada "guerra fría cultural". Hoy también, un buen número de lo que James Petras llama IIO (intelectuales izquierdistas occidentales) ha colaborado y colabora por acción u omisión en la fabricación y legitimación de la totalitaria ideología antiterrorista y en la fijación de las condiciones ideológicas que hacen posible la guerra global imperialista y la aplicación del doble rasero, según se trate del amigo o del enemigo (terroristas buenos y terroristas malos; actos de guerra de unos, crímenes contra la humanidad de otros; estados clientes y estados delincuentes). Y es que es patente el desplazamiento masivo a la derecha de los IIO y la continuación del entramado cultural creado por Estados Unidos durante la Guerra Fría, a través, entre otros, de dinero gestionado por estructuras como NED (National Endowment for Democracy - Fundación Nacional para la Democracia).

Las guerras imperialistas convertidas en guerras humanitarias, justas y/o preventivas; la aceptación de la "lógica" de las guerras asimétricas (las batallas militares clásicas desaparecen y una potencia única, abrumadoramente superior, combate un terrorismo no estatal omnipresente); las masacres de civiles transformadas en daños colaterales; los golpes quirúrgicos y las bombas inteligentes como modo civilizado de combatir la "locura suicida" del fundamentalismo; las políticas de tolerancia cero; la erradicación del imaginario social de la importancia histórica de la lucha y la pecaminización de la misma; la aceptación del monopolio policial (y militar) de la violencia en el espacio público, en base a la "seguridad ciudadana"; la utilización del antisemitismo como acusación para criminalizar cualquier crítica al sionismo y a la política israelí; la bondad innata de Estados Unidos (cuyas acciones están siempre justificadas), lo que, por contraposición, convierte el "antiamericanismo" (el antiimperialismo) en sospechoso

A toda esa perversa ideología antiterrorista de amplísimo espectro (y que no distingue matices), los IIO le fueron dando el label de corrección y el sello moral de aprobación desde el momento en que se apuntaron, en la década de los 80, y desde la sombra del anticomunismo de siempre, a la retórica de defensa de los derechos humanos y de las mujeres. Ello permitió a Estados Unidos iniciar una contraofensiva contrarrevolucionaria contra gobiernos izquierdistas (Angola, Mozambique, Granada, Panamá o el Afganistán "sometido" al poder soviético y para cuya "liberación" armaron a los señores de la guerra y a decenas de miles de mercenarios fundamentalistas). Visto el éxito de la operación anterior, en la década de los 90, Washington echó mano del concepto de "guerra humanitaria" al que los IIO también se apuntaron. En lugar de denunciar el carácter imperialista de las agresiones estadounidenses y destacar la interrelación existente entre todas ellas, como parte de un proyecto de dominación, optaron por hacer apología de lo que James Petras llama el "imperialismo humanitario", y por echar mano nuevamente de la retórica del "doble demonio" que, como ya hemos dicho, equipara ciertos regímenes (que, dictatoriales o no, resulta que se oponen a la invasión y destrucción de su país) con las terribles catástrofes humanas provocadas por la expansión militar: bombardeos indiscriminados, bloqueos económicos genocidas, desplazamientos de refugiados, utilización de armas prohibidas, violaciones masivas de los derechos humanos, institucionalización de la tortura

Así, redescubierta la "naturaleza altruista del imperialismo", los IIO dieron cobertura intelectual a las destructivas guerras en los Balcanes, a la Guerra del Golfo, al genocidio palestino y, finalmente, tras el 11-S, con mayor o menor entusiasmo, a las criminales invasiones de Afganistán e Irak y, a las nuevas agresiones (subversiones) que puedan venir, bajo formas diversas (potenciación de guerras civiles o de asesinatos políticos, financiación de grupos de oposición y de ataques terroristas, "revoluciones naranjas"). Y es que, una vez aceptada nuevamente la simplista lógica del discurso de guerra fría del "Bien contra el Mal", es muy difícil echar marcha atrás. Porque, tras justificar intelectualmente que bombardear objetivos civiles en Yugoslavia era "humanitario", dada la maldad de Milosevic ("el carnicero de los Balcanes"), ¿por qué no lo va a ser hacer lo propio con Afganistán, Irak, Siria o Irán, puesto que se trata de regímenes igualmente perversos y satánicos, de fanáticos y fundamentalistas islámicos, de "ayatolás atómicos" que se proponen destruir el mundo?

Los IIO deberían saber que la demonización de la víctima por parte de los medios de comunicación es (y ha sido históricamente) parte de la manipulación psicológica, fundamental y necesaria, para que la población acepte apoyar (o permanecer pasiva) ante guerras o injerencias inaceptables. Sin embargo, "tragaron" (¿viejos hábitos anticomunistas quizás?) la implacable demonización de Milosevic y la del pueblo serbio en general, conseguidas por medio de un intenso bombardeo propagandístico, y, en base a eso, en lugar de analizar el desmembramiento y destrucción de Yugoslavia como parte de un diseño imperialista de largo alcance, los justificaron por la necesidad de detener las "limpiezas étnicas" de tan sangrientos y bárbaros seres.

Parecidas premisas aceptaron los IIO (sobre todo los del área de influencia de Estados Unidos) para, en 2001, alinearse del lado de la "guerra total" emprendida contra Afganistán por el mando estadounidense, bajo la denominación de "Operación Libertad Duradera": el régimen talibán daba cobijo a bin Laden y apoyaba una conspiración internacional; y, encima, oprimía a las mujeres. La admisión, en 2003, de que Irak, a pesar de llevar años sometido a un embargo brutal, estaba en el epicentro del "eje del mal", poseía armas de destrucción masiva, tenía vínculos con Al Qaeda y era, por tanto, un peligro inminente para la Humanidad, fue ya más difícil de digerir: el movimiento altermundialista estaba en auge, países como Francia, Alemania y Rusia ya no estaban tanto por la labor, las propias clases dirigentes estadounidenses estaban divididas acerca de la conveniencia de la invasión iraquí

Hubo multitudinarias movilizaciones, declaraciones en contra de prestigiosos intelectuales Bush siguió, sin embargo, adelante con su operación de desintegración de Irak (a la que llamó "Operación Libertad Iraquí"), en un patente ejercicio de terrorismo imperial. A pesar de ello, las protestas cedieron, y, si bien es cierto que, tres años después, el triunfo demócrata en las elecciones legislativas estadounidenses de 2006 se interpreta como un castigo a Bush por su fracaso en Irak, también es verdad que ese castigo tiene más que ver con la percepción de que Bush es el causante de que Irak se haya convertido en una ratonera para las fuerzas ocupantes, que con la indignación popular/intelectual ante las atrocidades cometidas por la US Army en su guerra imperialista.

De hecho, no parece que la victoria demócrata vaya a traer cambios sustanciales en la estrategia internacional estadounidense, ni en el plan estadounidense-israelí de desestabilización permanente de Oriente, ni, por consiguiente, en su discurso antiterrorista que, de momento, sigue la misma coartada de demonizar antes de atacar: ahí tenemos a Irán, "sospechoso" de querer borrar a Israel del mapa y de ser el "principal patrocinador del terrorismo internacional", o a Siria acusada tanto de la muerte hace un año del primer ministro libanés Hariri como de la del pro-israelí ministro libanés Gemayel, ocurrido curiosamente tras el triunfo de Hezbolá frente al invasor israelí. Del mismo modo, tampoco parece previsible que el fangal iraquí sirva de revulsivo para que la mayoría de los IIO abandonen ese callejón sin salida que es la ideología antiterrorista (y anticomunista), que les impide reconocer y denunciar que el enemigo, el verdadero terrorista, el mayor criminal de guerra, es el Imperio, y sólo el Imperio; y que la demonización la utiliza precisamente para justificar el mantenimiento de su asesina maquinaria de guerra. Los IIO se encuentran muy cómodos con la cómoda y políticamente correcta fórmula de condenar "toda violencia venga de donde venga", pero, como afirma Alfonso Sastre, "existe una diferencia intelectualmente irrenunciable entre los hechos violentos, terroristas o militares; según se miren; ya sean ejercidos por el poder, ya sean subversivos".

La reciente muerte en la cama del "chacal" Pinochet y la de otros dictadores asesinos como Franco, mientras Slobodan Milosevic, Sadam Husein o el líder del PKK Ocalan son juzgados y en ocasiones ejecutados por "crímenes contra la humanidad’ , pone en evidencia no sólo la perversión y corrupción del sistema, sino la culpable colaboración de los IIO en el mismo.

La caza de brujas la inventó la Inquisición... y la padecieron y padecen Euskal Herria y quien lucha por su liberación

Es cierto que "ahí fuera hace frío", y que hace falta valentía intelectual para enfrentarse a la arremetida mediática "antiterrorista" que sataniza a todo el que disiente. En Euskal Herria, esto lo sabemos bien. Pero también es cierto que esos IIO ya tan derechizados no sólo se han adscrito "en abstracto" a la "War on Terror" estadounidense, sino que muchos de ellos son cómplices de las aplicaciones concretas que de esa ideología se hace en los diferentes Estados, porque las defienden y las justifican, fabricándoles una especie de andamiaje intelectual. Parte importante de la supuesta progresía intelectual europea (y desde luego española y también vasca), por lo menos, así lo está demostrando al dar por buena la creación de un Estado policial europeo en el que la ambigua definición de terrorismo permite perseguir todo tipo de disidencia, aplicar leyes antiterroristas, detener e incomunicar sin pruebas, maltratar y torturar, abusar de la prisión preventiva, mantener tribunales de excepción como la Audiencia Nacional española, extender la acusación de terrorismo a militantes polìticos, politizar la justicia, aplicar la censura y la controvertida figura de "apología del terrorismo", suprimir los trámites garantistas de los procesos de extradición, implantar la euro-orden (orden de busca y captura europea) en definitiva, criminalizar todo proyecto politico que practique de forma radical la disidencia política, y suspender de modo sistemático las garantías democráticas.

En esa policialización de la Unión Europea y en la implantación de la ideologia antiterrorista, el protagonismo del Estado español ha sido relevante. Ya antes del 11-S, el entonces ministro del Interior español Mayor Oreja se adelantaba a la "Doctrina Bush" y declaraba en la Cumbre de la Europolicía celebrada en Madrid que "el terrorismo no es sólo un grupo de comandos que actúan, sino un proyecto que trata de asentarse en la sociedad, y para combatirlo es necesario tambien luchar contra sus estructuras sociales, ecónomicas, políticas e incluso de comunicación que lo apoyan y lo nutren".

¿Todo un precursor? No, un continuador de la política de persecución, de las cazas de brujas que, desde tiempos de la Inquisición, el Estado español (y sus clases hegemónicas) ha aplicado con fines políticos y centralizadores contra los disidentes y, de modo muy específico, contra la Euskal Herria insumisa. Al igual que durante el franquismo, también tras la mal llamada "transición democrática" estaba claro quién tenía que ser el siempre necesario "enemigo" que lo justificara todo: ese sector del pueblo vasco que seguía reclamando sus derechos y mostrando con su lucha que el edificio franquista seguía en pie. De hecho, muy al "estilo guerra fría", desde 1978 larga es la lista de personajes españoles (y de organizaciones y programas, etc.) espléndidamente subvencionados y difundidos para dar andamiaje ideológico a la caza contra el "vasco maldito" que, como hemos dicho, tiene profundas raíces.

La estereotipación y demonizacion de lo vasco (y de lo indígena en general) es algo históricamente consolidado, y que ha contado siempre con la "aportación" intelectual de los pensadores franco-españoles supuestamente más avanzados (y sistema-dependientes) del momento. No hay más que rastrear los testimonios. Aunque las fórmulas han ido variando, el esquema central no ha cambiado demasiado. Incluso el "antes una España roja que rota" de los franquistas coincidía con el profundo trasfondo antivasco de parte importante del republicanismo y la izquierda españolas, lo que en parte explica que, hoy en día, sus herederos, políticos e intelectuales, no sólo no le han hecho asco ninguno a pactar con la (ultra)derecha ex-franquista leyes "antiterroristas" (anti-izquierda abertzale) absolutamente antidemocráticas, sino que, además, llevan años desarrollando, con un impresionante despliegue de medios, un discurso que llaman "constitucionalista", pero que es racistamente anti-vasco y fascista. Todo esto mientras consienten, por acción u omisión, el revisionismo histórico de la guerra civil y del franquismo, que, a la postre, sirve para equiparar "culpas", justificar la no depuración de las estructuras franquistas en 1978 y banalizar el franquismo, obviando criticar a todos aquellos sectores (la Iglesia católica incluida) que le dieron apoyo. El resultado de todo ello es la situación que hoy padecemos: una desmemoria y amnesia colectivas y una creciente fascistización de la derecha que hacen posible que, 70 años después del golpe militar de Franco, el PSOE presente un Proyecto de Ley de derechos de las víctimas de la Guerra Civil y del franquismo que, según denuncia Amnistía Internacional, en realidad supone una Ley de Punto Final, es decir, una amnistía general encubierta sobre crímenes contra el derecho internacional cometidos por el franquismo.

Cierto es que, como se explica en esta Breve historia del anticomunismo, el revisionismo histórico no se ha limitado a los "pensadores" españoles. En la actual coyuntura de fascistización global, el uso político de la historia es moneda común. Así, los neocons japoneses, a pesar de la protesta de China, han decidido revisar hasta los manuales escolares y edulcorar las atrocidades cometidas por su ejército durante la ocupación colonial de China y Corea durante los años 30 y 40 del siglo pasado. Del mismo modo, la Unión Europea tiene un claro interés en unificar, bajo la denominación de totalitarismo, las categorías de nazismo y comunismo: no hay más que ver los manuales de historia contemporánea para comprobarlo.

Al igual que ha hecho Madrid con los franquistas, se logra así rebajar las culpas de los nazi-fascistas, trivializar el nazismo y, consiguientemente, la amenaza creciente de la extrema derecha europea. Ocultando la impresionante presencia de millones de comunistas entre las víctimas de las represiones nazis, en 2005, el Parlamento Europeo, tras debatir un informe sobre la condena de los "crímenes comunistas totalitarios", aprobó una resolución por la que la liberación del nazismo de los paises de Europa Oriental era denominada "ocupación y dominación sovietica" y "dictaduras comunistas". La finalidad de este revisionismo histórico (caza de brujas en algunos casos como en Rumania) es clara: condenar formalmente el comunismo, debilitar la "(N)Ostalgic" (nostalgia de los tiempos de la RDA), e impedir que "la historia se repita y que una nostalgia ilusoria se instale en el espíritu de las nuevas generaciones", en la creencia de que pueda exisgtir un sustituto para la democracia liberal: el comunismo. De ese modo, paralizar (y/o ilegalizar) cualquier forma de lucha revolucionaria o socialista contra el capitalismo mundial. Y, para eso, echar mano del maniqueo estereotipo de siempre, el del inquisitorial "diablo" conductor de una peligrosa secta. Comunista en este caso. Fundamentalista islámico o terrorista genérico con bastante más frecuencia últimamente. Feroz enemigo de la "civilización", siempre.

Ya lo declara el recientemente fallecido dictador chileno Pinochet al defender en su testamento el sangriento golpe de Estado contra Allende: "Con toda sinceridad, me declaro orgulloso de la gran acción que decidí llevar a cabo, para impedir que el marxismo-leninismo tomara el poder". Todos los que participaron en sus funerales también lo tenían claro.

Control de recursos y nuevos enemigos

En todo caso, dado que es el Imperio estadounidense el que, desde su liderazgo actual, establece la agenda "satánica", define la jerarquía entre el "diablo mayor" y los "demonios menores", y especifica las formas que estos van adoptando, retomaremos el intento de definición del enemigo principal real de Washington, si es que existe, e intentaremos ver si se trata realmente, o no, de esa amenaza terrorista en la sombra que, de modo esquemático, se corresponde con la afirmación espectacular de un islamismo radical, sectario y violento.

Desaparecida la Unión Soviética, Estados Unidos aparece como una potencia de statu quo. Para consolidar esa posición, en lugar de decidirse por un inmovilismo que dejaría la iniciativa en manos de sus adversarios, Washington ha optado por extender su influencia para así reforzar su posición. Esta postura activa explica sus crecientes misiones e intervenciones, que parecen no tener límite; sobre todo a partir del 11-S en que convierte la campaña contra el terrorismo internacional en una guerra cuyos resultados no se preve que valgan para detener el "terrorismo antiestadounidense", sino, más bien, para consolidar la política militar estadounidense en zonas estratégicas que, como ya hemos dicho, coinciden principalmente con la cultura islámica y, añadimos ahora, también con algo más: con regiones estratégicas de la periferia china, tanto del Asia Central, como del sudeste asiático y el mar de China, en las que Estados Unidos ha ido, no por casualidad, colocando numerosas bases militares permanentes y todo un formidable cerco estratégico (ver el mapa de la página siguiente), con el que va envolviendo al antiguo imperio asiático y con el que, además, le separa de su aliado iraní y le dificulta su fortalecimiento en su zona de dominio marítimo, el mar de China. Washington quiere incluso incorporar a la OTAN a varias ex repúblicas soviéticas limítrofes con China y, desde luego, pacta alianzas económicas y militares con los países del entorno.

Mediante el control de los recursos naturales renovables y no renovables, Estados Unidos quiere, no sólo asegurarse su propio aprovisionamiento, sino también controlar los desarrollos de posibles competidores como China, Rusia e India.

Dado que el talón de Aquiles chino es el petróleo (importa más del 50% y pronto el 70%), se trataría de privar al antiguo Imperio del Medio del acceso a las principales reservas de hidrocarburos del mundo y mantenerlo en la dependencia energética, rompiendo, para ello, la alianza de China con los países exportadores: Irak era una prioridad de China, pero la Guerra del Golfo de 1991 y la invasión de Afganistán acabaron con estas esperanzas. La reactivación del National Missile Defense (NMD) o "escudo estelar", el rearme militar y nacionalista de Japón (la "Gran Bretaña asiática") y el aumento de venta de armas estadounidenses a la "provincia rebelde" de Taiwán también se explicarían por este deseo de constreñir el desarrollo chino: de hecho, la cuestión taiwanesa es el principal obstáculo para que China llegue a convertirse en una potencia mundial de forma pacífica, ya que Estados Unidos está dispuesto a impedir por la fuerza la legítima reunificación, que para la República Popul ar China es irrenunciable.

Son varios los prospectivistas que, al igual que Huntington (aunque desde otra perspectiva), plantean que la amenaza real al liderazgo estadounidense vendrá de China, y que las guerras del Pentágono contra Afganistán, Irak y el acoso contra Irán habría que interpretarlas, en parte, como un modo de impedir que Pekín se erija en líder mundial para 2020. Según esto, la 4. Guerra Mundial podría haber empezado ya. Quizá la inició Estados Unidos con el "involuntario" bombardeo de la Embajada de China en Belgrado en 1999, y quepa prever nuevas confrontaciones militares ofensivas del Pentágono, bien animando el separatismo (Tibet, provincias musulmanas del Oeste), bien provocando conflictos en alta mar o en el espacio aéreo (como su violación del espacio aéreo chino en 2001), o alegando intervencionismo en nombre de los derechos humanos, o interviniendo (como ya lo han hecho) en Estados próximos a Pekín y poniendo en peligro el abastecimiento chino.

Unilateralismo, multilateralismo y "peligro amarillo"

En todo caso, lo cierto es que, mientras Estados Unidos sigue, de momento, apostando por el unilateralismo y el intervencionismo para preservar su condición de única superpotencia, la República Popular China, junto a otras entidades emergentes, ha sabido convertirse en pocos años en actor fundamental en el escenario internacional y construir, en palabras de Isabel Turrent, "una diplomacia globalizada, astuta e inteligente, que, además de servir a sus intereses, ha transformado las prioridades geopolíticas y económicas del mundo entero". Presente en todas las regiones del globo, ha firmado acuerdos bilaterales con un amplio número de Estados, basados en la igualdad y el beneficio mutuos (Rusia, Venezuela, India, Brasil, Argentina, Irán, Sudán, Angola, Sudáfrica, Unión Europea), es el mediador en conflictos candentes como el rearme nuclear de Corea del Norte, pertenece a innumerables organismos multilaterales (OMC incluida), apoya la recuperación del Movimiento de Países No Al ineados (cuya última cumbre en septiembre de 2006 reunió a 118 Estados), mantiene relaciones directas con África (ahí está la Cumbre Chino-Africana de noviembre de 2006) y, fundamentalmente, intenta ir estableciendo una estructura de multipolarización estable (la paz mediante equilibrios de potencias). Ir construyendo, junto a otras fuerzas, esa hoja de ruta diplomática multilateral implica ir contra la doctrina Bush de las guerras preventivas, es decir, oponerse a cualquier acción unilateral y defender los principios de soberanía, igualdad y no intervención en los asuntos internos de otros países, al considerar que la intangibilidad de las fronteras es la única línea de defensa para protegerse de la hegemonía de los Estados fuertes. De hecho, China mantiene relaciones económicas con "Estados canallas" como Irán o Sudán, da créditos a enemigos declarados como la Cuba comunista y mantiene una asociación estratégica con la Venezuela del archi-enemigo de Washington Hugo Chávez.

Rodeada de 30 países, militarmente débil todavía, China, para afianzar su desarrollo económico, necesita mantener la estabilidad y la paz en las regiones próximas, y romper el cerco que le quiere imponer Estados Unidos para impedirle el acceso a las fuentes energéticas y a otros recursos: en África (de donde le llega ya ⁄ del petróleo) juega ya un papel fundamental, en América Latina colabora en el desarrollo de un modelo que contrarreste el ultraliberal estadounidense, invirtiendo en energía, aeronáutica, agricultura y formación, a cambio de materias primas; es el primer país no europeo que participa en el programa de satélites Galileo, que pretende hacer la competencia al GPS estadounidense. China está, por tanto, elaborando una diplomacia que le permita mantener su crecimiento. Pero, al hacerlo, se enfrenta a los intereses de Washington.

O, al menos, a los del sector Pentágono-zioncons que consideran que una política agresiva es el único modo de compensar la relativa decadencia económica estadounidense, y para quienes China personifica la pesadilla geoestratégica de un enemigo mortal. Los neoliberales (Wal Mart, Wall Street), de momento, defienden la penetración de mercados como el chino como el mejor modo de extender el Imperio, y consideran que el peligro que representa el crecimiento chino es inferior a los beneficios que les aporta. De hecho, el desarrollismo chino es un factor de estabilidad económica global, que está ayudando a sostener lo insostenible: financia parte del déficit exterior estadounidense, al tener parte importante de sus reservas en dólares y acumular un importante déficit comercial con Estados Unidos.

En todo caso, una guerra abierta contra China no sería factible mientras no se resuelva el conflicto entre esos dos sectores de la élite estadounidense. Además, el desgaste que está sufriendo Estados Unidos en Irak y en Oriente Medio, la ascensión del antiamericanismo y el antiimperialismo, el fortalecimiento del proyecto bolivariano y los pujantes movimientos populares latinoamericanos todo ello debilita su posición de fuerza unilateral y su política intervencionista. Hasta el punto de que, en el futuro, serán varias las potencias mundiales que jugarán un papel, incluso en el propio Oriente Medio.

De todos modos, hay estrategas que avanzan la idea de que la guerra clásica va a ceder terreno a una estrategia mundial que supone la intervencion de actores "exóticos", no militares. Los chinos hablan de "guerra no militar" para referirse a una especie de estrategia integral que pondría en marcha: ataques a las finanzas internacionales, ataques informáticos, guerra sobre la propiedad intelectual y las patentes, terrorismo, desestabilización por medio de campañas mediáticas Por poner algún ejemplo: si China, que tiene 2/3 de sus reservas en dólares, decidiera diversificar o vender sus bonos del Tesoro, provocaría importantes variaciones en el mercado monetario, en las tasas de cambio y de interés. Estados Unidos, por su parte, podría potenciar las revueltas causadas por las desigualdades que está generando el desarrollo desenfrenado de la economía china. Internet, al que están conectados 50 millones de chinos, puede también convertirse en un agente subversivo. Las actividades de las sectas religiosas potenciadas desde Washington constituyen asimismo una real amenaza para Pekín, sobre todo las evangélicas (hay ya 100 millones de chinos evangélicos, contra sólo 80 de estadounidenses). Por medio de la religión, las potencias extranjeras pueden infiltrar los órganos del Estado, los engranajes esenciales de la sociedad. Y es que no hay que olvidar que, en esta época, en la que tanto se habla del fin de las ideologías, la utilización de la religión con fines políticos se ha convertido en uno de los elementos esenciales de la geopolítica. Y, mientras se acusa al fundamentalismo islámico de todos los males del mundo y se amenaza a todo aquel que, como China, mantenga relaciones con países no recomendables, se oculta la responsabilidad de las sectas protestantes en la radicalización de ciertos conflictos y hay una clara instrumentalización de las comunidades cristianas árabes en Líbano, Palestina, Siria, Irak Es este pues otro modo de crear artificialmente focos de discordia.

De este modo, la acción propiamente militar no representaría sino una parte reducida del conjunto de acciones hostiles. Se trataría ni mas ni menos que del retorno a una guerra total, pero concebida en "tiempos de paz", concepción que nos conduciría, de hecho, a prever una polarización hostil entre Estados Unidos y sus aliados por un lado y, por el otro, China y la esfera de influencia que ésta haya conseguido crear.

Desde este planteamiento, parece claro cuáles serían los escenarios de guerra: África, Oriente Medio, Asia Central... Al mismo tiempo, se dibujaría una nueva zona, una nueva dimensión de la conflictividad, la de la electromagnética y de la informatica. Las agresiones en esta dimensión podrían acarrear efectos destructivos de una sorprendente amplitud.

Mientras tanto, 2.500 cohetes nucleares estadounidenses apuntan a China (y a Rusia), los portaviones nucleares Nimitz e Independence vigilan el estrecho de Taiwán, y el Pentágono realiza normalmente vuelos espías sobre China. Y, para ir generando opinión, por si acaso, desde los medios se va elaborando la idea del "peligro amarillo".

Por una parte, se sobrevalora adrede el poder militar chino, aún a sabiendas de que Estados Unidos mantendrá la preeminencia durante los próximos 20 años. Se compara a China con la Alemania nazi y el Japón de los años 30, que se fueron construyendo militarmente su "espacio vital" (el lebensraum alemán). Se puede incluso hablar de una campaña para satanizar a China, que se relaciona peligrosamente con países del "eje del mal".

Washington ha resucitado el temor al "peligro amarillo" que alimentó tan poderosamente el racismo y el fascismo en la primera mitad del siglo pasado: esas hordas amarillas, industriosas como hormigas, que, a finales del siglo XIX, inundaron el mercado de trabajo de Estados Unidos, están "comprando" ahora Estados Unidos a golpe de talonario. Estaríamos frente al temible "despertar del dragón", de esa China presente en nuestro inconsciente sobre la que ya Napoleón anunció que "cuando despierte, el mundo temblará". Después de dos siglos de humillaciones, "le ha llegado la hora de la venganza": una gigantesca amenaza amarilla planea sobre el planeta. Los focos de la máquina propagandística estadounidense ya se dirigen hacia la fabricación y difusión mediática de ese monstruo post-industrial que desafía a Occidente, y que, en 2008, con ocasión de los Juegos Olímpicos, va a tener una tribuna planetaria formidable para presentar su imagen de gran potencia industrial, científica y tecnológica.

Esa imaginería del "otro" asiático, taimado y de una refinada crueldad, sexualmente insaciable aunque afeminado al mismo tiempo, y que combina el terror racista a las otras culturas, las ansiedades sexuales y la creencia de que Occidente será dominado por las irresistibles, oscuras, ocultas fuerzas de Oriente; esa imaginería, decimos, surgió en el momento en que los Estados occidentales empezaron la colonización de Asia, racionalizando parcialmente su propio imperialismo con la noción de que un Asia militarmente poderosa era una amenaza para la "civilización cristiana".

Sin embargo, pese a pertenecer por tanto a "otros tiempos" sigue mostrando una gran vitalidad. Y hoy, junto a la imagen del terrorista islámico, se potencia esa otra de China como nueva encarnación del peligro amarillo, sólo que ahora desde el plano económico. Invasión, amenaza, competencia desleal, conquista, culpable de la pérdida de empleo y de la subida del petróleo en base a los viejos prejuicios e ideas preconcebidas sobre "los amarillos", se emplean ahora todos esos términos en forma de alegorías para culpar el ex Imperio del Centro de los males de la economía, los actuales y los por venir. La mafia china, la invasión china, el pirateo chino hasta la gripe aviar sirve para impregnar el subconsciente colectivo con el temor al histórico peligro amarillo.

Que, por cierto, de ser chino a finales del siglo XIX, pasó a ser japonés, luego coreano, luego vietnamita, y ahora es una mezcla de chino-coreano.

¿La amenaza que vuelve del Este?

Todo esto mientras parece retornar una pequeña guerra fría entre "Occidente" y Rusia aunque ahora bajo imperativos energéticos. Vuelven a aparecer "disidentes" envenenados, como Litvinenko, que ponen nuevamente de actualidad el esquema de los famosos villanos supersofisticados de SMERSH, esa agencia de contrainteligencia soviética de las novelas de James Bond, cuya misión era, como sabemos, eliminar a la crema del espionaje del mundo civilizado. Vuelve la campaña propagandística en la prensa occidental acerca del "totalitarismo" ruso.Y es que Washington, que dirige, gracias al lobbying eficaz de los ingleses, la ampliación europea y por supuesto la de la OTAN, intenta no sólo controlar el fortalecimiento de China, sino también el de Rusia, que es el primer productor mundial de gas y el segundo de petróleo, aspira a conseguir contratos nucleares y militares y a consolidarse como potencia, y todavía mantiene una importante capacidad de intervención en la geopolítica.

De hecho, se adivina la mano estadounidense tras las "revoluciones naranjas" de sus aliadas Ucrania y Georgia, tras la posible desestabilización de Turkmenistán, tras los movimientos separatistas del Transcáucaso, o tras la incorporación o deseos de adhesión a la OTAN de diversos países fronterizos con la CEI o pertenecientes a ella. Como en el caso de la República Popular, se trata de cercar a Rusia y de desestabilizarla, dificultando así el desarrollo de la estrategia energética y económica que está trazando Putin, que ha patentizado con recortes de suministro y encarecimiento del gas natural ruso a países "díscolos" de la antigua Unión Soviética, con amenazas a la Unión Europea por el mismo tema, y con conversaciones con otros países productores como Argelia de cara, quizá, a impulsar una OPEP del gas. Todo esto mientras, carente de otra ideología definida, practica un nacionalismo a ultranza: el de la Gran Rusia que quiere superar el sentimiento de humillación por la pérdida del imperio soviético y las dependencias que caracterizaron la época de Boris Yeltsin.

La Federación Rusa posee un extenso territorio, importantes recursos, capacidad militar y ventajosa posición estratégica, pero tiene, junto a los problemas inherentes al modo abrupto en que se deshizo la Unión Soviética, otra seria dificultad estructural: su clara debilidad demográfica. Frente a los 1.304 millones de China y los 1.104 de India, sólo cuenta con 143 millones de habitantes. Le es imposible poblar, por ejemplo, las inmensidades de la rica Siberia, en la que se han asentado ya más de un millón de emigrantes chinos... para empezar. Para defender sus territorios frente a Pekín, además de seguir sobrearmada de ojivas nucleares, Rusia mantiene a su vecino chino a una distancia respetable de sus reservas de hidrocarburos. Según esto, podría ser el aliado objetivo de Estados Unidos y, coincidiendo con lo que sería el escenario más favorable para el Imperio, contener por el norte a la República Popular, mientras por el Oeste le pararía los pies India, y su importante fachada marítima al este y sur quedaría cerrada por Japón y la VII Flota, dentro de la región cubierta por USPACOM (U.S. Pacific Command), una de las 5 zonas militares en las que Estados Unidos ha dividido el planeta para controlarlo, junto a sus 800 bases militares (ver mapa en página 24).

Sin embargo, la realidad no es tan simple, y cada uno intenta jugar su propia partida de ajedrez. Si, desde una cierta perspectiva geoestratégica, a la Federación de Rusia le convendría aproximarse a Estados Unidos para frenar a China, desde otro punto de vista le interesaría unirse a esta para frenar el avance alcanzado por Washington en el espacio postsoviético. De hecho, tanto Rusia como China, a pesar de ser vecinos recelosos, comparten, entre otras cosas, su interés por debilitar el mundo unipolar estadounidense y potenciar la multilateridad, así como evitar el control estadounidense sobre fuentes y flujos de recursos energéticos en Asia Central. Ambos están adquiriendo un peso creciente en la geopolítica mundial. Así, forman parte de la alianza geopolítica de cooperación conocida como Grupo de Shanghái, en la que, junto a ellos dos, participan también Kazajstán, Kirguistán, Uzbekistán y Tayikistán, y cuyo objetivo es la marginalización de la influencia norteamericana en As ia. Los mercados de las cuatro mayores potencias económicas emergentes y en desarrollo acelerado, Brasil, Rusia, India y China, englobadas como BRIC (BRICS, cuando se incluye a Sudáfrica) podrían alcanzar dentro de 30 años, según las previsiones, un producto nacional superior al de los G7. De hecho, se trata de países económicamente complementarios, con una misma visión multipolar y defensores del principio de soberanía intangible de los Estados.

Tampoco hay que olvidar el peso que a favor de la creación de un mundo multipolar podría tener una Unión Europea más unificada y fortalecida que en la actualidad, ni el papel que a favor de una relación mundial más equilibrada podrían desempeñar otros agentes como Oriente Medio o Latinoamérica, donde, tras la crisis catastrófica del modelo neoliberal, los movimientos populares avanzan y la correlación de fuerzas en contra del imperialismo está cambiando lenta pero inexorablemente. A costa de pagar un altísimo precio, como están pagando en Palestina, en Irak, en Colombia y como están pagando los derechos humanos y las leyes internacionales, es decir, toda esa estructura que ellos llaman "democracia".

Comprender la madeja del anticomunismo para enfrentarse a las nuevas ideologías del imperialismo

Empantanado en Irak y Afganistán y fracasada su política unilateral de "militarismo macho", enfrentado en diversas regiones del planeta por el control de los recursos y los corredores de transporte, el imperialismo estadounidense no parece atravesar por su mejor momento. Mientras China y Rusia, los grandes países comunistas de la guerra fría, intentan recuperar ahora el estatus de potencia subordinados e integrados en el gran capital, en otras regiones han aumentado el antiimperialismo y el antineoliberalismo, como respuesta al alto grado de explotación, miseria y represión que estos han provocado. Hay quien habla de riesgo de recesión para 2007, tras un posible estallido de la burbuja inmobiliaria estadounidense, que era la que, junto al aumento del consumo y de los gastos militares, le había servido a Estados Unidos para relanzar artificialmente su economia tras el pinchazo de las empresas de Internet. 2008 no es sólo el año en que Pekín piensa deslumbrar al mundo durante los Juegos Olímpicos, sino que, además, es año de elecciones presidenciales en Estados Unidos, por lo que quizá haya que esperar hasta entonces para ver si un triunfo demócrata va a implicar un cambio profundo en la política exterior del Imperio; si bien, todo hay que decirlo, es algo que no parece muy previsible. Hasta ahora, la recién obtenida mayoría demócrata en el Congreso y en el Senado no ha hecho sino aumentar la tentación proteccionista y el enraizado sentimiento antichino y, además, es improbable que el complejo industrial militar pierda su influencia a la hora de dictar las decisiones de política exterior. Las élites estadounidenses harán lo que sea para evitar su pérdida de liderazgo militar y económico.

La amenaza de nuevas guerras no ha disminuido. Es seguro que, como afirma James Petras, el imperio prepara golpes militares, masacres, intervenciones, corrupción de los líderes populares y represión. Es comprobable que Washington sigue ocupando bases militares, controlando los espacios aéreos, desarrollando nuevas armas de destrucción masiva, potenciando una nueva carrera armamentística, creando tensiones entre países, por ejemplo, entre Venezuela y Colombia, entre Taiwán y China o en la triple frontera (Paraguay, Argentina, Brasil), y manteniendo su operación mundial de balcanización, que empezó con la desarticulación de la Unión Soviética, prosiguió con la de Yugoslavia y de Irak, y ahora trata de dividir Venezuela, Ecuador y Bolivia y de incitar a la rebelión contra el Gobierno central a una serie de etnias iraníes Nadie duda de que, dado el poder del lobby judío, sea demócrata o republicano el futuro presidente estadounidense, Estados Unidos va a mantener su apoyo a Israel y a su política de limpieza étnica en la Palestina ocupada y de extensión de su poder en Oriente Próximo.

Y, sobre todo, y ya más directamente relacionado con el tema que se desarrolla en esta Breve historia del anticomunismo, está claro que el Imperio y sus potentes medios van a seguir elaborando y alimentando lo que Petras llama "distorsiones monstruosas en los medios de comunicación, que convierten a las víctimas en verdugos y a los verdugos en víctimas", y que son siempre versiones de lo mismo.

"Evidencias" de amenazas nucleares y de ataques terroristas inminentes, satanización de Estados y de dirigentes, criminalización de movimientos, grandes mentiras mediáticas (la enorme fortuna de Fidel Castro, el deseo de Irán de borrar a Israel del mapa), falsas acusaciones de ayuda al terrorismo (Sudán, Irán), presentación del Islam como un bloque monolítico amenazante, campañas de propaganda relacionando emigración internacional con terrorismo, aprovechándose así de esa formidable herramienta de movilización de masas que son la xenofobia y el racismo toda una ofensiva ideológica, todo un terrorismo informativo, para enterrar la oposición popular al imperialismo, mantener la supremacía estadounidense en el mundo y justificar su agenda radical en política exterior y militar: America First.

Washington sigue necesitando un enemigo, y ese enemigo, como hemos visto, se fabrica y nos penetra a través de los medios de comunicación, de las instituciones culturales, de los centros educativos y de la propaganda del Estado. Descifrar y analizar los elementos que conforman esa ideología militarista antiterrorista (y anticomunista, y antiislamista) que Estados Unidos utiliza para legitimar su intervencionismo es una de las importantes batallas que, desde la izquierda, nos quedan por combatir, y por ganar.

Así lo manifestaron en el Primer Congreso Internacional de Comunicación Internacional de Comunicación hacia el Socialismo, celebrado en Caracas en diciembre de 2006: el modelo comunicacional dominante es parte fundamental de la ofensiva ideológica imperialista, que busca que, mediante la aceptación de un conjunto de valores, como pueblo y como clase, aceptemos nuestro destino; por lo que es fundamental pasar a la ofensiva y asumir la responsabilidad de construir una alternativa.

Creemos que esta Breve historia del anticomunismo es una interesante aportación para ir desbrozando ese intrincado camino.

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