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Carlo Frabetti :: 16/10/2017

El tigre de Tarzán. Carta abierta a Juan Marsé

Carlo Frabetti - La Haine
Si de verdad crees que la democracia es compatible con la brutalidad policial, con las torturas y malos tratos sistemáticos, con la ley de partidos y la ley mordaza...

Querido Juan:

No es probable que recuerdes, después de tanto tiempo, la discusión que mantuvimos sobre Tarzán a raíz de un artículo mío en el que mencionaba a los dos Burroughs (William y Edgar Rice). Yo sostenía que las historias de Tarzán eran pueriles y reaccionarias, por absurdas, clasistas y racistas, y como ejemplo de la insolvencia de su autor mencioné que había llegado al extremo de situar a un tigre en la selva africana, mientras que tú decías que todo eso era secundario y no mermaba la grandeza de unas novelas de aventuras capaces de inflamar la imaginación de varias generaciones.

Mucho tiempo después (como creo recordar que dijiste alguna vez, te entretienes charlando con unos amigos y a la que te descuidas han pasado veinte años), sigo pensando que yo tenía razón, pero con una diferencia: ahora creo que tú también la tenías; hablábamos de cosas distintas, y la discusión no se prolongó lo suficiente como para que ambos discursos confluyeran y pudiéramos llegar a algún tipo de síntesis dialéctica.

Y quisiera pensar que algo similar podría suceder tras mi profundo desacuerdo con tu conmovedora (lo digo de corazón y sin la menor ironía) carta a Jaime Gil de Biedma,Otoño del 59, verano del 66. Quisiera pensar que, al igual que cuando hablábamos de Tarzán, al hablar del mal llamado “conflicto catalán” nos referimos a cosas distintas, y que nuestros respectivos discursos podrían confluir en un diálogo esclarecedor. Quisiera pensarlo, pero no puedo. Porque la historia del “conflicto catalán” (la versión oficial) no la cuenta un escritor fantasioso que no pretende engañar a nadie, como en el caso de Tarzán: la cuentan los grandes medios al servicio del poder y quieren convencernos de que hic sunt tigres, como se escribía en los mapas antiguos para advertir de los peligros de las tierras incógnitas. Y al parecer tú has dado por bueno el cuento del tigre catalán, aunque en el fondo sabes tan bien como yo que es un tigre de papel; un tigre no solo ficticio, sino absurdo, como el de Tarzán, tramposamente situado en un lugar en el que no tiene cabida,y donde no hay más fieras que las que traen de fuera. Y aunque estoy de acuerdo con algunas de las cosas que dices en tu carta a Jaime, hay una frase que parece escrita al dictado y que no me permite pensar en confluencia alguna: “Hoy vivimos en una democracia, en un Estado de derecho, pero aun así, todo y haber recuperado al fin las libertades y la autonomía, ya sabes que la cabra tira al monte”.

Porque si de verdad crees que la democracia es compatible con la brutalidad policial, con las torturas y malos tratos sistemáticos, con la ley de partidos y la ley mordaza, con la dispersión de los presos políticos, con el régimen FIES, con los desahucios masivos, con la corrupción generalizada, con la sumisión al imperialismo estadounidense, con un reyezuelo mataosos impuesto por un dictador sanguinario y otro que elogia públicamente a los represores, con una “fiesta nacional” que es la celebración de un genocidio, con un nacionalcatolicismo inamovible y una extrema derecha intocable, con la creciente desigualdad social y la malnutrición infantil…; si de verdad crees que hemos “recuperado al fin las libertades” porque ahora pueden salir mujeres desnudas en las revistas, y que los que no nos conformamos con eso somos cabras que tiran al monte, entonces me temo que, si alguna vez volvemos a vernos, será mejor que no hablemos de política. Tendremos que limitarnos a hablar de Jaime y de Manolo, de Carlos y de Terenci, de Ana María y de Montserrat, y de tantas amigas y amigos comunes que se nos han ido, como un par de ancianos que, como dice Jaime en De senectute, se acuerdan de la vida pero a saber dónde estará. Porque reconozco que yo, después de tantas muertes y tantas pérdidas, ya no sé muy bien dónde está la mía, lo que queda de ella.

Pero sigo sabiendo dónde está la única vida que merece ese nombre, la única vida que vale la pena vivir: en la lucha por la emancipación de las personas y de los pueblos. Por eso el 1-O estaba en un colegio de Girona defendiendo, más que unas urnas en las que en este contexto no creo demasiado, a quienes reclaman su derecho a decidir y no se dejan amedrentar, en quienes creo plenamente.

Sé que no contestarás a esta carta, y es probable que ni siquiera la leas; pero tampoco es probable que Jaime lea la tuya. Al menos en una cosa seguimos estando de acuerdo: en la necesidad de hablar aunque parezca inútil.

 

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