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Pensamiento, Estado español :: 01/11/2007

El lugar del crimen en la institución. Hacia un nuevo ejercicio político de la corrosión en la Enseñanza

Pedro García Olivo - La Haine
Desde una perspectiva de ?negación del Sistema?, de rechazo del Capitalismo, todo profesor franco consigo mismo en medio de su isumisión, insobornable, ha de reconocerse en posición de anarquista coronado

1)

Por oposición al trabajo de los “educadores”, a la práctica social de los “profesores” (que, como subrayaron Illich y Reimer, acusa los mismos rasgos definitorios en todas partes, con independencia del tipo de régimen en que se inscribe, comunista, fascista o ‘democrático’), he procurado esbozar en El Irresponsable un paradigma distinto, una ‘estrategia corrosiva’ que exige, más bien, la figura insólita del “anti-pedagogo”, del “des-educador”, del “contra-profesor”. Esta figura no se reconoce ya en las ideas y en la praxis de un Freire, un Blonskij o un Neil. Sintoniza mejor con el gesto de un Groucho Marx que, en Sopa de ganso, nombrado Rector, confiesa su intención de que, con él, la Universidad funcione “todavía peor”; con la anti-prédica de un Zaratustra que habla así a sus discípulos: “mi consejo, realmente, es que os alejéis de mí y me olvidéis”; con la maravillosa odisea interior de Heliogábalo, el “anarquista coronado” de Antonin Artaud, emperador que se viste de prostituta y se vende por cuarenta céntimos a las puertas de las iglesias cristianas y de los templos romanos...

El paradigma de la irresponsabilidad, que aboca a una práctica criminal de la docencia, exige (decía) la figura del anti-pedagogo, del contra-profesor que no pretende hacer nada “por” los estudiantes, “para” ellos y “en” ellos -nada por el ‘bien’ de los alumnos y, de paso, por la ‘mejora’ o ‘transformación’ de la sociedad, ningún tipo de hombre que modelar... Sólo así cabe concebir la “anti-pedagogía”. El Irresponsable lucha ‘contra’ la máquina escolar, y aspira a provocar su avería. Es un ‘mecánico’ perverso, un destructor sin escrúpulos, un genio del sabotaje, un artista de la descomposición, un maniático del estropicio...

Suelo hablar de ejercicio “irresponsable” de la enseñanza para subrayar el hecho de que, desde la anti-pedagogía, no es admisible el principio de responsabilidad profesoral, principio dependiente de una concepción ‘elitista’ del Educador como miembro de una especie de aristocracia del saber (y de la moral): el educador en tanto ‘forjador’ de sujetos críticos, independientes, autónomos, etc.; el educador como benefactor social y moldeador ‘ilustrado’ de la juventud, condición de un futuro mejor... Y hablo también de “práctica criminal” de la docencia porque, con su labor, los anti-profesores procuran siempre transgredir la Ley desde fuera de la Moral; rebasar el ámbito de la ‘desobediencia inducida’, del ‘ilegalismo útil’, para arraigar en el dominio de lo Intolerable, de lo Inaceptable, de lo Insoportable -el lugar del crimen en la Institución. De ahí su afición al “ludismo”, valorado como forma legítima de contestación, como insumisión absoluta al principio de realidad capitalista, como subversión simbólica de todo orden coactivo, como negación insobornable de la ética del Sistema. El anti-profesor en ejercicio, saboteador de la máquina escolar, simpatiza, por tanto, con el ludismo de los estudiantes (destrucción del “mobiliario escolar”, pupitres, sillas, pizarras y otros instrumentos de tortura; pero no sólo eso: también el fraude en los exámenes, la falsificación de los boletines, la intimidación de los calificadores, la burla, la chanza, la parodia, los motes, el absentismo, ‘reventar’ las clases, empujar poco a poco al docente a la neurosis, las pintadas, los robos, la risa, la agresión, la insubordinación clamorosa, la maledicencia,..., formas, todas estas, de resistencia estudiantil, de defensa de la propia subjetividad, del propio “carácter”, situado invariablemente en el punto de mira de una Escuela por definición policial y de un profesorado a fin de cuentas mercenario) y lo desarrolla en su terreno, importunando y soliviantando al resto de los “enseñantes”, obstruyendo -o eternizando- los Claustros, las Juntas, las Reuniones, coadyuvando al ‘extravío’ de las actas, de los documentos, de las cartas, de los ‘papeles’oficiales, saqueando la biblioteca y regalando después los libros, denunciado a éste o aquél colega por “malos tratos” y al Inspector mismo por “incompetente”, no tomándose jamás en serio ninguna de las palabras proferidas por los ‘cargos directivos’ del Centro, permitiéndose todo tipo de gestos obscenos y de ‘provocaciones simbólicas’ ante las autoridades educativas, exhibiendo desde el principio un comportamiento “inejemplar” y hasta francamente “delictivo”, riéndose en la cara de todo el mundo y manifestando sin descanso un brutal olvido de sus ‘deberes’ profesionales, dando en todo momento la impresión de no temer a nada y de vivir como de paso por la Institución, jugando y rompiendo, disfrutando y violentando,... La lucha de el Irresponsable contra la Escuela asume así una extraña condición, una índole singular, escapadiza, sin duda “inmoral” (“toda lucha es inmoral”), trágica y festiva a la vez, abierta a la fantasía, al humor, a la imaginación, al juego, a lo gratuito, al gesto, a lo supuestamente absurdo, a lo incomprensible e insuscribible, a lo terrorífico, a lo creativo, a lo patético, a lo desquiciante, a lo conmovedor -abierta, en una palabra, al arte y a la locura. Parte, en consecuencia, del Dolor; y no sabríamos decir hacia dónde apunta...

En tanto factor de desescolarización, por otro lado, el anti-profesor tiende a borrar la Escuela “en” la Escuela misma: en torno a él no hay control de la asistencia, no hay programación, no hay temario, no hay asignatura, no hay ‘dinámica’ (ni siquiera participativa), no hay examen,... En realidad, en torno a él no hay “clase”, no hay Escuela. Al Irresponsable se le puede ver por los pasillos, por las aulas, por los departamentos, no haciendo aparentemente nada (sin embargo, siempre está tramando algo, concibiendo algún mal, corrompiendo no se sabe qué cosa), como un mero “instrumento” al que los estudiantes pueden recurrir si les apetece. Así se presenta: desde el punto de vista de la transmisión cultural, como un recurso para la ‘auto-formación’ de los jóvenes, un útil que se puede usar o no; desde el punto de vista de la negación del poder, como un destructor de la máquina...

De todo lo dicho se desprende que, por su oposición a la lógica docente, por su insumisión a las principales figuras legales de la Escuela (asistencia, temario, método, examen, gestión, disciplina,...), por su propensión al ludismo (así como Baudrillard sostuvo “la importancia de los vidrios rotos en la protesta obrera”, el Irresponsable defiende “el interés y el sentido del Instituto quemado en la revuelta estudiantil”), los anti-profesores desarrollan su tarea en un ambiente de ininterrumpida “represión administrativa” -amonestaciones, denuncias, expedientes, sanciones, etc.- y cifran su ‘victoria’ absoluta, su ‘éxito’ definitivo, en conquistar la Expulsión. La estrategia ‘corrosiva’ se concibe como un “recorrido”; tiene un principio y un final: el final que quiere es la Expulsión, única garantía del peligro de su lucha, de la verdad de su sublevación. Diría, por último, que el paradigma de la irresponsabilidad en la docencia, al que me sujeté durante dos años, linda con la experiencia de la creación artística (del teatro, si bien de la Crueldad; de la poesía, aunque ‘maldita’; de la literatura, pero escrita con sangre) y es inseparable de un inquietante proceso esquizofrénico. De todo esto, que he pretendido solamente indicar aquí, y aún de forma muy apretada, trata El Irresponsable, una obra intempestiva.

2)

La práctica anti-pedagógica, anti-profesoral, del Irresponsable ha tomado en parte como modelo, ciertamente, a Heliogábalo, el “anarquista coronado” de Antonin Artaud...

Así como Heliogábalo es un “anti-emperador” que ejerce, aparentemente, de emperador; el Irresponsable es un “anti-profesor” que, según dicen, se dedica a la enseñanza. Así como aquél cuestiona todo el orden político-social, y moral, del Imperio Romano; éste atenta contra el Orden de la Escuela y la ‘ética’ educativa. Así como Heliogábalo no tiene “nada” que hacer por sus súbditos y, en el fondo, sólo los contempla como ‘público’; el Irresponsable “nada” hace por sus alumnos, en quienes a menudo no sorprende más que a unos ‘espectadores’. Así como aquél introduce el teatro y la poesía en el trono de Roma (contra el trono de Roma); éste concibe su práctica corrosiva como ejercicio de la creación artística. Así como se pudo decir de aquél que estaba “loco”, se podrá considerar que a éste la esquizofrenia lo constituye. Así como Heliogábalo, según Artaud, no fue “un loco”, sino un “libertario”, y un “libertario” irrespetuoso, en lucha contra el Sistema desde la cúpula del mismo; el Irresponsable, en mi opinión, es mucho más que “un esquizo”, y su trabajo responde exactamente a lo que cabría esperar de una práctica “antiautoritaria” de la docencia, vuelta contra el hecho mismo de la docencia. Y así como aquél “se hizo asesinar” para poner punto y final a su terrible odisea interior, éste pretende “hacerse expulsar” para que el aparato no encuentre nunca la forma de ‘integrarlo’.

“En la primera reunión un poco solemne, Heliogábalo (nos cuenta Artaud) pregunta brutalmente a los grandes del Estado, a los nobles, a los senadores en disponibilidad, a los legisladores de todo tipo, si también ellos han conocido la pederastia en su juventud, si han practicado la sodomía, el vampirismo, el sucubato, la fornicación con animales, y lo hace en los términos más crudos. Desde aquí vemos a Heliogábalo maquillado, escoltado por sus queridos y sus mujeres, pasando en medio de los vejestorios. Les palmotea el vientre y les pregunta si también ellos se han hecho encular en su juventud... ‘Y éstos -comenta el historiador Lampridio-, pálidos de vergüenza, agachan la cabeza bajo el ultraje, ahogando su humillación’.” El Irresponsable apoya su mano en el hombro de sus ‘compañeros’, les guiña un ojo y les pregunta: “¿Qué? ¿A cuantos os habéis cargao esta vez? ¿A casi toda la clase? ¡Eso está bien, toda la clase suspensa! ¡Así se hace!”. Heliogábalo se viste de prostituta y se vende por cuarenta céntimos a las puertas de las iglesias cristianas y de los templos paganos. Atenta así contra la figura misma del Emperador, contra la ‘dignidad’ del trono -y contra la religión, contra la moral...Un “anti-profesor” disfrutó en secreto el día en que sus alumnos, poniéndole una navaja de afeitar en la garganta, le sugirieron que ésa era la manera correcta de ‘consensuar’ las calificaciones. Como dio a todo el mundo “sobresaliente” (y había ‘razones’ para ello: la navaja estaba muy afilada), los muchachos, apiadándose de él, se limitaron a afeitarle el bigote y la perilla. Dando lugar a esto, haciéndolo posible conscientemente, el anti-profesor atenta contra la figura misma del Educador y contra la supuesta ‘dignidad’ de su función -y, de paso, atenta contra el examen, contra la calificación, contra la ‘ética’ escolar... Al poco tiempo de llegar a Roma, Heliogábalo echa a los hombres del senado y pone mujeres en su lugar. Nombra a un bailarín a la cabeza de su guardia pretoriana; y sitúa en puestos de alta responsabilidad a un muletero, a un vagabundo, a un cocinero, a un cerrajero. Elige, en fin, a sus ministros por la enormidad de su verga... Heliogábalo, dice Artaud, “trastorna el orden establecido, las ideas recibidas, las nociones comunes de las cosas. Realiza una anarquía minuciosa y muy arriesgada, puesto que se descubre a la vista de todos. Se juega la piel, para decirlo en pocas palabras. Y esto es cosa de un anarquista valeroso.” Un ‘irresponsable’, en cierta ocasión, recogió a un vagabundo borracho de la autovía y, retribuyéndole con mil duros, lo nombró su sustituto para las clases de “ética” de la jornada. Hizo lo mismo más tarde con una extraña ama de casa, adúltera y esquizofrénica; y con un joven ‘inejemplar’, ex-presidiario, ex-desertor, delincuente en activo... Heliogábalo había proyectado -cuenta el historiador Lampridio- “establecer en cada ciudad, en calidad de prefectos, a gente cuyo oficio sería corromper a la juventud. Roma habría tenido catorce; y lo habría hecho, si hubiera vivido más tiempo, decidido como estaba a enaltecer lo más abyecto y hacer honorables a los hombres de las profesiones más bajas.” El anti-profesor detesta a los “delegados de curso” serios y razonables; prefiere instituir, en su lugar, “comités de fuga” enloquecedores, destemplantes. De entre los alumnos, le indignan los ‘aplicados’, los ‘estudiosos’, los ‘responsables’; y tiende a simpatizar con los ‘inasimilables’ y los ‘revienta-clases’. Como señala Artaud, “es fácil culpar a la locura y a la juventud por todo aquello que, en el caso de Heliogábalo, no es más que el rebajamiento sistemático de un orden, y responde a un deseo de desmoralización concertada. En Heliogábalo veo no a un loco, sino a un insurrecto. Su insurrección es progresiva y sutil, y primero la ejerce contra sí mismo.” Profundizando en esta empresa de desorganización moral, de degradación de los valores, el anti-emperador hace cosas difíciles de ‘interpretar’, de ‘asumir’, de aprehender ‘racionalmente’: castra a buena parte de los parásitos de la Corte, nobles, consejeros, potentados, etc., y arroja sus miembros, junto con granos de trigo, en pequeñas bolsas, desde las torres de su Palacio, el día de las fiestas del dios Pitio. “Nutre a un pueblo castrado”, interpreta Artaud... También los anti-profesores, en su lucha contra la moral educativa, en su práctica corrosiva, hacen cosas difíciles de ‘justificar’, como sustraer los estúpidos maletines de sus ‘compañeros’, atormentar meditadamente a los ‘directores’ de los Centros, embozar los desagües de los lavabos, pegarle fuego a las Actas de Evaluación o sabotear las reuniones del Consejo Escolar... Ahora bien, no suelen equivocarse de objeto: no suelen ‘afectar’ a los alumnos. Se puede decir de ellos lo que dijo Artaud a propósito de Heliogábalo: “Su tiranía sanguinaria, que jamás se equivocó de objeto, nunca afectó ni atacó al pueblo. Todos aquellos a quienes Heliogábalo envía a galeras, castra o flagela, los extrae de entre los aristócratas, los nobles, los pederastas de su corte personal, los parásitos de palacio,...” Heliogábalo, en fin, introduce el teatro y la poesía libres en el trono de Roma: “Su pasión por el teatro y la poesía en libertad se manifestó especialmente con ocasión de su primer casamiento. A su lado, y durante todo el tiempo que duró el rito romano, colocó a una decena de energúmenos borrachos, que no dejaban de gritar: ‘¡Perfora! ¡Introduce!’, ante el gran escándalo de los cronistas de la época, que omiten describirnos las reacciones de su novia.” El Irresponsable, por su parte, cuando toma la palabra en la Institución no lo hace para ‘exponer’, para ‘ilustrar’, para ‘formar’; sino, dentro de las coordenadas del Teatro de la Crueldad, para ‘crear’, ‘estremecer’, invitar a la risa o al llanto, configurar una obra artística que debería conservar el poder de herir...

Desde una perspectiva de “negación del Sistema”, de rechazo del Capitalismo, todo profesor franco consigo mismo en medio de su isumisión, insobornable, ha de reconocerse en posición de anarquista coronado. La figura del Educador, del Enseñante, del Profesor, es, en sí misma, una figura de poder, una figura autoritaria. Por ello, un profesor genuinamente “crítico”, capaz de una despejada “autopercepción”, debe negarse en primer lugar a sí mismo como engendro del poder y fuente de la autoridad; debe “auto-destruirse” al modo de Heliogábalo, ejercer contra lo que representa, de-sacralizarse, construirse como anti-profesor ‘magistral’, contra-educador inadmisible, ridículo. En cierto sentido, ha de convertirse en “víctima” de sus alumnos. De lo contrario, se adhiera a la ideología que se adhiera, continuará funcionando como propagandista psíquico del Sistema, agente dominado de la Dominación, modelo de autoridad y de jerarquía, lo mismo en el aula que en el bar, no menos en la calle que en el Centro...

Todo esto lo sabe el Irresponsable, que aspira a que algún día se pueda decir de él lo que Antonin Artaud sostuvo a propósito de su maravilloso, y quizás soñado, “anti-emperador”: “Se ensaña sistemáticamente, ya lo he dicho, en la destrucción de todo valor y de todo orden(...). Y es aquí donde se le ve palidecer, donde se le ve temblar, en busca de un brillo, de una aspereza a la que aferrarse ante la horrorosa fuga de todo. Es aquí donde se manifiesta una especie de anarquía superior, en la que arde su profunda inquietud; y corre de piedra en piedra, de brillo en brillo, de forma en forma, de fuego en fuego, como si corriera de alma en alma, en una misteriosa odisea interior que nadie ha vuelto a emprender después de él.”

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