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Estado español :: 18/04/2006

El negocio de la pobreza: una violencia con mayúsculas no condenada por nadie

Crespo - La Haine
El sistema capitalista postmoderno, en su salvaje construcción de la estratificación social, siempre ha mantenido a un sector concreto de la población en la extrema pobreza. La gente de las chabolas, los marginados, los desposeídos, desescolarizados... Las personas excluídas que no pertenecen al proletariado sino que son una sub-clase que vive, en buena medida, de lo que tiramos los demás.

La democracia encontró rápidamente un nombre para ellos: población excedente. Es decir, población sobrante, que está de más. Pero esta población fue rápidamente recuperada por el neoliberalismo para ser rentabilizada salvajemente, para ser útil a las empresas, multinacionales y ONGs. Pragmáticas, así mismo, para el Estado y sus intereses represivos.

Un sector de la población hacinado a las afueras de las ciudades que no trabaja, que no consume, que recicla la basura y que delinque para sobrevivir. Una población que, sin un proyecto revolucionario planificado ni organizado, ataca la propiedad privada e infinidad de costumbres democrático-burguesas. Actitudes intolerables para el buen ciudadano pequeño-propietario, felizmente contento creyendo que los bienes son suyos y no de la banca, sonrientemente satisfecho de defender a la empresa para la que vende su fuerza de trabajo como si fuera suya, agradecido a la hipoteca, votante conformista, alimentando al sistema que le oprime mientras cree que le libera.

La retórica de la burguesía ya se vaticinaba en las últimas décadas del franquismo: sin movimiento obrero combativo habrá más beneficios para nuestros bolsillos empresariales. Reconocieron formalmente unas condiciones de vida mejores, mientras realmente las precarizaban, todo ello con el apoyo decidido e indispensable de fuerzas políticas como el PCE, CCOO y UGT. Supieron jugar bien, le dieron capas nuevas a la dura corteza de la dominación. En el plano represivo, los mecanismos de control se sofisticaban y el nuevo paradigma era -y es- introducir en la mente de las personas, en sus comportamientos y en acciones, un policía. Esa es la esencia de la democracia, incorporar un represor en cada individuo -que le impida ir más allá de los límites establecidos por el poder- y denominarlo, sutilmente, ciudadano.

Mientras tanto, algo se les escapaba: unos peligrosos seres habitan en las afueras de las ciudades, herederos de la pobreza, de la mísera, incapaces de nada para el mundo del trabajo, sobrepasados por los avances tecnológicos, analfabetos del orden capitalista, capaces de todo para lo que los poderosos -y quienes les apoyan sin serlo- denominan delincuencia. Una población aparentemente molesta para el capital, incómoda para los valores occidentales de perfecto orden desigual, que desobedece los planteamientos que dicta el estado, que impone el mercado, que escapa a la homogeneización cultural a la que nos someten los medios de comunicación de masas, las escuelas, universidades, instituciones... En definitiva, que no participan -aunque sea de forma inconsciente, no premeditada, sino movida por la necesidad de la supervivencia- como piezas perfectamente encajadas del reloj productivo por el que se rige el mundo. Población fundamentalmente pobre, oprimida, que potencialmente puede organizarse y propiciar una lucha en post de las conquistas sociales. Población, por tanto, que estorbaba y ha sido progresivamente criminalizada para poder ser rentabilizada por las élites de poder.

La heroína, introducida por los diferentes gobiernos y patronales, sobre todo en los años 80, vino a desarticular un tejido social natural creado en los barrios, que a pesar de ser reformista en sus objetivos, era reivindicativo, de base, organizado y podía ser potencialmente -en una radicalización de los procesos políticos y sociales- anticapitalista. El Estado, fundamentalmente en los años del PSOE, supo destrozar por completo esta organización espontánea, incluso puntual, que luchaba por el amejoramiento de las condiciones de vida. Por un lado, dividió a los sectores vecinales, comprando y recuperando para sus intereses políticos a los personajes más populares de los barrios. Por otro, extendió el concepto de delegacionismo como única forma de mejorar las condiciones de vida con el claro fin de conseguir votos para ascender en la escala de poder, frenando cualquier reivindicación demasiado excesiva (como la crítica al trabajo asalariado o a los Pactos de Moncloa). Esto se lo trabajaron muy bien partidos como IU.

El poder no dudo en recurrir para este desmantelamiento social al exterminio: mataron directamente a un sector importante de esa población a través de la heroína, pudiendo lavarse las manos ante la opinión pública, excusándose en que la raíz del fenómeno atendía a redes de narcotraficantes externas al estado y la patronal, cuando era justo al contrario. No fue casualidad que, durante un tiempo, un gramo de heroína costará prácticamente lo mismo que uno de hachís y que se vendiera en los mismos sitios. Que hubo varias generaciones perdidas -más bien asesinadas- en los barrios obreros, a causa de la droga y de las enfermedades que de ella se derivaran, como el SIDA y la hepatitis, lo sabe bien la gente de los barrios madrileños, por citar dos ejemplos, de Vallecas y Carabanchel. Y que los policías fueron los perros verdugos, que a cambio de un salario, hicieron esa sucia labor, también.

Así pues, la democracia sustituía, mediante diferentes mecanismos muy bien diseñados, este tejido social natural organizado por uno puramente artificial, institucionalizado, jerarquizado y burocratizado. Sabían que la revolución nunca podría ser subvencionada y lo aplicaron. ONGs y asociaciones, satélites de partidos políticos, iglesia, sindicatos.... se expandían por todos los barrios desarticulando cualquier movimiento social espontáneo y relegando la capacidad decisoria de la gente al estrecho ámbito de su casa. El voluntariado se impulsaba como la manera "rebelde" de participar en la sociedad, consiguiendo así que la juventud participará en la perpetuación del orden establecido, de manera obediente, gratuita y "solidaria". Las ONGs eran potenciadas con fuerza, incluso en el ámbito de la publicad: ¡Hazte socio! es la consigna por la que compiten estas empresas de estado denominadas engañosamente no gubernamentales. Al tiempo, entraban a escena las multinacionales para llevarse parte del pastel, sacando rentabilidad económica de donde aparentemente no la había: de los barrios obreros y las periferias marginales.

¿Cómo es posible enriquecerse de quienes nada tienen? Miles de planes para "paliar" la pobreza se suceden anualmente. Proyectos emanados del Estado gestionados por las empresas que dicen acabar con la pobreza mientras la perpetúan enriqueciéndose de ella. El ejemplo más claro de ello son los mal llamados reformatorios, por un el lenguaje democrático mentiroso nacido en la transición en medio del colaboracionismo de clases más vergonzoso. Las cárceles de menores del estado Español están gestionadas por grandes empresas, multinacionales y oligopolios privados subvencionados por la administración pública. Empresas como Siglo XXI, Cicerón.

Eulen, Arquitempo, Diagrama, Tramma, Grupo Norte.... se lucran económicamente por recluso-día. Subcontratas y ETTs, se encargan, a su vez, de amasar dinero gestionando la seguridad, la limpieza, la "educación", la construcción, el mantenimiento... de dichas cárceles. Chicos y chicas, en su mayoría, venidos de los barrios periféricos o de los países del sur que bordean a Europa, residuos anacrónicos del clasismo y la explotación, son hacinados en celdas, aislados en regímenes como el FIES denominados con eufemísticos nombres, atados con grilletes a las camas, custodiados por las fuerzas represivas y juzgados por le brazo legislativo del Estado.

El silencio cómplice de los medios de comunicación hace que esta narración sea, para quien no conoce el asunto de cerca, una especie de novela de ciencia ficción. Sin embargo, esta es la realidad cotidiana que nos depara el sistema carcelario. Ni si quiera es ya el Estado el encargado de gestionar las cárceles -algo ya de por si repugnante- sino que son los empresarios quienes se enriquecen de los presos. A más presos, más fortuna.

El periodismo se encarga de criminalizar a la juventud fomentando una sensación de miedo, rozando el pánico, como si la violencia -algo presente en toda la sociedad e inoculada estructuralmente en todos los ámbitos de la vida- fuera sólo producto de trastornados jóvenes con catanas, peligrosos inmigrantes pandilleros y alocados muchachos de los institutos en los barrios pobres. Sin ir a las causas de los problemas, que no son otros que las desigualdades creadas interesadamente por el poder, y por lo tanto, la división clasista de la población en barrios de pobres y ricos; se vacía de contenido esta compleja cuestión, reduciendo y simplificando el problema, culpabilizando sólo a los menores de edad de sus comportamientos. Mientas tanto, el Estado se lava las manos y entrega dinero a los empresarios para que se enriquezcan a costa de estos chicos. Las empresas cuentan por millones los beneficios que les genera este suculento negocio que pagamos todos, pues es financiado con dinero público.

La comunidad de Madrid destina más de 200 euros día a cada preso menor interno. Dinero que escandalizaría si se le diera a las familias excluidas para salir de la pobreza. Pero así funciona la barbarie capitalista: ese dinero, ante la ignorancia popular y el consentimiento institucional, va destinado a todos los intermediarios que de este negocio viven. Superávits escandalosos pasan a engrosar a manos de los empresarios, accionistas, ETTs, subcontratas, ONGs, asociaciones..... Toda una serie de mano de obra comprada para la ocasión vive -en la mayoría de los casos satisfecha de contribuir a un cambio social- de este flujo económico repugnante: pedagogos, trabajadores sociales, neocarceleros, vigilantes de seguridad, policías privados, médicos, enfermeros, psicólogos... cobran del negocio de la pobreza. La miseria no escapa a la dictadura del plusvalor, que no duda de enriquecerse a costa de la desigualdad interesadamente creada, del dolor infligido, de la tortura cotidiana consentida, de la aniquilación de la vida.

El negocio de la pobreza es algo que una institución tan despreciable como la iglesia, siempre practicó en nombre de la caridad y la bondad judeo-cristiana. Bien ha sabido el capital aprenderse la lección. No obstante, la Iglesia tiene un hueco bien reservado para sí. Los toxicómanos, por ejemplo, son otra fuente inagotable de riqueza. Proyecto Hombre, Reto, Remar, El patriarca.... practican, desde el dogmatismo más absoluto, decenas de planes de "reinsercción" y "desintoxicación". Alejándoles del "pecado de la droga" se enriquecen, a golpe de subvención. Llevan a los drogodependientes a sus "fabulosas" granjas, alejadas del mundanal ruido, inoculándoles los valores católicos más reaccionarios. Las estrategias de estas empresas han demostrado que son inútiles: más de un 90% de los toxicómanos que pasan por sus manos no superan el problema, muchos incluso empeoran. Sin embargo, se perpetúan los mecanismos de "reinserción" utilizados por ellas. Y es que es mucho el dinero a perder si la toxicomanía merma. No podrán nunca las empresas que viven de los toxicómanos acabar con sus adicciones. Al igual que no lo harán las empresas que se lucran con las cárceles de menores si desparecen los pequeños presos.

Ni las ONGs si contribuyeran a la disminución -ya no digamos a la desaparición- de la pobreza a escala planetaria. Del mismo modo que nunca acabarán con las enfermedades los fármacos; ni con la basura las empresas que se lucran a costa de reciclarla.... Fomentaran que el problema que dicen acallar crezca, pues significa más y más dinero, ahí radica un principio fundamental del parlamentarismo moderno. Bienvenidos todxs a la democracia, bienvenidos todos a la dictadura del dinero, a la tiranía del mercado.

Aquí esta el suculento negocio. Hay muchos ejemplos más: la prostitución, las adopciones, las ONGs tanto en el estado español como en el llamado tercer mundo, la cárceles de inmigrantes (llamadas centros de internamiento), los centros de tutela, etc...

El gran negocio de la pobreza, una VIOLENCIA con mayúsculas no condenada por nadie, oculta, escondida de la opinión pública y diseñada en los despachos político-empresariales.

Una injusticia difícil de combatir, como otras tantas, porque es difícil luchar contra el desconocimiento generalizado de los problemas. Hagamos pues que se conozca y pongamos todos los medios a nuestro alcance para pararla.


crespez@hotmail.com

 

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