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Pensamiento :: 29/04/2007

El pacto federal

Miguel Riera Montesinos
La única posibilidad de encontrar una fórmula que permita que todo el mundo se sienta razonablemente bien "encajado" en esta tierra complicada y diversa consiste en que la organización del Estado sea federal.

A menudo me pregunto si existe alguna forma de que en este país podamos discutir de cosas que afectan de verdad, en su cotidianidad, a la totalidad de los ciudadanos -especialmente a los de abajo- en vez de darle vueltas al interminable conflicto de la territorialidad. Y siempre llego a la misma conclusión: la única posibilidad de encontrar una fórmula que permita que todo el mundo se sienta razonablemente bien "encajado" en esta tierra complicada y diversa consiste en que la organización del Estado sea federal. No hay otra.

Cierto es que siempre habrá una minoría que, como hoy, aspire a la soberanía, pero en un marco federal las posibilidades de que esa minoría se adueñara del espacio político, y consecuentemente del mediático, son muy bajas, de modo que otras cuestiones relevantes podrían ser debatidas a fondo y la clase política se ocuparía
prioritariamente de resolver los problemas reales que la sociedad precisa que se aborden urgentemente (por poner un ejemplo, no sería mala cosa empezar con el tema de la vivienda).

Me temo, sin embargo, que el asunto va para largo, principalmente porque para que la estructura del Estado español sea federal es preciso signar un pacto entre todas -todas- las fuerzas políticas que implique la lealtad de todas ellas a la nueva configuración del Estado. Lealtad significa que un estado federal no puede ser entendido como un escalón más en las reivindicaciones que han de conducir finalmente a la independencia. Un estado federal sólo puede ser considerado como fin de etapa, y es posiblemente la desconfianza en la futura lealtad de los nacionalismos periféricos lo que hace que fuerzas genuinamente federalistas se lo piensen dos veces antes de tomar medidas que lleven al federalismo. Además, federalismo implica que debe haber igualdad entre los federados. No se trata de que el café sea exactamente igual para todos, pero sí que todos estén igualmente satisfechos con su taza. Y eso es difícilmente conseguible cuando algunos piensan que su taza ha de ser más bonita y más grande que las de los otros porque algún antiguo designio -¿divino?- lo ha establecido así.

Tampoco hay que confundir lo que es un estado federal con lo que sobre el papel es un estado confederado (que yo sepa, y al margen de que alguien pueda denominar así a su estado, no conozco ningún país organizado confederalmente; esa es una vía que conduciría tarde o temprano a la desintegración, y tal vez violenta). Por eso, las reclamaciones de bilateralidad que se formulan desde algún nacionalismo no son
aceptables.

Pero, por encima de cualquier otra consideración, existe otro problema de muy difícil solución: el soberanismo, aunque es francamente minoritario incluso en las ¿naciones, nacionalidades, autonomías, regiones? donde más bulla se arma al respecto, depende, para mantener su cuota de poder, de un nicho electoral que no puede dejar de ser alentado. Renunciar al proyecto independentista dejaría sin "mercado" electoral a formaciones como Esquerra Republicana en Cataluña o Batasuna y Eusko Alkartasuna en Euskadi, por poner algún ejemplo. Sus dirigentes deberían en la práctica o integrarse en otras formaciones políticas o regresar a dar clases al instituto o, peor todavía, ponerse a trabajar en alguna oficina
bancaria. Algo completamente impensable.

Y tampoco podemos olvidar, para completar el cuadro, a los que últimamente han descubierto las profundas esencias de la patria española y que, imitando los patrioterismos de los nacionalismos periféricos, han descubierto que envolverse en la bandera rojigualda -aguileña o borbónica-, les proporciona un suelo electoral firme desde el que esperan poder catapultarse para alcanzar el gobierno.

De manera que tenemos un problema: hay una solución posible, pero los que deberían ponerla en práctica son los principales impedimentos de la misma.

Sólo un pacto que reconvierta al Estado español en un estado federal podría echar aceite en unos goznes que ya llevan chirriando demasiado tiempo. Pero nadie parece dispuesto a ello.

Así pues, tenemos conflicto territorial para rato.

Paciencia y barajar.


Miguel Riera Montesinos es director de la revista El Viejo Topo

 

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