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Pensamiento :: 18/10/2006

El primitivismo en la sociedad tecnológica.

Miguel Amorós
La resistencia al proyecto tecnocapitalista de esclavización total ha podido manifestarse en la protesta contra el desarrollismo, en la contestación antinuclear, en la defensa del territorio y en las luchas contra la precariedad, pero se halla lejos todavía de unificar sus propuestas antisistema y formular un proyecto radical.

"Soy tan libre como el primer hombre que la naturaleza fabricara
Antes de que las infames leyes de la servidumbre comenzaran
Cuando bravío por los bosques el noble salvaje corría."

La Conquista de Granada, John Dreyden, siglo XVII

A medida que el capitalismo ha entrado en la fase de globalización, la sociedad entera ha quedado sumergida en un sistema tecnológico que la aprisiona y condiciona. La sociedad tecnológica es la más jerarquizada a la vez que la más opresora. El poder, la autoridad y la riqueza se han concentrado en grupos cada vez más reducidos, mientras la opresión se ramifica y extiende penetrando en todos los ámbitos de la vida cotidiana, con tanta más facilidad cuanto mayor ha sido el grado de tecnificación alcanzado. La tecnología seduce a sus víctimas con una promesa de libertad que envuelve y encierra a quienes sucumben ante ella. Los individuos sobreviven desarraigados y domesticados en un espacio redefinido por la tecnología, en una tecnosfera, llevando un modo de vida dominado por el consumo, el trabajo, la masificación, el aislamiento y la movilidad. Un mundo cada vez más artificial e inhabitable amanece sembrado de instalaciones nucleares, transgénicos, centros comerciales, autopistas, vertederos y zonas residenciales, configurando un espacio donde se desarrollan a sus anchas el control social, el urbanismo depredador y la degradación ambiental, y donde la pérdida de la autonomía colectiva y el desmoronamiento moral y psíquico de los individuos tienen carta blanca para progresar indefinidamente.

La resistencia al proyecto tecnocapitalista de esclavización total ha podido manifestarse en la protesta contra el desarrollismo, en la contestación antinuclear, en la defensa del territorio y en las luchas contra la precariedad, pero se halla lejos todavía de unificar sus propuestas antisistema y formular un proyecto radical. Mientras tanto, ha de conjurar un peligro interno, el de la recuperación por parte de la política, el asociacionismo venal, el ecologismo neutro o los seudo movimientos ciudadanistas, quienes tratan de reducirla a mera coreografía de la cogestión de la catástrofe, puro soporte electoral de equipos empeñados en sostener que otra forma de capitalismo es posible.

Otro peligro no menos importante lo constituyen la falsa conciencia y la deriva ideológica. La crítica antidesarrollista no ha hecho más que emerger. Es en gran parte espontánea y le falta todavía camino para llegar a una conciencia unitaria del mundo. En esa tesitura los vacíos teóricos pueden ser mal rellenados por ideologías que tratan de explicar el mundo desde una determinación particular, desde un concepto limitado y más o menos abstracto, como puede ser para el primitivismo la naturaleza o el estado salvaje, mediante simplificaciones sui generis basadas en descubrimientos sociológicos, etnográficos y antropológicos. Una de esas ideologías es el primitivismo. Nació en los años noventa del pasado siglo en Estados Unidos, fruto de la confluencia de los restos de contracultura, el ecologismo "profundo" y el anarquismo individualista y naturista, y se dio a conocer en Seattle. El primitivismo no constituye un sistema acabado, mejor lo contrario, pues existen tantos primitivismos como grupos que rechazan las vida civilizada y reivindican un ingreso en la naturaleza, cualquiera que ésta sea, por lo que intentaremos criticarlo a través de las ideas que más se repiten en todos.

El primitivismo ha recorrido dos etapas; en la primera, apareció como una crítica insuficiente y fragmentaria de la sociedad moderna, que sin embargo contiene parte de verdad y clarifica al menos de manera parcial la perspectiva que han abierto las luchas antidesarrollistas. Con el recurso a lo primitivo, buscaba superar la contradicción entre el opresor sistema capitalista y la noble aspiración a la libertad de los seres humanos. Constituía pues un avance. En su segunda etapa, la actual, cuando trata de consolidarse como ideología y rechaza la idea de revolución, cae en un fatalismo paralizante que incita más al excursionismo que a la revuelta, al taller de cocina más que a la barricada, convirtiéndose, lejos del Black Bloc, en un obstáculo para la comprensión de las luchas y en una coartada para la inacción. Entonces coincide con los tópicos sobre la naturaleza con que la burguesía clásica se imaginaba conjurar los males de su propia civilización. En resumen, que las robinsonadas primitivistas han degenerado en una forma de evasión urbana sugerida por la visión idílico-burguesa del campo.

Los primitivistas no buscan las raíces de la opresión moderna en la aparición histórica del capitalismo, ni tampoco en la idea de "progreso" que prefiguró el núcleo de la ideología burguesa, sino en el nacimiento de lo que llaman "civilización", que la mayoría sitúan hace diez mil años, en el paso del modo de vida cazador y recolector al de ganadero y agricultor. La civilización es una idea opuesta a la de la "naturaleza", el imperio de la felicidad, la abundancia, el juego y la libertad, que hacen coincidir con la sociedad paleolítica, de preferencia la época mustersiense, la del hombre de Neandertal.

Algunos, adscritos a la alimentación vegana, tampoco aceptan la caza y alucinan con una época donde la vida modélica era la de los rumiantes. Son partidarios de la permacultura, especie de agricultura "sostenible", y de las ecoaldeas. La "sociedad libre de productores libres", o "la anarquía", como hubieran dicho todavía hace setenta años, no es para el primitivista una sociedad por venir, sino algo que extrae su poesía del pasado, una sociedad que ya existió en los confines de la prehistoria, cuando a lo sumo un millón de personas poblaban la Tierra con una esperanza de vida inferior a los treinta años. La vida libre quedaba identificada al nomadismo, a los clanes pacíficos, al reino de los instintos y de las pasiones, al estadio "salvaje", es decir, no domesticado por la "civilización", fuente ella de todos los males, de la autoridad, del patriarcado, de la propiedad, de la guerra, de la esclavitud, de la tecnología, de la ciudad, de las clases, de la ciencia, etc. Esa idea del hombre primitivo no es en absoluto moderna y se parece como dos gotas de agua a la del "homo sylvaticus" de los bosques documentado por primera vez en códices europeos del siglo XII sobre la base de antiguas tradiciones grecolatinas y judeocristianas. En la Edad Media la teología había cavado un abismo tan profundo entre el hombre y la naturaleza como el que la artificialización capitalista cava en la actualidad, por lo que no es de extrañar que los estereotipos sean semejantes. El mito se prolongará en la Ilustración y el Romanticismo en la figura del "buen salvaje", elaborada con modelos americanos o australes, y llegará a contaminar los rigurosos análisis de pensadores como Marx y Engels, quienes también creyeron en una Edad de Oro comunista primitiva. En todo momento, el primitivo ha sido el trasunto opuesto del personaje típico de una época concreta; del aldeano medieval con la vida regulada por la religión, del burgués ilustrado que buscaba la Razón en el código de la naturaleza, del revolucionario que aspiraba a una sociedad libre, fraterna y sin aristócratas, o del romántico frustrado por la fealdad de la industria capitalista, como ahora lo es del hombre-masa de la mundialización.

Podíamos dedicarnos a discutir, recurriendo a las mismas fuentes, la supuesta libertad primitiva, pues las costumbres de matar al prójimo, de apropiarse territorios y de destruir el entorno, también está presente en estadios salvajes bien antiguos. Si nos fijamos en la familia matrifocal, no la sabríamos distinguir de la que ahora se llama monoparental, que no es precisamente un factor de libertad. Por otra parte, las sociedades agrarias no fueron necesariamente sociedades clasistas, ni el periodo neolítico coincidió absolutamente con una "revolución agrícola" que dio lugar a la jerarquía, la urbe y la "civilización". Pero los estudios históricos o antropológicos no son el fuerte de la ideología primitivista, que sólo recurre a ellos para forjar su discurso y darle unidad, no para acercarse a la verdad. Dado que el hombre, y la sociedad, se define por el modo de apropiarse de la naturaleza, es absurdo imaginarse una época donde ello no fuera así, y la conducta humana fuera idéntica a la de los animales. La malvada "civilización" de los primitivistas no es más que un momento de la historia. Desde los albores de la humanidad y lo largo de su despliegue histórico, la criatura humana nunca ha encontrado la libertad y la felicidad en estado puro.

Pero ni sus periodos iniciales, ni sus finales, por mucho que nos cueste creerlo, han sido épocas de simple barbarie. La opresión han forzado el concepto de libertad. Toda huella de barbarie lo ha sido también de cultura. Los saberes artesanales, el pensamiento filosófico y ético, la literatura, el arte, la medicina, el conocimiento científico, el derecho, el psicoanálisis, etc., han proporcionado suficientes materiales para desarrollar la conciencia social igualitaria y orientar la conducta hacia la libertad y la realización del deseo. La Historia no ha sido un error, la desviación de una edad feliz. Al remontarse a épocas pretéritas como si quisiera escapar de ella, el primitivista asimila el proceso de humanización del mundo al de la domesticación y artificialización del hombre. Tal reducción condena la libertad a mera particularidad de un sueño utópico, imposible de alcanzar como imposible es el retorno al estado salvaje, cuando en realidad la libertad no es sino el premio de la lucha victoriosa contra la barbarie, y, por lo tanto, contra aquella domesticación y aquella artificialización. Usando un símil forestal, la libertad no es pues la consecuencia de la vida en los bosques, sino el fruto de la lucha contra la desforestación. La libertad no es un estado natural perdido sino un hecho social reformulado en cada momento histórico.

La negación de la lucha de clases, de sus formas organizativas, de su trabajo solidario, de sus objetivos revolucionarios, tiene consecuencias a la hora de la acción. El primitivista tiende a ignorar las luchas de los oprimidos, como ignora igualmente la Historia, pues según él no han perseguido otra cosa que el poder. Como no aspira a cambiar la sociedad sino a salir de ella, no se siente implicado en sus conflictos. No vamos a ridiculizar sus intentos de asilvestramiento puesto que sabe que es imposible un retorno semejante al paraíso y solamente se refiere a éste como inspiración. Pero esa inspiración no le acerca a la realidad, no le desvela las potencialidades anticapitalistas -y antitecnológicas-del conflicto, sino que le mantiene a la expectativa, esperando hedonísticamente que una catástrofe coloque a la humanidad desengañada en la senda aborigen y al pensamiento racional en el camino del instinto, la magia y la santería.

Lejos de entretenernos en buscar las causas de la opresión en el lenguaje simbólico o en la domesticación del caballo, debemos centrarnos en las causas más cercanas: la lógica del beneficio y de la productividad, el interés material como principio motor de la sociedad, el mercado como mecanismo regulador, la razón instrumental; nos estamos refiriendo al sistema capitalista, concretamente, a su fase globalizadora. Por supuesto que existen causas más lejanas, anteriores al capitalismo: la división del trabajo, el Estado, la Megamáquina, las jerarquías, la religión, la propiedad, las clases, la guerra... La crítica antidesarrollista, heredera histórica del pensamiento surgido de la lucha de clases, no ha de descuidarlas, so pena de no servir sino a la reproducción de la opresión bajo otras formas, pero sabe que estas causas han alcanzado su máximo nivel bajo el capitalismo y que son presentes moldeadas por el cincel capitalista. Eso es verdad incluso para la fe religiosa, transformada en fetichismo de la tecnociencia. El capitalismo es el dueño del mundo y por lo tanto cualquier lucha real es y será una lucha anticapitalista. Las metas a corto plazo que han de fijarse, por parciales que sean, no tienen cabida en el capitalismo. Hacer retroceder la producción al nivel de hace veinte años, disminuir el consumo de carne y de lácteos, desestabular a los animales, limitar drásticamente el uso de combustibles fósiles, prohibir el vehículo privado, bloquear las cuentas de las inmobiliarias y de las constructoras, reconstruir los territorios contaminados, hormigonados y asfaltados, restaurar los bienes comunales, volver a los huertos urbanos, municipalizar, desurbanizar, desmantelar las industrias y las centrales energéticas, reciclar, relocalizar, reutilizar... Son medidas prácticas que pueden servir para la confección de un programa mínimo antidesarrollista. Los defensores del progreso tecnológico lo tildarán de extravagante, pero mucho más extravagantes son los planes ultradesarrollistas con los que la codicia de sus promotores no para de obsequiarnos.

Miquel Amorós
Conferencia en el centro social La Mistelera, Denia (Alicante), 13 de octubre de 2006.

 

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