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Pensamiento :: 30/05/2020

Estados de alarma y desviacionismo "progresista" : Una pinza para la lucha de clases

Ernesto Martín
No es la primera vez que ocurre que nos sustituyen la lucha contra el sistema en su conjunto por reclamos venidos desde dentro del régimen del 78

En realidad, a casi nadie se le escapan las terribles consecuencias en lo laboral y lo social de la recesión que se avecina. De hecho, aún no hemos vuelto a la “nueva normalidad” y ya comienzan a sucederse los despidos a mansalva en mitad, por cierto, de toda una ingeniería patronal para quedarse con las ayudas y proceder a rebajar las plantillas y, sobre todo, a rebajar los derechos laborales de la plantilla con la que se queden.

Si alguien pensaba que el shock que estamos viviendo haría que hasta los apologetas de la “economía de mercado” iban a mutar de credo, ya puede ir cambiando de cuento. Ahí tenemos a los plumíferos de la patronal editorializando que la salida está en manos de la iniciativa privada empresarial, eso sí, debidamente salvada o rescatada previamente por lo público. Y en paralelo, nada de proteger estatalmente al trabajador, pues lo “que las empresas necesitan ahora es más flexibilidad laboral”1, como nos alecciona un tal Íñigo Sagardoy, hombre que sabe bien lo que necesitan los patrono-clientes de su despacho de abogados, y que además sienta académicamente Cátedra en la materia.

Así que lo del libre mercadeo solo se receta para la fuerza de trabajo. En cuanto a la detestada intervención estatal, esta pasa a ser objeto de culto si es para asegurar el beneficio empresarial como sea y, cómo no, también para asegurar la “distancia (represiva) de clase”. Quienes creían a su vez que el neoliberalismo venía para acabar con el Estado podrían ya decidirse, también por su parte, a cambiar este otro cuento si no tuvieron tiempo de hacerlo cuando estalló, en 2008, la primera gran réplica de la crisis capitalista en el centro mismo del sistema.

Pero los despachos de abogados no van a poder salvar a todos los clientes de altos vuelos. Pues los Estados también se utilizarán para proteger “mi” mercado y comerme “el tuyo”. Ahí vemos, por poner un ejemplo, a los grandes de la UE salvando literalmente los altos vuelos de sus aerolíneas (caso de Lufthansa) y su turismo… francés, todo indignado este porque el Estado español se la juegue con una desescalada exprés para “robarle” la clientela nationale. Entonces, si lo que está habiendo ya son navajazos por asegurarse beneficios a ras de la economía productiva de bienes y de servicios, ¿nos vamos a creer, más allá de anuncios propagandísticos contradictorios, que van a ser solidarios en compartir deudas y que el endeudamiento forzado de países más periféricos (también dentro de la UE) no se va a convertir en arma de conquista, como pasó ya en Grecia, en medio de un “sálvese quien pueda” y de una competencia cada vez más feroz?

Hay que ser meridianamente claros en expresar nuestra convicción de que la recesión brutal que se perfila –de la que se venía avisando y que el coronavirus dichoso no ha hecho sino acelerar y agravar– apenas deja margen para concesiones al campo popular si no se adopta una política realmente contraria al capital y a los dictados de la UE. Cada vez hay menos espacio político para las situaciones intermedias que se alientan desde posiciones reformistas. Uno de los últimos en alertar de ese escenario de “descenso a los infiernos” era el propio gobernador del Banco de España, quien hablaba de la necesidad de un pacto político que fuera más allá de varias legislaturas. A las declaraciones de Pablo Hernández de Cos le siguió la ministra Calviño (que tiene el corazón compartido –¿o com-partido?– entre el Ejecutivo de Bruselas y esos “grandes de España” que, no nos engañemos, no se reducen a los “cayetanos” ni mucho menos), asegurando “que se empezarán a hacer planes a medio plazo una vez que España pase a la siguiente ‘fase’ económica”2: que Dios nos coja confesados.

En ese pacto político de Estado el único rol que las clases dominantes pudieran aceptar de los reformistas es el de anestesista de la movilización popular. Y las únicas concesiones que pudieran admitir, en un primer momento, son aquellas capaces de apagar el fuego de la rabia de los miserables, como comenzó a advertir la mismísima Ayuso, alcaldesa de un Madrid campeón en las “colas del hambre”. Por cierto que no solo ella teme que la distancia social se transforme violentamente en acercamiento traumático de clase. Así, por no irnos tan lejos, ¡hasta el mencionado anteriormente catedrático apologeta de la flexibilización laboral defiende la renta mínima!, pues “hay que evitar a toda costa la exclusión social”. Claro que esa renta mínima debe estar “enfocada en el sentido de vincularla a la búsqueda activa de empleo”; es decir, la renta ha de ser la mínimamente necesaria (en cantidad y tiempo) para sofocar de antemano cualquier rescoldo de indignación activa o hasta que su Estado-policial se asegure en asegurarles su tranquilidad parasitaria.

El caso es que no faltan, pues, entre las clases dominantes quienes reclaman alguna que otra medida asistencialista ante el miedo a verdaderos estallidos insurreccionales. No en balde, algo saben de historia y conocen que la parálisis social se puede comenzar a perder en tromba una vez que se desencadenen chispas aquí y allá; y no solo en el terreno patrio, como están advirtiendo los propios informes de los servicios de inteligencia de diferentes países.

Hemos aludido a que la crisis es de tal profundidad que no puede dejar de provocar tensiones y peleas a nivel de la misma UE. Pero igualmente las produce en el “ruedo nacional”. Unas tensiones que se dan también por acaparar más poder político real, cosa importante a la hora de asegurar las intervenciones estatales necesarias para asegurar “mis” negocios (antes que los de otros). Y unas tensiones que asimismo se adentran en el estricto campo de la institucionalidad política, es decir, para repartirse poder de decisión y prebendas dentro del régimen del 78. Efectivamente, la situación es de tal calibre que el mismo cuerpo social está llamado a descontrolarse, exacerbándose las luchas entre sus expresiones políticas.

Venimos advirtiendo de que a la patronal le sobran hasta los postureos progres gubernamentales, aunque en el fondo no dejarán de agradecer su labor de contención y no estamos tan seguros que piensen que los doberman de las derechas varias se lo fueran a montar mejor para gestionar las colas del hambre y sobre todo para controlar que estas no rompan filas. ¿Es descabellado pensar que las grandes fortunas prefieren en petit comité un gobierno progre que al final no deja de estar constantemente autolimitándose (incluso en sus poses) por los ladridos de aquella jauría? Precisamente es esa labor de contención de “la calle” la carta con la que, más que nada, juega el ala uni-podemita para hacerse un sitio en un tablero político que, como decimos, es imposible que no se agite ante los estrechamientos de margen de maniobra que deja la dictadura de facto del gran capital, no solo estatal sino también internacional.

Lo cierto es que, de cara a resolver de forma consistente las problemáticas socio-laborales que afectan a una inmensa “mayoría social”, nada más lejos de los intereses de esta mayoría el entrar en el juego de la politiquería. Lo que cuenta realmente es plantear la perspectiva del poder. Todo lo que nos aleje de eso es de hecho reaccionario en el sentido estricto del término. En este aspecto, es una tarea de primer orden militante la contribución a profundizar la lucha de clases y, en consecuencia, la movilización que, como mantenemos desde nuestra organización, es la fuente principal de concienciación práctica activa de grandes sectores, así como crisol para forjar la unidad combativa necesaria.

Pues bien, dos son los obstáculos de envergadura que en esta tesitura histórica nos encontramos en esa perspectiva de concienciación, de movilización y de unidad. Por un lado, el estado de alarma o los sucedáneos que nos quieren decretar a su medida. Por otro, el desviacionismo de nuestras reivindicaciones que pretende sustituirnos la lucha contra el sistema en su conjunto –empezando por identificar los que detentan el poder real– por la lucha entre las derechas y un ala progre que de hecho aspira, no a derribar el régimen del 78, sino a colocarse en él. Evidentemente pretende colocarse en él con la cantinela de promover unos enlucidos en la fachada institucional que aún no se han puesto y ya rezuman la podrida humedad del establo inmundo que la crisis sistémica tiene reservado para nuestro país.

Lo que está en juego es nuestra independencia de clase. La verdadera lucha que nos interesa aquí desarrollar es la de clases ante la situación heredada y lo que se avecina. Al respecto, ¿cuál es el panorama que nos encontramos en lo que se refiere al activismo social realmente existente, ese que se forjó en buena medida o que cogió nuevos bríos en la década pasada?

Seamos de nuevo claros al respecto. Sabemos que para garantizar al menos un primer impulso de la movilización, se requiere que haya un activismo social y político avanzado que actúe desde esa independencia de clase y la preserve. Esa independencia de clase incluye hoy no estar en longitud de onda con la agenda del gobierno progre, sobre todo con la de los recién llegados de “las plazas”. La constitución de este gobierno progre está jugando un verdadero papel de anestesia, por seguir empleando la expresión que ya hemos utilizado más arriba. Y esa falta de independencia con respecto a la agenda progre-gubernamental empieza por reflejarse ya en la falta de unidad dentro del activismo realmente existente para impulsar las movilizaciones que tímidamente comienzan a darse.

Nos estamos refiriendo principalmente a que parte de las cúpulas de este activismo han venido tejiendo intereses electoreros con unas “fuerzas del cambio” institucionales (y ya gubernamentales) que, por lo demás, se han dividido en varias familias. Incluso no falta en ese activismo quienes pretenden reforzar la dosis de nuestra anestesia con el argumento de la fragilidad de la posición podemita en el gobierno ante la agresividad de los de “vivan las caenas”; una fragilidad que, por lo visto, estaríamos llamados a contrarrestar siendo cuidadosos en nuestras exigencias y en nuestra práctica movilizadora. Así que los hay dentro de ese activismo orgánico que solo ven en el horizonte justificación para movilizarse si se hace de forma calculada cuando las “fuerzas del cambio” nos pidan socorro para sostener su colocación institucional amenazada.

No es la primera vez en nuestro país que ocurre que nos sustituyen la lucha contra el sistema en su conjunto por reclamos venidos desde dentro del régimen del 78 para mezclarnos en sus disputas internas. Merece la pena que nos detengamos un poco en ello.

Empecemos por reparar en lo que ya pasó con el propio parto de dicho régimen poco después de la muerte de Franco. Aquel parto se forzó contra una calle que pedía la ruptura, obligándonos a contentarnos con una mera reforma de la dictadura invocando el miedo a unos sectores del franquismo que se habían bunkerizado y juraban venganza (y, de hecho, la ejercían) ante el cadáver aún caliente de su “salvador de España”. Fue así como comenzó la Transición. Primer hito en la utilización de “la amenaza de los fascistas” para llegar a componendas con ellos.

La Transición culminaría oficialmente “de golpe” años más tarde reforzando sus aspectos más de transacción entre los reformistas y, por otro lado, el aparato de la dictadura y los que se aprovecharon del “triunfo nacional” del 39 para hacer sus negocios oligárquicos. Sería un tal Tejero quien hiciera creíble el miedo que había que tener al “ruido de sables” que venía sonando desde años atrás. Estábamos ante la segunda edición de la utilización de la amenaza de la ultraderecha; esta vez, para terminar de parir el régimen del 78, que se estabilizaría nada menos que de la mano de un gobierno socialista que hizo, en materia de regresión laboral, lo que desde luego no podrían haber hecho ni un Fraga ni un Suárez con la calle aún caliente. Después se comprobó que tampoco es que Felipe González le hiciera ascos al enjuague con los golpistas. La verdad es que estabilizó al régimen por un buen puñado de años sin temblarle el puño, si era preciso, a menudo utilizando las mismas cloacas con las que “le obligaron” a contemporizar.

Finalmente, cuando tres décadas más tarde la crisis sistémica brindó particularmente en el Estado español la oportunidad de (re)cuestionar el régimen del 78, e incluso “produjo” aquellos que aseguraban que podían hacerlo, resulta que al final estos también cambian de rumbo y lo que nos piden es que les ayudemos a renovar el enlucido del ex-denostado régimen, por supuesto desde dentro. Pero no seamos mal pensados: no es que se hayan olvidado que no son casta; no, “es que fíjate cómo están estos de Vox y la democracia está en peligro…”. Tercera edición del miedo ultra. Esta vez se utiliza el miedo ultra hasta para que entren con efecto retroactivo por el aro del régimen del 78 quienes no lo hicieron hace décadas.

¿Será a la tercera la no-vencida? Pues dependerá de que nos convenzamos de que no tenemos nada que perder… salvo nuestras derrotas anteriores.

Desde luego, el escenario es bien distinto hoy para impulsar unos Pactos de la Moncloa bis. Si bien este asunto de la comparativa histórica en cuanto a los intentos de fraguar unos pactos de esta índole, merece un análisis más preciso, limitémonos a señalar ahora que en su primera edición, allá por 1978, España se encontraba en una situación muy particular de retraso estructural y había todo un margen aún para integrarla en el mercado común europeo, mientras actualmente el escenario de crisis es compartido a nivel internacional y España es objetivo de reparto en medio de una gran competencia entre grupos de poder que no puede de dejar de trasladarse a la propia “clase política”.

Cierto que ya han avanzado en esa línea un Acuerdo Social que, desde el área del movimiento obrero de nuestra organización, se ha caracterizado como de herramienta para “nuestra sumisión”3. Desde luego que al respecto se impone señalar el carácter timorato de las medidas de apoyo social (en relación a la brutal degradación que ya se está manifestando y, sobre todo, si se compara con las que se están tomando para salvar a los capitalistas) y de su falta de aplicación real. Aunque en nuestro acompañamiento pedagógico del pueblo, no nos opondremos “por principio” a cualquier medida “de alivio”, pondremos en evidencia la cantidad de sectores que están en completo abandono laboral y social. Pensemos en los sectores más precarizados incluyendo a los de la economía informal (entre ellos, los millones de trabajadores de las subcontratas industriales, los inmigrantes en el campo, las cientos de miles de mujeres que trabajan en el servicio doméstico). Y, sobre todo, desde un punto de vista estratégico del impulso de la lucha de clases, pasa a principal contrarrestar la utilización política de esas medidas a fin de obstaculizar la acumulación de fuerzas de gran calado que se necesita para resistir la batería de recortes que se atisba.

Una batería de recortes que está llamada, tal como hemos avanzado, a vaciar de contenido las propias medidas que se están concediendo ahora, lo que reflejaría el carácter desmovilizador de las mismas en esta tesitura histórica. Y es que la cuestión de (no perder) el tiempo en la lucha de clases es vital. ¿Quién dice que estas medidas no se queden en aguas de borraja mientras que se ha desaprovechado un tiempo precioso para organizarse en aras a responder más eficazmente a los ataques que nos vendrán del conjunto del sistema e incluso de partes del mismo?

Por eso, concluyamos diciendo que lo más inteligente es no abandonar en ningún momento una posición revolucionaria integral. Esta pasa por:

– Exigir medidas urgentes, mucho más amplias, y movilizarse en ese sentido para arrancarlas y para mantenerlas.

– Desenmascarar el estado policial de alarma o sus coletazos o sucedáneos que impidan la movilización que se requiere.

– Y promover en todas las luchas el lema orientador supremo de “o se salvan ellos o nosotros”. No hay conciliación posible. O se salva a los grandes emporios financieros y empresariales o se salva al pueblo4, en la más que probable perspectiva de fortísimos recortes, de una losa de deuda disparada, de una emergencia social alarmante y de una degradación (otra más) del mercado laboral.

Para ello urge reactivar la movilización social sin pinzas tramposas que valgan. Solo así haremos posible que a la tercera sea (nuestra) vencida.

Ernesto Martín, Red Roja

 

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