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Andalucía :: 08/01/2008

Geografía del miedo y el consumo en Sevilla

La Haine - Sevilla
Al mismo tiempo que se desmembran estos espacios de sociabilidad tradicionales, y crece la histeria por la delincuencia y el vandalismo, se multiplican las grandes superficies de consumo convertidas en pseudolugares públicos, las urbanizaciones aisladas, la arquitectura tipo bunker y todo un sector privado de la economía en torno a la seguridad.

El miedo, el alarmismo y la paranoia de la inseguridad ciudadana son hoy día factores de construcción de la ciudad. Este hecho, que adquiere una inusitada fuerza en la actualidad, no deja de tener notables implicaciones económicas. La paranoia es un subproducto de la ciudad y uno de sus actores fundamentales, incidiendo directamente en las decisiones que toman los agentes que construyen el lugar. Resulta determinante a la hora de comprender los comportamientos, gustos y hábitos de los ciudadanos, o mejor dicho consumidores individuales, y es utilizado indistintamente por el agente privado y el agente público para ejercer su influencia.

La propagación de la paranoia y el miedo a lo diferente, por toda la ciudad y en todos los grupos sociales, proporciona al sector inmobiliario múltiples posibilidades a la hora de crear nuevas formas de habitar la ciudad y de aislarse en ella. Por otro lado, la inseguridad ciudadana supone también una de las armas fundamentales utilizadas hoy día en la contienda electoral local.

LA SEGURIDAD Y EL AISLAMIENTO COMO FACTORES HISTÓRICOS DE URBANIZACIÓN

Cuanto mayor y más desarrollado es un asentamiento mayor es la necesidad de reforzar las medidas de control y seguridad sobre la población. Los primeros pasos de las grandes ciudades capitalistas del XIX fueron acompañados por grandes levantamientos y revueltas urbanas, como los motines de Trafalgar Square en el Londres Victoriano o las revoluciones urbanas de 1848 y 1871 en Paris. Entendemos por ciudad capitalista, la ciudad segregada socialmente, y la segregación social como el mayor foco de conflicto de la ciudad. De igual modo, la ciudad post-moderna occidental ve multiplicarse los comportamientos anti-sociales, y por supuesto los motines, desde el caluroso verano de 2001 en Genova hasta las más recientes revueltas en la periferia parisina.

La obsesión por la seguridad ha presidido la planificación urbana desde el Paris de Haussmann. La fragmentación de las tupidas e indescifrables tramas medievales por medio de grandes avenidas y plazas, permitió aislar y sitiar los focos de conflicto; las circunvalaciones y su relación con la ubicación de los acuartelamientos permitieron el rápido desplazamiento de tropas para sofocar potenciales levantamientos populares. La ubicación de cuarteles en zonas deprimidas y conflictivas permitía actuar de forma rápida y eficiente. Los ensanches interiores, además de facilitar el ejercicio de la represión, proporcionaron la ocasión para las primeras grandes operaciones inmobiliarias privadas, además de dar lugar a ejes comerciales de importancia. Desde que nace la ciudad capitalista-industrial se hace evidente la seguridad y el consumo han estado unidos por el urbanismo.

A la ocupación militar de los barrios obreros se le suma el aislamiento y defensa de los barrios burgueses. En este sentido es un clásico la descripción urbana de Manchester que realiza Engels en “The condition of the working class in England”. La descripción de la ciudad en anillos concéntricos donde la alta y mediana burguesía vivía en los sectores suburbanos, alejados de la ciudad, en promociones ajardinadas y con las más bajas densidades de población. Desde aquí se desplazaban al distrito comercial de negocios donde poseían muchos sus fábricas, para lo que tenían que atravesar el cinturón obrero que lo rodeaba. Un desplazamiento que se salvaba a través de omnibuses que atravesaban los barrios de trabajadores a través de grandes avenidas concéntricas, pobladas de comercios, y que ejercían de agradable escaparate que ocultaban tras su fachada los barrios de miseria “complemento de su riqueza”. Engels valoraba seriamente la posibilidad de que los industriales liberales de la ciudad no fueran del todo inocentes en la cuestión de la específica planificación y distribución de la ciudad.

En Sevilla, con la escasa imaginación que acompaña la entrada de esta ciudad en la modernidad, las políticas de saneamiento de la ciudad en la segunda mitad del siglo XIX resultan fundamentales. Al derribo de las murallas en la década de 1860, se le suman las políticas de ensanche. Los ensanches interiores son una obsesión que dura hasta la primera mitad del siglo. Dos grandes avenidas, ejes cruzados, deberían haber permeabilizado la compleja y levantisca trama del Casco Histórico. Por la debilidad del capital sevillano ninguno de los varios proyectos de este corte llegó a ejecutarse por completo. Si llegaron a realizarse algunos tramos sueltos, como la Avenida de la Constitución , La Campana o la Calle Imagen. Estas grandes avenidas habrían acabado, al Sur en la antigua Fábrica de Tabacos, hoy Rectorado de la Universidad de Sevilla, entonces cuartel del ejército; y al Este en Luís Montoto, entre el cuartel de policía de La Calzada y el acuartelamiento de San Bernardo. La última vez que se planteó seriamente fue en el Plan General de 1947, para ser olvidado poco después. Hoy día el sector norte del Centro Histórico sigue siendo un lugar óptimo para el motín; no menos que los desarrollos obreros de la etapa desarrollista de la ciudad, como Macarena Norte o el sector de vivienda publica al Este de la Ronda del Tamarguillo.

Al mismo tiempo la segregación socioeconómica de la ciudad ha asegurado históricamente que los grupos acomodados no se vean obligados a convivir con los grupos socialmente más vulnerables. A la polarización norte obrero- sur burgués de la ciudad, se le han sumado verdaderas barreras físicas que han delimitado los sectores que acogían a la elite Sevillana del subproletariado urbano. Así al sur de la ciudad, las vías del ferrocarril separan el sector tradicionalmente burgués de una enorme cuña de viviendas obreras y públicas. Una barrera que aún hoy sigue vigente. Al Este, Nervión se separaba del sector obrero por el Arroyo Tamarguillo, y más adelante por la Ronda de Circunvalación del Tamarguillo. No obstante al oeste de la ronda también encontramos viviendas obreras, la barriada de autoconstrucción llamada Nervión y las “Colectivas”, debido por supuesto a la insalubridad que suponía la proximidad al arroyo, encontrándose las zonas de mejor calidad alejadas de este insalubre curso de agua.

La seguridad es una cuestión que no es ajena al mercado ni tampoco a la clase. Es una demanda histórica de las clases altas con respecto al mercado y a la administración para que les proteja de los pobres. Esto tiene una actualidad plena, en la medida en que Biapol o Nervión, sectores comerciales y residenciales de clase alta, son las zonas con mayor numero de denuncias por delitos cometidos de toda la ciudad. Es por lo tanto una cuestión de protección de la propiedad privada, dado que el robo sigue siendo el delito por excelencia, y sobre todo de las grandes propiedades privadas, de la empresa y de la actividad económica.

LA BUNKERIZACIÓN DE LA ARQUITECTURA Y EL URBANISMO

El control de la gestión de la seguridad en la ciudad supone el control sobre la población. Una vez que las contradicciones del desarrollo capitalista urbano convierten la ciudad en impracticable, mantener el orden se convierte en una tarea cada vez más costosa. Dada la ineficacia, por todos conocida, de la administración publica para gestionar casi ningún recurso, la gestión del orden se va confiando paulatinamente al mercado privado mediante la multiplicación de las empresas de seguridad. De esta forma, las clases altas retiran su confianza en el Estado y asumen directamente la gestión de su seguridad frente a las clases bajas.

El máximo exponente reciente de segregación y aislamiento de las clases acomodadas de Sevilla es el fenómeno suburbano; tristemente similar, aunque hoy día más popularizado, al que describía Engels. Son las urbanizaciones aisladas, y en ocasiones cerradas, que se multiplican en el área metropolitana de Sevilla a partir de la década de 1980. Aunque se multiplican las versiones más humildes, el fenómeno fue liderado en su momento por guetos de clase alta donde se promueve el aislamiento y la exclusividad en aras de la seguridad y de un determinado patrón de consumo. Ese urbanismo del miedo que tan bien relata Mike Davis respecto del área suburbana de la ciudad de Los Ángeles en su “Ciudad de Cuarzo”. Se trata de sectores urbanos diferenciados y aislados que se caracterizan por desempeñar funciones exclusivas y excluyentes. Guetos de clase media-alta que suponen un caldo ideal de cultivo para el incremento de la incomunicación, desconfianza y el miedo a otros grupos sociales, así como para la consolidación de la segregación socioeconómica de la ciudad. El máximo exponente que posee la ciudad es Simón Verde, un gueto de clase media-alta en el sector Aljarafe del primer anillo metropolitano de la ciudad.

Este modelo de poblamiento no va a buscar la identidad, la especificad y la diferenciación cultural, va a responder a criterios económicos mucho más básicos, casi propios del desarrollismo. Es la búsqueda de suelos baratos en el ámbito periurbano, que permitan propiedades de gran extensión con espacio verde propio, piscina, garaje, y un buen número de metros cuadrados. Una lógica definitivamente “moderna”. El segundo motor de este tipo de asentamientos es por supuesto la privacidad y la seguridad. Entornos seguros y privados que responden a la falta de confianza del consumidor con poder adquisitivo en cualquier cosa que utilice el adjetivo “publico”, y que llegan a su máxima expresión en las “comunidades cerradas”. En estas, los consumidores se ven empujados a habitar fortalezas segregadas en las que protegerse de los pobres. Aquí la comunidad dispone de un conjunto de espacio libre y vivienda totalmente segregados, donde el control, la seguridad y los servicios básicos, son totalmente privados. El único espacio de carácter público que ha de recorrer es la carretera hacia el centro de trabajo o el centro comercial.

La ubicación de centros comerciales y polígonos empresariales en el entrono metropolitano a los que solo puede accederse por carretera y en coche, parece el triunfo definitivo de este tipo de urbanismo aterrador. Con el despertar de Sevilla a la post-modernidad en el 92 se multiplican los grandes almacenes, como Ikea o Merkamueble; así como los parques comerciales de carácter metropolitano, como Parque Aljarafe, PISA y PIBO. Es el triunfo del coche como decisión inevitable a la hora de la movilidad, y es la desaparición de cualquier rastro de ciudad o de lugar en una serie de no-lugares de trabajo y fabricas de ocio, en las que la vida publica se ve reducida a su mínima expresión o se convierte en una simulación cuyo único fin y sentido es el consumo familiar.

Estas transformaciones no están exentas de conflicto. El área metropolitana crece y crece, aumenta el número de urbanizaciones dispersas, la distancia media que separa al trabajador de su puesto de trabajo o su lugar de consumo, el número de automóviles por unidad familiar, etc. Y todavía sigue sin verse ningún atisbo de gestión racional del transporte, de tal forma que la escasez de aparcamientos y la congestión del tráfico se vuelven problemas crónicos. Una nueva carretera de circunvalación descongestionará la S-30 por un tiempo, pero también promoverá el crecimiento de la ciudad, el aumento del número de automóviles, la dispersión de las urbanizaciones por el territorio y un nuevo colapso del sistema general de comunicaciones del área metropolitana de aquí a algunos años. Por otro lado la demanda de aparcamientos esta destinada a ser la eterna frustración de los vecinos, mientras no se cuestione el modelo de movilidad. La sociedad se niega a hacerse determinadas preguntas ¿faltan aparcamientos o sobran coches?

No obstante, hoy día la formula suburbial no deja de ser la forma más gris y burda de habitar la ciudad para las clases medias-altas. Un producto que en el difícil equilibrio entre la homogeneidad y la diferenciación necesarias para crear una mercancía exitosa, se ha decantado sin duda por la insulsa homogeneización. Se trata al fin y al cabo de un producto inmobiliario que en Sevilla nació anticuado, aunque el consumidor-tipo tardó algo más de una década en darse cuenta. Como tal el modelo suburbano se dirige cada vez más a versiones baratas y adosadas dirigidas a la clase media-baja o vulgarmente media que no pueden permitirse habitar la ciudad.

A partir de la década de 1990 los grupos sociales que eligen en la ocupación secuencial del espacio urbano, desembarcan en la regeneración-colonización del centro histórico degradado, la nueva moda, creando nuevos hábitats igualmente exclusivistas pero demostrando un mejor gusto y un mayor nivel cultural. La vivienda burguesa del Centro Histórico tiene características similares a las de las urbanizaciones aisladas, siempre con las limitaciones que suponen la falta de espacio de la ciudad consolidada, un pequeño sacrificio en aras del estatus social y la moda del habitar. Contarán con garaje y a menudo con piscina, aunque no pocos que podrían tener una casa exenta de muchos metros cuadrados en zonas periurbanas, acabarán habitando una vivienda colectiva de nueva planta.

Estos grupos sociales con elevado poder adquisitivo, y que tan fundamentales son como motor del sector inmobiliario local, llevan consigo buena parte de sus fobias y miedos. Se multiplican las aberrantes construcciones postmodernas que rompen cualquier tipo de composición e identidad conseguida a lo largo de los siglos. Florecen fachadas enormes sin a penas ventanas, cargadas de rejas y metal, con una estética a medio camino entre el campo de concentración y el bunker. Adoran el barrio céntrico e histórico pero también temen al lumpen que aún no ha podido ser expulsado por temporales complicaciones legales o por falta de eficiencia de las fuerzas de orden público.

Administración y mercado se vuelcan por crear entornos seguros y adecuados para la colonización del centro y la periferia. Sin embargo la cultura del miedo se encuentra tan arraigada que ninguna medida es excesiva ni suficiente. Es secundario que la vivienda-bunquer que se habita no tenga ninguna relación y de hecho destruya los valores identitarios y patrimoniales que han atraído al nuevo colono.

No obstante, la seguridad no es una demanda exclusiva de los grupos con un poder adquisitivo por encima de la media. También se permite cada vez más una versión vulgarizada y baja de esta demanda. En la ciudad democrática, el miedo y la paranoia se popularizan.

EL ATAQUE AL ESPACIO PÚBLICO. SEGURIDAD Y APARCAMIENTOS

La mayoría de las reivindicaciones ciudadanas hoy día, o al menos las que encuentran mayor eco, se dirigen básicamente a reclamar policía y aparcamientos. Y, sin duda, la reivindicación que reina en la prensa y la política local es aquella dirigida a reclamar seguridad en los barrios. Una reivindicación que no cuestiona en ningún momento las causas estructurales de la violencia, como tampoco se cuestiona si existe una base real para toda esa paranoia. Podría ser que gran parte de la reacción de las personas frente al miedo que inspira la ciudad fuese producto de un imaginario social, mucho más que de una realidad cotidiana. Un imaginario social promovido y propagado por medios de comunicación sensacionalistas, intereses particulares y políticos y un moderado y permanente grado de esquizofrenia que ya es endémico en la sociedad post-moderna.

Sin ir más lejos, en las últimas elecciones, el candidato de la oposición a gobernar Sevilla centró su campaña en la seguridad ciudadana, prometiendo aumentar la dotación policial en medio millar de efectivos e incrementar su presencia en los barrios; el gobierno local respondió prometiendo lo mismo o un poco más. Por supuesto la fuerte apuesta por esta temática no es baladí, y la seguridad ciudadana parece ser uno de los principales quebraderos de cabeza de los vecinos de Sevilla. Según el Estudio Socio-Económico de la Ciudad de Sevilla 2005, ante la pregunta respecto de los mayores problemas en el propio barrio, la respuesta más común entre los sevillanos fue ”la inseguridad ciudadana”, citada por cerca de un sesenta por ciento de los encuestados. Sin embargo diversos indicadores, como por ejemplo el numero de detenciones efectuadas en la ciudad por año, no paran de reducirse desde 1999, pasando de 2200 detenciones ese año, a algo más de 700 en el ultimo dato, correspondiente al 2005 (Anuario Estadístico del Ayuntamiento de Sevilla 2005).

El miedo y la sensación de inseguridad parecen preceder al rechazo al “otro”, que crea a su vez mayor incomunicación y miedo. El miedo a los drogadictos y a las prostitutas ha degenerado, en los últimos años, en varios conatos de violencia en barrios de la clase media Sevillana; como las turbas contra los drogadictos del Pumarejo o las patrullas ciudadanas contra las prostitutas de Sevilla Este. Sin embargo los miedos que más protagonismo están destinados a cobrar son los miedos al inmigrante, que ya empieza a generar algún conflicto en Macarena Norte; el miedo al moro, que ha provocado brotes xenófobos en los Bermejales; y, sobre todo, el miedo a los adolescentes, generalizado en toda la ciudad.

Estos miedos se expresan de diferentes formas, siendo la violencia explicita solo una de ellas y la más puntual. La presencia policial es reclamada constantemente y el paisaje se transforma en función de este factor. Se multiplican las cámaras, las rejas y los candados; pero también vemos un reflejo de este miedo en lo que desaparece, los bancos y los espacios libres.

Uno de los mayores logros de la extensión del pánico a la ciudad en los últimos años es la creación de espacios públicos impracticables. Plazas duras, sin bancos, sin sombras y rodeadas de rejas, donde los niños juegan a ser pequeños simios en un zoológico. Haciendo impracticable el espacio publico se desincentiva su uso y se incentiva la cómoda y segura vida sedentaria en la propiedad privada o alquilada. Por supuesto, por eliminar los bancos no se eliminan las hordas de temibles adolescentes en la calle, aunque tengan que sentarse en el suelo o en el capó de un coche. Finalmente todo este sinsentido acaba desincentivando más al jubilado o al ama de casa a la hora de utilizar el espacio público.

En el barrio popular se llega a la conclusión de que el único espacio público que merece la pena conservar es el aparcamiento público. El barrio, como unidad de convivencia, puede haber desaparecido en la práctica; en su lugar hay un coche con el que el ciudadano se desplaza a la gran superficie comercial, al parque metropolitano y al lugar de trabajo. De forma paralela al desmembramiento de los barrios se multiplican desde el 92 los centros comerciales tipo Mall como Nervión Plaza, Los Arcos, Plaza de Armas, Viapol Center, Airesur, Metromar, Santa Justa, Zona Este, Los Alcores, Los Molinos y Las Torres, lo que convierte a Sevilla en la ciudad española con más superficie comercial por habitante.

Mientras se multiplican los cerramientos en parques y jardines, en otras áreas de la ciudad se levantan otro tipo de barreras coactivas más sutiles, como la desmedida presencia policial o el uso de sistemas de vigilancia electrónica. Esto es especialmente cierto en aquellos espacios urbanos dedicados a los negocios y al turismo. Es en estos espacios de la ciudad donde la administración pública realmente se vuelca para defender el capital privado y el negocio del que vive la ciudad.

El ejemplo más reciente y paradigmático es la Alameda de Hércules. La regeneración de esta zona de un carácter históricamente marginal-bohemio, dado a la prostitución y al menudeo de estupefacientes, ha supuesto uno de los más interesantes desarrollos de intervención urbanístico-policial reciente en la ciudad de Sevilla.

El espacio privado en torno a la Alameda se venia ganando parcela a parcela para el negocio inmobiliario a través del proceso rehabilitación-especulación. El espacio público ha sido mucho más problemático sin embargo. En el 2002 se desplaza el mercadillo del jueves a su lugar original, la Calle Feria , y se elimina el dominical mercadillo de la Alameda , de tres décadas de antigüedad y que era al fin y al cabo el principal lugar de sociabilidad y encuentro del subproletariado y la bohemia que pululaba por la Alameda. La intervención policial fue fundamental para desincentivar a las gentes de seguir realizando este multitudinario evento. De forma paralela se levantó una macro-comisaría sobre la misma plaza. Se multiplicaron a partir de entonces razias policiales, en calles adyacentes, para eliminar los focos más duros de marginalidad como la Calle Joaquín Costa. Los contenciosos privados estaban expulsando mientras tanto al lumpen y la prostitución de las viviendas de alquiler que ocupaban. Todo esto mientras se realizaba la definitiva reforma del paseo, que sustituía albero por losetas y eliminaba todos los bancos de la zona. Los últimos en ser expulsados de la zona han sido los jóvenes del botellón a través de grandes despliegues de la policía antidisturbios durante todo el año 2007, auténticos ejércitos de ocupación cuya presencia ha desembocado en violencia en varias ocasiones.

El espacio publico impracticable y la barrera sicológica que supone la constante presencia policial ha transformado radicalmente la composición social de los viandantes de la Alameda. En estos momentos se multiplican los bares de moda y diseño en la zona, concediéndose licencias de apertura de nuevos locales a razón de unas diez de media por año desde 2002, y llegando a su apogeo en el 2005 con 20 licencias en el entorno inmediato de la Alameda. El nuevo proyecto para la zona es multiplicar las zonas de veladores y abrir los seis quioscos en el centro de la plaza, una privatización y mercantilización directa de lo público.

La deconstrucción de lo público, su eliminación como lugar para las relaciones sociales y su reducción a una función meramente escénica, no es más que una forma de desposesión. Se arrebatan los espacios de sociabilidad a la gente que los utiliza con la intención de transformarlos en representaciones escénicas y espacios comerciales que permitan su explotación económica como mercancía lugar y valoricen la mercancía vivienda construida en su entorno. Desde otro punto de vista, la eliminación de estos espacios que cubrían de una forma no mercantil las necesidades de dispersión y sociabilidad obligan a la población a consumir los pseudos espacios comunes que forman las grandes superficies comerciales, las más evidentes tipo “centro comercial” y las disimuladas tipo “Alameda”. No lugares o espacios fetichizados, enfocados exclusivamente al consumo.

 

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