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Estado español, Anti Patriarcado, Nacionales PP.Catalans :: 02/04/2018

Huelga feminista #8M: Cuando las mujeres dijimos basta

Justa Montero Corominas
La dimensión económica y ecológica y la cultural y social que sustentan el sistema patriarcal, capitalista, racista, heteronormativo y biocida

El 8 de marzo millones de mujeres tomamos las calles convocadas por el movimiento feminista. Esta fecha pasará a la historia como el día de la mayor movilización feminista que se recuerda en el Estado español, y quedará grabada en la historia de vida de cada una de las mujeres que compartimos la emoción de ese grito colectivo, indignado, reivindicativo y esperanzado que pusimos en marcha el 8 de marzo. Las comisiones feministas del 8M pusieron en el centro del tablero nuestras diversas vivencias y condiciones de vida, cotidianas y concretas, y así todas nos sentimos apeladas a expresar los malestares acumulados y el hartazgo por las injusticias que atraviesan nuestras vidas y la forma como la sociedad las trata.

No hay lugar donde el machismo no marque nuestra cotidianidad, y las mujeres hemos dicho BASTA: queremos vidas dignas, otra forma de relacionarnos y otra sociedad. Fue una protesta global, claramente política, cargada de emoción y razón (dos elementos imprescindibles para la revuelta feminista), respondiendo a un llamamiento que exige un cambio. El carácter feminista de la movilización fue, desde el principio, inequívoco, al igual que lo fue el protagonismo del movimiento feminista desde su convocatoria y organización. A ese llamamiento respondieron por primera vez muchas mujeres, que no se habían sentido apeladas antes por el feminismo pero que, al ponerse las gafas moradas que se les ofrecía, reconocieron sus malestares y se sumaron a la protesta.

Un malestar que tiene sus raíces en muy diversos motivos personales, muchas veces escondidos en la privacidad, pero que se hicieron políticos en la movilización. Analizar cómo se llega en cada ciudad y pueblo a la mayor movilización feminista de la historia, y a la mayor movilización social que se recuerda en muchos años en el Estado español, parte de constatar cómo va madurando esa posibilidad desde un movimiento feminista autónomo, política y económicamente, intergeneracional y plural, que protagoniza importantes movilizaciones en los últimos años.

Y para analizarlo hay que poner el foco en los procesos por los que se conectan nuestros malestares con la capacidad del movimiento feminista para darles una expresión política propia. Un movimiento como el que convoca la huelga feminista que ya estaba ahí, aunque muchos y muchas no podían o no querían verlo.

La huelga se ganó antes del 8 de marzo

El jueves 8 de marzo la huelga ya estaba ganada. Se convocaba a una huelga laboral, del trabajo de cuidados, de consumo y estudiantil. Pero era también, y muy fundamentalmente, el proceso previo puesto en marcha por centenares de activistas que lo entendieron como el inicio de un proceso de cambio en la conciencia y prácticas de las mujeres. Fue extendiéndose durante meses como una mancha de aceite que terminaría llegando a todos los rincones, y en el que cada feminista se convirtió en una huelguista.

La propuesta llegó a todas las mujeres. El debate lanzado sobre las injusticias en nuestras vidas echó raíces en los pueblos y barrios, institutos y universidades, centros de trabajo, empresas, hospitales, en los propios hogares. Y la respuesta no hizo sino extender esa mancha de aceite: de la sorpresa por la propuesta de huelga feminista, al interés por los contenidos, hasta la identificación con los problemas que se plantean, para acabar en una actitud decidida para llevarlo a la práctica y aterrizarlo en cada ámbito y territorio. Así se garantizó el éxito de la huelga, creando tejido social feminista.

La huelga se ganó porque se ganó el debate y se tradujo en una voluntad de hacer colectiva la protesta. La hicieron suya multitud de grupos de mujeres, convirtiéndola en la huelga de todas, desde las trabajadoras de hogar a las jubiladas, desde las estudiantes a las asalariadas precarias, desde las bolleras y trans a las mujeres migrantes y a las ecologistas y a las que luchan por la vivienda, y contra la pobreza energética y un infinito etcétera. La organización de las periodistas, con 7.000 firmantes del manifiesto “Las periodistas paramos”, nos devolvió el mismo día 8 un “apagón” de 24 horas de las redacciones, donde los periodistas cubrieron las noticias mostrando, como se proponía en la huelga, el hueco que dejamos las mujeres. Y tuvo un efecto multiplicador de la huelga, y un extraordinario altavoz. Y el debate feminista sobre las condiciones de vida de las mujeres se abrió paso en todas las asociaciones, entidades, organizaciones, porque en todas ellas hubo mujeres recabando el apoyo activo, y se encontraron una respuesta entusiasta. El feminismo en la calle ganó la hegemonía y ha establecido un nuevo sentido común.

¿Una huelga económica?


El feminismo vuelve a plantear nuevas formas de protesta social. Como ya hiciera en otros momentos, visibiliza y denuncia las limitaciones de conceptos utilizados para explicar la realidad, en este caso el de “huelga”, para pasar a resignificarlo ajustándolo a la realidad de las mujeres. El éxito de la propuesta de huelga feminista está precisamente en su carácter innovador: trasciende el concepto tradicional de huelga, entendida como huelga laboral en el ámbito de la producción, para extenderla al ámbito de la reproducción social, a los trabajos de cuidados y domésticos que realizan las mujeres. Así, el término “huelga” cobra otro significado. La potencia de la huelga feminista reside en su capacidad para situar la centralidad de los trabajos de cuidados, articulando así los trabajos del ámbito productivo con los del ámbito de la reproducción social, situándolos como parte del mismo proceso económico.

Trasciende el sentido de las huelgas laborales convocadas por los sindicatos y supone todo un desafío, porque a partir de esta fecha una huelga no podrá denominarse “general” si no contempla la huelga de cuidados. A partir del 8M una huelga reducida al ámbito de la producción será ya siempre una “huelga parcial”. Hay retos que se dirigen fundamentalmente a los sindicatos mayoritarios a nivel estatal, que se han visto sobrepasados por la dinámica de la huelga feminista. Por llegar tarde; por circunscribirla a un paro de dos horas y no responder al llamamiento de las 24 horas del movimiento feminista, a pesar del desacuerdo y protestas de muchas afiliadas; por no apoyar, de hecho, la huelga de cuidados y consumo. Retos también por no redefinir el papel de los hombres en una huelga de mujeres.

Hay otros elementos en los que detenerse porque lo que podría ser una paradoja resulta un elemento de enorme interés en la huelga feminista: se convocó a una huelga que tiene un evidente carácter económico (lo es no ir al puesto de trabajo, dejar de hacer el trabajo de cuidados y no consumir) por motivos que no se refieren sólo a la dimensión económica de nuestra opresión ni están motivados sólo por el funcionamiento económico del sistema capitalista.

Porque los motivos que nos llevaron a la huelga también tienen que ver con nuestros cuerpos, nuestro derecho a decidir, con el reconocimiento de identidades no normativas, con el derecho a vidas libres de violencias machistas. Unos derechos individuales que el feminismo reclama en el marco de la justicia social y que se entienden atravesados por otros ejes de jerarquización social como la clase, la “raza”, la edad, el estatus migratorio, la identidad de género, las capacidades, la opción sexual. Esto determina la forma en que las mujeres vivimos, sentimos y reclamamos los derechos y la libertad, según estemos situadas.

El significado político de las experiencias, el tratamiento de la subjetividad, la forma de percibir y vivir los distintos aspectos de la identidad de cada cual, son imprescindibles para entender nuestros itinerarios vitales, y un antídoto a cualquier tentación de establecer un modo de ser uniforme y rígido, de sentir y de soñar. El argumentario que sustenta el llamamiento a la huelga responde a una articulación de todo ello, entre los elementos de redistribución y los de reconocimiento.

Entre la dimensión económica y ecológica y la cultural y social que sustentan el sistema patriarcal, capitalista, racista, heteronormativo y biocida. En esta articulación radica la fuerza transformadora de la propuesta formulada desde el 8M, que se refleja en su manifiesto y en la agenda que dibuja. El reto no es instalar la diversidad de las mujeres en el imaginario, ni tan siquiera sólo en los discursos, sino en la agenda feminista común, concreta, como señalan mujeres jóvenes, migrantes, racializadas, bolleras, trans y con diversidad funcional. Porque un tratamiento abstracto de las mujeres que no “hunda sus raíces en la experiencia concreta de las mujeres” acaba resultando excluyente y por tanto estéril.

El 8M ha supuesto un paso muy importante en este sentido (siempre con limitaciones) para una buena parte del feminismo que ya venía planteando el desafío de abordar en común una política feminista que articule la diversidad, poniendo las experiencias de las mujeres en relación con las estructuras sociales de dominación y con las relaciones sociales de poder. Es parte del éxito del planteamiento y seguimiento de la huelga. Es el impulso de la cuarta ola feminista.

El día después

Aún con la resaca de lo vivido toca pensar el “ahora qué” en la gestión del éxito de una movilización que ha formulado una doble exigencia en lo inmediato: la del cambio cultural, en las ideas, comportamientos, actitudes, que de forma brutal determinan la vida de las mujeres (y no hay más que poner la mirada en la impunidad social de las violencias machistas, desde los asesinatos al acoso en las calles), y los cambios normativos, leyes, recursos y estructuras. Esto, que sin duda es una fortaleza de la movilización, tendrá que serlo también de la agenda feminista.

La lectura de la calle es la de la amplitud de los sentires, reivindicaciones y propuestas gritadas, cantadas, reflejadas de mil maneras. Una agenda, que, como recogen los documentos de la huelga, tiene que ver con las urgencias y con una mirada a otro horizonte; que no puede focalizarse sólo en un aspecto o en una formulación, bien sea el cuerpo, bien los cuidados, bien un tipo de violencia, trascendiendo los reduccionismos ya sean económicos o culturales. La movilización lanzó una exigencia de cambio, y ya se puede ver su efecto en muchas pequeñas historias de mujeres que empiezan a nombrar sus malestares, a plantarles cara, a plantear cambios en su vida cotidiana recogiendo el guante de “lo personal es político”. Y la propuesta colectiva habla de otra vida para las mujeres, sostenible social y ecológicamente, por eso es una propuesta de cambio en el sentido fuerte del término, de una transformación social profunda.
Existe la transversalidad del feminismo y la pugna por su sentido porque existe el conflicto.

La interpretación de las necesidades de las mujeres y el horizonte en el que pueden resolverse choca de plano con las políticas patriarcales, neoliberales, racistas, heteropatriarcales y represoras de un sistema del que se conocen los límites de lo que puede ofrecer y para el que las desigualdades constituyen un elemento estructural para su funcionamiento. Por eso la crítica al sistema es ineludible. Decía al inicio que esta fecha es histórica que en nuestra retina quedó grabada la emoción colectiva de ese día. No puedo acabar sin referirme a lo que supuso para mí formar parte de ese gran grupo de mujeres que trabajamos durante meses y vivimos con intensidad este proceso colectivo.

Los fuertes vínculos creados por lo aprendido desde nuestra diversidad, por los agobios y las risas, el apoyo mutuo cuando desfallecíamos, el entusiasmo, la creatividad, y mucha inteligencia colectiva. Así podemos llegar donde nos propongamos. Y el reconocimiento y agradecimiento infinito a las mujeres que, en el minuto 0, tuvieron la inteligencia, sensibilidad y decisión necesarias para plantear el desafío de esta extraordinaria huelga feminista.

* Economistas sin Fronteras
CTXT

 

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