lahaine.org
Estado español :: 28/02/2007

¿Existe España? Reflexiones periféricas

Carlos X. Blanco
Como estado sí: todos sabemos de su existencia. La última ratio es su poder coercitivo, esto es, el uso de la fuerza violenta y del derecho penal en caso de verse amenazada esa entidad (institucional, jurídica) tanto por enemigos internos como externos. La pregunta complicada de responder es si existe una nación española.

La existencia de las naciones, inevitablemente, se mueve en dos planos, al menos: el subjetivo y el objetivo. En el plano subjetivo, fundamentalmente manejado en las encuestas sociológicas, hace referencia a los sentimientos. Creo que en una democracia los sentimientos son libres y respetables. Los ciudadanos del estado español que no se sienten españoles deben respetar a los que sí poseen este sentimiento. Y viceversa. Es cierto que, según las coyunturas históricas se dan graves asimetrías o descompensaciones en esos sentimientos. También me parece que en este estado, la palabra "respeto" resulta desconocida en el acervo de muchos energúmenos de cualquier signo.

Pero, por más que la cuestión de los sentimientos aflore inevitablemente en la discusión sobre los nacionalismos, y por más que los sentimientos se traduzcan muy pronto en pasiones, incluso en pasiones violentas, no es esta la cuestión fundamental. Las naciones tienen que existir más allá de los sentimientos de quienes las aman, defienden, etc. Las naciones deben tener una cierta existencia objetiva. ¿De dónde, de qué caudal de datos procederá esa objetividad? Para mí no caben dudas. De la historia. La historia de los pueblos es la matriz de donde se pueden singularizar determinados componentes étnicos, lingüísticos, estéticos, etc., que sirven para una posible diferenciación ulterior. Es a la historia a la que hay que interrogar radicalmente, y no a éstos, por muy importantes que aparezcan o se resalten en una coyuntura dada.

La coyuntura política del presente es la de una profunda crisis del españolismo o nacionalismo español. No se puede dudar que éste es el "favor" que Franco ha brindado a las naciones oprimidas y encarceladas dentro de un estado de factura unitaria y blindada. Tan odioso fue a la mayoría aquel estado nacionalista castizo, españolista, centralista, opresor, y -en suma- fascista, que los sentimientos reprimidos de una buena masa de ciudadanos, especialmente de los que nos criamos en una "periferia" se volcó hacia una entidad nacional diferente. Aquella que Franco y su ejército de maestros e ideólogos llamaban "región" o "patria chica".

Las naciones integradas en el Estado Español volvieron a recobrar su historia, y repito que la historia es el caudal de sentimientos. Los ritmos de este despertar son muy dispares. Al advenimiento de la democracia y del estado de las autonomías, se quiso establecer el cupo según el que "nacionalidades" (eufemismo de "naciones", ya difícilmente mantenible) habría tres en España: Catalana, Vasca, Gallega. Imposible va a ser no aumentar en el futuro el cupo de naciones históricas y con trayectoria etnolingüística propia. Pienso en la mía -Asturies-, pienso en Aragón, pienso en cada uno de los países catalanes, Andalucía, etc. (perdónenme las omisiones). Esto va a ser así, pues es la Caja que se abrió después de tanta opresión centralista, no sólo del franquismo sino ya de los Austrias y los Borbones, y que no fue una Caja de Pandora sino una Caja llena de posibilidades, de Futuro. Que las aspiraciones nacionales vasca y catalana fueran fuertes y algún día se vean satisfechas no podría sino repercutir, tarde o temprano, en las aspiraciones de los demás pueblos ibéricos. La edad moderna, la edad de las coronas centralizadas, un poder-una lengua-una administración, es una edad que ya ha pasado definitivamente de largo. Es un hecho que el modelo francés de estado unitario no pudo cuajar en el caso español. La lista de naciones ibéricas no hace más que aumentar. Pero, en contra de los sarcasmos españolistas, no es verdad que su número sea potencialmente infinito. No cabe la reducción al absurdo, apelando por ejemplo al caso famoso del "Cantón de Cartagena", o bromear diciendo que dentro de la nación asturiana se independizarán los de Gijón con respecto a los de Oviedo, etc. Estos sarcasmos parten de una premisa indiscutida: sólo es "natural" (valga la redundancia, la Nación Española), y las demás son artificiales. Pero lo que sucede es que todas las naciones son, en cierta medida, artificiales. Como el Capitalismo, la Propiedad Privada, la OTAN, en suma, todo cuanto ha sido producto de la acción humana. Los políticos de la Transición española trataron de desvirtuar el número y la territorialidad de las distintas "comunidades" autónomas, algunas de ellas elevadas al rango de "nacionalidades". Se crearon comunidades regionales verdaderamente artificiales, que en el momento actual se hipostatizaron de manera irreversible (pienso en Castilla-La Mancha, La Rioja, etc.). Con ello se quiso "minimizar" la oposición dialéctica y medular entre una España "central" netamente castellana, pero fragmentada en varios entes ad hoc, sin más personalidad que la específica castellana, y las periferias (a su vez muy heterogéneas). El "café para todos" no logró satisfacer a casi nadie, pero también la política es eso: el arte de la experimentación constante, el arte de la innovación ante una perpetua insatisfacción.

En la época predemocrática se nos enseñaba que la Nación era una entidad canónica homologable con otras "potencias" y con el área encerrada por las fronteras internacionales. España era un dato incuestionable, del que más bien avergonzarse por su presente y al mismo tiempo, compensatoriamente, era un factum histórico grandioso, sobre-nacional, un Imperio. En siglos pasados, las naciones canónicas europeas con las que medirse también habían consumado su violenta centralización interna y su imperio ultramarino (Francia, Reino Unido). Por contra, el Imperio Hispano jamás logró articular eficazmente sus diversos territorios y pueblos. Al ir perdiendo gradualmente sus posesiones ultramarinas, el centralismo ejercido desde Castilla, desde Madrid fue un caso de colonialismo interno, en el que se impuso coercitivamente una sola lengua oficial y una única manera de ver la vida sobre aquellos pueblos que, tratados como "indígenas" eran reacios a perder su modo de ser y a asimilarse a una homogénea visión de España. Que Castilla (y hoy más bien Madrid) no haya podido imponerse del todo sobre todos los territorios o naciones es la mejor prueba -la prueba de los hechos- de que tales pueblos, desde sus orígenes medievales (si no anteriores) eran efectivamente naciones y tenían conciencia de serlo. Pero hay que ir más allá: también es la prueba de que los tempos históricos de la península ibérica estaban, y están, fuertemente desajustados en sus diversos ámbitos nacionales. Cuando en el Siglo de Oro se alza Castilla orgullosa ante el mundo, con sus tercios imperialistas y sus panegiristas de la pluma, todos los demás pueblos ibéricos éramos rústicos y patanes. El "Sayagués" (una lengua de Zamora y Salamanca que deriva del asturiano), por ejemplo, era el paradigma de la rusticidad para la dorada pluma castellana. El asturiano emigrado a la meseta o a la Villa y Corte era, a ojos del imperialista castellano de los siglos XVI-XVIII, la representación misma de la acémila humana, bestia de mente entumecida, y sobre todo, pobre, aunque descendiera del mismo Don Pelayo o del rey Favila.

Sólo cuando ese Imperio centrado en Castilla, transmutado en Imperio Hispánico, cesó en su esplendor depredador y militarista (que así son todos los Imperios, desde Roma a los U.S.A.) pudieron las "provincias" (de antemano "vencidas") recordar qué eran. En muchos casos, reinos olvidados o principados con autonomía político-jurídica, y en el caso de Asturies cuasi-foral. Comunidades nacionales que, en su periferia o marginalidad (por no quedarse solo en el aspecto geográfico de los términos) no tuvieron que compartir enteramente o al mismo ritmo la cochambre y la decadencia de un Imperio en descomposición. Y justo cuando Asturies y otras periferias autónomas podían librarse, al menos materialmente, de la decadencia castellana (siglo XVIII), vino el cambio dinástico a introducir una nueva idea de Estado, centralizado a la francesa, en la configuración del reino.

La pugna entre centralismo y fuerismo ("paleoautonomismo") no culmina sino bien entrado el siglo XIX, coincidiendo con el poder creciente de la burguesía liberal madrileña. En el ámbito vasco-navarro sin embargo, con mutaciones diversas, incluyendo la transformación de los derechos históricos en "conciertos económicos" llegan los ecos de esa pugna casi hasta el día de hoy.

Es inútil deslindar en la dialéctica de los nacionalismos actuales, el poder o el desiderátum del nacionalismo español frente al poder o el deseo de los nacionalismos periféricos (asturiano, vasco, gallego, catalán...). De hecho se refuerzan las posiciones de cada uno al tener un nacionalismo enfrente. Con respecto al españolismo, esto no es más que una expresión de su fracaso. Que la nación española sea un fracaso histórico y que puede que ya no cuaje nunca más, aunque como estado sea una realidad jurídica y coercitiva, es evidente. Si no, no se explicaría la proliferación de anómalas fundaciones, foros y radicalismos de derecha (aunque también hay españolistas en el PSOE e IU, por ejemplo). Parece la prueba palpable de que este sentimiento -en si mismo legítimo y respetable- debe situarse a la defensiva, e incluso al ataque frente a una posibilidad que a ellos les parece angustiosa: que España se rompa. Pero la idea que había que plantear al españolista combatiente (a la defensiva, o al ataque, da lo mismo, pero combatiente) debería ser la siguiente: ¿por qué habrá tanta gente que, sin estar en contra de España, sin embargo no la aman y quieren marcharse de ella? Esta "madre patria" ¿no debería reflexionar un poco cuando algunos de sus "hijos" la repudian, y se quieren ir de casa?

Otra cosa es que el sentimiento nacionalista español, respetable, como exijo que se respete el sentimiento nacionalista asturiano, se transforme en voluntad represiva, vale decir, en fascismo. Las invocaciones más o menos veladas a una intervención militar en caso de secesión están oyéndose en los más diversos foros. No ya por parte de periodistas, emisoras y periódicos conocidos por su sectarismo faccioso. Ha habido destituciones de militares de alta graduación, y en fechas muy recientes. ¡Y estos no son tiempos de Transición! ¡ Se nos había dicho que vivíamos en una democracia madura! A parte de los espadones, se supone que personas de rango "intelectual" deberían contribuir a la concordia entre ciudadanos y entre pueblos. Pero no es así. Destacados filósofos y catedráticos, como he podido leer últimamente, incitan al ejército a intervenir en el País Vasco, hablan de suspender el estado de autonomías. Dicen que la nación española está en peligro ante los "separatistas" y, para evitar las consecuencias de la desmembración del estado, al estilo de Yugoslavia, proponen las más severas medidas...

Como asturiano, como periférico, a mi no me gustaría vivir en un estado donde los pilares de convivencia se reduzcan a dos: el miedo a los uniformados y la unión a la fuerza. Si este es el fundamento de esa Nación Española... Los nacionalismos periféricos (tan diversos entre sí, con tan diversa trayectoria histórica y grado de evolución) deberían ser vistos en positivo: como factores creativos de un nuevo pacto de convivencia, que también es pacto de pueblos. En vez del federalismo abstracto y a priori de la izquierda española convencional, los ciudadanos nacionalistas podrán conseguir -si quieren- con su actividad y sus votos una confederación ibérica a posteriori: donde vivan juntos los pueblos que deseen y hasta el momento en que deseen. Y el que no desee eso, adiós muy buenas. Nada que se mantenga a la fuerza o bajo amenaza puede acabar bien, y esto deberían saberlo los nacionalistas españoles, en general todos. Y es que en la base de toda convivencia hay un derecho incuestionable: el derecho a decidir.

Glayiu

 

Este sitio web utiliza 'cookies'. Si continúas navegando estás dando tu consentimiento para la aceptación de las mencionadas 'cookies' y la aceptación de nuestra política de 'cookies'.
o

La Haine - Proyecto de desobediencia informativa, acción directa y revolución social

::  [ Acerca de La Haine ]    [ Nota legal ]    Creative Commons License ::

Principal