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Estado español, Mundo :: 12/04/2022

La acacia del desierto

Francisco García Cediel
El gobierno español acepta la ocupación marroquí sobre el Sahara Occidental

Visité Marruecos en vida de Hassan II, padre del actual monarca; en todos los establecimientos se exhibía en lugar destacado una foto del susodicho donde se le tildaba de “libertador del Sáhara”, que no deja de ser como poner un cartel del Hitler con el lema “libertador de Checoslovaquia”.

Más tarde me enteré que no se podía abrir una tienda o bar sin poner una foto del rey, aunque no debería extrañarnos; aquí mismo en todos los edificios oficiales, salas de vistas de juzgados, etc., podemos ver la foto de nuestro propio monarca, aunque no obligan a ponerla en nuestro bar favorito (es lo que tiene la democracia).

Profundicé en la reciente historia de Marruecos leyendo el libro del francés Giles Perrault “nuestro amigo el rey”, que detallaba la espantosa represión contra su propio pueblo ejercido por el hermano de nuestro emérito, en palabras del propio Juan Carlos, describiendo su sistema de espionaje y delación instalado en barrios y pueblos, y la violencia sin miramientos contra las gentes del Rif. En dicho texto se denuncia el apoyo del Estado francés al régimen marroquí, a pesar de que habían asesinado al opositor exiliado Ben Barka en pleno centro de París, explicando con todo lujo de detalles los intereses económicos de las empresas francesas en Marruecos (¡Es la economía, estúpidos!, que diría aquel).

Visité en otra ocasión los campamentos de Tinduf, con motivo de un aniversario de la fundación del Frente Polisario, donde varios cientos de miles de personas viven en un desierto inhóspito desde hace décadas enarbolando la bandera de la República Árabe Saharaui Democrática.

En aquellos escasos pero intensos días pude constatar, gracias a que se sigue estudiando castellano en sus escuelas, un desarrollo social y comunitario, incluyendo el papel real de las mujeres en el gobierno local, impensables al menos en los países árabes que he visitado, así como una férrea voluntad colectiva de autodeterminarse en lo político y en lo social. Nunca olvidaré su hospitalidad y camaradería.

El giro del gobierno de Sánchez es una puñalada trapera a las aspiraciones del pueblo saharaui, a añadir a la ya lejana asestada por el llamado Acuerdo de Madrid, firmado el 14 de noviembre de 1975 por el entonces jefe de Estado en funciones, por enfermedad de su mentor Francisco Franco, Juan Carlos de Borbón. Con dicho pacto se entregaba el Sahara Occidental a Marruecos y Mauritania, a cambio de un protocolo aún secreto de participación ¿Del “campechano”? y otros prebostes del régimen en los beneficios de los fosfatos y la pesca, riquezas de ese territorio.

Se ha argumentado con razón que dicho cambio de postura es una violación del derecho internacional; en concreto, la Resolución de la ONU 2625 de 1970, recogiendo la doctrina de ese Organismo internacional (resoluciones 1514 y 1541 de 1960), señala el principio de libre autodeterminación del Sahara Occidental mediante un referéndum que incluya expresamente la opción de la independencia.

El propio gobierno marroquí, tras más de una década de enfrentamientos armados con el Frente Polisario, firmó con éste en 1988 el llamado Plan de Arregló, que supuso un alto el fuego en dicho conflicto, y que preveía un referéndum de autodeterminación para el año 1992. Huelga decir que dicha consulta no se ha realizado hasta la fecha.

Se ha señalado por diversos analistas que tras el cambio de postura de nuestro ejecutivo subyace el papel que Marruecos desempeña en el control de los flujos migratorios, eufemismo en boga para designar el intento de bloquear que las personas a las que el expolio que el imperialismo ejerce sobre los recursos de sus países de origen empujan a migrar buscando la supervivencia lleguen a los países imperialistas. Ciertamente es éste un tema fundamental que explica en gran medida las relaciones del Estado español, y por ende de Europa, con el sátrapa de Marruecos, pero existen otros elementos que también han de tenerse en cuenta.

Así, en el plano de las relaciones económicas y a raíz del conflicto generado por la estancia del presidente saharaui Brahim Gali en un hospital de Logroño para curarse del Covid-19, el diario La Voz de Galicia publicó un extenso artículo en tono de preocupación describiendo las inversiones españolas en el país magrebí, indicando que 1400 empresa de este Estado tenían invertidos unos 5.000 millones de euros, de los cuales 2.512 suponían inversión en infraestructuras (datos de 2020). La lista de empresa y de sectores era amplísima, abarcando el turismo (Meliá, Barceló), la energía (Cepsa, Indra, Abengoa, Endesa y Naturgy), hasta la pesca, el textil, la construcción, el sector químico, agroalimentario, el transporte de viajeros (Alsa tiene el servicio de autobuses de la comarca de Rabat), etc. Dicho periódico, en suma, alertaba sobre lo negativo que sería para “nuestras” empresas que las tensiones diplomáticas con Marruecos afectaran a sus negocios.

En suma, ante esta combinación de factores el gobierno no ha dudado en anteponer negocios sobre principios (¿Alguien lo dudaba?), sin que la votación del Congreso en días previos a la cena de Sánchez con Mohamed VI, en el que la mayoría parlamentaria se reafirmó de un modo más cosmético que real en el derecho a la autodeterminación del Sáhara Occidental haya alterado la nueva hoja de ruta.

La acacia del desierto vive en las zonas más secas del planeta y en concreto en el Sáhara. Pese a su escasez, está adaptado para sobrevivir en ese terreno hostil, hundiendo profundamente sus raíces en la tierra para aprovechar en escaso agua que garantice su propia existencia. Escasos pero firmes, al igual que las acacias, las y los saharauis se alzan dignamente sobre su territorio, defendiendo sus legítimos derechos frente a intereses económicos y geopolíticos.

Expreso de este modo mi deseo de que, frente a tanta iniquidad, el pueblo del Sáhara Occidental alcance su plena soberanía política y social, algo que llevan esperando desde generaciones.

  

Francisco García Cediel

 

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