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Estado español :: 31/03/2013

Los hipócritas, el monstruo de Europa y algunos clones de Hitler

La mosca roja
El monstruo es Europa, una Unión Europea que hoy más que nunca se erige como una criatura, creada desde la mentira, que impone su verdad

Pura María García. La mosca Roja

Parece que estemos empezando a admitir nuestra sorpresa y nuestra rabia ante el descubrimiento de su verdadera identidad, pero podríamos haberlo previsto. El cine, la literatura y la mitología llevan hablándonos de ellos desde hace mucho tiempo: son los engendros creados por un loco genial, entendiendo la genialidad como la desviación de lo aceptado y previsible en términos sociales, sumatorios de órganos y vacíos, que el megalómano recoge con la intención de confirmar sus delirios de grandeza, emulando al supuesto creador universal de la vida. El loco cose las partes, sumando trozos de vida, seguro de que la criatura creada por sus manos, como un frankestein único, seguirá sus órdenes y jamás cruzará la barrera de la rebelión ante el padre creador.

El monstruo es Europa, una Unión Europea que hoy más que nunca se erige como una criatura, creada desde la mentira, que impone su verdad, la de los mercados y las políticas planificadas por unos pocos para someter a todos nosotros; un monstruo con tres cabezas malignas, apodadas con un término que no revela su maldad, la troika.


Hablamos de un monstruo que ha sido construido, con malévola arquitectura, sobre un discurso confirmado en tratados políticos de ampuloso título, tras simulacros de votaciones, en las que ni usted ni yo hemos participado realmente. Su discurso era “cautivador”: Europa, su unión, como medio para lograr el pleno empleo, el desarrollo sostenible, la cohesión de las distintas clases sociales, los plenos derechos de TODOS los ciudadanos…. Una canción cuya verdadera letra era otra, caracterizada por la obsesión por favorecer a las grandes empresas y las fortunas que las sostenían.

Hay que mirar atrás, aunque nos duela comprobar cómo estamos consintiendo, por acción u omisión, que el camino andado por muchos otros antes de nosotros haya quedado en una senda minúscula, de limites difusos e intransitables. Mirar atrás para descubrir el ayer de este monstruo de tres cabezas, que es, en realidad, un sueño de los nazis que hemos ayudado a convertirse en realidad.

Nos hemos dejado engañar cada vez que aceptábamos la mentira de que la unidad de Europa se gestó tras la II guerra Mundial para superar una tendencia peligrosísima, el nacionalismo, y evitar las guerras entre los hijos de la madre Europa. Nos dejamos engañar al creer que lo contrario al nazismo, lo que nos salvaría de él, era el europeísmo. Caímos ingenuamente en la manipulación ideológica que pretendía hacernos creer que la existencia de las diferencias, las nacionalidades, conducirían inevitablemente a los enfrentamientos, a las guerras y que la globalización, la unidad, era un salvoconducto para nuestra tranquilidad y estabilidad. Una mentira más que se cae por su propio peso a poco que se investigue sobre los verdaderos orígenes de esa obsesión de los creadores del frankestein europeo por lograr la unidad.

Todo empezó con la gestación de la patria del clon de Hitler más peligroso de la edad contemporánea: Angela Merkel. Se había pasado el meridiano que dividía en dos el siglo XIX. Alemanía, como tal, no existía todavía. Cuando se produce la I Guerra Mundial, Alemania tenía una voz europea casi recién nacida, de apenas 50 años. La patria de Merkel anduvo un extraño itinerario que le llevó a pasar de una situación social cercana al feudalismo a un estado de capitalismo monopolista que pocos hubieran previsto, experimentando todos y cada uno de los obstáculos que le habrían de conducir a la construcción de un estado federal, instrumento para lograr su autocontrol, un control que muy pronto sería considerado por Alemania como un modelo válido para ser exportado al “exterior” de su mundo. Los imperialistas alemanes presentaron sus planes sociopolíticos y económicos como planes que pretendían una integración europea, ocultando que en realidad se trataba de pretensiones de asimilación e incorporación a un ente del que se creían en secreto gestores. Los nazis vociferaban una consigna que, años después, es la que han coreado los creadores de esta falsa y letal Unión europea que sufrimos: en el futuro de la Europa que pintaban los nazis no habría países amos y países sometidos, sino “socios” ¿Les suena? Hitler ya planificó establecer la unidad política de Europa, creando lo que fue denominado en documentos oficiales, la Confederación Europea. Sobre aquella “unidad”, que a pesar del tiempo y sus tintes nazis no es muy diferente al engendro fascista y prepotente que hoy dicta el ritmo económico, laboral y social con el que estamos obligados a bailar, es muy aclarador leer algunos fragmentos de documentos oficiales de la época, entre los que destacan los siguientes:

“La unidad de Europa, a través de la Confederación Europa, debe ser tan firme como para que nunca pueda haber guerra entre los países y los intereses externos de Europa se puedan salvaguardar en su conjunto”

“Sus objetivos son crear y garantizar una paz duradera para los países europeos, eliminar las causas de las guerras Europas, sobre todo el sistema de desequilibrio de poder, superar el particularismo europeo mediante la cooperación libre y pacífica entre los pueblos de Europa”

“Estoy convencido de que dentro de 50 años la gente ya no pensará en términos de países” (1940, Goebbels, jefe de propaganda nazi)

No hay más que volver la vista atrás para saber que la Unión Europea es un monstruo que ya fue vislumbrado y utilizado por los nazis. A nosotros, sin embargo, se nos ha dicho, por los hipócritas a quienes les interesa su existencia, que es una idea moderna, democrática, inclusiva, necesaria para que durmamos tranquilos cada noche, sin miedo a que peligre nuestro trabajo y nuestra vida. Mentiras. Una más, esta vez tremenda, emitida incesantemente por los clones de Hitler, nazis contemporáneos disfrazados de liberales, demócratas, economistas, ideólogos. Clones que proliferan como una epidemia de la que, hasta la fecha no hay antídoto, porque ellos esgrimen el arma de la inducción al miedo para lograr que no nos rebelemos y nos mantengamos dentro del redil europeo. Clones que rezuman máximas nazis y ocupan las sillas de los lugares desde donde se juega con la economía de los países en los que ellos no viven, donde experimentan con quitas, corralitos, sanciones, ventas trampa de financiación a tipo de interés de saldo, supuestas gangas, que logran que nos endeuden nuestros gobernantes, sus amigos declarados. Algunos clones de Hitler, como Merkel, juegan con nuestros sueldos e inclinan, a su antojo, la balanza que hace que un país se hunda o flote, para entretenerse mientras llegan las elecciones que garantizaran cierta perpetuidad en su capacidad de experimentar con los ciudadanos. Otros, como Gallardón, dictan leyes y las derogan, se sacan de la manga (muy ancha con los suyos y estrecha con los demás) decretos y decretos. Otros, como Wert, nos desprecian derruyendo años y años de lucha por una educación que es un derecho. Otros clones de Hitler, invaden países cuando lo consideran oportuno, sin más, como Hollande o su predecesor megalómano. Otros mafiosean y cometen delitos, seguros de que jamás perderán su eterna inmunidad, como Berlusconi. Otros juegan a hacer sumas y restas falsas con un ábaco trucado, como el impresentable de Montoro, para lograr engañar, por lo bajini, justamente a esa madre Europa a la que tanto defienden y que esconde mentiras que intenta que no conozcamos:

Ha creado su propia banca, el Banco Central Europeo, al que, curiosa paradoja, únicamente autoriza a prestar dinero a la banca privada de los estados europeos y no a los propios estados.
Eliminó a mediados del SXX las trabas aduaneras exclusivamente para favorecer a las grandes multinacionales que operaban y operan en Europa.
Ha impuesto sus criterios para unificar las diferentes normativas económicas, pero nada ha hecho para unificar estrategias de desarrollo en situaciones de crisis, con carácter global.
Ha evitado crear mecanismos y órganos reales de control y previsión, lo que justifica que los hijos de Europa hayan llegado al nivel de endeudamiento, paro y pobreza entre los que actualmente intentamos sobrevivir.
Inventó la mentira del euro para unificar sus jugadas económicas: ofertas engañosas de créditos pactados cuyo final es un endeudamiento de los ciudadanos; aceptación de países, como Grecia y Chipre, para formar parte de su unidad, sin más requisito que estar dispuestos a tragar los preceptos de la política neoliberal, y sus nefastas y probadas consecuencias, para, más tarde, extorsionarles y chantajearles con su “expulsión”.

Mientras ellos, los clones de Hitler, los arquitectos de ese edificio de mentiras que es la Unión Europa, nos siguen obligando a cantar el himno de Europa, nosotros intentamos no vivir, sino sobrevivir, a la criatura maligna a la que nutren.

 

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