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Carlo Frabetti :: 08/10/2001

No podemos condenar los ataques del 11-S

Carlo Frabetti - La Haine
De pequeño, cuando veía una película del Oeste, creía (me hacían creer) que los indios eran los malos.

Luego, en los libros, fui descubriendo la terrible verdad (por ejemplo, que la “salvaje” costumbre de arrancar cabelleras la habían introducido los blancos: era la forma de demostrar cuántos indios habían matado, pues cobraban a tanto la pieza). Descubrir que el verdadero malo era John Wayne, fue un auténtico trauma. Descubrir que seguía siéndolo, fue el origen de mi conciencia política.

En 1979, Luis García y Felipe Hernández Cava (tal vez el mejor tándem dibujante-guionista que ha dado la historieta española) publicaron un álbum titulado Etnocidio, recopilación de cuatro historias del Oeste, y me pidieron que lo prologara. Entre otras cosas, escribí:

La explicación profunda del éxito de las películas y cómics “de indios y vaqueros” hay que buscarla en el hecho de que la conquista del Oeste ha sido la última gran “epopeya” de la raza blanca contra otra raza, la última gran maniobra de invasión y exterminio...

La explicación está, en última instancia, en el racismo y la xenofobia de una sociedad brutal, íntimamente orgullosa de su larga tradición de atropellos raciales. Todos los blancos somos un poco nazis, a excepción de algunos que lo son mucho.

(No olvidemos, en el caso concreto de España, que en los colegios aún se presenta como héroes a las pandillas de criminales y paranoicos que exterminaron a incas y aztecas con la cruz y la pólvora.)

En este contexto, abordar la historieta “de indios” desde una perspectiva crítica tiene, además de su interés intrínseco, el valor de una réplica, de una reivindicación.

“El único indio bueno es el indio muerto” es, a efectos prácticos, una frase de John Wayne más que del coronel Carrington: una brutal sentencia (de muerte) grotescamente amplificada por la mal llamada cultura popular. Parece, pues, justo y necesario que a través del cómic se muestre la verdadera índole de la “colonización” americana, tantas veces falseada por este mismo medio...

Un lector grosero tal vez piense que estas historietas incurren en un maniqueísmo similar --aunque de signo contrario-- al del western clásico: sigue habiendo “buenos” y “malos”, sólo que ahora los primeros son los indios y los segundos los blancos.

La grosería estriba en considerar maniqueísmo toda división en “buenos” y “malos”. Hay situaciones en las que realmente, objetivamente, cabe hablar de dos grupos enfrentados como “buenos” y “malos” (o agredidos y agresores, para prescindir de las comillas).

Peter Weiss lo expresó claramente en su montaje teatral sobre la guerra de Vietnam: a un lado del escenario, los vietnamitas, vestidos de blanco inmaculado; al otro lado, los yanquis, siniestros, contorsionados, vestidos de negro. Cuando le preguntaron a Weiss por qué lo había dispuesto así, contestó, sencillamente, que había sido para expresar a nivel plástico el hecho objetivo de que unos eran los buenos y otros los malos.

Cuando un pueblo “civilizado” utiliza su superioridad técnica para aplastar a una raza “salvaje”, no sólo se puede sino que se debe hablar de buenos y malos, y así lo entienden y lo reflejan con sobria contundencia las historietas aquí recogidas. Cuantas atrocidades pudieran cometer los indios, hay que cargarlas a la cuenta de los invasores blancos. Ellos y sólo ellos desenterraron las hachas de guerra y encendieron las hogueras de odio en que siguen forjando la “grandeza” de su miserable imperio.

Se ha dicho hasta la saciedad que los acontecimientos del 11-S parecen episodios de una película de catástrofes o de ciencia ficción; pero, en realidad, el género cinematográfico de referencia es el western. El Pentágono es un fuerte, y el WTC, un campamento minero lleno de oro. Y, como estipulan las normas del género, los “indios” (las etnias desposeídas) han atacado (si es que han sido ellos) con furia suicida.

Podemos lamentar los hechos, incluso horrorizarnos, pero no “condenar” a sus autores. Habría que esperar, en todo caso, a saber quiénes han sido y por qué. Porque si, por ejemplo, hubiera sido un comando de palestinos hartos de que los sionistas los masacren con la bendición y las armas de Estados Unidos, o un grupo de iraquíes enloquecidos ante el medio millón de niños muertos bajo las bombas y el embargo yanquis, no tendríamos ningún derecho a “condenarlos”, como no podemos condenar a los apaches por arrancar las cabelleras de quienes les enseñaron a hacerlo.

Contra el Imperio/17

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