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Estado español :: 18/03/2014

Poder horizontal y poder vertical

Armando B. Ginés
El desplome de la URSS acabó con una manera de entender la acción política transformadora y anticapitalista

Nos enfrentamos a la eterna discusión ideológica de la izquierda, la de cómo hacer compatibles la participación activa de la clase trabajadora en un proyecto representativo de sus propios intereses. Desde la vanguardia revolucionaria a las experiencias a través de los diferentes métodos asamblearios, la discusión teórica ha mostrado discrepancias radicales entre diferentes grupos y sensibilidades políticas.

Después de la Segunda Guerra Mundial, la opción socialdemócrata fue arrinconando a otras formaciones de la izquierda transformadora, presentándose al electorado como la única alternativa con posibilidades reales de postularse como oposición a las distintas versiones de derechas o nacionalistas conservadoras. La situación de hecho supuso que los partidos comunistas se enrocaran en posturas en muchos casos esencialistas, y en otras ocasiones y escenarios concretos, fruto de la impotencia y de las campañas mediáticas feroces en su contra, buscaron fórmulas de adaptación al medio parlamentario, centrando sus esfuerzos en la actividad sindical, donde numerosos líderes hallaron acomodo en sus estructuras orgánicas.

El desplome de la URSS acabó con una manera de entender la acción política transformadora y anticapitalista. Sin referentes internacionales, daba la sensación de que solo quedaba como recurso instrumental el juego electoral y las reivindicaciones laborales mediante los sindicatos tradicionales de clase. Visto desde la realidad actual en una amplia panorámica, todas las estrategias camaleónicas de la izquierda más allá de la socialdemocracia han fracasado en mayor o menor medida en sus intentos de construir poder genuino de las capas más populares de la población.

Los intensos esfuerzos realizados para aclimatarse a las nuevas tendencias sociales y políticas han reducido la capacidad de influencia de los comunistas, socialistas, anarquistas, radicales y otras fuerzas de progreso anticapitalistas. La izquierda no socialdemócrata ha perdido en las sucesivas batallas de la época moderna sus perfiles contestatarios y su poderío movilizador. Su cuerpo ideológico es irreconocible por no decir que inexistente, yendo un paso por detrás de los acontecimientos sociales y coyunturas políticas. La agenda está marcada por los intereses de la derecha.

En el escenario descrito, la clase trabajadora va a tientas, desconociendo los referentes teóricos de largo recorrido que ofrecen sustento a su lucha diaria en el régimen capitalista. Ni siquiera surgen líderes carismáticos o populistas que galvanicen a las masas. Los liderazgos antiguos han quedado en el olvido, tal vez en sentido positivo. Pero a la vez que esto sucede, no se vislumbra en el horizonte un proceso constitutivo y generador de poder horizontal que llene el vacío en el que hoy vivimos.

Resulta evidente que las mareas más reivindicativas y entusiastas de los últimos años están tapando el agujero que deja el inmovilismo de los principales actores políticos de la izquierda sindical y parlamentaria. También parece obvio resaltar que esa masa golpeada por la crisis no traduce sus legítimas inquietudes en opción política. Sus pírricas victorias no contradicen lo expuesto. El arco parlamentario y las instituciones continúan dominados por la misma casta capitalista de siempre con algún tinte rosa testimonial sin repercusiones en la hegemonía de la elite fáctica, financiera y multinacional.

Desde la aparición del movimiento 15M y otros grupos a escala mundial similares, se ha puesto en el tapete sociopolítico una disyuntiva novedosa: asambleas de base horizontales como estrategia de largo alcance para recuperar la plaza pública y democrática para todos sin excepción versus formas clásicas de acción política jerarquizadas en partidos orgánicos. La pugna no está cristalizando en una alternativa sólida y pujante. Hay reticencias entre unos y otros hondas y más que patentes.

Los políticos tradicionales temen perder sus prebendas conquistadas a base de pragmatismo y atonía ideológica táctica, lo que les hace observar a los movimientos posmodernos con cierta distancia esquiva. ¿Un proyecto sin cabeza visible ni organigrama férreo? Parece una quimera infantil a primera vista, sin embargo la perspectiva, aun pecando de un idealismo utópico obvio, atina en su crítica de fondo a las salidas políticas preconizadas por los partidos y coaliciones ya instalados en el teatro político en vigor.

El impulso camaleónico por captar votos centristas y de la clase media a toda costa, intentado detener la hemorragia de voluntades hacia el espectro político del statu quo inamovible, ha desdibujado las señas de identidad históricas de la izquierda y a cambio los réditos obtenidos han sido escasos. El sistema capitalista sigue en pie, de crisis en crisis, pero sin cambios positivos en la relación de fuerzas políticas.

La izquierda clásica transformadora ha fracasado en la vía institucional. Solo hay que echar una mirada crítica y sin prejuicios a la realidad para darse cuenta del anterior aserto. En la esfera sindical, desde hace décadas la acción se ha centrado en la autodefensa sin advertirse acciones que buscaran romper sus ligaduras con el capitalismo imperante. Hoy, en definitiva, los dirigentes políticos y sindicales de la izquierda institucionalizada no representan fidedignamente los intereses singulares del ejército de trabajadores de la precariedad laboral ni de los jóvenes sin futuro ni oficio ni beneficio.

Este alejamiento viene dado por múltiples y contradictorios factores. Hace tiempo que es imposible practicar sindicalismo en las empresas dado que los trabajadores y trabajadoras están de paso en sus empleos, a expensas de renovar sus contratos mileuristas o expuestos a un despido fácil, inmediato y barato si intentan reivindicar o hacer valer sus escasos derechos laborales. A esto habría que añadir que los dirigentes y cuadros sindicales de cierto nivel orgánico ocupan sus puestos desde hace lustros, aplomados en un discurrir plagado de tics repetitivos e ineficaces. Si en el trabajo, lugar donde se experimentan las contradicciones originales y más virulentas del régimen capitalista, es casi imposible la lucha coherente, en otros ámbitos sociales la situación es todavía más complicada y difícil.

Entonces, ¿qué camino tomar? La situación, desde luego, no admite voluntarismos sesgados ni soluciones terminantes o acabadas. Las movilizaciones deben continuar, por supuesto. Pero también sería necesario un proceso social, sindical y político de encuentro múltiple sobre bases programáticas abiertas y claras. No nos referimos a que nazcan iniciativas por doquier lideradas por personas mediáticas que solo pretenden atomizar aún más la deriva de la izquierda con mensajes de unidad falsos y personalismos salvadores egocéntricos. Habría que partir de puntos diáfanos que no llamaran a confusión, por ejemplo, anticapitalismo, república, nueva ley electoral, educación, banca y sanidad públicas, reforma fiscal justa y progresiva, referendos vinculantes, Estado laico absoluto y poderosos medios de comunicación plurales de titularidad asimismo pública, estatal, autonómica o local. Sirvan los citados como referentes o campos de diálogo por una sociedad de nuevo cuño.

Ese debate habría que llevarlo a las organizaciones internas en coordinación con discusiones públicas en la calle, en asambleas de barrio o de vecinos o en otros foros alternativos. De ese concierto abierto y plural deberían surgir los líderes del futuro. La estrategia no sería llegar exhaustos a la próxima convocatoria electoral sino sentar las bases de una opción distinta y diferente, creando ambiente crítico y referentes transformadores de izquierda, lejos tanto de la profesionalización política como de la acción directa puntual que muere en los aledaños de la utopía exenta de la cruda realidad cotidiana.

Hay que unir el grito espontáneo y la experiencia práctica en un solo proyecto. Todos han de ceder parte de sí: los que ahora viven de la realpolitik reconociendo sus errores estratégicos y los que se nutren de la utopía visceral bajando al escenario de la realidad contradictoria sin extremismos paralizantes. La situación actual no precisa de dedos acusadores escapistas ni de golpes de autoridad a la vieja usanza. Al final, la verdad siempre está en entredicho. Todo es proceso. Lo que sí es preciso saber desde ya es hacia dónde quiere ir la clase trabajadora, la gran olvidada entre tanta palabra vana de estética revolucionaria y tanta pose mediática de impotencia política.

El poder horizontal debe ganar la batalla al poder vertical. No obstante, no es horizontal todo lo que reluce en las nuevas modas y tendencias. Sin conciencia de clase, todo puede quedarse en tormentas pasajeras de mucho ruido y pocas nueces.

 

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