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Estado español :: 04/12/2007

Sacando músculo

Julen Arzuaga
Claman justicia para las víctimas de ETA en la Audiencia Nacional, tribunal que contradice todos los principios más elementales de la independencia de la tutela judicial, mientras se la niegan a las víctimas de las violaciones de derechos humanos del Estado

No parecen buenos momentos para los movimientos críticos, disidentes, de oposición ante un sistema encastillado y que se maneja peor con argumentos verbales que con los que le proporciona toda la batería de medidas represivas -ordinarias o excepcionales- de la que se ha ido dotando los últimos años. Ciertamente, dibujar una estrategia de respuesta ante la represión es una de las necesidades imperiosas de los movimientos sociales, en Euskal Herria, en el Estado español y en casi toda Europa. Sin embargo resulta difícil hacer una valoración genérica sobre esta cuestión, ya que son diferentes las situaciones de criminalización de un movimiento o de otro, así como es diferente la reivindicación o la lucha que cada uno lleva adelante. Intentémoslo.

Naciones Unidas

Una anterior aportación a éste debate, de Gemma Ubasart, analizaba la estrategia de los movimientos antirrepresivos señalando la imperiosa necesidad de superar la marginalidad. Precisamente, conseguir la complicidad de una mayoría social que se debería oponer a la tortura, a la brutalidad policial, a la represión de actividades sociales o políticas lícitas... y la acumulación de fuerzas en este ámbito es el objetivo principal, que no puede soslayarse por muy vinculados que estemos a determinados gustos o estéticas. Sería irresponsable que esto fuera así. Creo, sinceramente, que el objetivo justifica vestir corbata y pisar alfombra para, por ejemplo, conseguir denuncias cualificadas de organismos como del Consejo de Europa, o del sistema de Naciones Unidas que ejerzan de altavoz desde su atalaya y den una nueva dimensión a esta reivindicación, más allá de los fanzines y carteles -sin menospreciar para nada su virtualidad-. Tenemos como ejemplo, la visita que hizo el Relator contra la Tortura de Naciones Unidas al Estado español en octubre de 2003 quién determinó que la tortura ocurre aquí de forma “más que esporádica” y apuntó la necesidad de que las autoridades españolas reconozcan la existencia de este fenómeno y se derogue el sistema de detención secreta. Mencionaba además la situación de dispersión de presos vascos, recomendando su acercamiento a cárceles vascas. ¡No es poco! El relator, Theo van Boven, reconocía en una conferencia que decidió interesarse porque se le había acumulado muchísimo material en su despacho “en referencia a vascos torturados”. El resto del interés se lo generó la negativa de las autoridades españolas a reconocer la evidente existencia de la tortura y el ataque a su dignidad que supuso el que ABC afirmase pocos días antes de su visita que “el relator de Naciones Unidas vendrá a España a constatar la inexistencia de torturas”. Por poner otro ejemplo de esta actividad de denuncia, otro que recibió cantidades ingentes de información sobre la vulneración de derechos políticos tales como la libertad de expresión, de asociación, de reunión... fue el relator para la Libertad de Expresión. Pidió en 2003 una visita al Gobierno español, el cual recordando la experiencia anterior del relator contra la Tortura, prefirió optar por prohibir la visita al máximo experto sobre Libertad de Expresión del sistema de Naciones Unidas. Esto es gravísimo y, por supuesto, no pasa desapercibido ante el resto de los Estados del concierto internacional. Son ejemplos de que se puede poner a la acción represiva del Estado contra las cuerdas. Son ejemplos de la necesaria complementariedad entre el trabajo de calle y el de los despachos.

Conceptos aguados

Dicho esto, uno de los elementos que más me preocupan es la continua manipulación que se produce sobre el discurso de los derechos humanos por parte de las instituciones públicas. Ciertamente, las autoridades estatales -me da igual la administración a la que respondan- cepillan el concepto de tortura de la que ellos son únicos responsables como funcionarios de Estado, mezclándola con la “tortura” que supone la violencia doméstica o mirar debajo del coche a consecuencia de lo que se conoce como “violencia de persecución”. Sin quitar gravedad a estos hechos, no hablamos de lo mismo. Piden libertad de expresión porque alguien lleva una protesta ante sus sedes o actos políticos, cuando hay al menos cuatro medios de comunicación cerrados en mi país. Claman justicia para las víctimas de ETA en la Audiencia Nacional, tribunal que contradice todos los principios más elementales de la independencia de la tutela judicial, mientras se la niegan a las víctimas de las violaciones de derechos humanos del Estado. Se han confundido violencias, sus agentes y las responsabilidades que éstas acarrean. Y nosotros y nosotras, en reacción hemos desechado el discurso de los derechos humanos porque lo hemos considerado vacío, un alegato de seminario, conceptos aguados, sin gancho. Es, presuntamente, seguirles el juego.

Pues no, no me resigno a dejar en sus manos la bandera de los derechos humanos y reivindico su naturaleza profundamente radical: debemos reclamar a los Estados su obligación de protegerlos y garantizarlos, pues así se han comprometido ante la comunidad internacional y en sentido contrario, acusarlo de sus violaciones. Debemos señalarlos por poner en marcha toda su maquinaria de impunidad para evitar dar cuenta de esas violaciones y depurar responsabilidades. El discurso de los derechos humanos es la prueba del algodón sobre la legitimidad del poder, y nos otorga armas para enfrentarnos a él de forma más eficaz.

Habría que mencionar, por último, la necesidad de todos estos movimientos sociales de dosificar bien sus propias fuerzas y de no caer en una mera actividad de resistencia, de continua respuesta antirrepresiva, olvidando el objetivo de su lucha. Nadie lucha para que no le peguen: se lucha por un proyecto político, nacional, económico, por condiciones sociolaborales, en defensa del medio ambiente, por los derechos de los inmigrantes, contra el imperialismo global... un proyecto más utópico o más realista, más transformador o meramente reformista, más cercano o lejano de ser conseguido, pero en definitiva proyectos y procesos, en el transcurso de los cuales, dicho sin paños calientes, pintan bastos, toca recibir. Pocas luchas se han conseguido sin una dosis de sufrimiento. Los derechos no se regalan. En ese sentido, creo que hay que saber conjugar bien las fuerzas para ser buenos resistentes, manejar bien el discurso antirrepresivo, pero también trabajar a la ofensiva, saber blindar nuestros proyectos, sacarlos a la calle eficazmente y seducir con ellos a la gente.

No nos olvidemos, por último, de la solidaridad como herramienta de lucha, esa capacidad para adoptar entre nosotros compromisos ad solidum, en sólido. Los aparatos de poder globalizan la represión. Globalicemos nosotros la protesta. Globalicemos nosotras la esperanza. Ése es nuestro músculo.


Julen Arzuaga (Observatorio Vasco de Derechos Humanos - Behatokia)
 

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