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Estado español :: 31/05/2013

Soy uno, de todos.

Fermin Gongeta
En un rotativo de tirada internacional, de cuyo nombre no quiero acordarme, leí en su primera página el título de un artículo: “Imaginar un ingreso garantizado para todos”

En un rotativo de tirada internacional, de cuyo nombre no quiero
acordarme, leí en su primera página el título de un artículo:
“Imaginar un ingreso garantizado para todos”

Quise entender, no sin esfuerzo, que el que eso escribía, se refería a
todos. Un TODOS así, con mayúsculas, es decir al noventa y nueve por
ciento de la población. Y que todos, debíamos tener garantizado un
ingreso, salario, sueldo, dinero, o como quiera que se desee llamar,
con el que poder adquirir lo más imprescindible; tener la posibilidad
de satisfacer las necesidades más elementales de toda persona, ya sea
la alimentación no contaminada, vivienda digna, formación no
tergiversada, sanidad completa y gratuita… y también una muerte
digna.

El título del artículo, lo de pedirnos “imaginar”, me resultó
ridículo, además de absurdo y denigrante. Sobre todo para quienes, no
han podido, ni podrán jamás leer el encabezamiento del artículo en
cuestión, por no poder adquirir el periódico, ni siquiera cubrir las
necesidades y penurias absolutas en las que viven.
Porque ¿qué es un ingreso garantizado para todos? ¿Para quienes
todos?
¿Para quienes permanecen sentados en las puertas de las iglesias,
pidiendo limosnas?
¿Para quienes intentan vender pañuelos de papel en los semáforos?
¿Para quienes no tienen trabajo ni manera de encontrarlo? ¿Para
aquellos a quienes han despedido de sus empresas, tras artilugios
legales y mentiras públicas?

Mi pregunta, ante el escabroso escenario en que vivimos, es ¿qué es lo
que podemos conseguir imaginando? ¿Acaso lo del cuento de la lechera a
quien se le rompió el cántaro perdiendo la poca leche que le quedaba?
¿O podemos imaginar cómo marcamos el trayecto de nuestro penoso
caminar, con las migajas de pan que se van comiendo los pájaros que
nos rodean, tanto por delante como por detrás?
¿Qué más podemos imaginar, salvo que, de seguir así, aumenten nuestras
carencias, y el número de personas empobrecidas?
A quienes, como mucho, han estado acostumbrados a salarios de peonaje,
resulta más sencillo, evidente y eficaz, pensar en cómo quitar el
dinero, a quienes lo atesoran y acaudalan a costa del robo descarado y
de la miseria ajena. Es lo primero que viene a una mente moderadamente
sensata.

Quitarle el dinero, sí. Así de sencillo. Es la única manera de poder
repartirlo con más justicia y moralidad.
Porque ¿cómo se puede garantizar un ingreso –digno, añado yo- para
todos, mientras que menos del uno por ciento de la población mundial
atesora el noventa y nueve por ciento, de la riqueza, bienes, dinero y
privilegios?

“Imaginar un ingreso garantizado para todos” sería como para morirse
de la risa, si no estuviéramos viviendo un genocidio a escala
mundial.

Después del título del artículo, hay escrito un parrafito corto, que
los periodistas llaman “entradilla”. Y en esa entradilla se lee:
“Inventar otra vida, otras relaciones sociales…”
No he podido seguir leyendo. Nunca pude imaginar que el leer me
hiciera daño, me doliera tan adentro, y me paralizara.
-No. No, y mil veces no. –Grité interiormente.
No hay que imaginar, ni tampoco inventar. Lo que es preciso, y
absolutamente necesario es luchar. Luchar unidos por una vida más
justa y equilibrada. Todo está ya inventado. Lo mismo el hambre, que
la miseria, que la riqueza, que la justicia, que la lucha por
conseguir una vida más humana.

Lo que es preciso es actuar. Hacer que los ladrones devuelvan el
dinero robado con artimañas legales e inmorales. Que los políticos
ganen sus salarios no politiqueando, -que es lo que hacen- sino como
compensación a un trabajo digno y creativo. Jamás acumulando riqueza,
justificándose en discusiones tan estúpidas como inútiles y engañosas,
de lo que califican como actividad política.

No hay que imaginar, ni tampoco inventar.
Ríos de tinta han surcado libros, panfletos, diarios, y todo tipo de
páginas escritas por personas más juiciosas… Y que, desgraciadamente,
todos han caído en el olvido.

-Eso era antes. –Dicen con altanería y desprecio.
También hablan así algunos sindicalistas, falsarios, amañados y
fariseos, que defienden, por encima de todo, sus propios intereses, y
las subvenciones de los gobiernos, para garantizar su pasividad y
silencio.
Entre todos, nos han convertido la vida ciudadana en una cacería sin
escrúpulos. Los ricos y pretenciosos se han incrustado sus lentillas
coloreadas para no ver sino lo más bello del mundo. Lo que a los
otros, a los “todos”, les está prohibido, porque lo suyo propio es la
miseria y el miedo.

Para esos pocos que disfrutan matando de sed y hambre a la población,
la muerte, la enfermedad y la pobreza no son más que un efecto propio
de la naturaleza. ¡Así es la vida! –Dicen- Y con esa frasecita
justifican todos los males, que ellos mismos provocan.
Imaginar, no. Inventar, tampoco.

Actuar sí. Y hacerlo día a día, sin reposo ni descanso. Luchando, codo
con codo, por lo que nos corresponde y nos han robado. Desobedeciendo
las leyes injustas. Tomando lo nuestro.

Porque, esperar que el rico y poderoso, los grandes empresarios,
banqueros, políticos y eclesiásticos, se enteren de que, lo que poseen
es fruto del robo, y voluntariamente lo devuelvan a quienes les
pertenece, eso sí que es una utopía, un sueño, algo imposible.
No puedo imaginar nada de eso.

En el siglo XXI no es necesario reinventar la lucha permanente del
humillado.

El futuro pertenecerá a quienes se hayan mantenido más fieles a sus
convicciones. Y afirmo, con Camús, que la llamada democracia, no es la
ley de la mayoría, sino la protección de la minoría.

Precisamente por eso, “cuando el orden es injusticia, el desorden es
ya el comienzo de la justicia”. Lo dijo el premio nobel Romain
Rolland. Y es que, puede que la anarquía sea el orden más humano en
una sociedad donde impera el despotismo bárbaro e inculto.

 

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