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Estado español :: 05/04/2014

Tiempos de chulería e impunidad

Armando B. Ginés
La derecha está crecida. Explota, se lucra, imparte su propia justicia e ideología reaccionaria e invade hasta los úteros de las mujeres

¿Hay asuntos más importantes que hablar o escribir de Esperanza Aguirre? A montones, sin duda alguna. En realidad, Aguirre únicamente es un síntoma cutre de los tiempos parafascistas en los que vivimos.

Una época en la que la ultraderecha montaraz campa por sus respetos sin ningún tipo de complejos, mostrando su chulería y desprecio por la gente común a las claras, on line como si dijéramos.

Lo peor de todo es que, a pesar del ruido mediático, las conductas de los poderosos caen muy rápido en el olvido y la inmensa mayoría sale indemne de sus atropellos éticos, políticos o legales.

Tienen patente de corso para reírse en plena cara de los ciudadanos de a pie. Legislan a su antojo, vulneran derechos fundamentales y se embolsan los réditos de sus acciones a la prístina luz del día.

Cuando son pillados in fraganti, huyen del lugar del crimen, sabiendo que su falsa verdad se impondrá entre la maraña y nube de declaraciones contradictorias que inundarán el espacio movedizo de la opinión pública.

Tiempos de chulería e impunidad, de corrupción en las ideas y el talante, en el sistema democrático y en las actitudes más nimias y cotidianas. Los personajes famosos y los iconos políticos son puro producto de la mercadotecnia, ídolos insolentes y maleducados encumbrados a las alturas sin valores éticos que ofrecer, profesionales, en suma, de vivir de la mentira, la imagen almibarada, el discurso hueco y falaz, la hipocresía y la doble moral.

Todo ello reunido da un paisaje tétrico, una especie de fascismo cotidiano de intensidad variable que va corroyendo de manera sutil los mimbres de una convivencia cabal, pacífica y participativa, ya de por sí en entredicho desde la mismísima transición por las dádivas de renuncia entregadas por la izquierda a los próceres y cachorros de la dictadura franquista.

La derecha está crecida. Explota, se lucra, imparte su propia justicia e ideología reaccionaria e invade hasta los úteros de las mujeres sin apenas apercibirse un leve temblor en sus labios o un sonrojo de quita y pon en sus endurecidas mejillas. Su corrupción ética y moral no tiene límites.

La clase trabajadora se está suicidando delante de la mirada indiferente del poder y aquí no pasa nada. Vuelve el hambre. Las personas se mueren por falta de atención médica especializada o por saltar la frontera que dista entre el yantar un mendrugo de pan al día o comerse los puños de la desesperación más absoluta.

Y ellos y ellas, las clases pudientes y sus testaferros, hablando de dios, patria y libertad. Sí, hay condiciones objetivas para echarlos a patadas a Laponia, pero la subjetividad social inducida por la ideología dominante hace de freno de seguridad para que los trabajadores y trabajadoras digan ¡basta ya!, ¡hasta aquí hemos llegado!

En la fuga y tocata de Esperanza Aguirre hacia el trono de la extrema irresponsabilidad, su defensa de lo indefendible pasa por tachar a los agentes que la multaron de machistas, ni más más ni más menos. Recurso fácil y mendaz que no cuadra con su ideología neoliberal. Que busque entre sus correligionarios católicos y peperos: en ambas bandadas hallará ejemplos fidedignos de lo que acusa sin fundamento a dos simples y abnegados trabajadores de la función pública local.

A Aguirre, aunque sea un personaje de escasa entidad cultural y fuste intelectual, hay que tomarla muy en serio, porque es lista como un lince y astuta como un zorro. Es un síntoma evidente de la saña que aún guarda la derecha para el ciclo que viene si las próximas elecciones generales y la contestación en la calle no lo remedian. Resistirse a la autoridad, según relatan los mass media, y saltarse a la torera las normas de circulación no impedirán la entronización de su facha chulapa y católica si dios y los poderes fácticos se llevan a galeras al triste Mariano Rajoy. Veremos si la sangre trabajadora alcanza la orilla del río revuelto o si el río social se desborda de una vez por todas y echa la suciedad acumulada y la impunidad total al basurero de las reliquias políticas.

 

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