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Pensamiento, Mundo :: 03/09/2008

Violencia y mundialización: La ideología de la lucha contra el terrorismo

Georges Labica - La Haine
La mundialización de la violencia impuesta por los dominadores -por los gobiernos, los estados-mayores, las multinacionales del atracón, del medicamento y de la moda-, es la que impone a su vez, como su réplica obligada, la violencia de los dominados

No pretendo resumir aquí, ni siquiera brevemente, el libro (Théorie de la violence. Naples, La Città el sole/ Paris, Libr. philosophique J. Vrin, 2008) que me valió el honor de ser invitado por la prestigiosa Academia de Cartago. Presentaré algunos de mis puntos de partida, antes de venir a consideraciones más contemporáneas, sobre la relación entre violencia y mundialización. El objeto violencia.

Tenemos que partir de una constatación evidente. El lugar ocupado hoy por la violencia, mejor dicho, por las violencias, nunca ha sido tan importante. Aparece como la principal preocupación de la humanidad. Es vivida como una fatalidad que aboca a la vez a una resignación ante el orden establecido y a la fascinación de un voyerismo de masas. La violencia en cuanto tal, es decir, en la generalidad que ella ofrece de una noción que engloba múltiples formas, no ha conseguido constituirse en objeto sino muy recientemente, sólo hace unos decenios, como señalaba Hannah Arendt,.

Pero ¿qué es la “violencia como tal”? Ninguna definición corresponde a su omnipresencia. Su extensión es considerable y desafía cualquier clasificación: desde las incivilidades a las masacres, de las palabrotas al terrorismo, del crimen pasional a la tortura, de la pedofilia a la revolución. Hasta la expresión dulce violencia está de moda. El acoso al término cuenta, en el espacio de unos años, con cantidad de libros, números especiales de revistas, películas (reportajes y ficciones), encuentros, debates y coloquios varios, por no hablar del exhibicionismo cotidiano de los medios escritos, hablados y visuales.

Ahora bien esos mismos que escriben del tema convienen, a menudo a regañadientes, en que no tienen definición, en que no han logrado, a pesar de sus trabajos, definir el denominador común de todas las formas de violencia. La fuerza o el poder, a menudo las más invocadas, no cubren todo el campo, y eso cuando no lo dejan indeterminado.

Los historiadores por ejemplo, apenas si alcanzan a reconocer a la masacre la dignidad de objeto de pensamiento, en una publicación colectiva titulada precisamente La masacre objeto de historia (2005), que pretende dar cuenta de las manifestaciones de violencia colectiva que se han sucedido sin interrupción desde el neolítico hasta nuestros días, con sus conflictos mundiales y sus genocidios. Ni la ONU ni los USA han podido, ni querido en el caso de estos últimos, establecer una noción del terrorismo. Por otra parte, al revés de lo que ocurre con la hipocondría, el anticiclón de las Azores o la Analítica trascendental, la opinión más corriente, la mejor aceptada, está convencida de saber lo que es la violencia y lo que hay que entender por esta palabra.

La conclusión para el filósofo está difícil. La extensión de la violencia es casi infinita y su comprensión casi nula. Hay una idea del pelo, decía Platón, existe un concepto de fruta, decía Marx, pero la violencia no tiene esa suerte.

De lo cual se siguen muchas consecuencias:

1. La primera va a consistir en preguntarse ¿qué es tratar de la violencia si todas las formas de violencia están en el mismo saco? A lo que se responderá debatiendo sobre la realidad de la extensión de la violencia hoy, examinando sus expresiones, sus ámbitos, los sistemas –mitológicos, religiosos, filosóficos, jurídicos o funcionales (literaturas, artes, cine) – que se esfuerzan en darle sentido; o privilegiando tal o cual aspecto, esta u otra de sus formas, particularmente la violencia abierta, delictiva, a causa de su mayor visibilidad. Costará trabajo asignarle alguna universalidad. Ocurre como si el objeto violencia fuese imposible de encontrar.

2. Una universalidad, como tal, notoria, implica una segunda consecuencia, la del juicio que decide que la violencia en general, o sea toda violencia, debe ser rechazada en nombre de la evidencia de que toda violencia es intrínsecamente mala, condenable por tanto, así se trate del chaval que insulta a su profe, del serial killer, del ladrón de manzanas o del kamikaze palestino.

3. La actual situación, la de la globalización, o mundialización, como se quiera decir, nos da una tercera consecuencia. La centralidad del terrorismo en tanto que amenaza extrema e indiferenciada, en la medida en que se cree que golpea por doquier, parece haber excluido, si no borrado, las antiguas distinciones de una violencia legítima y de una violencia ilegítima, de la guerra justa y de la guerra injusta, tan querida por S. Agustín, incluso de la violencia y de la brutalidad (Jean Genet); y parece haber pervertido la misma noción de resistencia, ya que todo protagonista puede invocar la pertinencia de su propio recurso a la violencia.

En este sentido, la caída del muro de Berlín, símbolo del fin de los países dichos “socialistas”, ha unificado a todas las familias políticas en una misma reprobación de la violencia. Incluso en el caso de que se admita el carácter justificado de una acción política violenta, no por ello dejarán de condenarse sus vías y sus efectos. Por un lado, se denunciará el recurso a la violencia. Lo mismo de esos responsables comunistas, que antes de cualquier declaración contestataria del poder establecido, protestan contra toda intención por su parte de preparar el ‘Grand Soir’ [la Gran Noche] o de querer tomar el Palacio de verano (el cual no ocasionó prácticamente ninguna violencia); como de esos elegidos de izquierda que nutren con sus consejos a los “alborotadores” de “barrio” (como se dice para Palestina, los “territorios”), aun cuando los dichos alborotadores no cometan más que actos de destrucciones materiales.

Por otra parte, se hará un deber proclamar la voluntad de evitar los enfrentamientos. Así como de la diplomacia que se niega, en nombre de la paz necesaria, a distinguir entre adversarios, dispensando con ello análoga suerte para las víctimas que para los verdugos. Se otorga el Premio Nobel “de la Paz”, conjuntamente, a De Klerck y a Mandela, a Peres y a Arafat, por no hablar de un Kissinger. Un parlamentario noruego, Harald Nasvik, llegó a proponer incluso que se le concediera un Nobel de la paz a Bush y a Blair por su papel en “la guerra contra el terrorismo”.

¿Cómo no confundir así la frontera entre violencia privada y violencia pública, pues que ambas están afectadas por el mismo entredicho?

4. Ultima lección: más que nunca la violencia, tengámoslo claro, toda violencia, compete al monopolio del Estado en virtud de la indiferencia ya señalada. El Estado dicta el Derecho, incluso en materia de terrorismo, que, por este mismo hecho y según las circunstancias e individuos concernidos, unas veces no existe y otras veces no está definido. Es al consensus o, en rigor al compromiso, (sobreentendido entre interlocutores sociales) y no al conflicto a quien incumbe presidir y gestionar las relaciones sociales. El mantenimiento de la paz, desde la de las parejas, gracias a los procedimientos de mediación entre cónyuges, hasta la tregua prudentemente bautizada como “proceso de paz” entre beligerantes, pasa por delante de cualquier otra consideración, así de evidente parece el que ninguno pueda desear la violencia o felicitarse de recurrir a la fuerza.

De ahí que el ideal filosófico resida en la no-violencia, cuyas tesis clásicas sufren un vuelco considerable. No faltan, en nuestros días, espíritus nobles que afirman que la elección se situaría entre un Gandhi y un Lenín, calificado éste como teórico de la violencia, o mejor aun, un Ben Laden, como si se pudiera columpiar entre concordia y antagonismo en caso de que se pudiera elegir.

Sufrimiento y sistema

Si no quedamos contentos con esta constatación, que nos abandona a la conciencia común, es decir, a una doxa que hace correr, como toda doxa, el riesgo de entregarnos a una ideología cualquiera, y por tanto a una manipulación con finalidad política, tenemos que preguntarnos qué es lo que hay, desde el punto de vista del sentido, detrás de la bruma y las confusiones de las formas de violencia. Debemos convenir en una doble caracterización. 1) Toda violencia se deja ver ‘en situación’. Es el contexto el que dispone de la violencia. La violencia es un producto coyuntural. 2) Violencia y sufrimiento parecen estrechamente asociados. Una situación de violencia es una situación de sufrimiento. Responde a la ecuación Violencia/Sufrimiento/(contra)Violencia que, por regla general, se encuentra en todas las situaciones consideradas como violentas.

Dos tesis están presentes. La primera anticipa que la violencia es originaria y se apoya en el presupuesto de la indistinción. La venida al mundo de un pequeño ser es un acto en el que se cofunden violencia y sufrimiento, ninguna terapia de parto “sin dolor” cambia nada al hecho. En árabe, la boca es la herida. Las figuras de este punto de partida han sido diversas. La famosa máxima homo homini lupus es una de ellas. Como en el contrato rusoniano o en la propiedad de Proudhon, su conversión en la de homo homini deus sólo se debe a la mediación de la creación del Estado, necesario, incluso a la armonía, o por lo menos al esfuerzo de civilización, en el seno de las sociedades.

Hay psicólogos que han subrayado que la agresividad era inherente a la “naturaleza” humana – a pesar de la dificultad de definir los dos términos de agresividad y de naturaleza. Otros han podido establecer la hipótesis de la existencia de un gen de la violencia, que autoriza a personajes políticos, más preocupados por la represión que por la ciencia, a plantear una posible detención de la delincuencia desde la más tierna edad (caso de N. Sarkozy). La versión originaria ha conocido un resurgimiento antropológico reciente con René Girard, cuyo “deseo mimético”, deseo del deseo del otro, engendra, por contagio, la violencia en el grupo, el cual no la conjura más que por el recurso al “chivo expiatorio” cuya ritualización descubre el origen “sacrificial” de toda sociedad. La Pasión de Cristo, que es su manifestación, no logró sin embargo abolir, ni siquiera frenar, la violencia que, según el mismo autor, toma, al contrario, en nuestros días, una fuerza apocalíptica.

Una segunda tesis relativiza la violencia, precisamente la tesis de la ‘puesta en situación’. El relato del Génesis cuenta que Caín, el eterno réprobo, no es impulsado a matar a su hermano sino por su frustración al ver sus ofrendas de agricultor despreciadas por Yaveh, mientras que las de Abel, el pastor, eran aceptadas con satisfacción. Sin embargo, el mismo Yaveh, aparentemente víctima de algún remordimiento, prohíbe que Caín a su vez sea muerto y reserva para su descendencia un porvenir próspero. Hugo se hizo eco de ello. A su famoso poema “el ojo estaba en la tumba” corresponden versos en los que él pone en escena a Adán y a Eva llorando por el género humano, “el padre –escribe– sobre Abel, la madre sobre Caín”. La espantosa Medea que despedazó a su hermano, después degolló a su hijos, sufre indiscutiblemente. Igual que Job, el imprecador, símbolo incluso del justo injustamente castigado, o la impresionante teoría de los mártires cristianos castigados por su fe, o incluso Titus, trágico entre los trágicos del teatro shakesperiano.

Más trivialmente, señalemos que existe un reconocimiento jurídico de la situación de violencia. Las “circunstancias atenuantes” relativizan el delito y reducen la pena, hasta suprimirla, es verdad que especialmente en el caso de la concesión sexista del “crimen pasional”; pero efectivamente no hay violencia que merezca este tipo de consideración, aparte la demencia y las situaciones de guerra, de las que por lo demás sabemos que hacen del asesinato la culminación de la heroica valentía.

Además, ninguna sociedad ha dispuesto nunca de un repertorio establecido una vez por todas ni definiciones unívocas de los crímenes cometidos en su seno, como tampoco es posible encontrar una normativa extensible a todos los grupos humanos. “Verdad más allá de los Pirineos...”1, vale, pero lo relativo no es sólo del orden espacial, el tiempo también lo implica. Foucault demostró perfectamente en su Su vigilar y castigar hasta qué punto toda legalidad produce sus ilegalismos, entre ellos el de la cárcel, con el fin de sancionar a la “clase salvaje” o los “ilegalismos obrero y campesino”, que aunados, se disponen a enfrentarse “al mismo tiempo a la ley y a la clase que la ha impuesto”.

Hegel nos proporciona una regla: Hegel entrega aquí un regla: “Sólo la necesidad del presente puede justificar una acción contraria al derecho, porque, si nos abstenemos de hacer esta acción contraria al derecho, sería una injusticia mayor la que se cometería, la negación total de la existencia empírica de la libertad”) (Principios de filosofía del derecho, agregado al § 127).

Para concluir este punto digamos que lo que está en cuestión en el caso es la inscripción de toda violencia en un sistema, sea el orden impuesto por los dioses, el modo de existencia, las relaciones sociales o el régimen político.

La violencia mundializada

Paso a consideraciones decididamente contemporáneas, es decir, a nuestro sistema, que representan un modo de desciframiento, en el sentido en que escribía José Martí: “En lo político, lo real es lo que no se ve”.

Mi punto de partida se apoya en tres consideraciones cuyos considerandos no me será posible exponer.

1) Lo que se llama mundialización o globalización no es otra cosa más que el estadio actual al que ha venido a parar el capitalismo, estadio estrictamente conforme con su naturaleza, tal y como Marx y Engels lo habían señalado desde el principio de su Manifiesto.

2) Se han desvanecido las esperanzas, nacidas al día siguiente a la caída del muro de Berlín, paradigma del derrumbe de los países dichos “socialistas”, esperanzas generalmente bastante compartidas, de un mundo reconciliado en el que triunfaría la democracia, gracias a la libre circulación de los hombres, las mercancías y las ideas.

3) De lo cual extraigo la tesis de que en el lugar y sitio del mito de una “mundialización feliz”, prometida por la ideología dominante, nos encontramos ante un estado de violencia mundializada, de la que ningún catálogo de medidas salvadoras, aunque sean “altermundialistas”, nos hará salir. Excusándome de mi esquematismo, avanzaría que, de lo más visible a lo menos visible, se constata:

1. En la práctica

1.1) El recurso a los conflictos armados, el empleo de la fuerza militar, ofrece una primera expresión, la de la violencia, que podemos denominar “abierta” o “sangrante”. Está el hecho del imperialismo de los EE.UU. que ha impuesto su dominio sobre la tríada formada junto con Japón y Europa y que tiene la particularidad de funcionar desde su nacimiento mediante la agresión. La necesidad del Otro diabólico: ayer el Indio y el Mejicano, después el Bolchevique y hoy el Islamista. Sus últimos campos de batalla, donde no ha logrado establecer más que coaliciones relativas, se llaman Yugoslavia, Afganistán, Irak, sin olvidar Palestina, por Israel interpuesto, y tal vez pronto Irán, Corea del Norte o Siria.

Hoy el planeta está totalmente bajo el control del Pentágono que recluta a cientos de millares de soldados, de los cuales muchos son mercenarios generosamente retribuidos, y dispone de unas mil bases, sin contar los enclaves secretos. El reclutamiento se hace bajo el control de cinco comandos, de los que el último, en África, ha suscitado numerosas controversias, y el órgano de defensa europeo, la OTAN, ella misma bajo jurisdicción de generales estadounidenses.

La finalidad de estas intervenciones fuera de todo derecho es conocida: meter mano en las fuentes de energía (sobre todo petróleo y gas) y su conducción, prohibir todo desarrollo nacional autónomo e imponer el modelo “occidental” de democracia. Los gastos en armamento, como sabemos, están en constante aumento. Representan el 2,5 del PIB mundial y son 191 veces más que el montante de la ayuda contra la crisis alimentaria. Los EE.UU., con el 45%, ostentan el récord de ventas de armas

1.2) En segundo lugar, la forma económica, o “violencia muda”, ha subordinado el orden político a la dominación del capital financiero y se traduce en una explotación reforzada, desigualdades en constante aumento, democracias enfermas, discriminaciones en todos los ámbitos. Ha remodelado el proceso de trabajo, y su código, en el sentido de una individualización acentuada (véanse en Francia los nuevos “contratos de misión” y la “flexiseguridad”) y de una inseguridad laboral permanente. Ha sustituido los colectivos estructurantes de la clase y de la nacionalidad por los comunitarismos (étnicos, religiosos/sectarios, lingüísticos, sexuales, etc.). Ha dado a la mercantilización una extensión sin precedentes haciendo del comercio de armas, de estupefacientes y de la prostitución, los primeros espacios de beneficio, empujando, por ejemplo, a los más desheredados a la venta de sus propios órganos.

Ha organizado de hecho, mediante la anexión en las relaciones capitalistas de cientos de millones de trabajadores del antiguo campo socialista, una feroz competitividad entre trabajadores a escala mundial. Ha restablecido prácticas de colonización y de pillaje de recursos naturales que hacen particularmente de África un continente agonizante. Ejerce sobre el medio ambiente unas amenazas irreversibles. Las divisiones nacionales y étnicas (raciales) son sistemáticamente utilizadas. Por ejemplo el Senado estadounidense acaba de conceder 6 millones de dólares para la construcción de un muro entre México y EE.UU. El número de migrantes, púdicamente bautizados como “trabajadores en movimiento”, se eleva a 200 millones, arrancados de sus tierras y denunciados como invasores.

1.3. Adviértase que las dos formas precedentes son apenas disociables. Basta recordar que la violencia “muda” acarrea también consecuencias socialmente locuaces, “parlanchinas”, con las revueltas de los “barrios” (como se dice para Palestina, los “territorios”), los suicidios de jóvenes, de cuadros de empresa y de policías –en el mismo lugar de trabajo–, que se juntan con los accidentes laborales cada vez más frecuentes, abiertamente criminales, con la subida de todas las formas de violencia (desde actitudes incívicas y agresiones hasta las violaciones y el gran bandidaje); algunas son nuevas, como el acoso moral, al tiempo que se va borrando la frontera entre mafias, especuladores y personajes políticos. Adviértase que en marzo de 2007, la agresión contra Irak ya había provocado 687 suicidios de militares, entre ellos el de un general, y que en julio de 2001 el número de niños de menos de cinco años muertos a consecuencia de las sanciones subía a 8216, según el ministerio iraquí de la salud.

¿Habrá que precisar que la violencia “pacífica” es, de otro modo, tan dañina y destructiva como la violencia guerrera? Ninguna subversión armada, de cualquier bandera que se reclame, puede aproximarse a los crímenes de masa imputables a esas verdaderas asociaciones de malhechores que son, entre otros ejemplos, la multinacional agro-alimentaria Monsanto o la tan respetable institución gubernamental mundial que es el FMI.

2) En la ideología

2.1) Implicada en múltiples infracciones ya no disimuladas, la legitimación del orden establecido, con el aval de la ONU, de la Defensa de los Derechos Humanos, incluido el Derecho Internacional y el Estado de derecho, por supuesto en detrimento del Derecho de los pueblos, no tiene sentido. La movilización general está ya decretada bajo la bandera de la Lucha contra el terrorismo. Los atentados del 11 de septiembre de 2001, cuyo verdadero origen aún se ignora, y a propósito de los cuales es legítimo plantearse la pregunta “¿a quién benefician?”, (véase la última investigación de Franco Soldani, Il porto delle nubie. 11 settembre 2001, 2008), sirvieron de pretexto para montar, bajo el paradigma del Patriot Act, un sistema de encuadramiento policial sin precedentes, gastos militares aumentados en más del 50% y una floreciente industria de la seguridad.

En cada país se vienen adoptando disposiciones jurídicas del mismo tenor, con el fin de dotar cada vez de más medios a su política ultraliberal: aumento de los plazos de arresto, detenciones sin proceso, tortura (en algunos casos legalizada), campos de retención o multiplicación exponencial de las escuchas telefónicas, rádares y otros medios de vigilancia. La cuidadosamente mantenida falta de definición de terrorismo proporciona el chantaje de la seguridad y del “Discurso de la seguridad” y abre la vía también tanto a medidas anti-sociales como a la criminalización de cualquier movimiento de oposición o de resistencia. Le basta a un gobierno, aunque sea el menos respetuoso con los “derechos humanos”, denunciar una simple amenaza terrorista, para justificar disposiciones suspensivas de toda legalidad o, como se ve sobre todo en el mundo árabe, para retrasar la democratización de sus regímenes.

2.2) Esta ideología entra en contradicción abierta con la afirmación reiterada del cuidado democrático que pretende autorizar la agresiones armadas, el célebre “derecho de ingerencia”. El fomento de, entre otras medidas , “revoluciones” llamadas “naranja”, juzgadas necesarias para el establecimiento del nuevo orden mundial, da carta blanca a toda exacción. El principio “dividir para reinar” es el nervio de la política imperialista que impulsa la desintegración de las naciones (Yugoslavia, la ex -URSS, Irak, hoy Bolivia con una tentativa de secesión, y China con la cuestión del Tibet). La regresión política, además, se extiende a otros muchos ámbitos, se trate de la información, de la cultura o de las costumbres, cuyo formateo consagra por todas partes la alineación con los imperativos de la política de los EE.UU., “la sola nación necesaria” como pretendía con tanto cinismo como arrogancia, el demócrata William Clinton.

Obstáculos a las alternativas

No es necesario volver sobre todas las iniciativas que se proponen ofrecer correcciones, cortafuegos o alternativas a la violencia mundializada. Son muy numerosas, diversas y a menudo contradictorias, cuando no con fines buscados. Pero desde las más conciliadoras a las más radicales, todas chocan con obstáculos específicos reveladores de sus debilidades. La servidumbre voluntaria moderna que de ello resulta reposa en dos fundamentos, uno, el que definen las instituciones, el otro el que, como consecuencia, infecta a la opinión.

2.1) La maquinaria del poder

También ésta está incontestablemente mundializada. Está constituida por una multitud de lazos sólidamente intrincados: las solidaridades imperialistas alrededor del más poderoso de entre ellos, que saben, en nombre de intereses comunes, suspender sus rivalidades; las solidaridades de los capitalistas europeos, prontos a hacer adoptar una Constitución que someterá las naciones que la componen a las políticas liberales; la colaboración de los servicios secretos cuyas actividades contribuyen, por lo que se puede saber, a mantener la confusión entre política y corrupción – dinero “limpio” y dinero “sucio”.

El término “Gouvernance”, procedente directamente del lenguaje económico, simboliza el privilegio dado a la empresa, en cuanto modelo global, y al reino de la mercantilización. Sabemos que se encarna en instancias supranacionales, tales como el FMI, la OMC, el BM, o coaliciones regionales del tipo ALCA u OTAN, cuyo rol consiste en asegurar por doquier el triunfo de los intereses de las clases dominantes. En el plano nacional, el liberalismo se dedica a convertir en empresas de régimen privado los principales servicios públicos: correos, energía, transportes, educación, sanidad.

Este dispositivo va acompañado de una camisa de fuerza social constantemente fortalecida, que se expresa unas veces mediante la vigilancia, otras mediante la coerción directa. En Francia, por ejemplo, el poder se propone hacer pasar de uno a tres millones el número de cámaras urbanas y acrecentar en iguales proporciones los radares de carretera. Al mismo tiempo, se agravan las sanciones penales y los dispositivos anti-inmigrantes, se acrecienta el número de plazas en prisiones, cuyo estado es, por lo demás, el más deplorable de Europa. En esta materia los EE. UU. detentan, asimismo respaldado por el Patriot Act, el récord absoluto con una población carcelaria de 7.420.438 personas, es decir, el 3,2% de la población adulta, sin incluir los detenidos extranjeros fuera del territorio nacional (Guantánamo, Bagram y las prisiones secretas de la CIA).

En el capítulo del control y del avasallamiento, lo institucional, por su parte, se ve obligado a hacer su juego. Tomando el caso de Francia, se constata que el funcionamiento democrático, falseado ya por dos veces, por la Constitución y el sistema electoral, es objeto de nuevas limitaciones en el cuadro de la lucha anti-terrorista evidentemente. Los partidos políticos y los sindicatos, en principio representativos de los trabajadores y de la “izquierda”, se resignan en su impotencia y contribuyen al mantenimiento del sistema. Los contra-poderes asociativos y humanitarios, en primer lugar los ecologistas, están más o menos hábilmente manipulados y son consentidores. A pesar de que lo que se perfila en el horizonte es el modelo estadounidense de un bipartidismo fundado en la pasta y con una clase obrera completamente domesticada, especialmente por su endeudamiento.

El cuadro de la maquinaria quedaría incompleto si no incluyese los medios de comunicación y sus dos características propias: la de un poder que ha llegado a ser planetario gracias a la diversificación y a la sofisticación de los medios actuales de comunicación, desde el “tiempo real” al “todo imagen”, y, con algunas excepciones, la de su servilismo, a la bota de los señores para quienes censuran, escogen, condicionan y anestesian.

2.2) El rechazo a la violencia.

Constituye la recíproca de la ideología de la lucha contra el terrorismo, que consagra el monopolio del Estado en el uso de la violencia, confiriendo un valor absoluto a la fórmula de Max Weber. El rechazo y la condena de toda violencia, entendida y extendida desde las actitudes incívicas a los motines, desde la zancadilla a la tortura, son objeto de un consensus unánime dentro de las familias políticas más diversas. Y, desde la caída de los países dichos “socialistas”, se ha interiorizado y relanzado hasta la sacralización con los atentados del 11/09/01.

Los sentimientos de pesar, sobre un fondo de culpabilidad, hacen así causa común con los tabúes de la clase dirigente reafirmando su eslogan según el cual la sociedad no es el conflicto (dissensus) sino la concordia (consensus).

La función de este rechazo es doble. Hacia dentro, intus, para impedir, desviar o parar las reivindicaciones sociales, no importa de qué categoría laboral procedan; hacia fuera, extra, para los conflictos en curso, bien poniendo espalda contra espalda a los adversarios (el ejemplo de Palestina), bien señalando los Estados “gamberros” y los grupos “terroristas”, declarados objeto de la violencia imperialista. Ahora bien, el terrorismo de Estado ejerce una verdadera contaminación provocando constantemente los actos “terroristas” y suscitando “terroristas” que supuestamente hay que combatir como lo atestiguan los ejemplos de los EE. UU. y de Israel.

Dos observaciones se imponen aquí. Por un lado, es inconcebible que, en una situación improbable de elección, sea el recurso a la violencia el elegido, sobre todo por parte de los dominados, que son los primeros en pagar el tributo más pesado. Por otro lado, hay que recordar que la pretendida “lucha contra el terrorismo” en nada concierne al mundo del trabajo y de los dominados en general, bastaría para testificarlo un personaje tan turbio como Bin Laden y sus relaciones con la Casa Blanca, en los tiempos en que este amigo de Bush jugaba en Afganistán el rol de “freedom fighter”. Más bien se trata de un arreglo de cuentas entre dominadores.

2.3. Añado en fin la constatación de esta paradoja: existe una mayor desproporción entre los análisis críticos de la mundialización, cualquiera que sea su radicalidad, y los discursos oficiales que defienden su pertinencia. Los primeros, con mucho los más numerosos, incluidos los de ciertos protagonistas del sistema (los Stiglitz, Soros, Peyrelevade...) son camuflados a la opinión, no apelando a discursos que justificarían las prácticas predatorias de las clases dirigentes, bastante raras, que en nuestro tiempo aparecerían como inadmisibles, sino mediante las pantallas de legitimizaciones mentirosas que hacen valer al mismo tiempo argucias teológico-éticas (Cruzada del Bien contra el Mal, Civilización contra Barbarie) y político-sociales de anuncios futuristas de bienestar. Es así como el programa de Davos del mes de enero se confunde con el del abate Pierre: lucha contra la pobreza, a favor del medio ambiente, por el aumento del poder adquisitivo...

Recientemente Naomi Klein diagnosticaba un “Disaster capitalism”, basado en el vínculo intrínseco entre violencia y capitalismo, mientras que Giorgio Agamben declaraba que los discursos sobre la seguridad no tenían nada que ver con la prevención de atentados terroristas y que la situación actual era peor que la de la época del fascismo (cf. La Revue International del Livres et des Idées, marzo-abril de 2008); o Xavier Verschave que veía en la existencia de paraísos fiscales, que drenan la mitad de las transacciones financieras mundiales, precisamente “una mundialización de la criminalidad financiera” (De la Françafrique à la Mafiafrique, 2004).

Es verdad que otro premio Nobel, Muhammad Yunus, cuya buena voluntad no puede ponerse en duda, al recordar que el 94% de la renta mundial era acaparado por un 40% de la población, que el 6% correspondía al 60% restante, y que la mitad de la humanidad estaba condenada a vivir con 2 dólares por día y mil millones se contentaban con un solo dólar, proponía el recurso a los micro-créditos y apelaba a las empresas “a no consagrarse únicamente al único objetivo de la maximización del beneficio” (Vers un nouveau capitalism, trad. francesa de Creating a world without poverty!)

Desenmascarar la violencia

Una triple lección se puede extraer de este rápido análisis.

1) Volviendo al principio de mi propósito, las confusiones mantenidas respecto a la violencia y las temáticas que ellas imponen, se entienden a partir de las excepcionales coacciones con que el sistema actual las carga. La extrema apatía de la réplica de la contra violencia, en principio subyacente al esquema S/V [Violencia/Sufrimiento, cf. supra], revela varios fenómenos. La condena mayoritariamente compartida, por no decir unánime, del recurso a la violencia, que no se limita a las democracias “desarrolladas”, no tiene como único resultado la apología del consensus, que favorece el debate, el diálogo, la discusión y la conciliación, está sostenida y enmarcada por lo que bien podría llamarse una forma moderna de servidumbre voluntaria. Esta última, que merecería un examen pormenorizado, al tolerar el descrédito infundido por los poderes sobre todo lo que pueda parecer una opción revolucionaria, refiérase a doctrinas, acciones o hombres, equivale a no tocar al sistema. Censuras y prohibiciones golpean hasta a las mismas palabras: se acepta imperialismo pero no explotación, se sustituye mundialización por capitalismo, desigualdades por alienaciones, comunidades por clases...

2) Las críticas y protestas están regladas por un pacifismo de buena vecindad que vela por la fragmentación de sus expresiones (huelgas, sit-in, manifestaciones callejeras, ocupaciones) según el lugar: negociaciones decididas “empresa por empresa” y no “sector por sector”, o según los participantes: aquí una asociación, allí una corporación, allá un sindicato. El colmo del horror sería la confluencia público/privado, por ejemplo, empleados y cuadros, barrios y centros de ciudad. El estribillo sobre la desaparición de la clase obrera y su pérdida de centralidad exorcizan la misma idea, y la palabra, de huelga general.

Organizaciones No Gubernamentales, intervenciones humanitarias, asistencia y caridad no figuran en modo alguno como contrapoderes, sino como antenas y auxiliares del estado burgués. Por otra parte, la diversidad y las contradicciones de los movimientos de alternativas a niveles nacional y mundial encuentran su anclaje en la mundialización que, por primera vez, pone a disposición de los dominadores la maquinaria total, planetaria/totalitaria, del dominio económico, político, ideológico, financiero, militar, diplomático, informativo y cultural de la opresión, mientras que los dominados quedan reducidos al recinto de sus fronteras, no únicamente geográficas, a la dispersión de sus aspiraciones y sobre todo a la invención de sus propios medios de lucha, lo cuales les hacen necesariamente ¿o es que no se ve? correr el riesgo de la violencia “sangrante”.

Los papeles están cuidadosamente distribuidos: aquí lo limpio, o mejor lo clean, allá lo sucio y lo repulsivo.

Ingenuidad o idealismo, ningún equilibrio es admisible entre opresores y oprimidos. No se puede escribir con Khalil Gibran, por muy buena voluntad que se tenga: “¿Y qué procedimiento utilizaríais contra el que hace trampas y que oprime cuando también él está perjudicado y ultrajado?” (Le Profète). En cualquier caso la dominación dispone de dos principios, de dos armas.

a) Hay que realizar la ruptura de todo colectivo, cualquiera que sea su naturaleza, pública o privada, en provecho de lo individual, que va desde el abandono al catálogo de las identidades. El machaque mediático sobre los suicidios, los accidentes de carretera o las muertes por enfermedades cardiovasculares, despojados de su dimensión ‘societal’, no tiene más equivalente que el pesado silencio sobre los accidentes de trabajo o las víctimas del amianto, unos directamente imputables a la responsabilidad de unos individuos, otros que obligarían a cuestionar los dispositivos de conjunto. De un lado la impunidad, si no la inocencia, de nuevo los clean, del otro, la culpabilidad y la sanción.

b) Hay que asegurar la subordinación de lo político a lo económico, por añadidura financierizado. Esta forma de supremacía explica el reciente ascenso de las mujeres a las más altas responsabilidades de gobierno (presidencia y “grandes” ministerios), que por desgracia no significa el progreso de su liberación, sino el descrédito del que esos cargos, antiguamente nobles, han sido degradados, mientras que los varones se arrogan la práctica exclusividad de los puestos reales del poder, totalmente confiscados por la economía.

3) La trágica escena trasera de la tríada avasallamiento/servilismo/servidumbre no es otra que el mantenimiento de la no visibilidad inmediata de la violencia “muda”. No nos privaremos de juzgarla relativa haciendo valer que la opinión está constantemente informada de la malversación de tal ejecutivo de empresa, de la corrupción de tal alto funcionario, de tal desembarco en la empresa privada, de acumulación de cargos, de paracaídas de oro y de stock-options. Haciendo valer que se conocen las disparidades entre el salario del Gran Patrón y el de sus asalariados, el precio de compra de un futbolista, el engranaje de imperios mafiosos, las imposturas, las estafas y tráficos tan corrientes en los ámbitos políticos, financieros, deportivos y mediáticos sin ahorrar la cultura. O que se está al corriente de la sobreexplotación de niños trabajadores, la prostitución y la guerra, de la constante opresión de niñas y mujeres, de la miseria, del hambre, del analfabetismo y de las pandemias que agobian a poblaciones enteras.

Ello no impide que a pesar incluso de los movimientos de contestación y de revueltas que no paran de multiplicarse, hasta en el corazón de las metrópolis tenidas por opulentas, ese conocimiento no engendra más que rabias sin porvenir y esos movimientos no abocan más que a estancamientos consensualmente orquestados. El abstencionismo electoral por doquier en pleno aumento ¿expresa algo distinto a la abdicación ante lo que es sentido como fatalidad? ¿Se llega a comprender que los pobres, los “nuevos pobres”, no son simplemente los dejados por cuenta del desarrollo, sino sus productos necesarios y las víctimas a la vez y siempre de las injusticias sociales, epidémicas, climáticas? Aquellos que se ven obligados a vender sus órganos a las clínicas de los ricos son los mismos que serán arrebatados por el sida (“una cuestión de los Derechos Humanos”, decía Mandela) o por un tsunami.

Ahora bien, la verdadera violencia no puede asimilarse solamente a las visiones de Africa o la del pobre viejo quemado vivo en su hotel o podrido en su asilo, la del inválido por accidente de trabajo, de la mujer violada, del niño harapiento, del palestino presa de todas las humillaciones o del iraquí torturado, dicho de otro modo, la de los tan numerosos registros del sufrimiento humano. La violencia se muestra también en la fábrica de tecnología punta, en la sede social de un gran banco, en el petrolero de doble casco, en la explotación de maíz transgénico, en las cajas de los supermercados, en el polideportivo y en la piscina olímpica, en el centro informático de última generación o en el complejo residencial de alto standing. Es decir, en las mil expresiones de las proezas y de los fastos de nuestra modernidad.

Reina en las instituciones del gobierno mundial, en los estados-mayores, en las multinacionales del atracón, del medicamento y de la moda. Está solapada en la venganza de Estado que reserva para los presos políticos una suerte peor que la de los de derecho común, en las decisiones de bloqueo de salarios, de franquicias de la seguridad social, o de instalación de radares y cámaras de vigilancia... Tiene la cara de las estrellas y de los animadores de los shows televisivos que venden como sueño la cultura de los Disneylandia, del periodista “informativo” que desinforma y embrutece, del ecologista que vigila la cisterna de los aseos, del alcalde que impide la construcción de viviendas sociales, del gran modisto y sus millonarias lentejuelas, de los organizadores del Tour de Francia de la jeringuilla, de los abusones del CAC 40, de los candidatos a las elecciones (cada cual en su lista y cabeceras).

Sin duda que podría uno contentarse con la clásica resignación de que “esto se va a arreglar”, o de “es inevitable pasar por esto”, o incluso “siempre ha sido así”. Sin duda también podrían temerse las violencias llamadas ciegas, sin otra finalidad que la de la cólera. Si la situación es tal y como yo la he evocado, no pueden descartarse semejantes reacciones, análogas a las insurrecciones campesinas que han atravesado la Edad Media. Ellas hacen aun más necesaria la urgencia de acabar con las cegueras serviles, cómplices o desesperadas, dicho de otro modo, de fomentar la toma de conciencia de las maldades globalizadas y rehabilitar el concepto de revolución.

¿Quiere ello decir que la llamada a la violencia representa la panacea liberadora? Unos breves elementos de respuesta: toda salida a una situación vivida como insoportable (y en principio reconocida como tal) está en función de la relación de fuerzas en la coyuntura, de la caracterización de la lucha de clases. Si la revuelta no emprende su camino, entonces se reducirá efectivamente al estallido de tumultos espontáneos, parciales, que serán reprimidos y desacreditarán al movimiento.

Los dominados nunca desean el recurso a la violencia sangrienta, es por supuesto la acción pacífica la que, si pueden elegir, tendrá su favor. La mundialización de la violencia impuesta por los dominadores, es la que impone a su vez, como su réplica obligada, la violencia de los dominados. Oscar Wilde en su ensayo El alma humana nos da la lección: “Cualquiera que haya estudiado la historia sabe que la desobediencia es la primera virtud del hombre. Es por la desobediencia y la rebelión por lo que ha progresado”.

Quisiera concluir con una última paradoja, de hecho una contradicción, destinada a los intelectuales, mi familia. Hay muchos pensadores Hi Fi, al servicio del poder, o filósofos de caballete, empotrados en su ego, que se muestran incapaces, o peor aun, que se niegan a sacar las consecuencias coherentes con sus análisis. Travisten sus prácticas con discursos tan edificantes como falaces, - el Bien, la Paz, el Derecho- y relevados en esto por sus homólogos de los medios, se ponen, pagados o cobardes, al servicio de un sistema de inculcación, encargado de hacer pasar las calabazas por carrozas y los asesinos por bienhechores.

Los intelectuales no pueden por supuesto cambiar el mundo y sobre todo ellos solos, pero pueden contribuir a impedir a nuestras sociedades deslizarse del letargo hacia el coma político. Ellos deben reencontrar, en principio por sí mismos, el camino de la lucidez y del coraje que honraron a sus predecesores más prestigiosos: consagrarse a la labor de la esperanza y de apelar a la voluntad emancipadora.

La Haine. Artículo original: http://labica.lahaine.org/articulo.php?p=53

 

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