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Pensamiento :: 26/07/2006

"Ya se van los pastores hacia la majada". Observaciones sobre cultura e identidad asturiana

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Espublizau por José Carlos Loredo Narciandi

1. A muchos de mi generación ese verso les traerá recuerdos infantiles. Pertenece a una composición recogida en el Cancionero infantil español que Fitzgibbon recopiló en 1955. La canción habla de trashumancia, de majadas, de zagalas y de otras cosas tan relacionadas con Asturias como los nómadas del desierto o las pagodas, aunque es probable que los asturianos de treinta y pocos años tengamos la melodía de los pastores que ya se van "a la Extremadura" tan metida en la cabeza como los extremeños. En el colegio (al menos en el mío) la entonábamos con frecuencia. Formaba parte de la cultura que nos transmitían. A pesar de ello, la mayoría de los niños de entonces sabíamos lo que era una cuadra, un prau o una moza, pero los pastores trashumantes, las majadas y las zagalas nos parecían algo tan exótico como la sabana africana o los esquimales. Y eso que más tarde uno podía enterarse de que en el occidente de Asturias los vaqueiros también habían practicado la trashumancia. Sin embargo no recuerdo haber oído hablar en el colegio de los vaqueiros ni de ningúna otra cosa de las que veía en mi entorno (dicho sea de paso, mi entorno eran las calles de Gijón y también los praos y las caserías de los concejos de alrededor, porque en el norte de España no funciona la dicotomía, tan mediterránea, entre lo urbano y lo rural). Se suponía que debíamos saber lo que era una majada y no lo que era una braña. Nos hablaban, sí, del arte prerrománico asturiano o de la producción de carbón, pero nunca de la emigración, de la arquitectura popular y los hórreos o de las caserías como unidades de producción agrícola y ganadera, por ejemplo.
En general, la cultura oficial era castellanófila, obsesionada por cosas tales como el plateresco, el romancero, el barroco, la Batalla de Lepanto En fin, todo lo que fascinó a la casposa Generación del 98. Yo no creo, como dice Carlos Javier Blanco en un escrito reciente, que España sea un mero "cuentu chinu", pero sí comparto con él la idea de que varias generaciones de asturianos nos educamos en la ignorancia de lo que teníamos más cerca y víctimas de la obsesión por unos valores culturales castellanocéntricos y solemnes totalmente desconectados de nuestra vida real.
No se trata de despreciar valores ajenos, pero sí de poner cada cosa en su sitio y no dejarse llevar por una concepción simplista de la cultura nacional española como cultura universal frente a una cultura asturiana supuestamente localista, paleta, atrasada, inexistente o irrelevante. Conviene saber, al menos, que la imagen de la cultura española en la que muchos nos educamos no procede de la nada ni es evidente por sí misma. Fue elaborada en un momento histórico muy concreto, en un determinado ambiente ideológico y por parte de intelectuales que representaba los intereses de una cierta clase social. Esto lo estudia Inman Fox en un libro impagable: La invención de España (Cátedra, 1998). Fox analiza la construcción de nacionalismo cultural español de la mano de la burguesía liberal (predominantemente madrileña) del primer tercio del siglo XX. Ese nacionalismo se basaba en la idea de que la lengua, la literatura y el arte expresan y al mismo tiempo configuran el espíritu del pueblo. Sus apoyos ideológicos los proporcionaron el krausismo, el regeneracionismo y el pensamiento de Unamuno y Ortega y Gasset, con la cobertura literaria de plumas como las de Azorín y Antonio Machado, tan fascinados por los cielos azules y las resecas llanuras castellanas (ésas que para otros, que disfrutamos del canto de sus chicharras en verano, son el escenario mismo del espanto). Los apoyos logísticos vinieron de la Institución Libre de Enseñanza, el Ateneo de Madrid y el Centro de Estudios Históricos (que, junto con la escuela historiográfica de Menéndez Pidal, certificó la unidad del pueblo español a lo largo de la historia). Esta mezcla, al lado de la pintura de Velázquez, Murillo, El Greco o Zuloaga, llegó a configurar la imagen contemporánea oficial de la cultura española. Una cultura un tanto plomiza a la que pertenecen los cristos sangrantes del barroco, los olmos secos y los campos de Castilla, el Mio Cid, La Celestina, el romancero, la novela picaresca, el Quijote, Lope de Vega y todo eso que aprendimos en el bachillerato. Pero se trata de un canon cultural que tiene fecha de envasado y, por tanto, fecha de caducidad.

2. Ahora bien, la cultura no son sólo los libros, los poemas, las esculturas o los estilos arquitectónicos. La cultura incluye también formas de vida, maneras de estar en el mundo que no se agotan en hojas escritas, piedras talladas o composiciones musicales (se nutren de ellas, pero al mismo tiempo las rebasan constantemente y producen otras nuevas). Por eso cualquier pregunta por la cultura asturiana debe ir acompañada de una pregunta por la identidad asturiana. Esto no implica una búsqueda de la "esencia" de Asturias (de la "asturianía", según la llaman los amantes de símbolos como Covadonga o Arturo Fernández), sino el intento de realizar un juicio comparativo de modos de vivir. Dicho sin rodeos y sin corrección política: se trataría de identificar, en la medida de lo posible, elementos característicos de la sociedad asturiana que podamos considerar mejores que otros elementos que quizá sean característicos de otras sociedades (por ejemplo, de la versión castellana y urbana de la vida mediterránea que Madrid representa).
La recuperación de elementos de la cultura asturiana, que en parte se ha venido realizando desde los años 80 (espero que los niños ya no canten lo de los pastores que se van a la Extremadura), no debe reducirse a un mero folclore, a un conjunto de producciones literarias, musicales y, en general, artísticas que sólo sirvan para ser contempladas, pero no para vivir. Me temo, sin embargo, que esa tendencia folclorista es muy poderosa, y lo es porque va ligada a la gran apuesta de los gobiernos centrales y autonómicos desde los años 80: la de arrancar de Asturias algo tan definitorio de su identidad moderna como la economía basada en los sectores primario y secundario, y sustituirlo por una economía terciaria basada en el turismo. La pegatina de "Asturias paraíso natural", que tantos asturianos lucen con orgullo en sus automóviles, oculta algo terrible cuyas consecuencias más visibles (las menos visibles ya estaban ahí desde principios de los 90) sólo ahora están empezando a asomar en forma de corrupción urbanística y atentados medioambientales. El eslógan del paraíso natural simbolizó el primer paso de la conversión de Asturias en un parque temático para turistas, en una tierra de paro y emigración, en una de las regiones con menor natalidad de Europa y, si no se remedia a tiempo, en una especie de Costa del Sol norteña, con menos sol (esperemos que el cambio climático vaya más despacio que las grúas) pero igual número de campos de golf y urbanizaciones que Murcia o Alicante. La cultura asturiana, reducida a producción artística de consumo y a objetos de museo, corre peligro de romper definitivamente su relación con la vida cotidiana, real, de los asturianos, de quienes viven y trabajan en Asturias. La cultura asturiana puede acabar siendo una parodia de sí misma, un conjunto de "productos" de escaparate para los turistas. Fuera de eso, la vida de los asturianos (de la mayoría, es decir, de los trabajadores, de la gente de a pie) quizá acabe siendo tan parecida a la de, por ejemplo, los madrileños que ya no existan diferencias culturales reales entre unos y otros, o lo que es lo mismo, que ya no exista otra "identidad’ asturiana que aquella (falsa, artificial) que se enseña a los turistas.

3. No se trata, por supuesto, de denigrar a nadie. Si elijo el ejemplo de la sociedad madrileña, de sus formas de vida (en definitiva, de su "identidad’), es por dos razones, una personal y otra objetiva. La personal: llevo diez años residiendo en esa ciudad. La objetiva: en Madrid se exacerban las características propias de la versión castellana de la sociedad urbana mediterránea moderna (caos urbanístico, especulación inmobiliaria, exclusión social, economía informal, mercado de trabajo salvaje, delincuencia, empleo precario, guetos de inmigrantes...). Estas características, junto con otras pautas culturales más antiguas (propias de una ciudad de aluvión que acogía a la emigración interior y era la sede del poder político y económico centralizado) y junto con las que son comunes al capitalismo globalizado de todo occidente, imponen una determinada forma de vida que creo conocer suficientemente y a la que el grueso de las políticas que se llevan poniendo en marcha en Asturias desde los años 80 es muy posible que señalen, incomprensiblemente, como modelo deseable. Algunos hechos apuntan a ello: la concentración urbana (el 80 % de la población asturiana ocupa el área central), la proliferación de grandes superficies comerciales y "de ocio", que fomentan las formas más alienantes de consumismo (Asturias es la segunda comunidad autónoma donde mayor número de grandes superficies se han abierto en los últimos años), la obsesión por construir autopistas (se ha hablado de una segunda "salida hacia la Meseta"), el urbanismo depredador... Respecto a este último, conviene saber que en los municipios costeros orientales se pretenden construir más viviendas que habitantes actuales hay. Greenpeace acaba de denunciar la presión urbanística que empieza a sufrir la costa asturiana. Hay proyectos para construir 40.300 viviendas en el litoral. En Llanes, cuyo plan urbanístico está sometido a investigación judicial, se prevén 15.000 viviendas, tantas como vecinos actuales de la localidad. En Gijón, al lado del hotel recientemente abierto al lado de la desembocadura del río Piles, con el que la vista hacia La Providencia desde parte del Paseo del Muro ha quedado tapiada, se va a construir un complejo comercial y de ocio (como si no hubiera buenos espacios para el ocio precisamente ahí). Se expropiarán algunas viviendas unifamiliares del entorno con sus correspondientes zonas verdes. En el conjunto de Asturias se pretenden construir nada menos que 17 nuevos campos de golf, la mayoría de ellos en la franja costera. Amparándose en el hecho de que el turismo aporta beneficios económicos a la región, como si de ese hecho (la dependencia de lo peor del sector terciario) no fueran responsables los gobiernos autonómicos del mismo signo político que el actual, el Plan de Ordenación del Litoral prohibe las edificaciones en los primeros 500 metros de costa pero permite que en ellos se hagan campos de golf, que justo donde empieza la línea de esos 500 metros incorporan adosados y urbanizaciones con sus correspondientes equipamientos. En cuanto a los posibles casos de corrupción urbanística que se están investigando actualmente, a Asturias sólo la superan Valencia y Andalucía.
Asturias se meridionaliza. No faltarán políticos, intelectuales, periodistas y empresarios que subrayen el supuesto lado bueno del proceso: el carácter integrador y moderno de la futura "Ciudad Astur", como han bautizado algunos geógrafos al área metropolitana que se avecina en torno a Gijón, Avilés y Oviedo. Quizá envidien el estilo de vida de las grandes urbes del sur de Europa, su "oferta cultural", su prosperidad, su hospitalidad y demás mitos.

4. Quizá envidien algo que es, en definitiva, mucho peor que lo que aún tenemos y estamos perdiendo a marchas forzadas en Asturias. A lo mejor es que la escasa valoración de lo propio forma parte, por desgracia, del carácter de los asturianos. Puede que sea una manía personal, y puede que se trate de un ejemplo intrascendente, pero lo protestones que suelen ser los asturianos respecto a un clima que a algunos nos parece de los mejores del mundo constituye un ejemplo revelador de lo que quiero decir. Entre la obsesión por atraer turistas (que, al parecer, son como las lagartijas, que salen al sol) y la fuerza que tiene el mito que identifica el clima mediterráneo con el "buen tiempo", los asturianos se han tragado el cuento y hablan de las nubes y la lluvia como si fueran de Leganés o de Altea: como "mal tiempo".
A algunos nos gustaría que aprendiéramos de los nórdicos, que saben disfrutar de la nieve y de la bruma como otros disfrutan de la playa y el chiringuito; algo que para una mentalidad mediterránea es incomprensible. En la edición española de Hambre, la novela del noruego Knut Hamsun (Ediciones de la Torre, 1997), las traductoras cuentan que en la versión anterior, de 1920, la frase "hacía mal tiempo, sin viento y sin frío" se interpretó como "hacía un tiempo clemente, sin viento y sin frío". Al parecer el traductor español, José Viana, no fue capaz de entender que se pudiera considerar buen tiempo al frío y ventoso. Sin embargo para los noruegos el viento y el frío son, al parecer, tan suyos, y por lo tanto tan agradables, tan vivibles, como el sol y el calor para un valenciano. Ojalá los asturianos nos acostumbráramos a pensar así acerca del orbayu, la bruma o el nordeste. Ojalá nuestra mentalidad fuera menos mediterránea y más atlántica.

5. Habrá quien crea, en su optimismo, que Asturias aún está lejos de marbellizarse y que el estilo de vida de villas como Noreña o Villaviciosa, o de ciudades como Oviedo o como el "Gijón del alma", nunca llegará a parecerse al estresante ritmo de una capital como Madrid o a la podredumbre sociopolítica y la horterada de Marbella. El problema es que, siendo verdad que el camino hacia ese modelo de vida es aún largo, ya hace años que en Asturias se están dando los pasos en su dirección. Y, en este aspecto, cualquier paso hacia adelante es lamentable, y probablemente irreversible.
Habrá quien atribuya al "progreso" los pequeños inconvenientes de la destrucción del litoral o de la concentración urbana en torno a autopistas y centros comerciales. Habrá incluso quien piense que algunos, quizá con la actitud del emigrado que desea recuperar la Arcadia de su infancia (un poco al estilo de los madrileños que visitan "su pueblo"), queremos preservar una Asturias pura, rural, idealizada. Pero esa Asturias arcádica, de postal, nunca existió, y sólo existe en los folletos que consumen los turistas, entre los cuales no nos encontramos. La supuesta calidad de vida o el supuesto progreso que los planes urbanísticos salvajes, la concentración de la población o la sobreexplotación turística aportan, es pura estafa.
No faltará quien se resigne ante lo que considera un "signo de los tiempos". Pero de lo que se trata es de saber cuál es el camino que estamos tomando y a dónde nos lleva, aunque sólo sea para no llamarse a engaños. Por lo demás, el signo de los tiempos no cae del cielo como un mandato divino o como un huracán. Políticos, empresarios, banqueros, periodistas, promotores inmobiliarios, juristas, tecnócratas, catedráticos...: muchos de los que pertenecen a gremios como estos (y, tampoco hay que ocultarlo, la aquiescencia de muchos ciudadanos de a pie) son los que imprimen el signo de los tiempos en nuestras carnes.

 

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