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Estado español :: 12/12/2008

"Yo no elegí tener que matar a nadie. Fue el fascismo el que me obligo a tomar las armas"

Alejandro Fierro
Este es Quico, ejemplo de una militancia entendida como opción de vida y no como postura coyuntural.

La Guardia Civil acorraló a los guerrilleros en una casa del pueblo. Comenzó el intercambio de disparos. Un guardia civil cogió a una vecina que llevaba a su hija en brazos y la utilizó como pantalla. En el cruce de ráfagas, una bala perdida impactó en la cabeza de la pequeña. A duras penas, los guerrilleros consiguieron escapar. En 1976, Quico regresa del exilio y va a visitar a aquella mujer, sin saber muy bien cómo será recibido. "Al fin y al cabo, lo más probable es que el tiro que mató a su hija fuera nuestro". "Me dio un abrazo", recuerda, "y me presentó a todos sus hijos: "Mirad, éste es Quico, el guerrillero del que tanto os he hablado". A Quico, más de ochenta años de lucha, sacrificio y penalidades, se le quiebra la voz cuando narra el encuentro. A sus ojos se asoman lágrimas que trata de contener: "Perdonadme, pero cómo no va a pensar uno que ha valido la pena tanto esfuerzo, tanta pelea, por gente como ella".

Francisco Martínez-López (Cabañas Raras, El Bierzo, Leon, 1925), "el Quico", es la cita de Bertolt Brecht hecha realidad: Hay hombres que luchan un día y son buenos; otros que luchan un año y son mejores; hay quienes luchan muchos años y son muy buenos; pero están los que luchan toda la vida y esos son los imprescindibles. La toma de conciencia con diez años, cuando presencia los asesinatos, torturas y abusos de falangistas tras el golpe de estado de julio de 136, su militancia en el movimiento guerrillero, la actividad sindical y política que lleva a cabo en el exilio, la batalla que entabla, ya restaurada la democracia, por que se reconozca el papel de la guerrilla en la defensa de la democracia y la legalidad republicana, una meta que aún persigue con ahínco... En definitiva, toda una vida dedicada a la lucha por la libertad, la igualdad y la justicia.

En el periodo 1931-1936, el Quico niño ya interiorizaba los vientos del cambio republicano, unos vientos avivados por el ejemplo de sus padres, especialmente de su madre, cuya implicación en la ayuda a los miles de presos de la revolución de octubre de 1934 fue total. "Mi madre no militaba en ningún partido. Ella iba a lo concreto, a defender los valores de izquierda, de la II República. Para mí fueun soporte enorme". La otra muestra de que algo estaba pasando fue la escuela. "Mi primera escolarización fue en el sistema republicano. Era aquel momento en que llegaban nuevas promociones de profesores, se construían escuelas, vi el cine por primera vez en las Misiones Pedagógicas, mi maestro se preocupaba más por transmitirnos unos valores que unos conocimientos de matemáticas o de letras".

Todo se truncó el 18 de julio de 1936. El sentimiento de que le habían arrebatado algo quedó impreso para siempre en Quico. "Yo tenía la imagen de una sociedad y de repente ésta se interrumpe; pero se interrumpe viendo a los muertos, a los asesinados, a las bandas de fascistas que venían como desalmados a aterrorizar al pueblo, a robar lo que había". Su madre vuelve a ser el centro de referencia en ese momento: "Me transmitió un mensaje de rebeldía, de odio. Cuando se dice que no hay que odiar... ¿Cómo no vas a odiar el crimen, esa forma de asesinar?". Quico no reniega de ese odio, como tampoco reniega de las veces que empuñó un fusil para matar: "Yo no elegí tener que matar a nadie. Fue el fascismo el que me obligó a tomar las armas. Lo haces porque es tu deber y ya está". De hecho, quiere dejar claro que en el movimiento guerrillero nunca torturó a ningún elemento del régimen. "O morían en un enfrentamiento o se hacía una acción para ejecutar a determinados individuos y frenar los abusos que cometían sobre la población. Pero la tortura estaba absolutamente prohibida". Otro ejemplo de su concepción de la lucha armada es su rechazo frontal a la opción que tomó ETA en la dictadura de realizar atentados indiscriminados. "Ninguna víctima del pueblo está justificada".

En los estertores de la Guerra Civil, Quico se incorporó al movimiento guerrillero. Puede sorprender semejante afirmación si se tiene en cuenta que en 1939 el protagonista de esta entrevista tenía entonces tan sólo 14 años y que su paso a la clandestinidad, dentro de la agrupación guerrillera que opera en León, no se haría efectiva hasta 1947. Pero Quico se apresura a desmontar los tópicos de la guerrilla que aún perduran, desde la infame consideración de bandoleros propagada por el franquismo hasta la romántica imagen de un puñado de hombres solitarios que se echaron al monte.

"Era un movimiento popular, coordinado, estructurado y organizado. Por eso hay que hablar de un movimiento guerrillero y no de una guerrilla. Y estaba formado no sólo por los que empuñaban las armas y vivían en la clandestinidad, sino por toda la población. El papel de las mujeres y los niños fue fundamental. Actuábamos de enlaces, manteníamos casas de apoyo, cultivábamos los campos y cuidábamos el ganado; nos encargábamos de la alimentación de los clandestinos... Los hombres ue tenían las armas no eran nadie sin el apoyo popular. Los habrían cazado a los cuatro días". Se muestra irónico con respecto al tópico de los guerrilleros escondidos en el monte: "Yo nunca dormí en el monte. Parábamos siempre en casas de apoyo. Allí comíamos y pernoctábamos. El movimiento guerrillero de mi región era urbano".

Durante los años inmediatamente posteriores al triunfo del fascismo, los guerrilleros mantenían la esperanza de derrotar al régimen, una esperanza acrecentada a medida que se sucedían las victorias de los aliados en la II Guerra Mundial. Tras derrotar a Hitler y a Mussolini, pensaban, le llegará el turno a Franco. Mientras aguardaban aquel momento, los guerrilleros mantenían su campaña de acoso a las fuerzas represivas y de difusión de propaganda entre los habitantes de la zona. Se trataba de crear el caldo de cultivo propicio para cuando llegara la liberación definitiva. Además, aquella situación de incertidumbre originaba una correlación de fuerzas que eliminaban la supuesta ventaja de los franquistas. "Hasta los falangistas pensaban que tal vez Franco no iba a durar, que los aliados acabarían con él. Así que intentaban blanquearse de las atrocidades que habían hecho y no pasarse de la raya. Suavizaron su comportamiento. Ellos tenían miedo y nosotros un entusiasmo tremendo. Incluso se implicaron muchas personas que en otra coyuntura no nos habrían ayudado. Es lógico, todo el mundo se apunta al bando ganador".

En 1947 Quico pasó a la clandestinidad. Ya era demasiado conocido por la Guardia Civil y por los falangistas. Y es justo en ese año cuando el sueño de la liberación se desvaneció. El regreso de los embajadores de las democracias europeas a España legitimaba de "facto" a la dictadura. "En 1947 el franquismo se hizo irreversible. El pueblo lo captó enseguida. Y eso permitió a las fuerzas represivas intensificar su comportamiento. Seguían siendo igual de brutos, pero afirmaron los métodos. Empezó la infiltración en el movimiento guerrillero y el pueblo se desmoralizó. La propaganda de la dictadura, en el sentido de que nadie se hiciera ilusiones, que no iba a haber intervención extranjera, caló".

El asesinato de Manuel Girón, el mayor referente del movimiento guerrillero de la zona norte, perpetrado en la primavera de 1951 con la complicidad de un traidor, puso de manifiesto la fragilidad de la situación de los combatientes. A pesar de que en ningún momento se detuvieron las acciones armadas y de propaganda, eran conscientes de que el tiempo de la guerrilla había pasado: "Estábamos aislados y reducidos a una acción cada vez más defensiva".

Junto con tres compañeros de lucha -Manolo, "el Jalisco" y "el Atravesado"- emprendió un peligroso periplo hacia el exilio con escala incluida en Valladolid. El grupo pernoctó en la pensión de la calle María de Molina. En la ciudad, a través de un enlace, consiguieron los documentos falsos que les acreditaban como soldados. Disponían de un solo uniforme, por lo que tuvieron que salir de uno en uno para hacerse las fotos del carné, mientras los demás aguardaban en la pensión. A las tres de la madrugada de una fría noche de septiembre del año 1951, Quico y sus tres compañeros cruzaron la frontera franco-española. Tardaría 25 años en regresar.

Exilio y retorno

Para Quico, el exilio fue la prueba palpable de las graves heridas morales que la derrota había infringido a aquellos hombres y mujeres que tan sólo quince años antes habían logrado que España, por primera vez en su historia, tuviera un sistema democrático, progresista y sustentado en los valores de izquierda. El exilio que se encontró Quico era una deprimente mezcla de celos, rencillas, venganza, apatía y una desconfianza enfermiza hacia los llegados después de 1939. "Había un chauvinismo terrible en los que habían pasado justo al final de la guerra, cada uno con su parcelita de verdad. Pensaban que todos los que nos habíamos quedado en España éramos franquistas, ignoraban nuestra lucha. Había un clan del 39 que se creían los puros republicanos".

A pesar de haberse afiliado al Partido Comunista, Quico sufre la que denomina cuarentena. La desconfianza era recíproca. El guerrillero también recelaba del aparato del partido. Valoraba el hecho de que fuera la única agrupación política que les apoyó durante su lucha, pero consideraba que era un apoyo "instrumental que quería convertir en jerárquico lo que era plural". Hombre de acción popular, el leonés se involucró en la tarea de formar grupos unitarios que aglutinaran a los exiliados por encima de las diferentes controversias partidistas. Estos grupos intentaron hacer un trabajo de masas, especialmente en el aspecto sindical, con los emigrantes que empezaron a llegar a Francia a partir de la mitad de los años 50. "Para los del 39 estos emigrantes eran la peste, gente que simplemente quería hacerse rica como los franceses. Pero también eran exiliados, solo que exiliados económicos". 20 de noviembre de 1975. Muere Franco, comienza la Transición una vez liquidado el Gobierno de Arias Navarro, amnistía para los presos políticos, regreso de los exiliados, legalización de los partidos, primeras elecciones libres, la Constitución...

Todo el proceso dejó un regusto amargo para los que, como Quico, lucharon en primera línea por la restitución de la legalidad republicana. Un amargor que perdura aún y que se hizo más intenso con la negociación de cualquier derecho para los integrantes del movimiento guerrillero: ni víctimas del franquismo, ni sujetos de amnistía, ni reconocimiento de su papel contra la dictadura. "No hubo ruptura con un régimen que se implantó por la violencia. Ese régimen, con todo el aparato de estado, la policía, las instituciones, el poder político y, sobre todo, el poder económico, no hizo ninguna concesión ni cambió de mentalidad. La izquierda, por su parte, renunció a su patrimonio histórico, que era la lucha popular, de masas, a favor de la nueva vía que era el parlamento. En esa vía electoralista lo que importa no es la lucha popular, sino tener muchos diputados, y a ese juego entran el PSOE y el PCE".

Quico no cejó en su empeño de que se reconociera el protagonismo y los derechos del movimiento guerrillero. En 1984 empezó a contactar con los partidos políticos, pero no recibió ninguna respuesta. Junto a otros compañeros intentó que el Ayuntamiento de Ponferrada organizara un acto de homenaje a Manuel Girón que incluía el entierro de sus restos, custodiados por un guerrillero en su casa durante todo ese tiempo. Tampoco lograron su objetivo, pero el trabajo silencioso y constante fue poco a poco dando frutos. En 1991 los supervivientes se reunieron por primera vez en Santa Cruz de Moya, Cuenca, para homenajear a sus compañeros caídos y reivindicar su protagonismo en la oposición a la dictadura, una cita que desde entonces se repite cada año. En el año 2000, la Caravana de la Memoria recorrió ciudades y pueblos difundiendo la verdad de aquellos convulsos años: un nuevo frente de batalla para Quico, esta vez contra el olvido y la manipulación de la Historia.

"Yo no me he desmovilizado. Tenemos una función mientras vivamos, que no es sólo de los guerrilleros, sino de todos los que tienen conciencia de que hay que transmitir unos valores democráticos. El saber es una obligación cívica, el saber que en el transcurso de la historia de España hubo sectores con un proyecto de transformación. Mi función, en el marco de lo que puedo hacer en este momento, es transmitir los valores de una democracia que no se delega, sino que se ejerce en las formas más íntimas, en la convivencia con la familia, los vecinos, en el trabajo... Si no hiciera esta labor, estaría traicionando a ese pueblo que tanto sufrió".

 

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