Ucrania: pozo negro de la corrupción
Hace 153 años finalizaba la mayor carnicería de toda la historia en América Latina. La Guerra de la Triple Alianza [Brasil, Argentina, Uruguay] concluyó con la derrota del Paraguay más progresista de América y la pérdida de la mitad de su población. Prácticamente todos los varones sufrieron las consecuencias de esta matanza. El país se despobló puesto que sólo quedaron vivos adolescentes, ancianos, tullidos y mujeres.
El régimen de Kiev está repitiendo ese escenario. Como se diría en argot, está “rebañando el barril”. El ex embajador de EEUU en Finlandia, Earle Mack, se ha permitido hacer unas predicciones: según él, Ucrania se acerca a una década de muerte y caos con más de 10 millones de personas que han abandonado el país y 5,5 millones de ucranianos que se han refugiado en Rusia. Ucrania, cuando acabe la guerra, será un Estado fallido o no existirá.
La imagen del anciano de 71 años entrenando en los campamentos alemanes de la OTAN es una imagen potente. Revela las enormes carencias del Ejército ucraniano en el frente. Las estimaciones de las propias fuentes occidentales sitúan el número de muertos en torno a los 400.000, mientras que heridos y amputados podrían sobrepasar los tres millones.
Solo en la fracasada contraofensiva han fallecido unos cuarenta mil ucranianos según fuentes de Kiev, 66.000 según fuentes rusas. Es una matanza sin sentido donde para preservar los caros “juguetes bélicos de Occidente” se envían hombres como “carne de cañón” para abrir el paso a través de los densos campos de minas. El dieciocho de julio pasado el propio comandante de las fuerzas terrestres del ejército de Ucrania, general Alexander Sirsk, reconocía en una entrevista a Europa Press que era “prácticamente imposible” lograr un éxito inmediato en la tan cacareada contraofensiva ucraniana. A pesar de las evidencias, la masacre continúa.
Aunque la ofensiva carezca de viabilidad militar, poco importa, se ha seguir insistiendo. Están en juego enormes flujos de dinero occidental que va ineludiblemente a los bolsillos de las élites ucranianas y de los empresarios occidentales.
Ucrania, según los estándares internacionales es el segundo estado más corrupto del mundo. Los grandes grupos de poder precisan de un relato que justifique el desvío de dinero público a sus arcas y que, además, convenza a la ciudadanía de la necesidad de sacrificar y privatizar los sistemas sanitarios, de pensiones o la educación por tal de enviar más y más armas a la hoguera ucraniana. Hay que derrotar a Rusia.
A pesar de tanto sufrimiento, nada satisface a los oligarcas ucranianos, ni a Washington, ni a la UE. Es la guerra de Washington contra Rusia, librada en terreno de terceros. La ofensiva, como ya hemos dicho, es un fracaso. El costo en vidas humanas es inasumible. El ejército ucraniano de Zelenski está tomando medidas desesperadas para rellenar los agujeros en sus filas. Paulatinamente, se recurre a tropas peor entrenadas y motivadas. La movilización total que ahora se promueve recuerda el llamamiento de Hitler a las juventudes hitlerianas (chiquillos de catorce años que debían defender el búnker del Führer).
La nueva movilización abarca todo lo que queda del espectro de edad, desde los 15 hasta los 60 años. Ucrania no tiene más recursos humanos y es por ello que considera aptos para el servicio hombres que deberían estar en el hospital, en la escuela o en su casa. La violencia en el reclutamiento, la detención de los varones en cualquier lugar y momento, es lo que todavía permite mantener el flujo de soldados hacia el frente.
El gran negocio
La guerra en Ucrania es un enorme robo donde todos, desde el propio Zelenski (que según la prensa estadounidense ha comprado otra lujosísima villa en un lugar exclusivo en el Mar Rojo) hasta los altos cargos del gobierno (algunos destituidos por múltiples casos de corrupción) están amasando enormes fortunas. A la llamada de este saqueo han acudido bancos y entidades financieras occidentales que han encontrado un nuevo nicho para su enriquecimiento.
El periodista de investigación John Hermer ha señalado un hecho sumamente extraño: el Fondo Monetario Internacional ha prestado ciento quince mil millones de dólares al gobierno de Zelensky, suspendiendo al mismo tiempo las auditorías y requisitos de control habituales. Tampoco la UE o el Parlamento Europeo están controlando los flujos financieros de ayuda a Kiev. Periódicamente el Fondo para la Paz dependiente de la UE envía paquetes de ayuda financiera. Nadie ha dado cuenta de en qué se gasta el dinero de la UE.
Al no existir controles parte o la totalidad de dinero ha acabado en cuentas de paraísos fiscales. El 31 de marzo de 2023 el FMI concedió otros 15.600 millones de dólares en el marco de un nuevo acuerdo de servicio ampliado del fondo para Ucrania al margen del apoyo total de 115.000 millones que fue aprobado con anterioridad. La propia institución financiera afirma que no realizará las inspecciones de supervisión “in situ” antes de finales del 2024 y sólo si “las condiciones lo permiten…”
Los documentos del Fondo Monetario Internacional respecto a la deuda ucraniana son un conjunto de buenas intenciones. No se penalizará al ejecutivo de Kiev si las promesas no se cumplieran. Funcionarios de este organismo como la primera subdirectora gerente del Fondo Monetario, Gita Geopinath, admiten abiertamente que “los riesgos para el acuerdo del SAF son excepcionalmente altos”.
En el propio Congreso de los EEUU, por otra parte, hay muy pocas voces que apoyen una auditoría de cuentas y que se cuestione realmente el destino del dinero de los contribuyentes. Es una obviedad decir que muchos de los representantes políticos deben sus campañas electorales a los grupos de poder interesados en mantener viva la crisis ucraniana.
Las finanzas de la guerra en Ucrania se asemejan a un esquema Ponzi (una estafa piramidal) donde ni el Congreso de los EEUU, ni el Fondo Monetario Internacional ni la Unión Europea son capaces de señalar quién ha recibido el dinero. Tampoco les interesa. El sistema bancario ucraniano está en quiebra puesto que las tasas de interés de los créditos occidentales son del 25%. Pero además, para mantener la ficción económica y poder venderlos o privatizarlos, los activos del país son garantizados con más dinero del propio FMI, creando una situación fallida de “facto”.
En palabras del periodista norteamericano, no es muy aventurado afirmar que los principales responsables de la toma de decisiones sobre ese dinero (Joe Biden, Jake Sullivan, Antony Blinken, Victoria "Fuck Europe" Nuland, Josep Borrell, Annalena Baerbock, Olaf Schulz, los altos funcionarios del FMI y otros agentes clave del imperio estadounidense) podrían estar entre los grandes beneficiarios de este latrocinio.
Mientras se pueda mantener este negocio a corto plazo, la guerra tiene visos de mantenerse hasta el último ucraniano vivo.
Unas elecciones difíciles
La imagen del malvado autócrata es, evidentemente, la del presidente ruso Vladimir Putin. Su Estado no alcanza, supuestamente, los mínimos estándares que exigiría la “democracia occidental”. Los medios han hecho de ello uno de sus grandes argumentos. Poco importa que el segundo partido en importancia en la Duma sea el partido comunista ruso. En estos días se celebran elecciones locales y provinciales en toda Rusia, incluidas las zonas ocupadas y Crimea, mientras que Zelenski (al que se le acaba su mandato) manifiesta que no tiene intenciones de convocar elecciones presidenciales y exige que se le pague la astronómica cifra de 5.000 millones de dólares para organizarlas.
La guerra de desgaste que ha impuesto EEUU contra Rusia necesita aún más carne. Biden mira por su reelección. La carrera comienza en noviembre. Necesita alguna noticia positiva del frente ucraniano. Sobre el escenario electoral se alzan, al igual que para Trump, nubes de tormenta. Los turbios negocios de la familia (se acusa a su hijo y al propio presidente de haber recibido más de 5 millones de dólares por sus negocios ilícitos en Ucrania) serán una losa en la campaña.
Biden necesita desgastar a Rusia tanto como pueda para presentar algún tipo de ticket ganador. El Secretario de Estado Blinken, de visita en Kiev hace unos días, prometió mil millones y más material bélico. Para congraciarse con el funcionario norteamericano, miles de hombres fueron enviados a otra ofensiva fallida y pagaron un altísimo precio por esa futura ayuda.
La caída en desgracia del anterior ministro de Defensa ucraniano Reznikov por un caso de corrupción, y su sustitución por otro personaje, Rustem Umerov, también investigado por la Justicia por un tema similar, revela que Zelensky descarga su responsabilidad en terceros. Washington no ha dado la orden aún para sustituir al presidente, pero las voces comienzan a alzarse.
Las transnacionales norteamericanas (Dupont, BlackRock….) que han comprado gran parte del territorio ucraniano, ahora miran con ojos golosos a la propia Polonia. Ucrania, evidentemente, no ha aprendido nada de la tragedia de la Triple Alianza en el siglo XIX. Polonia tampoco parece haber aprendido nada de las lecciones de la II Guerra Mundial.
En aquel tiempo, como ahora, su oligarquía se creía capaz de vencer al ejército alemán. Los medios de la época fantaseaban con derrotar a las divisiones Panzer y ocupar Berlín. La historia nos enseña cuál fue el resultado, pero nuevamente creen (hundida Alemania en una profunda recesión económica y política) que ha llegado el momento de convertirse en la gran potencia militar europea. Fantasea con crear un estado confederal que agruparía la actual Polonia, Ucrania y Lituania.
Claramente la oligarquía polaca ha escogido los cañones en lugar de la mantequilla y está llevando al país al precipicio. La retórica belicista de los dirigentes en el gobierno, del partido Ley y Justicia (PiS), camina en esa dirección. En este momento Varsovia afronta una profunda crisis económica, que no le impide invertir, restringiendo los servicios sociales pero inflamando a la población de un belicismo extremo, más del 3,5% del PIB en armamento. Para el viceprimer ministro Jaroslaw Kaczyns esto no es suficiente puesto que espera gastar el 5% anual del PIB en los próximos cinco años.
Los líderes del PiS quieren convertir a su ejército y a Polonia en una superpotencia militar en 2 años. Para ello se han cerrado tratos para comprar cientos de tanques, aviones y helicópteros, mientras espera crear un ejército que doble al actual y convertirse en el más poderoso de Europa (y los grandes fondos de inversión lo que esperan es que se estrellen). Nuevos conflictos se avecinan en el horizonte.
elviejotopo.com / La Haine