Israel y EEUU aceleran los planes para dividir Siria


El mes pasado, Israel lanzó una nueva ronda de ataques aéreos contra Siria, alcanzando objetivos cerca de Damasco, Homs y la provincia meridional de Sweida. Presentados como ataques contra las fuerzas gubernamentales sirias y con el pretexto de proteger a la minoría drusa, su objetivo es avanzar en la campaña en curso del régimen sionista de dominación y fragmentación regional.
Desde el golpe contra Bashar al-Assad en diciembre de 2024, Israel ha ido ampliando su agresión, ocupando más de 400 km² adicionales de territorio sirio y destruyendo sistemáticamente cuanto queda de la infraestructura militar del país, hoy en manos de terroristas. Esta escalada se produce mientras la guerra genocida de Israel contra Gaza, que ya dura 23 meses, sigue repercutiendo en múltiples frentes.
EEUU ha llevado a cabo también ataques aéreos y redadas, ha respaldado a las fuerzas kurdas bajo su mando en el noreste y ha facilitado los ataques israelíes, todo ello con el fin de mantener su presencia en Siria e impedir el surgimiento de cualquier fuerza que pueda desafiar su orden.
Mientras EEUU da prioridad al control geoestratégico y a la protección de sus intereses energéticos y de seguridad, Israel busca dividir Siria en enclaves étnicos y sectarios como parte de una estrategia que lleva décadas aplicando para fragmentar el mundo árabe y consolidar su propia hegemonía regional.
Esta política sigue el enfoque que ambos han seguido desde el inicio de la guerra en Siria en 2011. En esencia, existe un objetivo común: desmantelar Siria como Estado que supo ser unificado, laico, progresista y soberano y garantizar que ningún actor regional o global pueda desafiar el orden estadounidense-israelí en Oriente Medio.
Fragmentar Siria
La estrategia de Israel en el mundo árabe se remonta a los primeros días del Estado sionista. Documentos estratégicos internos israelíes de la década de 1950, incluidas propuestas del Ministerio de Asuntos Exteriores israelí y del Mossad, abogaban por un Estado kurdo como amortiguador contra el nacionalismo árabe.
Esta visión se cristalizó más tarde en el infame Plan Yinon de 1982, redactado por Oded Yinon, un antiguo funcionario del Ministerio de Asuntos Exteriores israelí. El plan abogaba por «la disolución de Siria... en distritos de minorías étnicas y religiosas... como objetivo principal de Israel en el frente oriental a largo plazo... Siria se desintegrará en varios Estados siguiendo las líneas de su estructura étnica y religiosa».
El Plan Yinon argumentaba que la seguridad y el dominio de Israel dependían de la disolución de los Estados árabes en entidades sectarias y étnicas más pequeñas, incluyendo drusos, alauíes, kurdos, maronitas, coptos y otros.
El objetivo era sustituir los Estados árabes fuertes y centralizados por pequeños Estados débiles y balcanizados que no supusieran una amenaza para Israel y que pudieran convertirse en aliados o representantes bajo la protección israelí.
En el caso de Siria, esta estrategia implica la partición del país en cuatro zonas principales de influencia: 1) una patria drusa centrada en Sweida, en el sur de Siria, donde Israel espera fomentar un miniestado alineado con los drusos bajo su influencia; 2) un pequeño Estado alauí en la región costera bajo protección rusa, centrado en Lataquia y Tartus; 3) una zona kurda en el noreste de Siria, respaldada por EEUU, donde el Partido de la Unión Democrática (PYD) y las Unidades de Protección Popular (YPG) controlan vastas extensiones de territorio; y 4) un cinturón árabe suní bajo influencia turca, especialmente a lo largo de las fronteras norte y noroeste y el corazón del país.
Este modelo de partición sirve directamente a los objetivos israelíes al mantener a Siria débil, dividida e incapaz de resurgir como actor regional competente para apoyar la resistencia palestina u oponerse al expansionismo israelí. Hace tiempo que este objetivo forma parte de la estrategia sionista para Oriente Medio.
Uno de los pensadores sionistas más influyentes y asesor de funcionarios estadounidenses e israelíes, Bernard Lewis, escribió en 1992: «La mayoría de los Estados de Oriente Medio... son... vulnerables a ese proceso [de «libanización»]. Si el poder central se debilita lo suficiente... el Estado se desintegra... en un caos de disputas, enfrentamientos y luchas entre sectas, tribus, regiones y partidos».
Debilitar a Siria
Desde 2013, el régimen sionista ha llevado a cabo una campaña aérea sostenida sobre territorio sirio, a menudo con el pretexto de atacar posiciones iraníes o de Hezbolá.
Después del 7 de octubre de 2023, estos ataques se ampliaron para incluir el asesinato de altos mandos iraníes y de Hezbolá en territorio sirio, como parte de un ataque más amplio contra el llamado «Eje de la Resistencia», que tiene como objetivo a Hamás, la Yihad Islámica, Hezbolá y las fuerzas aliadas en toda la región, incluida Siria.
Los esfuerzos de Israel por desestabilizar Siria reflejan el asedio y la destrucción que está infligiendo a Gaza, y tienen como objetivo debilitar las fuerzas de resistencia y acelerar el plan de larga data para dividir el país.
Con el paso del tiempo, Israel ha ido destruyendo los sistemas de defensa aérea, los depósitos de armas, las bases militares y los centros de investigación científica de Siria. En los últimos meses, esta estrategia ha tratado de disuadir a Irán, impedir que Siria reconstruya su capacidad militar y reforzar la superioridad militar y psicológica permanente de Israel en la región.
Controlar Siria
La estrategia de EEUU en Siria se ajusta a su gran estrategia posterior a la Guerra Fría de impedir que cualquier rival regional o mundial gane terreno.
Durante la Guerra Fría, Washington consideraba a Siria, especialmente bajo el mandato del expresidente Hafez al-Assad, como un Estado laico progresista cliente de la Unión Soviética y un partidario de las causas nacionalistas árabes, la resistencia palestina y las alianzas regionales opuestas a la influencia estadounidense.
Tras la invasión de Iraq en 2003, EEUU trató de aislar a Siria e impedir que llenara el vacío regional dejado por la destitución de Sadam Husein. Desde el inicio de la guerra prooccidental en Siria en 2011, EEUU ha adoptado una política de compromiso selectivo: respaldar a las fuerzas kurdas en el noreste con el pretexto de combatir a los grupos extremistas y limitar la influencia iraní, al tiempo que permite los ataques israelíes y de otras fuerzas terroristas.
Aunque EEUU parece apoyar una partición de facto de Siria, su objetivo no es necesariamente una fragmentación étnica al estilo israelí. Más bien, busca preservar una presencia militar y política que bloquee el acceso de Rusia e Irán al Mediterráneo oriental y garantice que cualquier futuro gobierno sirio se alinee con los intereses estratégicos de Washington.
La reciente escalada en la ciudad de Sweida, de mayoría drusa, en el sur del país, pone de relieve el interés de Israel en crear un enclave leal a lo largo de su frente norte, un objetivo coherente con la estrategia del Plan Yinon de cultivar alianzas con minorías que pudieran favorecer la autonomía bajo el patrocinio israelí.
Sin embargo, la comunidad drusa sigue dividida, y hay muchos en ella que rechazan la injerencia extranjera, especialmente la israelí.
Mientras Israel impulsa la creación de este pequeño Estado, EEUU se muestra cauteloso: pide calma, pero evita cualquier condena, temeroso de las reacciones negativas en los Estados vecinos y entre las comunidades drusas dentro de Israel. También teme que una mayor fragmentación pueda fortalecer a los grupos extremistas no afiliados o abrir la puerta a avances rusos e iraníes.
Por lo tanto, EEUU prefiere una Siria controlada y dividida, lo suficientemente débil como para ser dócil, pero sin que llegue a colapsar por completo, donde pueda mantener su influencia sin provocar una mayor inestabilidad regional. Israel, por el contrario, está más dispuesto a tolerar, o incluso fomentar, el caos si eso significa eliminar permanentemente a Siria como amenaza potencial, especialmente habiéndose anexionado ya los Altos del Golán sirios.
El interés de Turquía
Turquía desempeña un papel crucial en la actual reconstrucción de Siria. Ankara buscó inicialmente un cambio de régimen en Damasco respaldando a los grupos de la oposición derechista y a las facciones extremistas. Sin embargo, tras los intentos fallidos de derrocar a Assad y la creciente preocupación por la autonomía kurda cerca de sus fronteras, Turquía cambió de enfoque.
Las fuerzas turcas se trasladaron a partes del norte de Siria, donde apoyan a las milicias árabes y turcomanas sirias con el fin de controlar y limitar la influencia kurda. Desde el golpe contra Assad, Turquía se ha convertido en la principal potencia que respalda y apoya al actual régimen extremista sirio.
Los intereses de Turquía divergen considerablemente de los de EEUU e Israel, que se han centrado en empoderar a las milicias kurdas y a los separatistas drusos, respectivamente. Mientras que EEUU e Israel han apoyado a los actores kurdos como contrapeso a Assad e Irán, Turquía considera que cualquier autonomía kurda es una amenaza para la seguridad nacional.
El ministro de Asuntos Exteriores turco, Hakan Fidan, declaró recientemente: «Turquía intervendrá contra cualquier intento de fragmentar Siria o permitir que los grupos militantes obtengan autonomía... Se lo advertimos: ningún grupo debe participar en actos que conduzcan a la división».
Lucha por el «corazón del continente»
Un famoso principio de la teoría geopolítica, propuesto por el académico y político británico Halford Mackinder, afirma: «Quien gobierna Europa oriental domina el corazón del continente; quien gobierna el corazón del continente domina la isla mundial; quien gobierna la isla mundial domina el mundo».
A menos que los actores regionales den una respuesta coordinada, el desmembramiento de Siria podría convertirse en una realidad permanente.
Por analogía, Siria ocupa un nodo central en el mundo árabe, controlando rutas de tránsito vitales, corredores comerciales y alianzas regionales, muy similar al corazón de Mackinder. Las potencias regionales y mundiales creen que quien controle Siria, o una parte importante de ella, influirá, cuando no moldeará, todo Oriente Medio.
En este contexto, EEUU e Israel están aplicando una política doble en Siria. Para EEUU, Siria es un tablero de ajedrez en el que busca bloquear a sus adversarios, proteger la hegemonía del petrodólar y asegurar la posición de Israel sin involucrarse demasiado. Para Israel, Siria es una amenaza existencial que debe ser desmantelada y reestructurada en un mosaico de miniestados.
El peligro radica en el prolongado sufrimiento del pueblo sirio, la erosión de la soberanía árabe y la posible explosión de un conflicto más amplio.
A menos que los actores regionales --en particular Turquía, pero también Irán y los Estados árabes-- den una respuesta coordinada, el desmembramiento de Siria podría convertirse en una realidad permanente, cumpliendo así el antiguo plan sionista de un Oriente Medio fracturado y dócil.
* Sami Al-Arian es director del Centro para el Islam y los Asuntos Globales (CIGA) de la Universidad Zaim de Estambul.
Middle East Eye