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Consignaciones sobre la lucha pacífica
K.L. (1E. Novaæ Libertatum)

Marx comenzaba sus argumentos sobre revolución proletaria basándose en la dialéctica de Hegel. Una ideología o argumentación se oponía a su contrario y de la tensión entre esas dos corrientes de pensamiento o de actuar surgía lo que se denomina “síntesis”, es decir, el nuevo movimiento que interpreta mejor que sus dos antecesores los hechos para aplicar una solución más justa y legítima.

De esta manera, el economista alemán otorgaba preponderante protagonismo a la lucha violenta y armada de los sectores proletarios contra los poderes vigentes que los oprimían, reivindicando la acción violenta directa.

Esta tradición bélica fue transmitida y adoptada por la mayoría de los grupos grupos izquierdistas que lo sucedieron y que aún hoy se mantienen en la lucha.

Seguramente, no podríamos precisar que preponderancia Hegel le estimó a la lucha armada o a la acción directa de las clases oprimidas al formular su filosofía de la historia. Lo cierto es que la interpretación que dio Karl Marx sobre la misma alcanzó horizontes más amplios que la filosofía esencia misma.

Y es así como podemos observar que la redención de las formas de protesta se encuentran, hoy por hoy, absolutamente vigentes a la hora de la crítica y la desobediencia.

Los ejemplos se ven claramente en las manifestaciones globalifóbicas de Génova y demás, o mismo, llevado al plano local, en las marchas que tuvieron lugar el día 13 de Diciembre en la República Argentina, donde miles de activistas y sindicalistas se reunieron para “cascotear” a la policía.

Ahora bien, ¿es realmente la acción violenta el medio de protesta?

La violencia es la manera de actuar de aquellos a quienes combatimos. Terrorismo de estado y terrorismo financiero. Opresión y coartamiento de las libertades individuales “democráticamente”. La represión de manera desmedida por parte del Estado a través de sus fuerzas policíacas hacía quienes ejerzan crítica a cualquiera de sus medios.

En un documento emitido por activistas de Madrid, Euskadi y Argentina, la acción violenta era reivindicada aduciendo tres cosas. Primeramente, como una forma de expresión, de demostrar el conflicto latente y de atacar de manera directa a las instituciones representativas del poder opresor y burgues. Se justificaba el alzamiento fanático en pos de la demostración de malestar social que éste implicaba.

En segundo lugar, como una forma de alterar el orden impuesto, argumentando que la acción brutal implicaba una forma de “hacer lo que no se debe”. De desobediencia a las normas arbitrarias del sistema.

En tercer lugar, como una forma de hacer justicia, ya que es “justo y legítimo rebelarse contra la incuestionabilidad del monopolio de la violencia por parte del sistema”.

Claramente tienen razones suficientes para evidenciar, directamente, la necesidad de la lucha armada y violenta. Lamentablemente, todas ellas incurren en el error, la falacia y la barbarie, más propia del opresor que del oprimido rebelado.

Innegablemente el primer punto es absolutamente discutible. ¿Es realmente la acción violenta la única manera de expresar el disconformismo? ¿Forma la misma parte importante en una protesta?.

La acción violenta no sólo no es la única, sino que de todas, es la peor. Fomenta la reacción, el odio de nuestros enemigos en vez de contagiarlos de ansias de superación y generar un clima propicio al diálogo progresista. No hace más que convertirnos en quienes odiamos. Articular una defensa de índole violenta nos hace alejarnos de la expresión ideológica para trasladarnos al plano de la inexpresión cavernícola. Me parece francamente imposible, o por lo menos hipócrita y contradictorio utilizar la lucha armada para reivindicar valores como respeto o igualdad (y digo esto en calidad de anarquista más que como rebelde, ya que me interesa sobremanera deslindar al socialismo librtario de la violencia extrema e irracional). La utilización de la violencia aliena y fanatiza. Nos rebaja a la calidad animal más primitiva retardando nuestra evolución racional. Violencia es la que emana de Napoleón, Carlos V, Hitler, León XV, el neoliberalismo, Al-Qaeda, etc. Y nosotros, como contrapartida a eso, no debemos expresarnos de la misma manera que aquellas aberraciones de la humanidad, sino de forma completamente contraria. Mostrando realmente por qué somos más nobles en nuestros ideales de lucha y combate (y hablo de “lucha y combate” en un sentido pacífico; lucha ideológica, combate teórico).

En segundo lugar, utilizar la violencia como una manera de desobediencia y de alteramiento del orden vigente y opresor, no es más que formar parte de este sistema. Justificar la invertención armada de nuestros enemigos y darles motivo de contragolpear nuestras actitudes. La violencia es tan condenable en ellos como en nosotros, quienes debemos pacificar a los violentos, y no violentizarlos aún más.

La tercera justificación que se da para la accion violenta es la más aberrante de todas. Considerar “justo y necesario” la rebelión no tiene, realmente, nada de malo, extraño o novedoso. De hecho, realmente es “justo y legítimo” la insurrección de las masas oprimidas frente a la tiranía arbitraria del neoliberalismo y la clase burguesa dominante. Ahora bien, aquí se habla de “justicia” y de “legitimidad”, para validar la posición violenta. Lo cual, creo yo, no sólo es erróneo sino que también es contradictorio, repudiable y rechazable en todos sus ámbitos. O acaso, ¿qué alguien me explique cual es la justicia de atacar violentamente y demostrar barbarie?. ¡Clamar justicia por los mismos medios que aquellos que los oprimen; tal es la moral de los violentos!

Y volviendo a enumerar, la violencia nos degrada y nos rebaja hasta la posición de quienes combatimos. Más aún cuando en el medio de la irracional violencia se tiende sangre inocente que nada tenía que ver con el enfrentamiento en sí, y que, tras el fragor de la lucha, es considerada por los violentos como “muertos justificadas” en pos de la realización del ideal (el cual, para este momento, estará degenerado y degradado, soportando sobre sus hombros la carga de aquellas victimas deliberadas)

Nuestra lucha tiene que ser impetuosa, enérgica, briosa, pero no desde la aberración violenta, sino desde el plano en el que sabemos que somos superiores; las ideas.

Al transportarnos al estado de violencia no hacemos más que igualarnos en argumentos con aquellos a quienes condenamos. No sólo no demostramos superioridad, sino que demostramos estar a su mismo bajo nivel.

En cambio, en el plano teórico, ideológico, idealista, somos nosotros, la oposición rebelde quien supera ampliamente las argumentaciones del neoliberalismo o de cualquiera con quien estemos luchando.

“Tenemos una ventaja en la que nadie puede igualarnos, y es que nuestros enemigos saben que persiguen una obra funesta y nosotros sabemos que la nuestra es buena, humana, santa; ellos se odian, nosotros nos amamos; ellos se esfuerzan en hacer retroceder la historia, nosotros marchamos con ella", en palabras de Eliseo Reclus parece dar de manera perfecta en la esencia de mis ideas.

¿De que sirve, acaso, lanzar piedras contra una sucursal del Banco Rio o contra un McDonalds? ¿De que sirve golpear a un funcionario corrupto? ¿Qué justicia hay en romper el taxi del hombre que no se unió al paro? ¿Qué moralidad en golpear a un funcionario hasta dejarle sangrando (a pesar de que sus niveles de corrupción sean muy altos)?.

No sólo no se logran avances concretos en nuestra lucha contra globalización financiera, contra el neoliberalismo o contra la corrupción burguesa, sino que se participa de grandes retrocesos para la misma.

La violencia no es ni el punto de partida, ni la salida de la opresión a la que día a día nos vemos sumidos. Sólo logra intensificar la intemperancia del estado, de la policía y de la burguesía dominante.

Nuestra revolución/evolución debe basarse en la concientización de la sociedad hasta el punto de que el cambio sea irretrocedible. La educación y la formación de la gente en nuestros ideales (que no son nuestros, sino universales). La difusión del mensaje, naturalmente, más puro y noble que el de nuestros enemigos hasta el punto que el enfrentamiento armado sólo llegue en última instancia, como un intento desesperado de aquellos a quienes combatimos de rebatir lo irrebatible. Si el neoliberalismo se globaliza, nuestra oposición rebelde tiene que internacionalizarse. Crear un polo opuesto igualmente fuerte y revolucionario, pero completamente contrario de aquel en sus formas y sus ideales. Y eso es lo que lo hará superior y lo convertirá en vencedor.

“No hay caminos para la paz, la paz es el único camino”. Ghandi.

KameYo LIbeRtarIO

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