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Mundo, Estado español, Argentina :: 09/08/2022

Las huellas de Guillén, revolucionario a ambos lados del Atlántico (II)

Andrés Ruggeri
Prólogo II del libro "Abraham Guillén. Gerrilla y autogestión" de José Luis Carretero Miramar

Este nuevo libro de José Luis Carretero Miramar tiene, a mi entender, dos grandes méritos. El primero es el de redescubrir a este enorme revolucionario de ambas orillas del océano que fue Abraham Guillén. O, como fue en mi caso y seguramente lo será para muchos de los lectores, más que redescubrir, directamente descubrirlo. Un descubrimiento que lo rescata del paso del tiempo y el olvido, de una aparente condición de hombre de un pasado que no volverá, y nos muestra, por el contrario, una persona de acción inspirada por un pensamiento complejo, asentado en la praxis en contextos concretos y por fuera de los dogmas que fueron asemejando a las distintas corrientes de la izquierda revolucionaria a iglesias y sectas. Y ese es el segundo de los méritos de este libro, permitirnos pensar y analizar el presente y el futuro, que se nos presenta tan complicado, a través de la vida, la acción y la reflexión de Guillén. Y, de esta manera, terminar de descubrirlo a quienes intentamos pensar y llevar una práctica de transformación (ya que cuesta tanto últimamente decir revolución) en el mundo distópico de hoy.

Ese es el enorme aporte de este esfuerzo de José Luis, traer de un pasado no tan lejano pero que a la luz de este presente en que campean los Trump y los Bolsonaro parece de otra era geológica, la vida de un anarquista que después de combatir a Franco cruzó el océano y se convirtió en un indispensable para las luchas del convulso Cono Sur de América Latina, para volver corrido por las sucesivas dictaduras y genocidios de estas tierras a la España posfranquista. Toda la vida y el pensamiento de Guillén aparece como sumamente optimista, animado por una voluntad inquebrantable, pero con los pies en la tierra, algo no tan fácil de sostener en nuestros tiempos donde todo indica pesimismo y los que no lo son parecen fuera de la realidad. Sin embargo, el tiempo de vida de nuestro personaje fue también cruel y feroz. Guillén va de derrota en derrota y, sin embargo, nunca abandona sus convicciones, nunca deja de pensar en buscarle la vuelta al combate y, especialmente, nunca se vuelve al individualismo o al derrotismo que caracterizó a otros sobrevivientes de las mismas o similares batallas perdidas. Nos muestra José Luis a un Abraham Guillén activo hasta el último día de su vida, escribiendo y pensando el socialismo autogestionario. Descubrimos en este libro, entonces, a alguien que nos hace falta.

Al leer esta biografía e ir acompañando a Guillén en su paso por el convulsionado siglo XX, desde la guerra civil en las filas de la CNT hasta su participación en la formación de las primeras guerrillas en Argentina, Uruguay y Brasil, o sus viajes y discusiones en Yugoslavia, Cuba y Albania, uno va descubriendo una singular figura con una poco frecuente capacidad de leer los contextos e incorporarse directamente al propio centro de la lucha y, lo que es aún más importante, del debate político de la época. Es la biografía de un heterodoxo, que no se casó con ningún dogma de ninguna de las corrientes identitarias en que se dividía el pensamiento revolucionario de la época (y que, en menor grado, aún sobreviven), un pensamiento incómodo porque dialoga con la realidad de cada momento histórico y lugar y piensa en base a sus características, desarrollando su pensamiento sobre un análisis de la situación y las fuerzas disponibles y no sobre las imaginarias que con frecuencia sostienen a las sectas ideológicas.

Es así que encontramos a Guillén en la CNT peleando por la revolución social y, también, discutiendo las opciones para seguir la lucha en medio de la derrota (nada menos que frente a Cipriano Mera). En Argentina, trabajando para el peronismo y dialogando con su sector más combativo, leyendo en ese movimiento una base popular y antiimperialista que a muchos (europeos, pero también argentinos) aún les cuesta ver, sin por eso dejar de criticar la forma timorata en que Perón enfrentó al golpe brutal de 1955 y dejar de señalar las contradicciones con su ala derecha. Y, después de la caída del peronismo, trabajando activamente para la resistencia y planificando la lucha armada, impulsando incluso la primera guerrilla de los Uturuncos. Se convirtió, entonces, en uno de los teóricos de la guerrilla urbana, inspirando a los Tupamaros uruguayos, a la lucha de Marighella y Lamarca en el Brasil, a las distintas expresiones de la amplia izquierda armada de los 60 y 70 en América del Sur. Lo encontramos viajando también a conocer a los yugoslavos que intentaban combinar comunismo ortodoxo con autogestión, o yendo a Cuba en plena Revolución a discutir con el mismísimo Che Guevara sobre la estrategia de la lucha armada. Y, después de los sucesivos avatares de dictaduras y persecuciones, con más de sesenta años, volver a la España de la Transición y a la militancia anarcosindicalista, ya consolidado en su faceta de pensador y dedicado a teorizar la autogestión, sin dejar por eso la lucha de todos los días.

José Luis sintetiza en tres los conceptos que definen el pensamiento de Guillén y su práctica a lo largo de su agitada vida: el antiimperialismo, la guerrilla urbana y la autogestión. En el primer caso, lo que me resulta interesante como latinoamericano es que Guillén se sustrajo de la mirada europea a su forma de ver la problemática de nuestra región, generalmente tan paternalista e incapaz de comprender que no siempre nuestros problemas son los suyos. Abraham Guillén supo alternar con el peronismo revolucionario de John William Cooke, con los primeros tupamaros, con Carlos Marighella, con el Che, tomando parte activa de sus discusiones sin pontificar ni tampoco idealizarnos (que es la otra actitud que desde las izquierdas nos suelen destinar desde el otro lado del Atlántico, opuesta y solidaria pero básicamente idéntica a la anterior en su incapacidad de comprender las particularidades, virtudes y defectos de nuestros procesos). Al no ubicarse en ese lugar de lo ajeno, fue capaz de colaborar en los planes de resistencia popular al golpe de estado en ciernes que ya se veía venir en 1954-55 en Argentina, pudo orientar a los primeros intentos de guerrilla en Tucumán con los Uturuncos y, después, teorizar y participar como un analista relevante de los problemas de la lucha armada en un Uruguay en plena agitación, sostener una polémica sobre esa cuestión nada menos que con el Che Guevara y Régis Debray, o teorizar el cooperativismo peruano. Guillén, además, demostró conocer el peronismo y entenderlo en su potencialidad como movimiento popular y antimperialista, sin dejar de ver sus contradicciones y jugar un partido en ellas al apoyar la radicalización de su ala izquierda encarnada por Cooke. En ese sentido, demostró mucha mayor lucidez que los actuales teóricos del populismo y su supuesto significante vacío. Más que demostrar admiración desde una abstracción teórica, se situó en el campo de la práctica y jugó su parte en ella, para sostener lo que encontraba de bueno y compartir con los mejores de sus elementos. Así encontramos a este viejo cenetista intentando enfrentar en Argentina otro golpe sangriento, como lo hizo en España años antes y, poco después, colaborando en la resistencia peronista.

De la misma forma, apostó a la Revolución Cubana como parte de ese antiimperialismo y, allí, apoyó a los grupos revolucionarios del resto del continente que veían a Cuba como ese faro a seguir en América Latina. En medio de la vorágine de la radicalización vertiginosa de los cubanos y de su enfrentamiento a muerte con los EEUU, no tuvo empacho en plantarle cara al Che sobre cómo orientar la lucha armada. Un debate que, en la actualidad, parece totalmente fuera de época. Como sabemos, tanto las guerrillas foquistas como las guerrillas urbanas latinoamericanas fueron derrotadas y para aplastarlas, no solo a las organizaciones armadas sino a todos los movimientos populares, se implantaron dictaduras sangrientas que no dudaron en apelar al terrorismo de Estado y al genocidio. Sin embargo, las posiciones de Guillén distaban de ser ingenuas. Frente al "foco" de Debray (podríamos decir una vulgarización de las ideas del Che a partir de su lectura de la experiencia cubana) y el voluntarismo que pretendía aplicar la vía cubana a sociedades plenamente urbanizadas y sin un campesinado que sirviera de base de apoyo a la guerrilla --como experimentó amargamente Massetti en el norte argentino--, Guillén se dedicó a teorizar la guerrilla urbana como una forma de disputar a la población, no el territorio, "como una piel de leopardo". José Luis encuentra, entonces, un singular testimonio y reconocimiento de la actualidad de esta concepción en boca de un teórico militar de los EEUU, en fecha tan reciente como 2015. Con otros objetivos y otras ideas, podríamos ver así, afincada en la población y no en los territorios, a la resistencia que los norteamericanos enfrentan aún hoy en Irak o Afganistán. También es interesante, evaluando el devenir de los grupos armados latinoamericanos, la advertencia de Guillén sobre las "luchas privadas", es decir, aisladas de las masas y enfrentadas militarmente y con todas las de perder con el aparato militar del Estado. Una de las críticas (y autocríticas) que se puede hacer a la mayoría de las organizaciones guerrilleras sudamericanas es, justamente, haber caído en estas "guerras privadas", o lucha de aparatos, en que entraron en un ciclo de enfrentamientos puramente militares que las aislaron de la población y permitieron, con las implacables técnicas de contrainsurgencia desarrolladas por los franceses en Argelia y perfeccionadas en la lúgubre Escuela de las Américas del Comando Sur de las fuerzas armadas de los EEUU, exterminar a toda una generación de militantes revolucionarios. Un fracaso militar que no fue otra cosa que la consecuencia ineludible de una derrota política.

El autor no solamente nos hace descubrir a un hombre de acción sino a un formado economista que, en lugar de repetir lugares comunes o reducirse a citar a los clásicos, puede analizar el capitalismo de su tiempo y sus dinámicas. Pero que, además, trata de buscar las alternativas sin encasillarse. Es por eso que viaja a Yugoslavia y escribe sobre el modelo de autogestión implementado allí, analiza y critica el entonces llamado "socialismo real" e incluso los modelos chino y albanés, habiendo visitado este último país, en aquel entonces el último bastión de la ortodoxia estalinista. Extraño para un anarquista dogmático, natural para alguien con la cabeza abierta, más dispuesto a juzgar por sí mismo que a repetir acusaciones y dogmas de otros. Su crítica al socialismo de corte soviético y su diagnóstico certero en sus últimos años sobre su evolución y caída quizá hubiera sido poco sustentable o no habría tenido la riqueza que le supo dar de no haber podido conocerlo in situ. Esto, una vez más, remarca qué tipo de intelectual comprometido era Abraham Guillén y cuán incómodo resulta para las ortodoxias que pretenden encasillarlo.

El tercer concepto que sintetiza el autor es la autogestión. Y, para nosotros, es el nodal, el de mayor actualidad, porque la autogestión en Guillén no es un concepto abstracto sino una llave para la superación efectiva del capitalismo. En su pensamiento, la autogestión es un elemento clave del socialismo en un marco de relaciones económicas complejas. Como remarca José Luis Carretero en un muy interesante capítulo final ("¿Un guillenismo tras Guillén?") "una sociedad autogestionaria no será más simple, sino más compleja", por múltiples razones, desde su funcionamiento interno en las unidades económicas hasta su interacción con las necesidades sociales, económicas y culturales más allá de los colectivos, pequeños o grandes, que conforman los distintos sectores de una sociedad compleja. Nada más alejado del pensamiento de Guillén que una autogestión en una sociedad de pequeñas comunas, de supuesta simplicidad frente a la complejidad del capitalismo, sino que piensa en una autogestión en una economía que debe afrontar los enormes desafíos de sociedades multitudinarias y diversas como las actuales, para lo cual no tiene miedo de hablar, por ejemplo, del rol del mercado y el del Estado, del avance tecnológico y de la sociedad de abundancia como parte de un proceso enormemente complejo. Ese entramado de pensamiento pareciera entrar en colisión con la izquierda posmoderna que se ha convertido en hegemónica en los últimos treinta años, en que, como dice con cierto sarcasmo José Luis, haciendo una interesante relación con la idea de guerrilla urbana de su biografiado ("ganar las poblaciones, no los territorios"), "los revolucionarios no deben huir a dar discursos espirituales a las vacas, en campos abandonados". Se trata de reflexionar sobre la realidad concreta, aprender de la propia práctica y de la práctica real de los pueblos, relacionar el conocer y el hacer, lo que subyace en cada uno de los escritos de Guillén y, lo que es aún más importante, en toda la trayectoria de su vida.

Por último, no puedo dejar de pensar, como parte del movimiento por la autogestión de Argentina y como parte de la red internacional "Economía de los trabajadores y trabajadoras", a raíz de cuyos encuentros tuve la enorme alegría de conocer a José Luis Carretero (que si bien no vivió tantas aventuras como Abraham Guillén, comparte su mismo espíritu de reflexión a través de la práctica y la sed de conocer las experiencias reales por sí mismo), en la lucidez de Abraham Guillén con respecto a la autogestión, en un momento en que las expresiones autogestionarias estaban más bien a la baja. ¡Cuánto material para su brillante pensamiento le hubieran proporcionado las empresas y fábricas recuperadas en la Argentina que tan bien conocía y en otros países latinoamericanos y europeos! Con toda seguridad, nuevos escritos hubieran inspirado estas luchas, hubiera querido conocerlas en el propio lugar de desarrollo, sumarse a ellas, debatir con los protagonistas, con los teóricos y los líderes. Nos queda a nosotros, los que intentamos seguir sus huellas aun sin saberlo, acometer esa tarea.

Buenos Aires, 24 de febrero de 2020.
La Haine

 

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