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Brasil, Brasil :: 03/02/2023

La democracia en riesgo

Frei Betto
No nos volvamos a engañar: nuestra frágil democracia sigue en riesgo

Recuerdo el gobierno de João Goulart a inicios de la década de 1960 y sus declaraciones de que llevaría a cabo reformas de base. Las Ligas Campesinas levantaban a los nordestinos. Los sindicatos defendían con ardor los derechos adquiridos durante la presidencia de Vargas. La Unión Nacional de Estudiantes era temida por su poder de movilización de la juventud.

Era obvia la inquietud de la elite brasileña. Empezó a conspirar en el Instituto Brasileño de Acción Democrática, el Instituto de Investigaciones y Estudios Sociales y otras organizaciones hasta hacer eclosión en las Marchas de la Familia con Dios por la Libertad. No obstante, el Partido Comunista Brasileño tranquilizaba a los que sentían olor a cuartelazo: se creía que Jango se apoyaba en una plataforma militar nacionalista.

Pero en marzo de 1964 vino el golpe militar. Jango fue depuesto; la Constitución, destrozada; las instituciones democráticas, silenciadas; y Castelo Branco asumió el poder sin que los golpistas dispararan un tiro. ¿Por dónde andaban “las masas” comprometidas con la defensa de la democracia?

Conozco bien el estamento militar. Vengo de una familia castrense por el lado paterno. Bisabuelo almirante, abuelo coronel, dos tíos generales y padre juez del tribunal militar (felizmente, se jubiló a raíz del golpe).

Los militares viven en un mundo aparte. Salen de su casa, pero no del cuartel. Frecuentan los mismos clubes (militares), los mismos restaurantes, las mismas iglesias. Muchos se consideran superiores a los civiles, aunque nada producen. Su paradigma son las fuerzas armadas de los Estados Unidos, y su ideología, un férreo anticomunismo. Por eso no respetan el límite que les impone la Constitución, que les atribuye la responsabilidad de defender la patria de enemigos externos. Les preocupan más los “enemigos internos”, los comunistas.

Aunque la Unión Soviética se desintegró, el Muro de Berlín cayó por tierra, China acogió el capitalismo, todo lo que suena a pensamiento crítico es sospechoso de comunismo. Porque en las filas militares reina la más despótica disciplina, no se admite el sentido crítico y la autoridad encarna la verdad.

El presidente João Goulart, en el Automóvel Clube, el 30 de marzo de 1964, víspera de su derrocamiento.

Brasil cometió el error de no depurar los crímenes de la dictadura militar y castigar con rigor a los culpables de torturas, secuestros, desapariciones, asesinatos y atentados terroristas, a diferencia de lo que hicieron nuestros vecinos de Uruguay, Argentina y Chile. Vayan a ver el filme Argentina, 1985, protagonizado por Ricardo Darín y dirigido por Santiago Mitre. Ahí está lo que debíamos haber hecho. El resultado de esa grave omisión, a la que se le estampó el nombre de “amnistía recíproca” es la impunidad y la inmunidad que desembocaron en el deletéreo gobierno Bolsonaro.

No concuerdo con la opinión de que la derecha brasileña solo “salió del clóset” en los últimos años. Sin remontarnos al período colonial, con más de tres siglos de esclavitud y las masacres de indígenas y de la población paraguaya en una guerra injusta, no hay más que recordar la dictadura de Vargas, el Estado Nuevo, el Integralismo, la TFP (Tradición, Familia y Propiedad) y el golpe de 1964.

El altisonante silencio de los militares ante los actos terroristas perpetrados por golpistas el 8 de enero nos debe llevar a la reflexión. La complicidad no se consuma solo por la acción; también lo hace por omisión. Pero no faltaron acciones, como los campamentos alrededor de los cuarteles amparados por mandos militares y la actitud del coronel de la guardia presidencial, que les abrió las puertas del Planalto a los vándalos e incluso recriminó a los policías militares que pretendían contenerlos.

“El precio de la libertad es la eterna vigilancia”, reza un aforismo que escucho desde la infancia. Los defensores de la democracia no podemos bajar la guardia. El bolsonarismo propagó una cultura necrófila rebosante de odio que no le dará tregua a la democracia y al gobierno Lula.

Nuestra reacción no debe ser responder con la misma moneda ni refugiarnos en el miedo. Nos corresponde la tares de fortalecer la democracia, en especial los movimientos populares y sindicales y las pautas identitarias, así como defender la Constitución y las instituciones, para impedir que las viudas de la dictadura intenten resucitarla.

El pasado aún no ha pasado. La memoria jamás lo sepultará. La única que puede hacerlo es la Justicia.

 

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