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Europa, Pensamiento :: 24/04/2018

Espectros de Lenin: revisitar la gesta bolchevique un siglo más tarde

Mariano Pacheco
Notas sobre el libro "La Revolución Rusa: cien años después"

Con el Simposio titulado “Sobre la idea de comunismo”, primero (en Europa), realizado en marzo de 2009, y con el centenario de la Revolución de Octubre, después (en todo el mundo), la discusión en torno a lo que ha sido este cuarto de siglo tras la caída/derrumbe de los socialismos reales ha instalado nuevamente, en amplias franjas del activismo político y social y en la intelectualidad crítica, el desafío de volver a repensar la tradición del movimiento comunista internacional.

Las luces y sobras, los claro-oscuros de aquel proceso se nos presentan hoy cómo desafío a ser pensado, tanto en el ámbito específico de la teoría como en el de la persistencia o no de ese legado, en los procesos de organización y de luchas que, las más de las veces con escasas herramientas conceptuales, se han emprendido en todas partes del mundo frente a la prepotencia avasalladora del capital.

En ese marco, la publicación de La Revolución Rusa: cien años después, viene a contribuir a seguir sosteniendo esos debates más allá de aniversarios específicos. Compilado por el sociólogo, educador popular, editor y ex militante sindical en el gremio de bancarios Mario Hernández, el libro contiene diez ensayos en los que la gesta bolchevique se aborda desde distintas ópticas en el afán de recuperar varios debates a la vez.

Con introducción de G. Almeyra, la publicación reúne textos de Claudio Katz, Olmedo Beluche, Eric Toussaint, Daniel Omar De Lucía, Hernán Camarero, Silvio Schachter, Héctor Freire, Antonio Infranca y Néstor Kohan.

Por un lado, el libro funciona como una buena introducción historiográfica a la revolución de octubre. Tanto en la introducción como en algunos de sus artículos, el lector puede hacerse (o bien repasar si ya tiene lecturas al respecto) una idea general del contexto en que los bolcheviques tomaron el poder en Rusia en 1917, así como los hechos específicos y los actores que protagonizaron tanto la insurrección como los primeros pasos de la construcción de la nueva sociedad socialista (esos “diez días que estremecieron al mundo”, como supo afirmar John Reed, y los posteriores). Por otro lado, el libro aborda una serie de cuestiones fundamentales -al menos para la mirada de este cronista- respecto de las genealogías en las que los revolucionarios rusos inscribieron su acción y sus reflexiones, el papel del arte en la revolución, la recepción de aquel proceso en Argentina y la apropiación posible (realizada y por realizar) del leninismo en América Latina.

Simpatías sólo por un rato

Resulta por demás ilustrativo leer, a través del trabajo de archivo realizado por Camarero, cómo las simpatías que despertó en amplios sectores argentinos la revolución de febrero se diluyeron rápidamente en octubre. Así, mientras que en marzo el diario La Nación escribía “La revolución rusa merece la simpatía de los liberales de todo el mundo”, siete meses después recordaba a sus lectores que “los maximalistas” no eran más que “socialistas ultras”. Movimiento similar detecta Camarero en La Prensa, pero también, en el socialista La Vanguardia, en donde puede leerse un desplazamiento que va de la reivindicación del “principio democrático que va infiltrándose paulatina pero eficientemente en todas las capas sociales de todas las naciones” a la denuncia que advierte que la población rusa le retira su confianza a los líderes Lenin y Trotsky.

Genealogías insurgentes

Omar de Lucía lo deja claro: los bolcheviques no actuaban sin tener en cuenta una historia que los precedía. “Los hombres que hicieron la revolución bolchevique de 1917 siempre tuvieron presente a la gran Revolución Francesa como antecedente insoslayable del proceso que ellos estaban protagonizando”, escribe, en un artículo que no deja de invocar asimismo la presencia de 1789 en 1917, en términos de símbolos, imágenes y lenguajes, e incluso, en términos de estrategias de autodefensa del proceso revolucionario (el autor cita las lecturas de Trotsky a la hora de fortalecer al Ejército Rojo en cuanto a sus aspectos de técnica militar). 1789 en 1917 -entonces- pero también, lectura aguda de los procesos del 48, y el ensayo fundamental para las revoluciones por venir que implicó la Comuna de París en 1871.

Arte y revolución

Héctor Freire, que desde hace años viene trabajando cuestiones relacionadas al cine desde la revista Topía, recuerda en este libro que entre 1925 y 1928, las salas de cine en Rusia pasaron de 2.000 a 9.300, alcanzando el número de 29.200 al final del Primer Plan Quinquenal (cifra que luego ascendió a 40.000, superando así la Unión Soviética a Estados Unidos). Freire destaca la explosión experimental que siguió el cine luego de Octubre del 17 (“de todas las artes el cine es para nosotros la más importante”, supo decir Lenin alguna vez); los recorridos realizados por los “trenes de agitación” en plena guerra civil, entre 1918 y 1921 y la multiplicación de salas y films en esos primeros años de revolución.

Silvio Schachter, por su parte, subraya el papel jugado por los constructivistas, suprematistas, futuristas y otras manifestaciones de la vanguardia artística que se propusieron desarrollar un “arte-producción” ligado a la vida cotidiana. Tiempos en los que se crearon 36 nuevos museos, se inauguraron decenas de publicaciones y el ProletKult llegó a agrupar a 84.000 miembros en 300 grupos locales expandidos por todo Rusia. “Desde 1917, mientras que los funcionarios académicos huían hacia Occidente, los artistas de la vanguardia, reunidos alrededor de la revolución bolchevique, se organizaron, colectivizaron sus ideas y asumieron la responsabilidad de dirigir las nuevas instituciones culturales. Esta relación con el Estado no impidió que permanecieran como actores libres de una revolución de la que se sentían arte y parte en la búsqueda de fusionar los postulados socialistas con una formulación artística de ruptura y decididamente modernista”, escribe Schachter.

Ambos artículos ponen el foco en la importancia que jugó el arte en el proceso revolucionario, aún estando dicha apuesta atravesada por la primer Gran Guerra Mundial y la guerra civil desatada tras la toma del poder por parte de los bolcheviques.

Con tu querida presencia

El libro cierra con un excelente texto de Néstor Kohan, en el que se lee al guevarismo como un leninismo Latinoamericano. “Según nuestro punto de vista y nuestra lectura histórica y política, el guevarismo constituye la aplicación creadora, no mecánica, del leninismo en un continente del Tercer Mundo”, escribe Kohan, quien destaca que el revolucionario ruso comparte con el argentino el hecho de haber estructurado su pensamiento y su práctica política en polémica con el marxismo oficial de su época: el de la II Internacional en el primer caso, el de la URSS en el segundo. “Los dos plantean un marxismo revolucionario, ambos expresan el ala izquierda al interior del marxismo revolucionario mundial…”, remata.

Esta lectura del guevarismo como leninismo del mundo periférico y dependiente permite realizar una lectura situada (Nuestra-americana) del legado bolchevique, sin renunciar por eso a la perspectiva internacionalista, tan necesaria en el marco de la revolución de Octubre, tan necesaria en los años 60 y 70 y tan necesaria en la actualidad, cuando el capital se ha globalizado como nunca y, sin embargo, aún no encuentra propuestas anti-sistémicas que lo enfrenten en el plano mundial.

Las últimas décadas han demostrado que, desde abajo y la izquierda, han proliferado resistencias en muchas partes del planeta. Posición ética y política imprescindible para combatir a los apologistas de la inmutabilidad. Pero también estas décadas han demostrado claramente ya que el pragmatismo acérrimo y el anti-intelectualismo sólo condenan a los pueblos ha ser, en el mejor de los casos, condenados de la tierra en rebelión, pero no constructores de un mundo nuevo.

Libros como este nos recuerdan lo fundamental de la rebelión, pero también, que el marxismo fue una creación de la humanidad que llegó para proponer algo más que un sueño: algo tan palpable y tan real como la apuesta de tomar el cielo por asalto.

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