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Chile :: 17/02/2020

Chile: Hablemos de violencia. Pero en serio

Alejandro Lavquén
Poco a poco, la conciencia social de los chilenos se ha ido nivelando con la existencia social, dando paso a la esperanza de liberarse por fin de las cadenas neoliberales

Desde el inicio de la rebelión popular contra el gobierno del presidente Piñera y el neoliberalismo, este y la derecha pinochetista, atrincherada en Chile Vamos, con la complicidad de la prensa institucional, han estigmatizado a los insurgentes como violentos. Es decir, como reza el refrán popular, “el ladrón detrás del juez”. La violencia que se generó a partir del 18 de octubre de 2019 en Chile, en algunos sectores de los manifestantes, es sencillamente la respuesta a la violencia oficial ejercida contra el pueblo chileno desde 1830 a la fecha. Es el efecto de una causa clara y concreta: la explotación hasta la saciedad de los trabajadores por parte de quienes se apropiaron del país, oficializando aquella apropiación, tras la batalla de Lircay, de la mano del mercachifle Diego Portales, adalid de la oligarquía.

Oligarquía reflejada actualmente en los grandes grupos económicos relacionados con menos de diez familias empresariales y muchos cortesanos bien pagados que les avivan la cueca. La violencia contra el pueblo alcanzó su punto máximo en 1973 con el bombardeo a La Moneda, el asesinato del presidente Allende y las terroríficas violaciones a los derechos humanos instituidas por Pinochet y la junta militar de los golpistas, respaldados por civiles como Jaime Guzmán, Pablo Rodríguez, Sergio Melnick, Mónica Madariaga y una larga lista de siniestros personajes.

Tras la “salida” de Pinochet del gobierno en 1990 y el comienzo de una democracia tutelada, un remedo de democracia, los abusos, como se podía esperar, no terminaron, por el contrario, la violencia económica se acrecentó gracias al contubernio entre el pinochetismo y la Concertación. Los abusos continuaron mientras la prensa [nacional e internacional], en especial la TV, mostraba un país de fantasía en cuyo sótano se ocultaba la miseria de las poblaciones y el endeudamiento de la llamada clase media, un concepto arribista impuesto en el lenguaje popular como signo de progreso personal y bienestar. La mentada clase media sería el muro de contención entre los explotados y los explotadores.

La rabia e impotencia se seguía acumulando y los políticos enriqueciéndose. La oligarquía continuaba sembrando vientos más allá del siglo XX, colusiones, sobreprecios, usura, privatizaciones, sobresueldos a los políticos, sueldos miserables al pueblo trabajador, pensiones de hambre, etcétera. ¿Qué más violento que una nación con un presidente multimillonario y miles de ciudadanos en situación de calle, con ancianos vendiendo parches curitas en las esquinas, con gente muriendo mientras espera atención médica en listas de espera? ¿Qué más violento que las pensiones millonarias que reciben los expresidentes y los estratosféricos sueldos de los parlamentarios, que dictan leyes favorables a los más ricos del país?

Toda esta violencia acumulada es la causa de la violencia desatada tras el 18 de octubre, una violencia que al responder a la violencia ejercida contra el pueblo se transforma en defensa propia del pueblo. Y el pueblo tiene todo el derecho a defenderse. No olvidemos que a las manifestaciones pacíficas el régimen de Sebastián Piñera respondió con la violación sistemática de los DDHH: asesinatos, torturas, mutilaciones, lanzando a la calle a su jauría, conformada por carabineros, fuerzas armadas y policía civil. El pinochetismo aún mantiene su impronta de violencia permanente en el país.

La desesperación de la gente no dio más y los vientos sembrados por los abusadores brotaron como una tormenta legítima en busca de la justicia social y el fin de los abusos, brotó como una necesidad natural de recuperar lo que le fue esquilmado. Dicha tormenta también abrió las puertas a la posibilidad real de extirpar para siempre la Constitución de Pinochet y erradicar de sus poltronas a los partidos políticos. Votar el 26 de abril por una nueva Constitución y seguir movilizándose en las calles para evitar una asamblea constituyente fraudulenta (otra acción violenta que pretenden imponer los partidos políticos de la derecha y exConcertación) es el camino que se debe fortalecer. Votar y movilizarse en las calles no son contradicciones antagónicas. Son complementos de la lucha que se da en estos momentos.

“Chile Despertó” es el lema de los insurgentes. Es decir, poco a poco, la conciencia social de los chilenos mayoritariamente se ha ido nivelando con la existencia social, dando paso a la esperanza de liberarse por fin de las cadenas neoliberales. Eso no debe detenerse.

¿Ah, pero los narco y el lumpen?, parlotean persignándose en Chile Vamos. Pues bien, el narco y la delincuencia no son producto del arte de birlibirloque o del comunismo marxista internacional, no. Son producto de la violencia que genera la pobreza, la falta de oportunidades, la segregación, la estigmatización de las poblaciones. El narco y el delincuente crece y se fortalece en la violencia generada por la clase alta, por los ricos de Chile, que ofrecen sueños y maravillas de vida a quienes explotan, pero le arrebatan la plusvalía de su trabajo para que no puedan lograr esos sueños y maravillas.

Ante esa violencia muchos desvían su camino. La violencia del rico no les deja otra opción. Son, a mi entender, como dice un verso del poeta José Ángel Cuevas: “la historia de unas personas/ en silencio que quemaron/ todas sus fotografías”.

Resumen Latinoamericano

 

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