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México :: 18/01/2018

Marichuy, la izquierda y las elecciones presidenciales

Marcos Roitman Rosenmann
Hoy, es una cuestión de principios. ¿Están asustados? ¿Sienten que Marichuy pueda ganar?

Corría el año de 1940, el general Lázaro Cárdenas afrontaba el último año de mandato, mientras, el fascismo intentaba hacerse con el poder mundial. Tras la nacionalización del petróleo, Cárdenas no sólo sufrió las presiones de EEUU, la Alemania nazi buscó arrastrar a México a su redil, apoyando una candidatura ad-hoc. El general retirado Juan Almazán fue elegido para tal fin. En colaboración con la ultraderecha sinarquista, camisas doradas, empresarios e intelectuales fascistas urdieron la estrategia. Entre sus planes, un golpe de Estado. Los servicios de inteligencia y la acción de Lázaro Cárdenas, evitaron su ejecución. El candidato del PRI, Manuel Ávila Camacho, bajo el control militar de las urnas, logró un holgado triunfo.

El gobierno del general Lázaro Cárdenas dejó una herencia política nunca igualada. Bajo su mandato, la revolución aceleró la reforma agraria, la educación pública, el sistema sanitario, la cultura, nacionalizó la minería, el petróleo y se enfrentó al imperialismo estadunidense. Su visión latinoamericana, internacionalismo, defensa de la soberanía, fueron banderas. México, país de asilo. Leon Trotsky perseguido por Stalin, y los republicanos españoles recalan en su territorio. Sin embargo, hubo otros proyectos menos acertados. Imbuido del espíritu de época, fue el comienzo de las políticas indigenistas. Acompañada de una ideología paternalista, se enquista en el mito de la superioridad étnico racial del blanco mestizo. Pátzcuaro, 1940, fue el pistoletazo de salida. Allí se celebró el Primer Congreso Indigenista Interamericano, su máxima: no se trataba de indianizar México, sino de mexicanizar al indio.
Una visión en la cual los pueblos originarios serán tildados de rémora para el desarrollo. Alfonso Caso, teórico indigenista apuntaló: existen grupos atrasados que forman comunidades a las que hay que ayudar para lograr su trasformación en los aspectos económico, higiénico, educativo y político; en otras palabras, la trasformación de su cultura. Era la sentencia de muerte para los pueblos originarios, a la par la forma más perfecta para integrar, desarraigar y despreciar su historia. Un mecanismo que legitimaba las acciones de penetración cultural.

Este pensamiento, progresista, según sus ideólogos, fue combatido, denunciado y resistido. Sin embargo, ha dejado un pozo. Hoy, acompaña a una parte destacada de la izquierda mexicana y latinoamericana. Los pueblos originarios son considerados analfabetos, incultos, pendencieros, violentos, poco amigos del trabajo, traidores, sin palabra y desconfiados. Excrecencia del pasado. No por casualidad el 1º de enero de 1994, tras el alzamiento zapatista, el gobierno acude a dichas teorías para justificar la represión. Forma parte del colonialismo interno. Los pueblos indígenas no pueden tener voz. No se les escucha, no se les respeta, invisibiliza, se les ridiculiza y descalifica.

Si alguien piensa que hablo en pretérito, es ver cómo se actúa frente a la candidatura de María de Jesús Patricio Martínez, portavoz del Consejo Indígena de Gobierno. Emerge digna. Sus objetivos son hacerse oír, tener espacios para visibilizar las injusticias de un poder político que los excluye y descalifica. Pero se le responde con sorna, se le acusa de crear un cortocircuito en la izquierda, ser el problema para ganar las presidenciales de 2018. Se le aconseja irse a casa y organiza un boicot de silencio. Además es mujer, sin estudios superiores y por ende, inhabilitada para presentarse ¡Qué decir de gobernar! Para hacer memoria: Lula, obrero metalúrgico, Evo Morales, sindicalista cocalero.

Sólo sea por decencia, romper el colonialismo interno y el indigenismo, los candidatos disque de la izquierda o progresistas deberían llamar a firmar por Marichuy, para que su nombre figure en las papeletas electorales. No haré alusión a la ya comentada discriminación para conseguir las firmas, otros han hablado suficiente.

Hoy, es una cuestión de principios. ¿Están asustados? ¿Sienten que Marichuy pueda ganar? Para evitar malos entendidos, un eslogan los debería tranquilizar: Firma por Marichuy y vota por quien quieras. Nadie puede hablar por ellos, ni tampoco debería ser. Pero nadie, desde la izquierda institucional, socialdemócrata o progresista, se ha hecho eco de sus demandas, ni les invita a participar de igual a igual. Sólo quieren subordinación y votos. Sus problemas no les interesan o mejor dicho, sí, en sentido contrario. Más megaproyectos en alianza con las trasnacionales de la soja, transgénicos del maíz y ganaderos. Se trata de mantener las políticas contrainsurgentes, seguir asesinando dirigentes, encarcelando líderes con falsas acusaciones, expulsándolos de sus tierras, promoviendo la privatización de las aguas, la destrucción de bosques y el empobrecimiento del medio ambiente, acompañado de políticas contrainsurgentes con guardias blancas, paramilitares, en connivencia con gobernadores, autoridades locales, jueces, policía y fuerzas armadas. El miedo se administra desde la militarización. Violaciones, quema de cosechas y amenazas. Claro, para la izquierda institucional resulta incómodo poner estos problemas en la agenda. Son cuestiones de indios, no guardan relación con el futuro de México. No se pueden difundir, sonrojan.

El indigenismo sobrevive, está presente en los partidos políticos, en las ONG, en el sistema educativo, permea el orden político. Es una cultura, un discurso, un lenguaje. Los pueblos originarios, como las especies que no evolucionan, están predestinadas a la extinción. Han pasado cinco siglos y la izquierda latinoamericana sigue anclada en el indigenismo. Cómplices de megaproyectos, se suman a la destrucción de sus saberes, tradiciones y patrimonio. Sus discursos paternalistas, niegan un derecho básico, el principio de autonomía territorial y política. Tal vez muchos han olvidado la traición de 2001, cuando todos los partidos políticos, deciden dar carpetazo a los acuerdos de San Andrés alcanzados entre partidos, gobierno y el EZLN. Hoy, la traición vuelve a imponerse, pocos ajenos a la realidad generada por el colonialismo interno y sobre todo, detractores de la candidatura independiente, quieren firmar para hacer visible la voz del Consejo Indígena de Gobierno y su portavoz Marichuy. Vergüenza, sólo cabe este calificativo.

La Jornada

 

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