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Europa, Medio Oriente :: 16/01/2018

Tres despachos sobre John Berger

Maciek Wisniewski
En este primer aniversario de la muerte de John Berger (1926-2017) rememoro ante todo la partida de un escritor marxista

I. No sólo porque sea una faceta suya que el mainstream siempre usaba para disminuirlo o solía ocultar para hacerlo más digerible. O sólo porque él mismo haya dicho que lo era –justamente para frustrar estas operaciones y antagonizar a los biempensantes (Sí, entre otras cosas, sigo siendo marxista)– en un bello texto sobre la frenética búsqueda de un lugar dónde hallarse en medio de la imparable acumulación, migración, deslocalización y consumismo (https://lahaine.org/aA8v). Lo hago porque su marxismo –heterodoxo, enfocado en los vencidos, los que resisten– y anticapitalismo son un hilo rojo (!) que corre por toda su multifacética obra.

Siendo un pintor, desde sus años tempranos Berger observa cómo los artistas –igual que los demás trabajadores– caen víctimas del sistema que los aliena de los frutos de su trabajo y es el principal enemigo de toda la labor creativa. Así –dice– el arte lo arrastra a la política. Se vuelve crítico para hablar por las clases explotadas. Incluso –como anota en un prefacio de 1979 a su primer tomo de ensayos, ¡ojo al título!– para ayudar, aunque sea un poco, a destruir la sociedad burguesa (Rojo permanente, 1960). Allí donde Marx, aun consciente del problema –¿cómo es que el arte, la superestructura de la base económica, nos mueve tanto?–, deja un campo vacío, Berger pretende avanzar inspirándose sobre todo en Walter Benjamin que antes trataba de hacer lo mismo. Su revolucionario –por su enfoque materialista, feminista y crítico hacia el lenguaje de la publicidad– programa televisivo y el subsiguiente libro Modos de ver (1972) es un ejercicio puro en la economía política del arte.

“La pintura al óleo –anota– hizo a la representación lo que el capital le hizo a las relaciones sociales: redujo todo a la calidad de objetos. Todo se volvió intercambiable, porque todo se volvió mercancía” (p. 87). Si bien la pintura siempre retrataba la riqueza, en el capitalismo su función era mostrar lo que el dinero es capaz de comprar (p. 90), algo que sigue siendo actual en tiempos de redes sociales y nuevas maneras de exhibirla.

II. Rememoro también la partida de un escritor solidario con el pueblo palestino. Uno que como pocos, de manera tan evocativa, sabe hablar de su sufrimiento. Cuando describe los efectos destructivos de la ocupación, el agobio, el cercamiento y la penetración de los asentamientos ilegales que perturban la continuidad temporal y espacial de los dominados. Cuando cuenta las historias de los mártires de la Segunda Intifada (2000), que ayudan a los vivos a resistir (Con la esperanza entre los dientes, 2010, p. 70). Cuando, invocando a Frantz Fanon, describe la tragedia de los beduinos palestinos –árabes-israelíes– en el ejército israelí (IDF) y su condición de ser colonizados, forzados a usar las máscaras de sus opresores (https://lahaine.org/aM10). Cuando habla del robo metódico de la tierra de los palestinos sustraída de debajo de sus pies y describe los dibujos de una artista siria-drusa de los Altos de Golán ocupados.

“Como escritor –dice en 2010– me estoy dedicando a Palestina hace apenas unos siete años. Pero su sufrimiento estuvo conmigo toda mi vida”. La postura de Berger es estar siempre del lado de los débiles. En este caso del lado del dolor de quienes Israel y mis primos [su abuelo era un migrante judío del Trieste austro-húngaro] se lo infligen hasta el grado trágicamente totalitario. Lamenta que el Estado nacional de los que sufrieran el peor genocidio en la historia se volvió, militarmente hablando [y no solo], fascista (Con la esperanza..., p. 7). Pero lo peor de todo –según él– es el silencio. El silencio del mundo frente al colonialismo y el apartheid israelí. Para tratar de romperlo, como una de las primeras figuras internacionales, se suma a la campaña del boicot económico y cultural a Israel (BDS). Y sigue escribiendo.

III. Una vez indagado sobre cual libro de los suyos –que a su muerte son ocho novelas, cuatro obras de teatro, dos tomos de poesía y... 48 volúmenes catalogados como otros– le recomendaría a alguien que no conoce su obra, dice: Un séptimo hombre (1975). Compuesto de textos e imágenes (Jean Mohr) y dedicado a los trabajadores migrantes en Europa, está basado en una extensa investigación financiada con la mitad del premio Booker que recibe por su novela G. (1972). Otra mitad la dona a las Panteras Negras británicas e insiste: “ambos aspectos –la liberación negra y la emancipación de los trabajadores– son partes complementarias de mi lucha política”. Su propósito es demostrar que la vida y el trabajo de los migrantes –aunque ignorados–, no es nada marginal en la sociedad moderna, sino central y no pierde nunca su actualidad (entonces uno de cada siete trabajadores en Europa era un migrante –ver: el título–; hoy una de cada siete personas en el mundo es un migrante, refugiado o desplazado).

Los saca a la luz y los analiza, mediante una mezcla original de micro-historias, datos y fragmentos teóricos. La migración se vislumbra así como una experiencia quintaesencial de nuestros tiempos y condición permanente en el capitalismo. Contrario a las apologías de los liberales –a las cuales Berger se dice inmune: el liberalismo aboga sólo por la clase explotadora, nunca por la explotada– queda claro que en el centro del sistema no está la libertad, sino su falta. No extraña que el libro quede ignorado por la prensa de su época. Un crítico anuncia su supuesto veredicto: una minúscula arenga marxista (sic).

Coda. Si ocurre que con el tiempo algunos libros se vuelven más jóvenes –esta es justamente la atinada tesis de Berger en un prefacio a Un séptimo... de 2010– lo mismo pasa con la voz y la mirada de algunos autores. Esta ya sería mi tesis y el caso del propio Berger en estos tiempos sombríos en que:

- el discurso antimigrante es la principal herramienta política en todo el mundo, mientras su trabajo no pierde nada de importancia;

- la colonización y el sufrimiento de Palestina parecen interminables, pero la resistencia sigue;

- el capitalismo avanza con su “‘misión histórica’, no prevista por Smith ni Marx, de destruir la historia y orientar todo a las satisfacciones futuras” ( Landscapes, p. 221), aunque los de abajo no dejan de mirar hacia atrás.

La Jornada

 

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