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Anti Patriarcado :: 08/03/2018

8 de marzo ¡Si yo levanto mi grito no es tan solo por gritar!!!

Maite Campillo
8 de marzo día de la mujer trabajadora de conciencia

 Esperan que Nora (atrapada en el círculo familiar como si fuera una “muñeca manejable” manipulada por el marido), se suicide, que termine con su vida, y, así, liberarse para siempre de esa trampa donde está atrapada...


Casa de Muñecas Helmer: ¡Ah! ¡Es irritante! ¿De manera que faltarás a tus deberes más sagrados? Nora: ¿A qué llamas tú mis deberes más sagrados? Helmer: ¿Es preciso que te lo diga? ¡No son tus deberes para con tu marido y tus hijos? Nora: También tengo otros no menos sagrados.


Helmer: No los tienes ¿Que clase de deberes son esos? Nora: ¡Mis deberes para conmigo misma...! Helmer: Ante todo eres esposa y eres madre.


El autor Enrique Ibsen en Casa de Muñecas, presenta al principio de la obra con la vida del matrimonio Helmer, como un ejemplo de perfección y felicidad sobre el que va descubriendo sus distintas facetas, sus diferentes rasgos psicológicos, para llevarnos sin que nos demos cuenta a un desenlace sorpresivo y no previsto por los esquemas tradicionales. 'Casa de Muñecas' fue estrenada en 1876. El estreno provocó escándalo y sobre todo violentas polémicas contra el autor. Pero los alemanes que fueron a la representación, no eran otra cosa que casta burguesa, “intelectual”, o dicho de otra manera, mojigatos machistas de casta, defensores del orden establecido y “la buena convivencia en familia”. Los que leen o vieron la obra representada, esperan que Nora (atrapada en el círculo familiar como si fuera una “muñeca manejable” manipulada por el marido), se suicide, que termine con su vida, y, así, liberarse para siempre de esa trampa donde está atrapada. No es eso lo que el autor nos presenta, a una Nora mojigata para darle gusto a la burguesía “intelectual” vacía. No. Es una Nora mucho más inteligente y toma la decisión que más le conviene, que no es otra que seguir viviendo pero ya libre de las ataduras “de la buena convivencia en familia”. A la mierda el marido, sus negocios, su mundo, la casa y los hijos, sí, los hijos... Nora: No, ya no soy de las que creen en eso. Ante todo, soy un ser humano que posee los mismos títulos que tú, o por lo menos, debo tratar de serlo. Sé que la mayoría de los hombres estarán de tu parte, te darán la razón, Torvaldo, y que esas ideas están escritas en los libros; pero ya no puedo creer en lo que dicen los hombres y en lo que se escribe en los libros.


La mayor polémica se desató por éste final. El punto decisivo “de esa visión óptica europea” fue si se reconocía o no, a Nora, el derecho de cumplir su destino como ser humano con ideas propias frente al mundo. Esa polémica no era ni más ni menos que un reflejo de la mentalidad imperante en la época y cuyas implicaciones sociales y culturales aún siguen vigentes en gran parte de la sociedad. Si bien no parece “lógico” que una mujer sensible como Nora, se aleje de sus hijos por propia decisión (lo hace a conciencia por su propia dignidad). Este resultado es un recurso dramático del que el autor, Enrique Ibsen, le echa mano llevándolo al extremo, justamente, para golpear ahí donde más le interesa, donde más le duele a la sociedad patriarcal decadente, repudiable hasta la médula en contenido tanto como continente: privatiza relaciones laborales, familiares, sociales, como propiedad privada leyes y derechos; las obligaciones son nuestras. Es el egoísmo, la hipo cresía, lo que desata en Nora rebeldía. La desilusión (del concepto de “familia-matrimonio” caduco) frente al hombre que admiró tanto como su inocencia la permitió amar. Él es quien participa de la corrupción moral de una sociedad que no ataca a fondo sus males sino que se contenta con esconder la mierda pueril bajo la alfombra: Helmer: Sólo se trata de salvar las apariencias.
Nora: Sólo sé una cosa, que mis ideas difieren enteramente de las tuyas. Acabo de comprender que las leyes no son lo que yo creía, pero lo que no me cabe en la cabeza es que esas leyes sean justas.
Helmer: No comprendes nada Nora: No, no comprendo nada. Pero quiero averiguar quién tiene razón, si la “sociedad” o yo.
Pero Nora sí comprende. Nora empieza a comprender... Y una vez más se enfrenta contundente no sólo a su marido, a la sociedad que representa, a la sociedad con la que tiene que convivir y la mantiene presa como mujer. Para ello rompe cadenas en ansias de buscar esa libertad utópica, que una a mujeres y hombres para luchar y construir una sociedad igualitaria, libre y justa. Y lo hace como pionera aún sin saber, o sabiendo, lo que le espera. Casa de Muñecas (1876), tuvo adversarios, muchos, pero no sólo de hombres. Helmer Torvaldo, representa la sociedad establecida, leyes, religión, familia... Nora, las ideas nuevas, la ruptura, el avance, la revolución. El “hombre nuevo” ha de luchar por transformar la sociedad en que vive en otra mejor. Pero cualquier “mujer nueva” representará un peligro para los cimientos mismos de esa sociedad, el concepto que ésta tiene de familia, de organización social, trabajo, economía, cultura, ocio... En todos los tiempos, en todas la s revoluciones y en todos los países, la mujer ha tomado parte activa combatiendo junto al hombre. Pero el avance efectivo hacia la ocupación de su verdadero lugar como ser constructor de esa sociedad todavía no se ha alcanzado. Sólo hombres y mujeres nuevos (como decía Che) podrán realizar juntos el “milagro” de un mundo mejor. Así lo señala el autor de Casa de Muñecas: Helmer: Nora, ¿no seré para ti nunca más que una persona extraña? Nora: (Cogiendo el maletín) ¡Oh Torvaldo! ¡Sería necesario para ello el mayor de los milagros! Helmer: ¿Cuál? Nora: Sería necesario que los dos nos trasformáramos en un grado tal... Pero, desgraciadamente Torvaldo, ya no creo en los milagros.


Helmer: Pues yo sí quiero creer. Dilo. Deberíamos trasformarnos en un grado tal que...
Nora: (…) Adiós.


NOTA Han pasado 142 años, desde que Enrique Ibsen escribió la obra, y, a pesar del tiempo pasado, en lo sustancial, poco hemos avanzado. No sólo en los países llamados del “tercer mundo” donde los pueblos en su gran mayoría están dominados y explotados por el oscurantismo de las religiones y un capitalismo salvaje (va de la mano lo uno y lo otro) que lo único que le interesa es robar sus recursos naturales y dejarlos en la más completa ignorancia para que nunca se puedan rebelar ¿O..., estoy hablando del “primer mundo”? Afortunadamente sigue habiendo Noras, aunque no en número relevante como para transformar las llamadas sociedades en paraísos de libertad, lejos del acoso inquisitorial de la familia patriarcal “protectora”. Pero su libertad es cara, muy cara, tal es la evidencia; casos en que les cuesta la vida tomar tal decisión. Perseguidas, torturadas, acosadas, calumniadas ante los padres, e hijos, y finalmente, muchas de ellas asesinadas en estos momentos en c ualquier parte del mundo.


8 DE MARZO DÍA DE LA MUJER TRABAJADORA DE CONCIENCIA, para luchar, pelear imponiendo su dignidad unida al conjunto de la sociedad frente al capitalismo despiadado, y, como la cantante chilena, Violeta Parra, lanzar plegarias que hagan vibrar nuestras reivindicaciones en desafío de conquistas: Me abrigan las esperanzas que mi hijo habrá de nacer, con una espada en la mano y el corazón de Manuel, para enseñar al cobarde amar y corresponder.
Las lágrimas se me caen pensando en el guerrillero, como fue Manuel Rodríguez debería de haber quinientos, pero no hay ni uno que valga la pena en este momento.
PD.


Manuel Rodríguez: Guerrillero que combatió por la independencia de Chile, héroe popular al que se le han atribuido mil hazañas, entre ellas, el uso frecuente del disfraz para burlar al invasor español. Muere ajusticiado, al parecer por una delación (M. Rodríguez era hijo de colonos).
Maité Campillo (actriz y directora de teatro)

 

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