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Brasil, Anticarcelaria :: 17/01/2022

Brasil: Adiós 2021, no te echaremos de menos

Elaine Tavares
Balance del año 2021, marcado por el desmantelamiento de la sanidad y la educación, el incremento del desempleo y el hambre, y las malas perspectivas de futuro

El año que terminó hace unos días fue, aquí en Brasil, un tiempo de terror. Y no fue solo por culpa del coronavirus, en la medida en que el proceso de vacunación, aunque lento, fue reduciendo el número de casos y de muertes. A pesar de todo el empeño puesto por el gobierno federal en impedir la inmunización masiva de la población, incluso entre aquellos que apoyan al gobierno en la medida en que el instinto humano de supervivencia y de vida es fue más fuerte, las personas buscaron la forma de vacunarse. Eso dio un respiro a la nación, una vez que el combate al nuevo virus solo puede conseguirse mediante la inmunización colectiva de la mayoría de la población. Aun así, nada está bien.

Las muertes continúan –pasamos de los 600 mil decesos- y el negacionismo también, hasta tal punto de que el presidente de la nación, Bolsonaro, insistió en criticar la inmunización de la población infantil, tan pronto como la liberó Anvisa, aunque los datos apunten a que gran parte de los ingresados en las UCIs son jóvenes no vacunados. Y, ahora, a finales del año, los hackers irrumpieron en el portal del Ministerio de Salud y borraron datos sobre la vacunación y la salud de los brasileños. Un “misterio” del realismo mágico. ¿A quién le podría interesar destruir la información existente sobre este tema? Una piruleta a quién lo adivine.

La mayor tasa de terror procede de la acción del gobierno federal, como ya viene siendo habitual desde que en 2019 asumió la presidencia del país un agente de la muerte. Cumpliendo sus promesas de campaña, Jair Bolsonaro dio buena cuenta del proceso de destrucción del país en todas las áreas. No hubo engaño, todo estaba perfectamente definido desde el principio. No obstante, la responsabilidad de esa destrucción no es únicamente del presidente. El Congreso Nacional, con rarísimas excepciones, ha respaldado cada acción y cada propuesta del gobierno federal: destruyeron derechos de los trabajadores y abrieron las puertas al abuso y a la corrupción. No llegó con eso, aprobaron un “presupuesto secreto”, que obstaculiza la debida transparencia con respecto a los recursos federales entregados a los diputados. Una vergüenza nacional de la que se informa como si no fuese absurdo.

En 2021 continuó con fuerza y sin tregua el ataque a los pueblos originarios, con el aumento sistemático de la violencia y del robo de las tierras. La intención del gobierno es acabar con ellos. Incendios y desmontes, arrasando territorios enteros, nuestros biomas más importantes también siguieron sin freno. Igualmente recrudecieron los ataques de la policía militar, en prácticamente todos los estados, contra la población negra y pobre. El exterminio de la juventud se convirtió en política de estado, hasta el punto de que una masacre con más de 25 muertos en Minas Gerais no fue motivo de debate de ámbito nacional. Hasta hoy no se sabe lo que de hecho aconteció en la ciudad minera de Varginha. Nada más allá de la acusación de “sospechosos” y “ bandidos”. ¿Existen pruebas incriminatorias hacia esos sospechosos y bandidos? Ninguna.

El gobierno también continuó con el proceso de desmantelamiento de la educación brasileña, retirando recursos a todos los niveles. La pandemia y la falta de una política de acceso provocaron que aumentase la tasa de abandono escolar; así, la tasa de analfabetismo aumentó un 7% y el analfabetismo funcional llega a casi el 30% de la población. No siendo suficiente con todo eso, el negacionismo frente al coronavirus hizo que varios estados obligasen a los profesores a retornar a las aulas, generando sufrimiento mental y más enfermedad entre los docentes.

El gobierno federal, además, destruyó el ENEM –puerta de entrada a la universidad de los alumnos empobrecidos-, hasta tal punto que consiguió que la juventud de la periferia desistiese de participar en ese proceso de selección, así como de la enseñanza superior, como muestra la reducción de inscripciones en los exámenes de acceso a la universidad. Y, ahora, quiere garantizar más ventajas para los ricos en el sistema del PROUNI (programa de becas para garantizar la permanencia) alejando aún más a la juventud empobrecida de la universidad, ya que disputarán las escasas becas disponibles con quienes no las necesitan.

En el campo de la salud asistimos atónitos a la CPI (comisión parlamentaria) de la covid-19 en el Congreso Nacional, que destapó no solo los crímenes cometidos por agentes del gobierno, sino incluso por el propio presidente de la nación, además de los horrores que tienen lugar dentro de los hospitales privados gestionados por planes de salud, que simplemente mataron a los viejos con medicamentos inútiles para evitar gastos. Meses y meses de presentación de pruebas y testimonios sobre esos abusos que, finalmente, no sirvieron para nada. Un año entero sangrando sin que ni la Justicia ni los parlamentarios hiciesen nada para castigar a los criminales. Muy probablemente todo eso acabará en un proceso que se prolongará interminablemente en el tiempo, que se agotará por inanición. El drama de millones de personas en las manos de los bandidos tampoco consiguió producir ningún atisbo de conmoción popular, más allá de la sensación momentánea de asombro.

Vivimos un año de aumentos continuos del precio de la gasolina –más del 50% de aumento-, causando el alta de los precios de todas las mercancías, inclusive las de la cesta básica. El hambre, que había sido proscrita de nuestro país, volvió con fuerza y no podría ser de otra forma, ya que todo el apoyo del gobierno está volcado en los hacendados, en la minería y en las multinacionales. La industria brasileña agoniza, así como los pequeños productores y pequeños comerciantes. Y las estrellas de los medios de comunicación se dedican a enseñarnos cómo economizar gas, cocinando con leña, o cómo sustituir la carne por sopa de huesos. Una perversión sin límites.

El desempleo –conforme a los datos del IBGE- está instalado en la casa de 14 millones de brasileños y más de seis millones siquiera buscan empleo, pues ya no tiene esperanza, lo que da un total de 20 millones de personar que no tienen forma de ganarse la vida en este país. Pero, si analizáramos otros datos, como los del “Mapa de la explotación de los trabajadores en Brasil”, del ILAESE, que usa otra metodología, el número de desempleados pasa de los 50 millones. Además, en ese contexto, no hay que olvidarlo, aumenta la violencia y la desesperación.

La clase media baja que podía juntar unos ‘ahorrillos’ con cierto esfuerzo, históricamente la única inversión posible, ahora está a la deriva. La cartilla de ahorros, que ofrecía un escaso interés del 1%, ahora solo va a rendir el 0,5%, o sea, absolutamente nada. La inflación del 10% al año come todo lo que pueda ahorrar. O sea, solo hay pérdidas. La clase media, protagonista del ascenso de la gente que hoy gobierna el país, poco se manifiesta y cuando lo hace es para echarle la culpa a los gobernadores y a los alcaldes, eximiendo al gobierno federal de cualquier responsabilidad sobre el caos social y económico. Pagan siete reales el litro de gasolina, ni se mueven; sin embargo, cuando llegó a 2,70 bajo el gobierno del PT, gritaban de odio en las calles, los mismos que ahora están ‘quietos paraos’.

Los medios de comunicación comercial corporativa no lo divulga, pero Brasil también vive uno de sus mayores flujos migratorios. Solo el año pasado, el número de brasileños que decidió salir del país en busca de una vida mejor incrementó un 122%, pasando de un millón 800 mil personas a cuatro millones 215 mil. Aún no hay números de 2021, pero ciertamente debe haber más gente saliendo. Una investigación de Datafolha mostró que por lo menos 70 millones de brasileños saldrían fuera de aquí si pudieran. Gente joven y cualificada es el perfil de quienes quieren emigrar. El destino de casi el 50% de los emigrantes, como en toda América Latina, son los EEUU, pero hay mucha gente que busca salidas en Portugal, por aquello de que tenemos la misma lengua. Si estos números fuesen de Venezuela, tendríamos emocionantes documentales y reportajes informándonos sobre los emigrantes; no obstante, como el responsable de esa desbandada es el protegido de los medios de comunicación, no hay nada de eso. Solo notas a pie de página.

Los dramas vividos por los brasileños bajo este gobierno, cuando se ven en la televisión, son presentados como un rayo aislado en un cielo azul. No se dan razones que expliquen el hambre, la miseria, la violencia creciente, los feminicidios –que aumentaron estrepitosamente con el ascenso de los adoradores de armas-. Y es esa gente, la que ahora quiere transformar a los invasores de tierras indígenas -garimpeiros ilegales y grandes hacendados-, en “comunidades tradicionales”, con el apoyo del Congreso Nacional. Se trata de una atrocidad tras otra y todo completamente naturalizado, como se fuera la cosa más normal del mundo.

En el campo de la política electoral no hay novedades. Con el archivo de las denuncias contra el ex presidente Lula, es él quien aparece como el candidato preferencial para batir a Bolsonaro en las elecciones de este año 2022. Pero, eso no significa que la persecución haya acabado.
Aún pueden pasar muchas cosas. La investigación sobre el candidato Ciro Gomes, hecha con todo el aparato de la Policía Federal y la espetacularización típica de la Lava-Jato, es una muestra evidente de que el estado policial seguirá actuando contra los desafectos al presidente. Con la judicatura dominada, las denuncias de crímenes cometidos por los hijos del presidente e incluso por él, caen en el vacío, y en el campo de la justicia nada puede esperarse.

Toda esa batalla, infelizmente no tiene casi nada que ver con la necesaria lucha de clases, es un combate interno de la clase dominante, ya que ni Ciro ni Lula tienen el más mínimo proyecto de transformación radical de la sociedad. Los dos transitan por los rieles del liberalismo y la socialdemocracia es el límite que no traspasan. A pesar de todo este terror, la izquierda brasileña está derrotada, sin proyecto para la nación y sin inserción en la mayoría de la población. Los movimientos sociales más organizados, como los Sin Techo y los Sin Tierra resisten, pero tampoco consiguen ir más allá de las particularidades de sus banderas.

Dejamos atrás el fin de año prácticamente sin ningún atisbo de esperanza de cambio a corto plazo. Tenemos ante nosotros un país destrozado y una porción muy grande de gente alienada, mientras otra espera que las elecciones cambien las cosas, creyendo que nos bastará con un simple “más”, del tipo: más democracia, más justicia, más educación, más negros en la política, más mujeres en posición de mando, más eso, más aquello. Las cuestiones céntricas de los problemas del país, tales como la propiedad, la reforma agraria, los abusos de los bancos, la cuestión energética, Petrobras, la justicia, el sistema penal, la deuda externa, no aparecen en los debates, como si la vida se fuese a resolver solo con la inclusión ritualística de las llamadas minorías. Todo bien acomodado dentro de los límites del capital. Falta impulso revolucionario, falta demasiado.

Es posible que aún haya quien observe los tiempos críticamente y luche, aunque sean pocos. Pero, como siempre sucedió en la historia, basta que ese pequeño grupo se mantenga en la batalla para que sea posible un mañana de luz. Aun así, será preciso mucho trabajo para reconstruir una carretera por la izquierda.

Este año que empieza, nos deparará aún muchos procesos de destrucción y violencia contra el pueblo brasileño, que se profundizarán vertiginosamente conforme las elecciones estén más cerca. No esperemos una “fiesta democrática”. No. La pelea será encarnizada y el juego será el más sucio y violento posible. Tampoco se vislumbran propuestas de transformación real. Por eso hay que mantenerse alerta y en lucha. Aunque no haya acción por parte de las históricas centrales sindicales, la realidad material de la vida provocará la reacción de las gentes.

No hay paz para la clase trabajadora. Pero como diría el utópico Don Quijote, contra los gigantes, vamos a trabar una larga y feroz batalla. Nosotros lo haremos.

CALPU

 

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