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Anti Patriarcado :: 16/02/2009

De pequeña también me gustaba

Sejo Carrascosa
Hablar de la sexualidad infantil no debe confundirse con los discursos sobre abusos, violaciones y crímenes a los que se somete a la infancia.

De pequeña también me gustaba. Con este lema el colectivo La Radical Gai encarteló Madrid para darse a conocer y presentar los actos para el 28J hace casi 20 años. El lema iba acompañado de una imagen, sacada de un vaso griego en el que se veía a un hombre con barba sentado que acaricia, a la vez que mira con cierta delectación, el pene de un joven imberbe. Con esta imagen y frase se intentaba abrir el debate sobre las criaturas que desde su más tierna infancia eran denostados por sus disidencias sexuales. Se intentaba visibilizar al niño mariquita y a la niña marimacho, realidades que sólo son socialmente representadas a través del insulto y la agresión, y que esconden los deseos de un sector de la población. Se intentaba abrir un debate sobre un tema tabú: la sexualidad infantil, de hablar de los niños y niñas como protagonistas de sus deseos y prácticas sexuales. Hoy, asistimos al desarrollo de una cada vez más amplia legislación sobre la infancia, (una etapa de la vida, de vital importancia, que es difícil delimitar, ya que varía según los diferentes periodos históricos o las distintas partes del mundo) que con el pretexto de protegerla, no hace más que incrementar las formas de control que se ejercen sobre las vidas, cuerpos y deseos de los y las menores.

No hay que olvidar que los cacareados derechos de la infancia, aunque parezcan estar garantizados por la ley, son ejercidos e interpretados por las personas adultas y de ahí la 'adulteración' que se produce en su aplicación y sus patéticos resultados.

Patético es ese derecho a la educación, si ésta está basada en cuentos y supersticiones, o en intereses sectarios y electorales. Patético es el derecho a criarse en una familia, si eso supone asistir, como mínimo cual espectador, a la violencia y miseria relacional de las parejas heteronormativizadas. Patético es el derecho a su desarrollo personal cuando éste niega, en esencia, la expresión sexual de los niños y niñas; entre ellos y ellas mismas en principio, pero, ¿y por qué no?, también con lo que se entiende como personas adultas. Patético es que una criatura sufra el desprecio y el estigma, la humillación y el rechazo, ante la indiferencia de progenitores y profesorado, aquéllos que se supone son valedores de su desarrollo, por ser el amanerado de la clase, la machorra del patio.

No es hora, pues, ya de hablar de que existe una situación de explotación entre las criaturas, niños y niñas, y las personas adultas, de la misma forma que existe entre hombres y mujeres. No es necesario decir que si las relaciones intergeneracionales se dan en una situación de desigualdad, también las relaciones heterosexuales se dan en esa misma situación y su trato, legal y social... no es el mismo. Hablar del derecho de los niños y las niñas a expresar su propia sexualidad es hablar de sexualidades no normativizadas, de lo que entendemos por infancia o por adolescencia. Y más en estos tiempos en los que el concepto de adolescente, en nuestras sociedades, parece ser de una elasticidad acorde a intereses sociales revestidos con las ideas de 'primer empleo', 'abandono del hogar materno', 'buena hipoteca'... Es hablar de edades de consentimiento, y si hay que establecerlas que sean reales no sólo con la sexualidad sino con la dignidad de esas personas que no son ‘protegidas’ de jornadas escolares interminables, de sesiones deportivas competitivas con el fin de llegar a ser un deportista de élite, un cantante de moda, una figura que sepa sacar el máximo partido posible de sus facultades explotadas por sus procreadores hasta la saciedad. Asistimos en la televisión a programas en los que criaturas de seis años reproducen canciones, bailes y ademanes adultos. Niños y niñas que cuentan chistes de mariquitas, o de contenido sexista, sin saber siquiera que esas mismas representaciones abonan el terreno del machismo y la homofobia, y que les podrá suponer un escollo en su propio desarrollo sexual.

Hablar de la sexualidad infantil y de sus expresiones, incluidas las intergeneracionales, no debe confundirse con los discursos sobre abusos, violaciones y crímenes a los que se somete a la infancia, de la misma manera que los abusos y violaciones que sufren las mujeres no parecen poner en cuestión el patrón heterosexual donde se realizan. Dejar expresarse sexualmente a las criaturas, no es arrojarlas a un mundo de depravación y vicio. Y habría que ver primero que es lo que entendemos por vicio. Ellas tienen la capacidad de consensuar sus placeres, de negarse a lo que no les gusta, y tienen el derecho a un desarrollo de su sexualidad en las que elijan cómo, con quién y cuándo ejercerla. Quizás el primer paso sea que las personas adultas recordemos que, pese a la represión en la que se nos ha criado, disfrutábamos jugando a los médicos y buscábamos en la gente adulta descubrir los misterios del placer. Que recordemos, como un acto de empatía que de pequeñas también nos gustaba.

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