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Anti Patriarcado, Estado español :: 02/06/2017

(Des)centrar el debate sobre prostitución: un putero no nace, se hace

Beatriz Ranea Triviño

El deseo de los puteros, ni es un derecho ni una “necesidad”, sino un deseo construido en un contexto de desigualdad y relaciones de poder jerárquicas entre mujeres y hombres.

El debate sobre prostitución lleva años estancado y el caso Torbe puede ser una buena oportunidad para problematizar públicamente la figura del putero y desplazar el eje del debate “tradicional” centrado en la figura de la prostituta para poner el foco en el papel de la demanda, así como en la frivolización que se hace de la prostitución dentro de la “cultura putera” (como lo denomina Graciela Atencio), e incluso puede abrir el necesario camino para debatir sobre la “industria del sexo”.

La prostitución es una institución social en la que intervienen distintos agentes y antes de posicionarnos sería interesante escuchar a unas y a otros: mujeres en situación de prostitución, demandantes y proxenetas. Para quienes buscamos (des)centrar el debate es fundamental escuchar a la demanda -dar voz a los puteros, invitarles a salir del anonimato social, abrir los foros como el creado por Torbe donde intercambian opiniones y experiencias- para reflexionar en profundidad sobre el significado que atribuyen ellos a la prostitución y el papel que tienen en el mantenimiento de la misma.

Si resituamos el debate sobre la figura de la demanda hay que partir de un análisis crítico de la masculinidad pues no todos son como Torbe, también hay futbolistas famosos, padres, hermanos, vecinos, amigos, compañeros de trabajo, jefes, empresarios, banqueros, políticos, policías, jueces… Debemos alejarnos del estereotipo del demandante de prostitución como un hombre viejo o feo o con pocas habilidades sociales. Si nos acercarnos a un polígono, un club, un piso de prostitución, es fácil darse cuenta que ese estereotipo se corresponde tan solo con una minoría de la demanda. Más bien los estudios demuestran que el consumo masculino de prostitución femenina es intergeneracional, interclasista, hay hombres con mucho y con poco nivel educativo; de izquierdas y de derechas; con diversidad funcional o algún tipo de discapacidad, pero sobre todo, sin ningún tipo de discapacidad; de distintas confesiones religiosas (más o menos creyentes), agnósticos y ateos; con mayores y menores habilidades sociales; guapos y feos…

La única característica en la que coinciden totalmente es la pertenencia al género masculino. No hay más, al menos que sepamos de momento (porque la demanda femenina es tan residual que no constituye un fenómeno social ni tiene una justificación ideológica como tiene la demanda masculina que va de la mano de la ideología patriarcal). Por tanto, demandante de prostitución, podría ser cualquier sujeto socializado en el género masculino en una sociedad como la nuestra. De tal forma que podríamos afirmar que cualquier hombre sería un putero en potencia. En la prostitución, la división por género está tan marcada, que si ellos son puteros en potencia, las mujeres somos putas en potencia, pues nuestra identidad se ha construido atravesada por la prostitución.

Las mujeres precarias hemos crecido sabiendo que la prostitución era y es una opción para nosotras si las cosas van mal; mientras que por contrapartida no lo era ni lo es para los chicos con los que crecimos. En la socialización de las niñas está presente la prostitución de manera muy diferenciada a como está presente en la de los niños, como dice Kathleen Hanna en una de sus canciones, a nosotras “nos han llamado putas desde los cinco años”. Si (des)centramos el debate, no podemos olvidar la prostitución de personas transexuales y hombres homosexuales donde la demanda sigue siendo masculina.

Por todo esto, es fundamental que repoliticemos la prostitución desde la figura de la demanda, y del análisis de la masculinidad, porque el consumo de prostitución trasciende a los demandantes, y tiene que ver con la construcción del género masculino en una sociedad patriarcal capitalista como la nuestra en la que la prostitución aparece como una institución donde se hacen muy explícitos los privilegios de la masculinidad: el sujeto hegemónico se encuentra en el centro y tiene a su disposición a los cuerpos devaluados socialmente: mujeres (quienes conforman el grupo mayoritario de la “oferta”), trans y hombres homosexuales. Todos ellos se convierten en cuerpos-objeto para consumo masculino.

El deseo de los puteros, ni es un derecho ni una “necesidad”, sino un deseo construido en un contexto de desigualdad y relaciones de poder jerárquicas entre mujeres y hombres. Por todo ello, insisto en la urgencia y la necesidad de establecer una crítica a la masculinidad y reflexionar colectiva y públicamente sobre el papel de la demanda de prostitución en esta sociedad. (Des)centrar el debate porque un putero no nace, se hace.

Tribuna Feminista

 

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