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Estado español :: 23/12/2003

El día en que ETA derribó uno de los más sólidos pilares de la dictadura franquista

La Haine
Artículo extraído de Gara

«¡Cómo pasa el tiempo, parece que fue ayer!», exclamarán algunos. Otros pensarán que se trata de una vieja historia. Y los menos no sabrán de qué se está hablando. El caso es que el pasado sábado se cumplieron tres décadas desde que ETA atentara contra el almirante Luis Carrero Blanco, en aquel momento presidente de un Estado español sometido al gobierno dictatorial de Francisco Franco.

Voló, voló, Carrero voló... Y multitud de prendas al aire. Es el primer recuerdo que viene a la mente de muchos cuando escuchan ese apellido. Quienes hace treinta años eran muy jóvenes o ni siquiera habían nacido, aprendieron antes el estribillo de la canción que su significado. Posteriormente se enterarían de que el almirante Luis Carrero Blanco había muerto en un espectacular atentado llevado a cabo por ETA. Ocurrió el 20 de diciembre de 1973.

Hoy, tres décadas después, la canción ya no se oye. En 1983, Eva Forest, autora del libro «Operación Ogro», vaticinaba en el prólogo de una reedición editada por "Punto y Hora" que «pasados treinta años será como cuando a nosotros nos hablaban nuestros abuelos de la guerra de Cuba, algo remotísimo». Pero las efemérides son la excusa perfecta para rememorar estas viejas historias.

El primer paso es recordar quién era Carrero. Nacido en Santoña (Cantabria) en 1903, tras completar su formación militar sirvió en Marruecos entre 1924 y 1926. Allí conoció a quienes una década más tarde serían sus principales aliados en el golpe de estado contra la República española.

Acabada la guerra, con el paso de los años fue ascendiendo puestos en el escalafón, hasta convertirse en el designado para asegurar la pervivencia del franquismo tras la muerte del déspota ferrolano.

Carrero era uno de los reyes de la baraja írecordando la idea de los estadounidenses en Irakí dentro de los hombres fuertes del régimen.

Según se indica en «Operación Ogro», que recoge el relato de los miembros del comando Txikia, en 1972 llegó a manos de ETA un informe en el que se señalaba que el almirante, por aquel entonces vicepresidente del Gobierno español, acudía todos los días a las nueve de la mañana a una iglesia situada en la calle Serrano de Madrid. Era recogido delante de su casa y se desplazaba siempre por el mismo trayecto a bordo de su Dodge 3700 de color negro, acompañado por su chófer y un guardaespaldas.

La primera idea fue la del secuestro, para después efectuar un canje por todos los presos políticos existentes en el Estado español con penas superiores a los diez años.

Para el mes de marzo ya estaba casi todo listo.

Sin embargo, ocurre que el curso de la historia varía por pequeñas acciones que parecen intrascendentes. ¿En qué hubiera cambiado la historia del Estado español si a dos ladrones no se les hubiera ocurrido robar en la tienda de ropa infantil comprada por ETA para esconder a Carrero mientras permanecía secuestrado? Nunca lo sabremos. El caso es que el intento de robo acabó en un tiroteo entre los dos ladrones y agentes de la Policía Armada. En vista de ello, los miembros del comando decidieron abandonar la «tapadera» y posponer todo el operativo.

Poco después, en junio de 1973, Carrero fue nombrado presidente. Su nuevo cargo hizo que alterase sus costumbres y que se reforzase la vigilancia a su alrededor. El comando abandonó Madrid.

En setiembre, los integrantes del comando Txikia regresaron a la capital española. Ante el cambio de situación, la dirección de ETA les comunicó poco después que elaborasen un plan para «eliminar» a Carrero. Tras estudiar las posibilidades, se decidió colocar una carga explosiva bajo el asfalto y hacerla estallar al paso del vehículo presidencial. Para ello, alquilaron un sótano desde el cual excavaron un túnel. La fecha del atentado se fijó para el 18 de diciembre, pero por diferentes razones se retrasó dos días.

El día 20, Carrero asistió por última vez a misa de nueve. Veinte minutos más tarde, volvió a montar en su coche para regresar a casa. En la calle Claudio Coello todo estaba preparado. El comando había colocado, además del explosivo subterráneo, un coche cargado con diez kilos de «Goma 2» para que estallase por simpatía.

Hacia las nueve y media se accionó la carga. El vehículo de Carrero, de casi dos toneladas de peso y que no estaba blindado, se elevó 35 metros y, tras superar cinco pisos de altura, fue a caer al patio interno de la residencia de los jesuitas. El presidente español y sus dos acompañantes íel chófer y el guardaespaldasí, fallecieron casi al instante.

Las primeras versiones hablaban de «una explosión de gas». A las siete de la tarde se reconocía que se había tratado de un atentado. Para esa hora, en Madrid ya se habían producido más de cien detenciones.

Por la noche, ETA reivindicó la acción a través de un comunicado que fue emitido por la emisora francesa Radio París en su informativo de las 23.00. Durante la madrugada, agentes policiales hirieron de muerte al joven de 19 años Pedro Barrios tras confundirle con un supuesto activista.

Este atentado tuvo multitud de interpretaciones. Muchos no se creyeron que ETA fuese capaz de un operativo de tal envergadura. Hubo quien denostó el atentado y quien lo celebró con alborozo.

«Reconozco el trabajo de ETA. Un trabajo de enorme concienciación del pueblo vasco y que ha tenido acciones de enorme importancia para el desarrollo político de todo el país, como fue la muerte de Carrero Blanco». La reflexión, realizada en 1977, es de Chiqui Benegas, uno de los máximos responsables del PSE.

 

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