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Europa, Anti Patriarcado :: 01/09/2020

El lado oscuro del consentimiento

Mercedes Rosende
Gabriel Matzneff, el escritor francés investigado por abusos sexuales a menores, está solo y oculto, abandonado por el poder de las editoriales, el periodismo y la política

La que lo protegió hasta hace poco. Vive encerrado en una habitación de hotel de Italia, donde tuvo que huir después del escándalo que provocó la publicación de 'El consentimiento', de Vanessa Springora, la adolescente de la que él abusó.

Aunque hoy nos escandalice la sola mención de la pedofilia, es bueno recordar que hubo un tiempo cercano, muy cercano, en el que fue considerada una práctica cool, tolerada y hasta bien vista en ciertos lugares y en ciertos círculos intelectuales. No, no hablamos de los cretenses ni de los griegos antiguos, nos referimos a la Francia o a la Alemania de la segunda mitad del siglo XX, aunque ahora solo hablaremos de la primera. Y no, no nos referimos a tolerantes personas desconocidas sino a nombres que tal vez usted haya oído mencionar: Jean-Paul Sartre, Simone de Beauvoir, Gilles Deleuze, Louis Aragon, Roland Barthes, Félix Guattari o Philippe Sollers, todos ellos firmantes de una carta en la que se pedía la absolución de tres encarcelados por haber tenido relaciones sexuales con adolescentes de 13 y 14 años.

Otros, como Foucault o Derrida, pidieron directamente la despenalización del sexo entre adultos y menores de 15 años.

Ellos eran inconformistas producto del mayo francés, hijos del “prohibido prohibir”, defensores de una autodeterminación contraria a la mediocridad de la burguesía biempensante y tributaria de la moralina norteamericana, eran intelectuales que presentaban la pedofilia como una causa más en la defensa de la libertad, del derecho de los niños a decidir sobre su sexualidad, una cruzada que se apoyaba en las ciencias sociales, la antropología, el helenismo y, en particular, el psicoanálisis.

Pero claro, era inevitable: los niños crecieron y algunos empezaron a hablar. Porque, dicho sea de paso, se tiene muy poco registro, o ninguno, de que los intelectuales franceses de los años 70, 80 y 90 hayan escuchado la palabra de las víctimas, de los niños.

Vanessa Springora, hoy editora y escritora, tardó más de treinta años en elaborar un discurso que le permitiera escribir sobre el tema del abuso del que fue víctima, y publicó El Consentimiento en diciembre del 2019. Allí cuenta su relación con Gabriel Matzneff, el escritor pedófilo mimado de la élite francesa; la cuenta desde el inicio mismo en el que él la sodomizó. “Como a los varoncitos”, dice que le susurró en el oído. Fue en 1989: ella tenía 14 años y él casi 50.

Ni los padres ni los médicos ni la policía ni los amigos que estaban al tanto hicieron nada por poner fin a esa relación desigual. A los 15, poco después de una tentativa de suicidio, dice haber pedido ayuda a Émile Cioran, quien le recordó el honor que le hacía Matzneff al estar con ella. Sí, a Springora le tocó vivir en ese tiempo en el que hasta el diario de izquierda Libération, cofundado por Sartre, defendía a los pedófilos por considerarlos una minoría discriminada. Eran tiempos en que la intelectualidad francesa, consciente de las predilecciones del escritor, aplaudía sus libros que contaban deseos y relaciones: Les moins de seize ans (Los menores de 16), donde describe sus relaciones sexuales con adolescentes y aún menos que adolescentes, o Mes amour décomposés (Mis amores descompuestos), aún más explícito, si cabe

Y uno se pregunta si Matzneff fue consciente de que proveyó de coartada intelectual a varias generaciones de adultos que se relacionaron con menores.

Hoy la defensa de Matzneff dice que él nunca obligó a nadie, pero la víctima habla de violencia emocional y psicológica: el clásico modus operandi de los abusadores. Porque, ¿qué es el consentimiento en una relación basada en el desequilibrio? “Cómo admitir el abuso —se pregunta la autora— cuando has dado tu consentimiento, cuando has sentido deseo por ese adulto”

Sin embargo, el consentimiento de una adolescente puede ser un territorio oscuro, sórdido y depresivo donde quedar atrapada, atada de pies y manos. “A los 14 años no se supone que un hombre de 50 años nos espere a la salida del colegio, no se supone que uno viva en un hotel con él, ni que se encuentre en su cama”, cuenta Springora en el libro. “¿Por qué una adolescente de 14 años no puede amar a un hombre 36 años mayor que ella? (...) No es mi atracción a él lo que debe cuestionarse, sino la suya hacia mí”, añade. Aunque parecería que en aquel momento nadie lo entendió así.

A los 15 años Vanessa se atreverá a leer los libros de Matzneff donde se descubrirá exhibida, reiteradamente expuesta su sexualidad, reparará entonces en el abuso que ha sufrido y tendrá el valor de escapar de su abusador, aunque no sea más que para sumirse en una depresión que la llevará a las drogas y a un mal relacionamiento con los hombres. La autora confiesa que tardó años en descifrar aquella subordinación frente al hombre adulto, la inseguridad, el fracaso escolar y las crisis de ansiedad que siguieron a la relación. Muy lentamente Vanessa recuperará el control de sí misma, se convertirá también en editora, tendrá al fin una pareja. Y escribirá el polémico libro, que devela no solo su relación desigual, sino la complacencia de cierta sociedad intelectual.

Por su lado Matzneff, honrado por Francia con el título de Oficial de las Artes y las Letras en 1995, y en 2013 con el Premio Renaudot de ensayo, afirma hoy que sus relaciones con chicas menores de edad les fueron de ayuda el resto de sus vidas, que su iniciación en el arte, la literatura, el amor y el sexo con un hombre mayor las habría hecho más felices y más libres. Claro que quien lo dice basó su éxito literario en épater les bourgeois con relatos autobiográficos que, a cualquier ciudadano no alcanzado por el privilegio de la fama, lo habría llevado ante un juez y seguramente a la cárcel.

Hoy el escritor, celebrado y homenajeado por dos presidentes, François Mitterrand y Jacques Chirac, ha huido a Italia y se ha convertido en un paria, un viejo que sale a caminar escondido detrás de lentes oscuros. Tiene insomnio y ya no escribe, relee viejos textos que nadie publicará. La editorial Gallimard ha retirado sus libros de la venta y, por orden de Emmanuel Macron, el ministro de Cultura ha suspendido las ayudas anuales que le había concedido el Centro Nacional del Libro desde el 2002. Gabriel Matzneff dice ser muy desgraciado.

Pero nada de esto sucedía cuando aseguraba preferir a las niñas vírgenes, cuando contaba que tenía sexo con niños filipinos de 8 años, mientras lo protegía esa omertà canalla, la cínica y sórdida ley de silencio de una sociedad que lo festejó y mantuvo durante décadas a resguardo de la Justicia.

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