¿Sin ETA lucharíamos mejor?

[Escrito por Patxi López Abasolo - Historiador. Publicado en Gara el 22 de febrero de 2003]

Está claro que hoy es imposible realizar un debate, sin correr el riesgo de acabar entre barrotes, en torno a la lucha armada y al derecho y conveniencia o no de los pueblos oprimidos a hacer uso de la misma. Creo que es algo que no deberíamos olvidar en ningún momento a la hora de abordar el tema, al referirnos a estados que se atribuyen la exclusividad del uso de la violencia.

El objetivo de estas líneas es abordar una serie de cuestiones que, en mi opinión, Santiago Alba trata en su artículo "Sin ETA lucharíamos mejor" (GARA, 15.02.03) de manera bastante simplista. En efecto, no creo que la existencia de ETA sea la causa de que ciertos sectores no se impliquen en la lucha por la liberación social y nacional de este pueblo, ni mucho menos obstáculo para que el pueblo español pueda «volver a ser de izquierdas». Responsabilizar a terceros de la falta de compromiso y/o voluntad de cada cual o cada pueblo no es sino rehuir la propia responsabilidad.

No obstante, si no partimos de la realidad de Euskal Herria como un pueblo cuyos derechos básicos están siendo conculcados por dos estados, como un pueblo cuya existencia no es reconocida por éstos, un pueblo dividido institucionalmente, que soporta la mayor densidad de fuerzas policiales y militares de Europa, cuya propia existencia está en juego, difícilmente podremos entender el conflicto político que sufre desde hace ya demasiado tiempo.

Ignorar las causas de esa otra violencia de respuesta, acusar a los independentistas de ejercer «violencia gratuita», ver en ella una forma de «presión sobre los propios partidarios, condenados así a la cárcel y la tortura», no hace sino desdibujar la realidad del conflicto y la responsabilidad de los estados en el mismo. La desaparición de esa expresión de violencia no supondría el fin de esa violencia primaria, como dejó bien claro Aznar durante el alto el fuego de ETA: «Que tengan claro que lo que no han conseguido por las armas no van a conseguirlo sin ellas».

Respecto a la preocupación central de Alba, es decir, «ser más y tener razón», poder contar «con más gente y más legitimidad», estoy convencido que la actividad de ETA tiene un coste, evidentemente, pero no es la causa principal de la falta de compromiso de determinados sectores por una Euskal Herria socialista e independiente. Hemos de ser más serios y analizar las cosas en sus justos parámetros. La militancia tiene satisfacciones, y muchas, evidentemente, pero también costes enormes. Cansancio, desilusión, represión, pérdida de valores como solidaridad, entrega y lucha, irresponsabilidad de agentes políticos y sindicales, más represión, consumismo brutal... son algunos de los factores que pueden ayudarnos a explicar la falta de implicación de determinados sectores en una lucha justa. La izquierda abertzale, como cualquier sujeto que lucha, ofrece compromiso, y eso quiere decir que no todo va a ser de color de rosa, y que habrá que subir más de una cuesta arriba. Y eso tiene su coste, sin duda. Olvidar todo ello y ver en la actividad de ETA la explicación a todo ello es autoengañarse.

Y llega a ser ridículo el solo hecho de plantearlo para explicar la falta de combatividad o proyectos ilusionantes en otros pueblos vecinos. ¿Ha sido ETA la culpable del constante declive de los movimientos populares en esos pueblos? ¿Ha sido ETA un obstáculo para articular en Galiza un movimiento como Nunca Máis? ¿Ha supuesto la desaparición de Terra Lliure el surgimiento de una mayoría independentista y socialista en Catalunya? Seamos, pues, serios y serias.

Por otro lado, la capacidad de los estados para criminalizar los movimientos populares no iba a terminar con el fin de ETA. Lo pudimos observar durante el alto el fuego, cuando concentraciones ante instituciones o políticos con una pancarta como única arma pasaban a ser actos de amenazas y coacción, con su correspondiente ración represiva. Mientras haya respuesta y pelea, siempre habrá algo que criminalizar y reprimir.

Eso en cuanto a «ser más». Pero en cuanto a «tener razón» y «más legitimidad», ¿acaso alguien va a decirle a este pueblo que no tiene razón y legitimidad en su desigual lucha por sobrevivir? ¿La mayor o menor simpatía va a hacer sus reivindicaciones más justas y legítimas? El derecho de este pueblo a ser es lo que legitima su lucha, y el compromiso de un sector importante de este pueblo en la misma durante los últimos cuarenta años es sin duda la garantía de su éxito.

Al contrario de lo que afirma Alba, ¿hay quien no vea al PP y al PSOE como «obstáculos» para la democracia y el socialismo en España y en Euskadi, y el PNV como un «escollo-pantalla» en el camino de la autodeterminación? A estas alturas no creo que nadie dude de lo primero. En cuanto al PNV y el resto de fuerzas autonomistas, quien no quiera no va a ver el papel que han jugado y juegan contra el proceso de liberación de este pueblo. Demasiados intereses les unen a España, y la opción de compromiso supondría el cuestionamiento y el riesgo de muchas cosas, claro está. Mucho que ganar, pero también mucho que perder. Y para quien aún no se haya dado cuenta, más efectivo que el fin de ETA sería la democratización de los medios de comunicación, tarea realmente urgente.

En cuanto a esas «decenas de internacionalistas españoles» que acudirían a Euskal Herria a defender su derecho a la autodeterminación, recordarle a Alba que la solidaridad, para que sea realmente esa ternura de los pueblos, ha de ejercerse sin condiciones, como este pueblo lo ha hecho en muchas, muchas ocasiones. Y que eso, como todo compromiso, tiene sus costes. En manos de cada cual está el tener que «expiar sus culpas» o alzar con orgullo la bandera de la dignidad, con la tranquilidad añadida de que nadie pueda acusarles de estar apoyando una causa injusta.