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Estado español, Anti Patriarcado :: 13/09/2021

LGBTIfobia y capitalismo, entre las trampas del reconocimiento y la persistencia de las opresiones

Jorge Remacha
Cómo enfrentar las agresiones LGBTIfóbicas y a la extrema derecha. Sobre los límites del punitivismo y el liberalismo gayfriendly

En este artículo hablamos de cómo enfrentar las agresiones LGBTIfóbicas, la extrema derecha y los límites del punitivismo y el liberalismo para combatirla; y también de las trampas de pelear por el reconocimiento en la sociedad capitalista para pensar un combate de la disidencia sexual en alianza con el resto de los sectores oprimidos y la clase obrera.

“O salimos a la calle o no volvemos a casa”. Este es uno de los principales lemas de las concentraciones contra las agresiones LGBTIfóbicas que están teniendo lugar estos días en el Estado español. En lo que llevamos de año se han registrado a nivel legal más de 700 agresiones LGBTIfóbicas, las cuales una fuente tan sospechosa de izquierdismo como el diario El País cifra en un posible 10% de las que suceden.

Por una parte, estas cifras sólo descendieron durante el confinamiento, ya que las múltiples agresiones policiales que se dieron en barrios populares en la impunidad durante el Estado de alarma no cuentan como delitos de odio. Por otra, según ese artículo “la encuesta revela que una mayoría de los que no acudieron a denunciar lo fue porque pensó que la Policía no le tomaría en serio, no lo entendería o porque sentía desconfianza hacia los agentes.”

Pero ¿por qué en uno de los estados con mejores índices de “tolerancia” hacia las personas LGBTI y una de las mejores situaciones legales del mundo se da esta situación? Bastaría hacerse algunas preguntas. ¿No tendrá algo que ver que se trata de la misma la policía que el gobierno enviaba a cargar contra activistas LGBTI en julio cuando protestaban contra el asesinato de Samuel al grito de maricón? ¿O a alguien le parece extraño que no haya confianza en los Mossos d’Esquadra que asumieron en juicio su responsabilidad en la muerte del activista LGBTI Juan Andrés Benítez en Barcelona en 2013 y siguen patrullando en impunidad? ¿Es que no sobran los motivos para desconfiar de la justicia patriarcal que revictimiza a quienes denuncian una agresión sexual?

Para mostrar a algunos estados capitalistas como garantes de los derechos LGBTI a través de las leyes habría que obviar algunos aspectos: la limitación de estas leyes por edad, origen o binarismo, la capacidad de hacerlas retroceder si es necesario negociar con la extrema derecha, la distancia entre los derechos en el papel y derechos en la vida real o el auténtico rol de las fuerzas represivas del estado.

En este artículo en primer lugar trataremos de abordar la lucha contra la LGBTIfobia explorando los límites de las estrategias liberales y punitivistas. En segundo lugar, trataremos de profundizar en cómo pensar un combate de la disidencia sexual contra el sistema capitalista que la disciplina y reprime para subsistir y la importancia de la alianza con el resto de los sectores oprimidos y la clase trabajadora al frente.

La organización política de los intereses capitalistas no es LGBTIfriendly

Una encuesta publicada a finales de agosto de 2021 por el sitio web británico YouGov mostraba estadística sobre población LGBTI a nivel europeo. Según esta encuesta, en el Estado español un 91% de personas cishetero apoyarían la salida del armario de une familiar LGB y un 87% como trans o no binarie. Mientras tanto, mis amigues comparten listas de sprays de defensa personal que son legales o se organizan para ir y volver en grupo de movilizaciones contra asesinatos LGBTIfóbicos, por si les atacan ultraderechistas o les golpea la policía.

En cambio, si en esa encuesta hubieran preguntado a personas LGBTI tendríamos resultados probablemente similares a los que arroja otra encuesta a nivel europeo, según la cual un 69% en algún momento evita pasar por ciertas situaciones para evitar ataques, un 91% entre los 15 y los 17 años no muestra de forma totalmente abierta su identidad, o un 38% (un 48% en las personas trans) ha sufrido ataques en los últimos 12 meses. Lo que los estados capitalistas venden como paraísos progresistas LGBTIfriendly, con leyes de igualdad, festivales y turismo, resultó ser un escaparate: brilla bajo los focos, pero tiene precio y derecho de admisión.

En las sociedades capitalistas y sus democracias liberales actuales conviven extraños compañeros de viaje: la liberalización comercial de nuestras identidades junto con la precarización de la mayoría trabajadora y de los servicios públicos. La celebración de festivales del Orgullo LGBTI muy lucrativos con la falta de educación sexual en las aulas o la separación Iglesia-Estado. Un gobierno que se dice progresista y guarda en el cajón la Ley Trans junto con una extrema derecha salida de un tribunal de la Inquisición. La creación de nichos de mercado rosa junto con la casi total exclusión de las personas LGBTI no nativas de los avances legales.

Es la misma dualidad que vemos si encendemos la televisión al saltar de series con una cuota de representación LGBTI a programas de debate político en los que en 10 minutos da tiempo a culpabilizar de las agresiones a menores extranjeros, a la izquierda por “instrumentalizar la causa” o a “homosexuales egodistónicos” que no se asumen, prácticamente sin réplicas y con entrevistas amables en prime time a la extrema derecha.

En ese caldo de cultivo crecen las agresiones LGBTIfóbicas y su visibilidad, en la calle, la casa, las aulas o el trabajo. Y en los últimos meses vemos ciertas ideas nuevas que se van instalando y debatiendo entre los movimientos LGBTI menos insertados en el aparato estatal. Que se puede asociar al auge de la extrema derecha al aumento de las agresiones. Que ésta va a tratar de relacionarlas con las personas migrantes en un giro racista. Que hay un blanqueamiento de los “discursos de odio” en los medios y el terreno parlamentario. Que no nos van a proteger las fuerzas represivas ni la justicia patriarcal y reaccionaria.

Todas estas posturas son cambiantes y fruto de una experiencia en un movimiento que está viendo resurgir la movilización de sus alas más izquierdas y en la juventud. Y al mismo tiempo están atravesadas por la cuestión de un punitivismo en debate.

Aunque es correcto relacionar el aumento de las agresiones con la extensión mediática del “discurso de odio” de la ultraderecha, esto plantea varios problemas. Primero, apuntar sólo hacia VOX implicaría obviar que las agresiones LGBTIfóbicas no comenzaron en 2018. Segundo, abre la puerta a un discurso en el que la clave pasa por votar a un gobierno capitalista más progre o incluso a una derecha “civilizada” y desmovilizarse. Tercero, la idea de un “discurso de odio” o un “delito de odio” no es la gran herramienta contra la LGBTIfobia que tratan de vendernos.

Es el estado capitalista quién decide qué es un delito de odio o un discurso de odio. Según los jueces, puede no serlo agredir a un joven al grito de maricón en Valladolid en 2020, pero sí tratar de impedir que circule el transfobus de Hazte Oír en Sevilla en 2017 para nueve jóvenes a quienes la Fiscalía pide un total de 13 años cárcel por el agravante de delito de odio. Pedir que no se prohíban las terapias “para curar la homosexualidad” no es discurso de odio, pero las críticas a la Iglesia Católica que las imparte pueden serlo. Lo que el neoliberalismo progresista anuncia como un arma al servicio de “minorías” en realidad es una forma de vender una mayor confianza en la justicia para ricos y patriarcal y en la disciplina del Estado para los movimientos sociales, algo que puede volverse en su contra.

Por otro lado, la extrema derecha avanza cuando se balancean hacia la derecha las políticas de la izquierda para evitar que les dispute el terreno, marcando así la agenda y generando una subjetividad que escora hacia la derecha y que, oh sorpresa, beneficia a la derecha. Y la extrema derecha no retrocede cuando movimientos como la disidencia sexual piden medidas represivas contra ella. Al contrario, extiende sus lógicas. En esa misma línea está la idea de ilegalizar VOX o Hazte Oír porque promueven un “discurso de odio”. Las agresiones LGBTIfóbicas, racistas o a militantes de izquierda son una prueba de que los fascistas no se frenan votando al mal menor ni pidiendo que se ilegalicen. Cuando ante cada ataque y provocación ultraderechista la izquierda reformista llama a votar “bien” en las próximas elecciones y mientras tanto desmovilizarse están llamando a esconderse y dejar vía libre. No todo el mundo puede esconderse mientras aumentan las agresiones.

No hay nada más peligroso que creer que puede utilizarse el poder punitivo del estado burgués para enfrentar a la extrema derecha. Toda medida que fortalezca al estado y su poder represivo contra las libertades democráticas, aunque pueda causarles molestias temporales a los fachas, será más temprano que tarde utilizada contra la clase trabajadora, los movimientos sociales y sus organizaciones.

Por ejemplo, la respuesta anunciada a bombo y platillo del gobierno tras esta oleada de agresiones ha sido anunciar “la cooperación de manera directa con las unidades policiales en la investigación de los episodios de delitos de odio de mayor gravedad, complejidad o trascendencia mediática”. Quien se encarga de ello es el ministro de Interior Fernando Grande-Marlaska, con un amplio historial de encubrimiento de torturas como juez y último responsable del operativo que mandó reprimir a la policía en la manifestación que protestaba contra el asesinato homofóbico de Samuel, de las deportaciones en caliente o la administración de los CIEs. ¿Éstas son nuestras herramientas?

La vía para combatir a esta extrema derecha no pasa pues por el refuerzo de la capacidad punitiva del Estado que la integra como una de sus alas. Pasa por desarrollar un movimiento independiente que combata todas sus expresiones. Como dice el comunicado estatal de las movilizaciones contra las agresiones LGBTIfóbicas de estos días:

“Levantemos la solidaridad y la autodefensa antifascista contra los ataques LGBTIfóbicos y la represión del estado, codo con codo con el antirracismo, el movimiento de mujeres, la clase obrera y la juventud. Organicémonos en los centros de estudio, de trabajo y en los barrios. Salgamos miles a la calle no sólo para exigir justicia y defendernos, sino también para pelear contra este sistema patriarcal, racial y capitalista.”

Y pasar de la autodefensa al ataque, en un estado capitalista y racista, pasa por varios puntos que en ocasiones pasan desapercibidos.

Diversidad: la trampa es el capitalismo

En las movilizaciones contra las agresiones LGBTIfóbicas estamos viendo cómo se instala el cuestionamiento a instituciones capitalistas como la policía o la judicatura con las que se está haciendo una experiencia represiva (que nunca había cesado). La extensión de estos planteamientos y la movilización más allá del 28 de junio son un elemento que rompe con la deriva institucional de un movimiento que se iba reconfigurando de la disidencia sexual a la inclusión LGBTI.

La inclusión de (algunas) personas que antes habían sido excluidas de los propios regímenes democráticos capitalistas se tradujo en una mayor institucionalización, cooptación, fragmentación y despolitización. Se tradujo en definitiva en una máxima aspiración de reconocimiento en la sociedad capitalista: pasar de ser “ciudadanos de segunda” a ocupar puestos en todos los escalafones de este sistema basado en la explotación y la opresión. Ministros represores gays, lesbianas en la ultraderecha, asociaciones LGBTI en la policía y una serie de trampas que ayudan a que la clase dominante y sus fuerzas de choque sean más diversas.

Estos dos elementos, la ofensiva neoliberal y la inclusión en las instituciones de los sectores más moderados de los movimientos por la diversidad sexual, son fundamentales para comprender la deriva conservadora que siguió una parte importante del movimiento. Un paso de la ofensiva a la resistencia y la posterior institucionalización, que se materializa a partir de los años 80. Del combate por la transformación radical de toda la sociedad, el movimiento se desplaza mayoritariamente a la lucha por la creación de espacios institucionales contra la discriminación, cambiando las calles por las oficinas gubernamentales y la crítica a la sociedad patriarcal por las “agendas inclusivas”.

Esta oleada de nuevas movilizaciones contra la violencia que sufrimos viene a desvelar los enormes límites de esta estrategia, cuando la realidad está a años luz de las flamantes leyes que, si bien en muchos casos son necesarias, llegan tarde, recortadas y con exclusiones.

Una ley que sea el resultado de una pelea y suponga una ampliación de derechos para un sector oprimido es un avance y lo es para el conjunto de sectores oprimidos. Esa es una de las razones por las que no ha cesado durante años una pelea por la aprobación de una Ley Trans o por las que el matrimonio igualitario también fue una equiparación de derechos fiscales y laborales arrancados a través de la lucha. Pero no perdamos el horizonte de que el Estado capitalista no debería ser quien reglamente qué transición es válida, para patologizar las identidades que se salen de la cisnorma, o para decir qué tipo de relaciones y de cuántas personas merecen o no derechos y amparo legal.

La lucha por los avances legales es fundamental, pero puede ser una ilusión si no está unida a una pelea por implementar los derechos en la vida real y por derribar de conjunto el sistema capitalista que utiliza la opresión a la disidencia sexual para seguir disciplinando al conjunto de su fuerza de trabajo.

Podemos encontrarnos con proyectos de leyes LGBTI en una minoría de estados capitalista, pero incluso en ese terreno están en peligro de perderse entre acuerdos parlamentarios o concesiones a la extrema derecha. Por ejemplo, mientras la Ley Trans lleva varios años “en el cajón”, la educación sexual sigue brillando por su ausencia en las aulas y los acuerdos del Estado con la reaccionaria y LGBTIfóbica Iglesia no se ven cuestionados, con inmensos fondos de dinero público.
Estas leyes se paran ante la discriminación laboral que quiera ejercer la patronal (causando un 80% de paro en las personas trans) o ante la situación de una sanidad pública desfinanciada y privatizada durante décadas de recortes, cuyas consecuencias se han agudizado en la pandemia. Concretamente el último borrador de la Ley Trans terminó excluyendo a menores, migrantes y no binaries.

Este tipo de avances no le pisan ningún terreno a los intereses de los capitalistas si no hay una pelea detrás que lo imponga. Así llegamos a la situación en la que la precariedad crece para la mayoría de la clase trabajadora y la liberación sexual no es para todos los bolsillos. Entre el deseo prohibido y el deseo comercializado, la idea de la emancipación a través del consumo que controla nuestros cuerpos se refuerza al servicio del orden social.

La “inclusión” LGBTI termina en la frontera: racismo y pinkwashing

Hoy en día que descubran que no eres cis y heterosexual sigue siendo ilegal en 72 países, el matrimonio igualitario está disponible solo para el 15% de la humanidad y miles siguen sufriendo muerte, persecución, precariedad y violencia por dentro y fuera de la ley. Y esto último también implica cuestionar a este régimen y su carácter imperialista desde la disidencia sexual.

En el caso de un estado imperialista como es el español es necesario señalar que incluso sus propuestas legales más progresistas niegan en la mayor parte de los casos el derecho de asilo de las personas LGBTI migrantes que vienen de países donde tu vida corre peligro, pero no hay una ley que te encarcele o mate. Incluso obliga a demostrar una persecución que ha habido que ocultar para sobrevivir.

Este gobierno que se dice progresista mantiene políticas racistas e imperialistas, convierte Ceuta y Melilla en colonias militarizadas, no toca ni una coma de las racistas leyes de extranjería, ni de los CIEs o las devoluciones en caliente. Y esta línea tampoco la sobrepasan las leyes LGBTI. Adaptar la lucha a estos marcos no sólo ignora el racismo e imperialismo de este régimen, sino que divide las propias filas de los sectores oprimidos, señalando de antemano a quienes serían excluides de una “fiesta de la inclusión” que todavía no ha llegado.

Sin embargo, contamos con ejemplos históricos de alianzas con el antirracismo hace ya 50 años. Así, tal y como los Gay Liberation Front habían participado en las marchas a las cárceles por la liberación de integrantes de las Panteras Negras, uno de sus fundadores, Huey Newton, expresaría en un discurso en 1970 que “a los homosexuales nadie les está regalando ninguna libertad. Tal vez estemos unidos, siendo los más oprimidos en esta sociedad. [...] Más allá de los prejuicios, un homosexual puede ser un revolucionario. Deberíamos intentar una coalición con la liberación gay y los grupos de liberación de la mujer.”

La disidencia sexual organizada también es lucha de clases

Si para golpear con más fuerza es necesario quebrar las divisiones que trata de imponernos este sistema capitalista, ¿por qué no tratar de articular una mera suma de luchas y experiencias, sino poner además al frente a la clase trabajadora, la clase que pone en marcha y puede parar el sistema capitalista?

Por una parte, la disidencia sexual está atravesada por la lucha de clases. Y eso quiere decir que cuando la clase obrera (a la que pertenecemos la mayoría de las personas LGBTI) obtiene una victoria lo hace contra un enemigo común: el sistema capitalista. Por otra parte, quiere decir que debatiremos con todas las armas de la crítica contra los sectores del movimiento que traten de instrumentalizar la lucha de la disidencia sexual hacia la confianza en gobierno e instituciones capitalistas.

Tal y como explicaba en este artículo el historiador John d’Emilio: “La mayoría de la gente, incluyendo la mayoría de la gente LGTB, vive con cierta inseguridad, dado que su capacidad de sobrevivir económicamente está siempre amenazada. Nunca estamos muy lejos de perder todos nuestros ahorros, de no llegar a pagar nuestra hipoteca y nuestro alquiler o de tener que recurrir a los bancos de alimentos. El capitalismo ha generado las condiciones materiales que posibilitaron la emergencia de la identidad gay, pero no ha generado seguridad para la mayoría de estas personas.”

Tal y como comentaba en un artículo anterior en Contrapunto Josefina Martínez: “La lucha por una sexualidad libre no es algo secundario, ni ajeno a la lucha de la clase obrera, las mujeres y la juventud. En la lucha contra el capitalismo patriarcal y sus violencias, la lucha por el disfrute del tiempo libre y la sexualidad es parte del combate por una sociedad emancipada”. La lógica de mirarse mutuamente desde la pelea por la disidencia sexual y la lucha de clases pensando que “es asunto suyo” divide nuestras fuerzas y dificulta que se forjen alianzas generadoras de importantes experiencias. Sirvámonos de la historia del marxismo revolucionario, en la que existe una tradición que busca poner en práctica formas de unir a distintos sectores oprimidos con la clase trabajadora.

¿Te imaginas lo que pasaría si se aliaran las luchas del movimiento LGBTI, antirracista, el movimiento de mujeres o contra la explotación de la clase obrera? Esto es unir lo que los capitalistas tratan de separar a toda costa. Poniendo en el centro del tablero a la diversa clase trabajadora que movemos el mundo y luchando por un programa que enfrente al capital, se abre la posibilidad de que conquistemos un papel revolucionario.

Esta época nos ha traído a la urgencia de pelear contra la LGBTIfobia, las aberraciones reaccionarias que la ejecutan y el sistema capitalista que las alimenta. O salimos a la calle o no volvemos a casa. Porque además peleamos por la casa, la calle y la libertad que nos trata de quitar este sistema podrido y los monstruos que genera. Por una sociedad sin ningún tipo de opresión

https://www.izquierdadiario.es/LGBTIfobia-y-capitalismo-entre-las-trampas-del-reconocimiento-y-la-persistencia-de-las-opresiones

 

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