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Madrid :: 09/06/2003

Los pueblos y sus culturas

Izquierda Comunera

René - Izquierda Castellana
06/06/03

Según comentan en los medios oficialistas, tras el hambre y los bombardeos, al pueblo iraquí le ha tocado ahora sufrir el saqueo de sus museos. Detrás de los robos parece haber grupos mafiosos dedicados al tráfico de piezas de arte. El único encausado por el momento es un alto directivo de una gran cadena televisiva norteamericana. Todo se compra, todo se vende: territorios, vidas humanas, recursos naturales; incluso la propia cultura de los pueblos parece ser un mero objeto de consumo.

Que el capitalismo globalizado ataca las diversas culturas que se encuentra en su camino es algo que ya habíamos sentido en nuestras carnes los madrileños. Y es doloroso. El capital engulle culturas, sí; así lo podría constatar cualquiera que paseara por las calles madrileñas, porque nuestra ciudad vive como estos días le ocurre a Iraq (salvando las distancias), la muerte en vida de la cultura de su pueblo. No obstante, mientras el pueblo iraquí es capaz de identificar claramente a su invasor, que pretende
apoderarse de la riqueza natural de su tierra, el pueblo madrileño apenas se siente amenazado; y es que hace tiempo que olvidó su pasado, su pasado como pueblo, como pueblo castellano, llegando hoy en día incluso a renegar de él.

Hace tiempo que olvidamos que la tierra es de quien la trabaja, y como todos sabemos, nadie es más inocente, dócil e inofensivo que aquel que no recuerda su pasado. Y así se ha demostado, una vez más: el pueblo madrileño, molesto por la política terrorista de aquellos que se hacen llamar sus representantes, ha tratado de parar la guerra imperialista contra Iraq, y a pesar de sus esfuerzos, aún resuenan por las calles las carcajadas de los poderosos.

El hambre, una vez saciada, se ha encargado de borrar nuestra memoria, y nuestra rabia; esa memoria colectiva y esa rabia que son imprescindibles para parar una guerra. Hemos enterrado nuestros orígenes con el hambre de nuestros antepasados. Salvando las distancias, nosotros también somos un pueblo de refugiados, como los pueblos que ahora corren delante del armamento "inteligente", pero nuestro éxodo fue aparentemente "voluntario", y quizá por ello ya no nos acordemos: hemos aprendido muy bien en los libros de las escuelas que fue el devenir del capital el que hizo caer los precios agrícolas; nadie apuntó con una pistola a nuestros abuelos y abuelas, aunque ellos también tuvieran que huir del hambre y la miseria. Bueno, puede que sí existiera esa pistola amenazante, pero digamos que ésta no era visible, y eso es suficiente para poder olvidar. Nuestra historia como pueblo oprimido podría ser muy similar a la de cualquier otro pueblo explotado: producimos y vendemos nuestra fuerza de trabajo; ¿cuál es la diferencia? Que lo hacemos a un mejor precio. Vendemos nuestra libertad, de esto nada nos libra, pero lo hacemos a un salario más alto. Así, mágicamente (o a golpe de talonario), no nos sentimos colonizados o invadidos. Y eso que aquí también hubo bombardeos, sí... pero en nuestra guerra, el enemigo fascista hablaba nuestro mismo idioma, aunque en otra lengua, claro, la del dinero. Los fascistas vieron peligrar sus intereses (al igual que los capitalistas de hoy en día) y montaron una guerra (igualito que ahora), pero lo hicieron, como diría yo, de una forma más racional y eficiente: lanzaron al pueblo contra el pueblo. ¡Ya hubieran querido los yankis con los kurdos! Aquí no tuvimos tío Sam, tuvimos caciques, señoritos Antonio, a los que es más fácil perdonar, por eso de que logran pasar mejor desapercibido. No sólo les hemos perdonado, hemos llegado al patético punto de reverenciarles: gracias a sus revistas y programas televisivos, sus últimos romances o adquisiciones inmobiliarias son el objeto de nuestra envidia y de nuestras conversaciones cotidianas. ¡Y a olvidar!, que son dos días.

Esta es nuestra historia, la de un pueblo maltratado por el capital, como tantos otros pueblos. Es la historia de un pueblo que trata de conservar su memoria para poder soñar en otro mundo y hacer justicia. Por lo tanto, que el capitalismo ataca a las culturas es algo que ya habíamos reflexionado y sentido en nuestras propias carnes; más aún en estos días en que recordamos la historia de aquellos comuneros nuestros, tan olvidados y tan queridos, comuneros castellanos que resistieron hasta la muerte por defender lo que era suyo, aquello que ningún imperio podrá nunca arrebatar a un pueblo, su libertad y su soberana voluntad de construir un futuro donde nadie sea más que nadie.

René (un comunero vecino de Hortaleza). En Madrid-Castilla 06/06/03.

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