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Estado español :: 15/04/2020

Monarquía Constitucional, República y "Democracia":

TrinCHEra - Organización Obrera Popular Revolucionaria
El Estado como instrumento esencial de sus clases dominantes

¿Asombro o lógica? Estamos en el siglo XXI, nada sorprende en estos días cuando vemos nuevamente que el debate
sobre "los programas" de los partidos, acerca del futuro de nuestros pueblos, sigue arrastrando males históricos.
Resulta ser que lo han vuelto a hacer... cierta "progresía", cierta "izquierda", reformista, posibilista, posmoderna,
dogmática, lo ha vuelto a hacer...

Al catecúmeno glosario de medidas que se le demanda a la burguesía, a las clases dominantes de todo tamaño y
bandera de todos los territorios nucleadas en su Estado español, sigue apareciendo la "república" como parte de una
demanda "progresiva" a una clase que ya ha dejado de cumplir roles "progresivos" en la historia, a una clase que ya
hizo su revolución y que no constituye el desarrollo ulterior de las fuerzas productivas. Hablamos para el caso de
quienes llegan a la historia nuevamente tarde, con un lastre enorme, desfazados incluso, más de 200 años de la
realidad actual.

¿Qué significa el fin de una monarquía constitucional en este tiempo y espacio que vivimos? Pues, en manos de la
burguesía, en manos de los empresarios, patronos, ricos nucleados en su mejor instrumento y testaferro: el Estado...
nada, una simple formalidad que conlleva un costo político, por supuesto. Pero ¿Cuál es la trampa que encierra este
viejo anhelo republicano nacido de legítimas luchas revolucionarias, obreras y populares, de principios del siglo
pasado?

Los programas y las demandas criticadas en muchos de nuestros documentos permanentes, demarcan cuales son los
criterios regresivos de pensar la política de esa forma, con impotencia y con linealidad, con un sentido acrítico y
dogmático. Resulta que las trampas en que nos encierran no se limitan a las maniobras de las burguesías, sino también
a la de aquellas fuerzas sociales que por acción u omisión participan en la construcción de ciertos consensos
opresores, ciertos sentidos comunes históricos que desarman política, moral e ideológicamente a nuestra clase.
Demandar la república a 200 años de la revolución permanente de las fuerzas productivas y el origen del capitalismo, y
demandarlo poniendo el acento en las "formas del Estado" como el sentido originario de nuestros sufrimientos e
inequidades, desigualdades, pobreza y miseria, es por lógica mediante, sostener que con solo la modificación de "las
formas" nos aseguraríamos un futuro que nos garantizaría el fin de estos sufrimientos e inequidades.

Estas consideraciones son de tan bajo vuelo científico, histórico e intelectual, como las que nos plantea la misma
burguesía al enunciar de forma permanente que "el Estado somos todos", de esta "salimos juntos", "la constitución es
nuestra mejor arma", etc. Reflexiones que tanto por parte de las burguesías como por parte de estas "izquierdas", se
apoyan en el atraso mayor de la conciencia de las masas, despreciando profundamente el sentido crítico posible de
estas. Es apoyarse en el sentido común más reaccionario, más atrasado, más ultramontano que acarrea esta sociedad
y todas las sociedades que aceptan, todavía, la existencia contemporánea simbólica de una "realeza".
Por esto insistimos en el problema central, neurálgico, de estas expresiones políticas y sus lógicas consecuencias que
son los programas levantados por estas, programas que no solo demandan a la burguesía decisiones de tipo
administrativas, la mayoría de ellas simbólicas, todas plausibles en los marcos del capitalismo y algunas de ellas
imposibles de ser llevadas adelante por la misma burguesía, una doble vara de sin sentidos en donde, por un lado, se
anima a la clase obrera a engañarse y, por otro, a la burguesía a dejar de pensar como burguesía, a pegarse a sí
misma tiros en los pies o a salvar la gobernabilidad... no se sabe todavía bien cuales son los "ánimos" con los que se
repiten todavía estas consignas en ciertos sectores de la "izquierda", pero si sabemos cuáles son las consideraciones
"ideológicas" que las justifican y las llevan a hacerlo, vamos a ver:

Consignas como no pagar la deuda externa, impuestos a las grandes fortunas, derogación del artículo 135,
nacionalización de la banca y el comercio exterior, etc. conjuntamente con el fin de la monarquía, con "cargarse a los
borbones" (aunque sea simbólicamente), son una quimera engañosa que hoy tiene un correlato muy simple de
desfetichizar, de desarmar, de desnudar, no solo porque de por si todo el mundo sabe que son insuficientes y
plausibles en los marcos del capitalismo, sino porque además, no definen por si mismas, una vez tomadas las medidas,
el rumbo, la redistribución social de esos "ingresos" u "ahorros" que implicarían "al Estado" tomarlas, muchísimo
menos a un Estado en manos de estas clases dominantes actuales, en manos de las burguesías o de burocracias
"estatistas". Medidas que, en lo marcos en los que se prevé la toma del poder por la clase obrera para las sociedades y
las estructuras económico-sociales actuales del siglo XXI, ni siquiera serían necesarias por presentarse como
obstáculos transicionales que solo alimentan la idea de una nueva convivencia con la explotación, con la opresión,
con la propiedad privada, algo, por lo menos, totalmente antagónico a nuestro proyecto revolucionario.

Los mismos que, de la mano de la derrota mundial de las fuerzas de vanguardia de la clase obrera a fines del siglo
pasado, reemplazaron enemigos, significantes, significados, lenguajes, categorías y conceptos, hoy como ayer, nos
proponen entrar en este "nuevo" pero viejo juego de "consignas programáticas" llamado a jugarse por todas
aquellas fuerzas sociales que sostienen la institucionalidad del régimen y de los regímenes de las burguesías, de las
clases dominantes, cuales quieran que estos sean, independientemente de sus formas actuales.

El enemigo, para estas fuerzas, dejó de ser el capitalismo, el capital, y paso a ser el "neoliberalismo", "el IBEX 35", "el
capital financiero", "los borbones", "Florentino Pérez", etc. Pasaron a aceptar la convivencia con una especie de capital
"bueno", el capital productivo frente a un capital "malo", "especulativo", lo que los alentó a seguir proponiendo
alianzas entre la clase obrera y sectores inexistentes, ilusorios, más que nunca, de una supuesta burguesía "nacional",
"progresista, "desarrollista", "comprometida con el desarrollo industrial y el trabajo", etc.

Esta debacle ideológica, teórica, científica y contra fáctica, es un problema histórico que arrastra esa "izquierda"
policlasista y "progresista" diversa que acepta la convivencia, incluso dentro de lo que ellos/as llaman falsamente
"socialismo", de la propiedad privada, los capitales mixtos, la ley del valor y el equivalente general, una "izquierda"
que, en el mejor de los casos, se resigna a los postulados del cálculo económico y las burocracias estatistas, los
refritos de la perestroika y las vagas y dogmáticas reivindicaciones de la NEP de Lenin, son lógicas desenvueltas de
un transcurso de derrota tras derrota ideológica de una "izquierda" que dejó hace mucho tiempo atrás la convicción
de la lucha a fondo, de raíz, contra cualquier tipo de explotación y opresión, la lucha por un socialismo/comunismo
de tipo radical y humanista.

Es algo lógico, no sorprendente para una "izquierda" que debate la forma sin contenido, que asume como propia la
defensa obsecuente de la historia de una república dirigida, fundamentalmente, por la burguesía republicana, una
república que demostró con creces, la formalidad cuasi administrativa de la monarquía española en su devenir
histórico, ya habiendo llegado bastante tarde de por sí, a una etapa del desarrollo de las fuerzas productivas
internacionales y "nacionales".
Defender la república, como entelequia, sin analizar el rol del Estado y las clases que terminaron por imponer el
orden capitalista de la misma, haya provenido o no de un proceso legítimamente obrero y popular, de un proceso
revolucionario, se ha convertido con justeza histórica, en un eje que dejó de enamorar y movilizar al conjunto de
nuestra clase más allá de sus devenires profundos en la conciencia y la historia.

Es inaudito dejar de pensar y ocultar el hecho de la defensa de una república capitalista dirigida por una mayoría
burguesa que, en un bando más "progresista" y otro más reaccionario, fagocitó por si misma cualquier posibilidad de
prosperidad revolucionaria profunda en todos sus "bienios" mediante los que los clasifica la historiografía burguesa
"oficial". "Derrotada" parcialmente la reacción en los periodos diversos y combinados que se vivieron entre 1931 y
julio de 1936, fue la misma burguesía republicana en conjunto y complicidad con sectores de la reacción y con
sectores confundidos de la clase obrera, dirigidos por un stalinismo criminal y extorsivo, los que derrotaron por si
mismos el avance de la gran mayoría de la clase obrera y el campesinado hacia las transformaciones profundas y
radicales, estructurales, del carácter de ese Estado superviviente y de esa república.

La vocación institucional traidora a los principios del socialismo y su nueva representación de clase en otros
estamentos y sectores sociales, hizo y hace que no dejemos de perder de vista jamás cual fue y ha sido el rol histórico
jugado por los grandes partidos del "orden" burgués como PSOE, ERC, PNV, PSUC, PCE, entre otros, más allá de las
formas dictatoriales que asumieron las antiguas y estructurales formas dominantes de la oligarquía terrateniente y su
alianza eclesiástica agraria con el triunfo de la dictadura franquista, no olvidamos el origen neurálgico de la reacción
fascista española y del régimen que asienta la explotación y la opresión todavía en estas tierras, pero tampoco puede
seguir siendo parte del olvido generacional proporcionado por el régimen del 78', la negación del rol histórico de
estos partidos para sostener el orden capitalista actual, su traición comienza con el origen de las nuevas formas de
este Estado, su "pacto de la Moncloa" se extiende hasta antes del inicio de la guerra civil.

Con el desarme, la persecución, el asesinato y la censura de anarquistas, poumistas, marxistas, revolucionarios/as,
sindicalistas y dirigentes combativos/as, la república estaba sentenciada por la derrota interna de la revolución
socialista/comunista anclada en el desarrollo de un doble poder naciente, el único que venía dando resultados y
conquistas reales a la clase obrera y campesina por fuera del orden jurídico que proporcionaba el Estado
republicano, un obstáculo para la revolución.

Las verdaderas conquistas obreras y campesinas, superaron ampliamente el orden de reformas progresistas de esa
burguesía desarrollista del primer bienio y del gobierno del frente popular, que llegaba 100 años tarde a la tibia
"reforma agraria" impulsada y a la república. La distribución de la tierra se superó mediante las expropiaciones y
ajusticiamientos organizados y espontáneos del doble poder naciente, al igual que los regímenes paritarios y salariales,
la jornada laboral de 40hs, que entre otras, se superaron con la recuperación del control obrero y campesino, la toma
de fábrica y la colectivización productiva y de propiedad social, llevadas adelante por las vanguardias revolucionarias
del momento, más allá de la fineza del debate táctico sobre el que se tejen conspirativas tesis reaccionarias, inmorales,
contrafácticas y anacrónicas.

La burguesía republicana y la burocracia stalinista llegaba tarde de nuevo a su "revolución por etapas" y se
transformaba en un nuevo obstáculo de esta. No solo por el atraso político e histórico que significó esa "estrategia"
mundial de la internacional comunista bajo mando soviético, sino porque, además, en sí misma, contenía un regresivo
e ineficaz programa económico que ya venía fracasando socialmente, genocidio mediante.

La reforma agraria, repartir la tierra a los campesinos en forma de parcelas y títulos propietarios, demostró ser otras
de las grandes quimeras mal comprendidas por "la izquierda", ¡incluso en la actualidad! Un gran talón de Aquiles para
la historia, para sectores que no pensaban y no piensan fuera de sus dogmas sobre las condiciones estructurales en
relación a esta y el desarrollo de las fuerzas productivas. La colectivización forzada pasaba a ser un "mal necesario" y
con ella no solo no se aprendía del error de promover la pequeña propiedad agraria como fomento de nuevas formas
capitalistas en el campo, sino que, además, se seguía y se sigue tergiversando, de forma compulsiva, la historia de esa
medida "programática".

Difícil era traccionar al campesinado como sujeto fundamental de una alianza revolucionaria con la clase obrera
(campesinado que como tal hoy en día ya no existe), en un Estado con casi el 50% de su población viviendo del trabajo
agrícola ganadero sin ofrecer el reparto de tierras... seguramente, pero la historia lo demostró con creces cuando esas
transformaciones necesitaron ser puestas a revisión conforme crecía la proletarización de la población y sus
necesidades alrededor de los grandes centros urbanos.

Para un salto de etapas derrotado internamente, para una revolución permanente de carácter socialista radical,
superada la "democrático burguesa", fue necesario mirar hacia otros territorios del tercer mundo pasados unos pocos
años de la derrota, para comprender la miseria de esos errores, tuvieron que mirar cómo se asemejaban las tareas
revolucionarias truncadas por la reacción y la conspiración, a las formas estructurales aún más radicales en un mundo
colonial que demostraba condiciones concretas para lograrlo.

Las grandes expropiaciones y el control obrero, la recuperación y el reparto de la tierra en el desarrollo de los
combates dados en ese periodo que va de 1931 a 1939, demostraron que bandos existían previamente a la guerra civil
combinada que vivió la república española. Las barricadas de anarquistas y poumistas en combate contra las fuerzas
republicanas en mayo del 37', son el símbolo máximo de este debate, un símbolo tan actual que nos coloca en la
misma trinchera de batalla con nuestros y nuestras camaradas, con la radicalidad consecuente y coherente de ese
proyecto estratégico revolucionario real que impulsaba el POUM, y la voluntad, la coherencia moral de las y los
anarquistas radicales que, a pesar de las diferencias tácticas y estratégicas, nunca dejaron de representar el
combate contra esa forma estatal "heredada" que seguía siendo sostén explotador y opresor, y se anteponía a
cualquier liberación nacional y social real, esa forma llamada Estado español de aspectos catalán, vasco, galego,
andaluz, etc. y sus dirigencias contrarrevolucionarias de toda índole y color a través de la historia.

..." La experiencia de 1931-1935 había demostrado sobradamente la impotencia de la
burguesía para resolver los problemas fundamentales de la revolución democrática
burguesa y la necesidad de que la clase obrera se pusiera decididamente al frente del
movimiento de emancipación para realizar la revolución democrática e iniciar la
revolución socialista. La persistencia de las ilusiones democráticas y de la alianza orgánica
con los partidos republicanos, había de conducir fatalmente al reforzamiento de las
posiciones reaccionarias y, en un próximo porvenir, al triunfo del fascismo como única
salida de un régimen capitalista incapaz de resolver sus contradicciones internas dentro
del marco de las instituciones democráticas burguesas.

La lección de Asturias, donde el proletariado, al tomar decididamente la dirección del
movimiento en octubre de 1934, asestó un golpe mortal a la reacción, y la de Cataluña,
donde en los mismos días se evidenció una vez más la incapacidad y la inconsciencia de
los partidos pequeño-burgueses, no fue debidamente aprovechada, como resultado de la
ausencia de un gran partido revolucionario. Los partidos socialista y comunista, en vez de
aprovechar la lección de Octubre impulsando la Alianza obrera, que tan espléndidos
resultados había dado en Asturias, y canalizando todos los esfuerzos en el sentido de
asegurar la hegemonía de la clase obrera, infeudaron nuevamente el proletariado, a través
del Frente Popular, a los partidos republicanos burgueses, fracasados estrepitosamente
en octubre y desaparecidos virtualmente de la escena política"... (Andreu Nin - La
situación política y las tareas del proletariado Junio de 1937)

La claridad con la que Andreu Nin y el POUM se acercaban a los hechos históricos, marcaría para siempre su destino,
en épocas donde se preparaba una primera derrota táctica de la verdadera izquierda revolucionaria europea, cuya
revancha volvería a producirse solo con el triunfo de los movimientos revolucionarios de liberación nacional en el
tercer mundo y la épica histórica influyente de la estrategia propuesta por la revolución cubana y los principios
guevaristas.

Hoy asistimos a quimeras similares para burla de la historia que mira asombrada la desmemoria, el correlato escindido
de los hechos, de la verdad, de la realidad que nos trajo hasta acá, a estar discutiendo formas y no contenidos, a estar
debatiendo nimiedades y no profundas vocaciones radicales de combate.

Luchamos contra cualquier forma de explotación y opresión, y eso implica comprender el profundo rol histórico del
Estado y sus formas, antes, durante y post capitalismo, comprenderlo en el marco de una sociedad dividida en clases
y una sociedad que busca que estas desaparezcan, es de vital y crucial demarcación de bandos históricos, entre
quienes aspiran a que la pobreza, la muerte, la desigualdad, la miseria humana sea una estadística predispuesta a
"males menores" en post de enfrentar "enemigos principales", y quienes no aceptamos su vigencia ni un segundo más
en cualquier faz de la tierra y bajo ninguna forma posible.

Luchamos por un Estado que, una vez tomado el poder por la clase obrera y popular de este siglo, muy diferente a la
de hace 100 años, comience a transitar la disposición de un rumbo hacia su extinción definitiva, un Estado nuevo que
si será colectivo, si será de las mayorías, si será el único que podrá disponer de sus recursos provenientes no ya de
medidas marginales, insuficientes, retóricas, sin sentido dentro de los marcos de la dictadura del capital, sino de
aquellas que busquen superarlas mediante la búsqueda radical de esas transformaciones, la que está determinada
científicamente por la destrucción necesaria de leyes sociales objetivas e independientes de la voluntad humana,
aquellas que han degradado y alienado al ser humano, las leyes del valor y el equivalente general, las leyes del capital
vs. el trabajo, las leyes del sostén de todo orden de explotación y opresión.

No cuestionar esta serie de elementos profundos lleva, por supuesto, a tampoco imaginarse las condiciones
estratégicas mínimas, históricas, científicas de un proceso como tal, lleva a no pensar mínimamente siquiera en ¿cómo
será la toma del poder por la clase obrera y popular en estas condiciones estructurales del capitalismo y el Estado
imperial español, la UE y sus aliados? Seguramente que mediante el camino propuesto por los/as negadores/as de la
historia de nuestra clase no vamos a ningún lado, seguramente que por los caminos institucionales que los fecundan
paso a paso menos, seguramente que mendigando a las burguesías fruto de la inconsecuencia, la temerosidad, la
claudicación programática e ideológica jamás...

La toma del poder se demuestra todavía lejos, pero necesariamente volverá a nacer de un proceso de larga y paciente
construcción política para ver crecer de nuevo un poder dual de cuestionamiento profundo de todo el orden
dominante bajo cualquiera de sus formas indiferentes a las necesidades históricas de nuestra clase, serán sin dudas
las condiciones de una nueva guerra civil revolucionaria mucho más profunda, dinámica, heterogénea y diversa que
la que tuvo lugar hace casi 100 años atrás, porque la estructura económica, social, cultural, represiva, consensual de
estas nuevas formas estatales sobre las que mutan las burguesías de todo tamaño y color para gobernar y no correr
el riesgo de perderlo todo, se muestran pragmáticas, siempre y solo siempre determinadas, fundamentalmente, en
relación a la voluntad de lucha de nuestra clase.

Si las burguesías europeas tienen que llegar más de 200 años tarde a darle salida administrativa a las monarquías
fantoches del siglo XXI, lo harán sin ninguna duda, y seguramente dejarán detrás de esa acción a un tendal de
"progresistas" llamando a defender la "voluntad republicana" de esas burguesías, las mismas fuerzas políticas que
hoy se definen en apoyos o rechazos más por las retóricas y las fraseologías que por los programas y el orden
económico-social-coercitivo, son las fuerzas que nos acostumbran a las parafernalias inhumanas, asfixiantes y
criminales del siglo XXI llamando a votar a fuerzas que gobiernan "Estados maternales", "feministas", mientras
inmigrantes mueren inhumanamente buscando su destino, mientras escala exponencialmente la pobreza y la
desigualdad, la miseria, la desocupación, la explotación y la opresión de todo tipo, mientras gobiernan las mafias, las
redes de trata y prostitución, el narcotráfico, los negociados off shore, y el mundo se pudre y se cae a pedazos.
Poumistas y anarquistas ayer, guevaristas-poumistas y revolucionarios/as de todo tipo hoy, nuevamente unidos y
unidas en las trincheras hacia un nuevo estadío de rebeliones populares mundiales, codo a codo, cara a cara, frente a
frente, volveremos a luchar con consecuencia y coherencia por un mundo que realmente valga la pena ser vivido, no
perderemos tiempo debatiendo las formas inocuas y estériles que nos desvían de las verdaderas batallas que tenemos
por delante, las de hacer crecer la conciencia de nuestra clase por abajo, desde las bases, desde el corazón, el
humanismo y la solidaridad... porque ni monarquía, ni república, ni democracia burguesa nos conforma, porque no
son la forma de una democracia obrera directa, de la verdadera dictadura del proletariado, queremos transformarlo
todo, luchamos consecuente y coherentemente por una revolución socialista/comunista radical y humanista, nuestro
único legado y anhelo de la época republicana.

Por eso, para finalizar, hoy más presentes y vigentes que nunca, están las ultimas reflexiones de Andreu Nin y el
POUM, en la parte final de su vida y del texto "La situación política y las tareas del proletariado en junio de 1937", un
texto que nace de la razón revolucionaria de una persona que representaba y representa lo más avanzado del
pensamiento, de la praxis, de la teoría y la moral comunista de la época y, hasta ahora, de todas las épocas, y parece
haber predecido el devenir histórico de los "Pactos de la Moncloa", sus contemporáneos, los de la transición y los del
régimen actual, donde los partidos tradicionales de la herencia stalinista, vertieron su legado al eurocomunismo y al
posmodernismo más descarado, que incluso bajo otras formulaciones "republicanas", como las del "independentismo"
de toda estirpe, nos siguen proponiendo y entrampando en los mismos ejercicios intelectuales deficitarios,
claudicantes y posibilistas alrededor del poder, del Estado, y de las clases que los sostienen. Hoy más que nunca,
estas palabras, cobran vida:

..."Como en Rusia en 1917, en toda Europa después de la guerra imperialista, el
obstáculo más considerable que se opone al avance victorioso de la revolución proletaria
es el reformismo, agente de la burguesía en el movimiento obrero. Pero se da el caso
paradójico de que, en nuestro país, el exponente más característico del reformismo
castrador sea precisamente el Partido Comunista de España, y su filial el Partido Socialista
Unificado de Cataluña, afiliados a una internacional, la Internacional Comunista, surgida
como consecuencia de la ruptura ideológica y orgánica con el reformismo. Prisionero de
la burocracia soviética, que se 'ha vuelto de espaldas a la revolución proletaria
internacional para cifrar todas sus esperanzas en los países ”democráticos” y la Sociedad
de Naciones, el comunismo oficial ha abandonado definitivamente la política
revolucionaria de clase para orientarse hacia la alianza con los partidos burgueses
democráticos (Frente Popular) y preparar psicológicamente a las masas para la próxima
guerra mundial. De aquí la consigna: ”Lucha por la independencia nacional”, que traducida
al lenguaje de la política internacional significa: ”sujeción de la España revolucionaria a los
intereses del bloque imperialista franco-británico”, del cual forma parte asimismo la URSS.
Las consecuencias nefastas de esta política no han tardado en dejarse sentir: especulando
con las dificultades de la guerra y las posibles complicaciones internacionales, el
reformismo, apoyado eficazmente por los representantes de la burocracia estalinista, los
cuales, a su vez, han especulado con la ayuda prestada por la URSS, ha logrado socavar
sistemáticamente las conquistas revolucionarias, preparando el terreno a la
contrarrevolución. Nuestra eliminación del gobierno de la Generalidad, las tentativas de
formación de un ejército popular ”democrático”, ”neutral”, la supresión de las milicias
de retaguardia y la reconstitución del orden público a base del restablecimiento del
antiguo mecanismo, la censura periodística, son las etapas más importantes de este
proceso contrarrevolucionario, que continuará inflexiblemente hasta el total
aplastamiento del movimiento revolucionario si la clase trabajadora española no se
decide a reaccionar, rápida y vigorosamente, reconquistando las posiciones logradas en
las jornadas de julio e impulsando la revolución socialista hacia adelante.
En la situación presente, inequívocamente revolucionaria, la consigna ”lucha por la
república democrática parlamentaría” no puede servir más que los intereses de la

contrarrevolución burguesa. Hoy más que nunca ”la palabra “democracia” no es más que
una tapadera con la que se quiere impedir al pueblo revolucionario que se levante y
acometa, libre, intrépidamente y por su cuenta, la edificación de la sociedad nueva”
(Lenin). Como nos ha enseñado el marxismo revolucionario, la república democrática no
es más que una forma enmascarada de la dictadura burguesa. En el período de apogeo
del capitalismo, cuando éste representaba un factor progresivo, la burguesía podía
permitirse el lujo de conceder una serie de libertades ”democráticas” –
considerablemente limitadas, condicionadas, por el hecho de su dominación económica y
política – a la clase trabajadora. Hoy, en la época del imperialismo, ”última etapa del
capitalismo”, la burguesía, para superar sus contradicciones internas, se ve precisada a
recurrir a la instauración de regímenes de dictadura brutal (fascismo), que destruyen
incluso las mezquinas libertades democráticas. En estas circunstancias, el mundo se halla
ante un dilema fatal: o socialismo o fascismo. Los regímenes ”democráticos” han de ser
forzosamente fugaces, inconsistentes, con la agravante de que al adormecer y desarmar a
los trabajadores con sus ilusiones, preparan eficazmente el terreno para la reacción
fascista.
Para justificar su monstruosa traición al marxismo revolucionario, los estalinistas
arguyen que la república democrática que preconizan será una república democrática
distinta de las demás, una república ”popular”, de la que habrá desaparecido la base
material del fascismo. Es decir, que dejan escandalosamente de lado la teoría marxista
del Estado como instrumento de dominación de una clase para caer en la utopía del
Estado democrático ”por encima de las clases”, al servicio del pueblo, con objeto de
mistificar a las masas y preparar la consolidación pura y simple del régimen burgués.
Una república de la cual ha desaparecido la base material del fascismo, no puede ser más
que una república socialista, por cuanto la base material del fascismo es el capitalismo.
El antifascismo en abstracto, hábilmente manejado por los reformistas – que preparan
política y psicológicamente las condiciones favorables para una intervención en la próxima
guerra imperialista mundial, presentada como una contienda entre los países fascistas y
los países democráticos – es el antídoto de la revolución proletaria, la expresión de la
política de ”unidad nacional”, a la cual el marxismo ha opuesto siempre la lucha de
clases.
Si el dilema ante el cual la historia ha colocado al proletariado español es ”fascismo o
socialismo”, el problema fundamental de la hora presente es el problema del poder.
Todos los demás – el de la organización militar, el de la industria de guerra, el de los
abastos, el de la reconstrucción económica del país, el de la seguridad interior, etc. –
están subordinados a ese problema fundamental, cuya solución depende de la clase en
cuyas manos esté el poder.

¿Cuál es la actitud de los distintos sectores del movimiento obrero ante este problema?

El Partido Comunista, el Partido Socialista Obrero y el Partido Socialista Unificado de
Cataluña preconizan la política del Frente popular, que presupone el ejercicio del poder
por gobiernos ”antifascistas”, de coalición con la burguesía y con un programa
democrático burgués.

La CNT y la FAI, se declaran resueltamente partidarias de la revolución social y, por
tanto, adversarios acérrimos de la restauración de la república democrática; pero su
tradición antiestatal y la propaganda sistemática a favor del comunismo libertario,
realizada durante largos años, dificulta su evolución hacia la concepción del poder
proletario.

Nuestra actitud frente a esos distintos sectores se halla determinada por el papel que
desempeñan o pueden desempeñar en el curso del desarrollo de los acontecimientos
actuales.

El Partido Comunista de España y el Partido Socialista Unificado de Cataluña, por su
posición política presente, inspirada directamente por la Internacional Comunista,
instrumento a su vez de la burocracia soviética, deben ser considerados como
organizaciones ultra oportunistas y ultrarreformistas. Por su política de colaboración de
clases, por su renuncia total a los principios y a la táctica fundamentales del marxismo
revolucionario, por su auxilio declarado y activo a los planes de estrangulación de la
revolución española, tramados por el capitalismo nacional e internacional, el Partido
Comunista y el PSUC desempeñan el papel de agentes de la burguesía en el movimiento
obrero, más peligrosos para la revolución que la propia burguesía. por cuanto la etiqueta
marxista con que se adornan facilita su penetración en las filas proletarias.
Los intereses supremos de la revolución exigen una crítica constante e implacable de
las posiciones políticas de dichos partidos, crítica que contribuirá eficazmente a acentuar
la diferenciación en el seno de los mismos, atrayendo a las posiciones revolucionarias a los
elementos proletarios. Los acontecimientos actuales han puesto de manifiesto la
inconsistencia ideológica de la llamada ”izquierda” del Partido Socialista Español, cuya
fraseología revolucionaria había hecho nacer tantas esperanzas entre una buena parte de
la vanguardia de la clase trabajadora. De las tendencias que existían en vísperas del 19 de
julio no queda virtualmente nada. Entre las tendencias de ”derecha”, ”izquierda” y
”centro” no hay ninguna diferencia fundamental; todas ellas están unidas por una
denominación común, la política del Frente Popular, que las lleva a renunciar a las
posiciones revolucionarias del proletariado para hacer el juego de la burguesía
democrática. Pero en la base del partido se nota un profundo malestar, producido
principalmente por las tentativas del estalinismo para absorber al partido – como lo ha
conseguido ya con las juventudes – y someterlo a la política de la burocracia de la Tercera
Internacional. Muchos de los viejos militantes asisten con dolor y con un sentimiento de
protesta sorda a la obra de destrucción, sistemáticamente llevada a cabo, de la

organización que con tanto esfuerzo levantaran, ya la introducción de métodos que
repugnan a su conciencia socialista ya las tradiciones del partido. Por otra parte, la política
escandalosamente oportunista del Partido Comunista, caracterizada por una monstruosa
deformación del marxismo, suscita viva y justificada inquietud entre los millones de
trabajadores sinceramente revolucionarios que se han incorporado al PSOE, y que se dan
cuenta, alarmados, de la labor de penetración que los estalinistas, valiéndose de todos los
medios, realizan en sus filas.

La misión de nuestro partido debe consistir en ayudar a esos elementos a ver claro en
la situación, tratando fraternalmente de guiarles por el buen camino, es decir, hacerles
comprender la necesidad de una clara política de intransigencia proletaria, servida por
un fuerte partido revolucionario.

Son deseables los acuerdos temporales con los elementos que, sin aceptar plenamente
nuestras posiciones revolucionarias, están dispuestos a luchar contra la burocracia
estalinista y sus métodos de corrupción.

La CNT y la FAI han coincidido con nosotros, desde el primer momento, en reconocer
que la guerra y la revolución son inseparables, han coincidido asimismo con nosotros en
la apreciación de algunos de los problemas fundamentales que se han planteado, tales
como el del ejército, del orden público, etc. Pero las vacilaciones de las organizaciones
mencionadas con respecto a la cuestión del poder, así como su posición estrictamente
”sindical”, que tiende a eliminar los partidos, lo que no obsta para que, al amparo de esta
posición se establezca, a través de la UGT, una colaboración efectiva con socialistas y
comunistas oficiales, ha hecho que esa coincidencia no diera los resultados fructíferos
apetecidos.

El anarcosindicalismo ha rectificado notablemente sus posiciones anteriores, pero el
peso de la tradición le ha impedido llevar esa rectificación hasta sus últimas consecuencias.
Así, ha renunciado a su apoliticismo inveterado, entrando a participar en el gobierno de la
república y en el de Cataluña, es decir, en gobiernos de colaboración con los partidos
republicanos burgueses, sin atreverse a adoptar una actitud afirmativa, más fácilmente
comprensible para las masas trabajadoras encuadradas en la CNT, con respecto a la
formación de un gobierno obrero y campesino. Si la CNT y la FAI adoptaran esta actitud,
el destino victorioso de nuestra revolución estaría garantizado. Sólo la conquista del
poder permitiría la solución rápida y eficaz de todos los problemas que la revolución y la
guerra han planteado.

Sin renunciar a una labor tenaz y paciente encaminada a llevar a las masas confederales
a esta posición, impuesta imperiosamente por la situación actual, debemos orientar todo
nuestro esfuerzo en el sentido de estrechar las relaciones de nuestro partido con las
organizaciones de la CNT y la FAI, nuestros aliados naturales en las circunstancias

presentes. Las coincidencias importantísimas que ya se han manifestado y la necesidad de
defender la revolución en peligro, imponen una alianza efectiva, que no presupone, ni
mucho menos, la renuncia a la crítica recíproca, ni a la defensa de las posiciones
respectivas.

El deber imperioso del momento, pues, es la conquista del poder por el proletariado,
aliado con los campesinos, y la formación consiguiente de un gobierno obrero y
campesino, único capaz de organizar, de acuerdo con las necesidades de la población y
de la guerra, la economía desquiciada, y de establecer un orden revolucionario en el país.
Este gobierno, para que tenga toda su eficacia revolucionaria, no puede ser designado
desde arriba, como resultado de combinaciones más o menos diplomáticas, ni surgir de
un parlamento constituido según las normas democráticas burguesas.
Un gobierno formado por delegados de organizaciones obreras nombrados por los
comités superiores de las mismas, representaría, indudablemente, un paso adelante con
respecto a la situación actual, pero no sería el gobierno que las circunstancias exigen.
Elegido en estas condiciones, seguramente no iría mucho más allá de las posiciones del
Frente popular.

El gobierno obrero y campesino ha de ser la expresión directa de la voluntad
revolucionaria de las masas obreras y campesinas del país, y por lo tanto no puede surgir
del Parlamento del 16 de febrero, completamente superado por los acontecimientos, ni
del que pudiera resultar de unas elecciones efectuadas a base del sufragio universal. El
Parlamento burgués ha de ser disuelto, y en su lugar debe convocarse un congreso que
siente las bases económicas, sociales y políticas de la España libre de la dominación
capitalista, que se está forjando en los campos de batalla, y elija el gobierno obrero y
campesino. Esa asamblea no puede ser de tipo democrático burgués, es decir, no puede
basarse en el derecho de representación para todas las clases, sino que ha de reflejar la
nueva situación creada por la guerra civil y la revolución, concediendo todos los derechos
a los que las sostienen con las armas en la mano o con el trabajo creador. En una palabra,
el congreso debe estar formado por los delegados de los sindicatos obreros y
campesinos, y de los combatientes.

Esos mismos órganos deben constituir la base de la transformación de todo el
mecanismo del poder, empezando por los ayuntamientos, Con las modificaciones de
detalle que las circunstancias impongan.

La orientación que propugna el POUM puede resumirse en estas dos consignas
fundamentales: a) conquista del poder por la clase obrera; b) instauración de un régimen
socialista.

En la etapa actual de la revolución, la conquista del poder por el proletariado no
presupone forzosamente la insurrección armada. Las posiciones que, a pesar del retroceso
sufrido por la revolución, sigue manteniendo la clase trabajadora, el peso específico de la
misma y de sus organizaciones, y sobre todo el hecho de que siga teniendo una gran parte
de las armas en sus manos, permiten la conquista pacífica del poder. Basta para ello que
el proletariado recobre la confianza en su fuerza y se decida a afirmar intransigentemente
su voluntad imponiéndola. De él depende enteramente que se restablezca la correlación
de fuerzas del 19 de julio y que sepa utilizarla en beneficio propio, o, lo que es la mismo,
de la revolución.

La conquista del poder por el proletariado significa la hegemonía absoluta de la clase
trabajadora a fin de ahogar implacablemente toda tentativa contrarrevolucionaria y
aplastar a la burguesía. Esta hegemonía de la clase no puede identificarse en ningún
caso con la dictadura de un partido, sino que presupone la más amplia democracia
obrera, el derecho de crítica más absoluto para todos los sectores proletarios, la
participación de todos en la obra común. Sólo las clases explotadoras quedan privadas
de todo derecho político. Cuando las clases hayan desaparecido completamente, los
órganos de coacción resultarán superfluos y desaparecerá el Estado.
Al conquistar el poder, la clase obrera no se limitará a utilizar el antiguo mecanismo
del Estado – como lo ha hecho la burguesía democrática – sino que lo destruirá de raíz.
Con ayuda de los comités de obreros, campesinos y combatientes, transformará de abajo
arriba todo el mecanismo gubernamental e instituirá un gobierno barato y
verdaderamente democrático. El gobierno barato será posible por la destrucción del viejo
y costoso sistema burocrático, la supresión de los sueldos elevados, estableciendo como
norma que nadie pueda percibir un sueldo superior al de un obrero calificado, el control
vigilante y activo de las masas trabajadoras. La verdadera democracia quedará garantizada
por la participación efectiva de la inmensa mayoría del país en la administración de la cosa
pública, la elegibilidad de todos los cargos y su revocación en cualquier momento. En fin,
el gobierno obrero y campesino será el gobierno de la victoria militar, pues sólo un
gobierno de esa naturaleza es capaz de crear la moral indispensable para el triunfo,
organizar una sólida industria de guerra, nacionalizar los Bancos, acabar con la
especulación, concentrar y movilizar todos los recursos económicos del país para la guerra.
Uno de los argumentos a que recurren con mayor frecuencia los reformistas para
justificar su política colaboracionista y contrarrevolucionaria, es la necesidad de
mantener el bloque con los partidos pequeño burgueses, con el fin de asegurar el
concurso de una masa importante de la población.

La pequeña burguesía constituye, en efecto, un factor de la mayor importancia en todos
los países, y muy particularmente en los que, como el nuestro, se han incorporado con
gran retraso al proceso capitalista. Pero por su carácter de clase intermedia, equidistante

de la gran burguesía y del proletariado, por su dependencia económica, no puede
desempeñar un papel independiente en la vida política. Vacilante e indecisa, se mueve
siempre entre las dos clases fundamentales, haciendo, en definitiva, la política de la una o
de la otra. Los partidos pequeño burgueses mantienen vivo el equívoco de una política
independiente – ni burguesa, ni proletaria –, pero, en realidad, son siempre un
instrumento en roanos del gran capital, y, por lo tanto, un instrumento contra los intereses
de la pequeña burguesía, cuya representación ostentan. Su política conduce
indefectiblemente a la consolidación de las posiciones económicas del gran capital, y por
consiguiente a la asfixia efectiva de la pequeña burguesía. La alianza con los partidos
pequeño burgueses no representa la alianza con la pequeña burguesía, sino contra ella. La
experiencia española, desde el 14 de abril acá, es muy elocuente a este respecto. La
pequeña burguesía, y en primer lugar los campesinos, no ha visto satisfecha ninguna de
sus reivindicaciones fundamentales. Todo lo conseguido lo debe a la acción independiente
de la clase obrera.

La pequeña burguesía, potencialmente, no es revolucionaria ni reaccionaria. Quiere un
orden, sea el que fuere, pero un orden. Y este orden no lo puede establecer más que el
proletariado o la burguesía. Cuando la clase obrera actúa resueltamente, dando la
sensación neta de su fuerza y de que sabe lo que quiere y adónde va, la pequeña burguesía
queda neutralizada e incluso, en gran parte, sigue al proletariado, o para decirlo con más
propiedad, es arrastrada por él. Pero si en el momento decisivo la clase obrera falla, la
pequeña burguesía pierde la fe en ella, le vuelve la espalda y pone nuevamente los ojos
en la gran burguesía. Si en aquel momento aparece un caudillo más o menos demagógico,
no le será difícil aprovecharse del desencanto de las masas pequeño burguesas, para
convertirlas en la base social de un movimiento (fascismo), destinado a aplastar a la clase
trabajadora e instaurar un régimen de dictadura sangrienta del gran capital.
La pequeña burguesía ha hecho la experiencia de la república democrática. Repetirla,
equivale a preparar nuevos fracasos, a crear las premisas necesarias de una incorporación
de las masas pequeño burguesas al campo reaccionario. Por el contrario, si la clase obrera
aparece a los ojos de las masas populares del país como el verdadero guía de la revolución,
como la única fuerza capaz de crear un régimen fuerte, un orden nuevo, la pequeña
burguesía seguirá a aquélla como la siguió después de las jornadas gloriosas de julio.
La política de atracción de la pequeña burguesía no consiste, pues, en contener el
ritmo de la revolución, sino en acelerarlo. Cuando más audaz y decidido se muestra el
proletariado, más seguro puede estar de la colaboración de la pequeña burguesía, o por
lo menos de su neutralización.
La división de la clase obrera es, indudablemente, uno de los factores que se oponen
más poderosamente a que se cree entre las masas pequeño burguesas la sensación de
fuerza invencible del proletariado. La unidad sindical – cuya ausencia, por otra parte,

repercute desfavorablemente en la obra de organización socialista de la producción –
constituiría un gran paso adelante en este sentido. Pero la burocracia reformista la
sabotea sistemáticamente, por cuanto presiente que el movimiento sindical unificado le
escaparía de las manos para pasar a las de los elementos revolucionarios. Impulsarla e
imponerla constituye el deber ineludible de la clase trabajadora.
En el terreno político, deben surgir los órganos de unidad adecuados a las
circunstancias. A fines de 1933 aparecieron las Alianzas obreras, destinadas a
desempeñar en nuestro país el mismo papel que desempeñaran los soviets en la
revolución rusa. Dichas Alianzas demostraron su magnífica eficacia revolucionaria durante
la insurrección asturiana de octubre de 1934. Formada por todos los partidos y
organizaciones obreras sin excepción, la Alianza obrera de Asturias demostró
palmariamente al mundo los prodigios de heroísmo y de iniciativa de que es capaz el
proletariado unido. Pero la política del Frente popular frustró aquellos espléndidos inicios,
y nuevamente la clase trabajadora marchó a la zaga de los partidos republicanos. Si las
Alianzas obreras no hubiesen sido liquidadas por los paladines de la colaboración de clases,
los acontecimientos habrían tomado un giro completamente distinto del que tomaron, y
la hegemonía del proletariado habríase afirmado indiscutiblemente.
Resucitarlas hoy sería un error, por cuanto corresponden a una etapa ya superada.
Los congresos de delegados de los sindicatos obreros y campesinos, y de los
combatientes, son sustancialmente lo mismo que eran las Alianzas obreras en la etapa
anterior. En ellos debe basarse el gobierno de la clase trabajadora, de ellos deben surgir
los órganos del poder; ellos deben encarnar la unidad de acción de los trabajadores por
encima de las diferencias que les separan en el terreno de la organización sindical y
política. En ellos se basará la futura Unión Ibérica de Repúblicas Socialistas.
Ni la unidad sindical, ni las asambleas de delegados obreros, campesinos y
combatientes, excluyen la posibilidad de la formación de alianzas entre los sectores de la
clase obrera que coincidan en la concepción del momento y la actitud de la clase
trabajadora. Al contrario, estas alianzas están claramente dictadas por la situación.
En el caso concreto de nuestra revolución, se impone la constitución de un Frente
Obrero Revolucionario, formado por la CNT, la FAI y el POUM, organizaciones que
coinciden en el reconocimiento de la necesidad de cerrar el paso al reformismo, evitar el
retorno a la situación anterior al 19 de julio y de impulsar la revolución proletaria,
llevándola hasta sus últimas consecuencias. Un programa de realizaciones claras y
concretas – hoy perfectamente posible – debería ser la base del Frente Obrero
Revolucionario, cuya formación determinaría, indiscutiblemente, un cambio
fundamental en la correlación de fuerzas e imprimiría un poderoso empuje a la
revolución.

Uno de los argumentos predilectos empleados por 1os reformistas contra la revolución
proletaria, es el de que sería fatalmente ahogada por los países capitalistas.
La clase trabajadora cometería un profundo error si no contase con la probabilidad de
una intervención armada extranjera contra la revolución española. Pero si el proletariado
no pudiera lanzarse a la lucha revolucionaria decisiva más que en el caso de estar seguro
de que dicha intervención no iba a producirse, tendría que renunciar de antemano a toda
esperanza de emancipación. Porque es evidente que el capitalismo internacional no
podrá asistir pasivamente, por espíritu de conservación, a la victoria del proletariado en
ningún país del mundo.

El peligro de la intervención existe, y si el factor decisivo fuera la superioridad técnico-
militar, la derrota del proletariado podría considerarse como descontada. Pero hay un

factor real infinitamente más eficaz: la fuerza expansiva de la revolución. Triunfante en
España, tendría una repercusión inmediata en los demás países, y muy particularmente en
Italia y Alemania, a cuyos regímenes fascistas asestaría un golpe mortal.
La revolución rusa fue la causa inmediata del hundimiento de los imperios centrales,
hizo tambalear el régimen capitalista en toda Europa, y provocó un movimiento tan
intenso de solidaridad proletaria internacional, que contribuyó poderosamente al fracaso
de la intervención. Las consecuencias de la revolución española pueden ser no menos
trascendentales. La victoria de la clase obrera de nuestro país modificaría
inmediatamente, en favor del proletariado, la correlación de fuerzas en el mundo entero,
dando un impulso decisivo a la revolución proletaria internacional.

* CNT-FAI: hace referencia a la CNT-FAI de ese momento y al anarquismo de ese
momento histórico, sustancial y radicalmente diferente al actual.

 

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