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Andalucía, Carlos Presente :: 19/11/2007

Otra crónica de la manifestación antifascista de Sevilla

La Haine - Sevilla
La intención con la que se ha escrito esta crónica no es, como en otras ocasiones, desvelar los hechos ocurridos durante la marcha, sino narrar la sensación anónima que se vivió aquella tarde en Sevilla: la confusión y el sentimiento de que la policía, más que protegernos, nos vigilaba. Por ello, es posible que alguno de los datos no se ajuste a lo que efectivamente ocurrió, sin embargo, sí representa lo que la mayoría de manifestantes pensábamos que estaba aconteciendo en ese momento.

15/11/2007

18.10 - Llego en tranvía a Plaza Nueva, lugar en el que había quedado con el compañero Jose para unos asuntos antes de acudir a la manifestación en memoria de Carlos, la cual se iba realizar allí mismo a las 19.00.

Voy hablando por el móvil despreocupado. La plaza está casi vacía: sólo se ven antifascistas cerca de una palmera, hablando pacíficamente. Ya hay un coche de policía haciendo guardia. Pero no ví nada de eso. Iba distraído y dirigiéndome hacia algún lugar para poder hablar tranquilo mientras esperaba a Jose. Localizo un banco y me siento. Error. Coloco los pies en el asiento y el culo en el respaldo. Levanto la vista y me encuentro con dos policías que me piden la documentación. Cuelgo y saco el DNI. Son dos: un hombre de mediana edad con barba y un joven policía musculoso y con la cabeza afeitada. El policía de barba apunta en una libreta todos mis datos (incluido el nombre de mis padres) mientras el de la cabeza afeitada se coloca unos guantes de cuero. Miro a mi alrededor. Mi alrededor también me mira a mí. Ante el inminente cacheo inicio un diálogo con el policía de la cabeza afeitada:

-¿Saco las cosas y las dejo en el banco?
-Tú haz lo que yo te diga

Me cacheó. Entonces me dijo: "ahora sí, pon las cosas en el banco... sácalo todo". Creo que no quería parecer que yo tuviese el control. Si no, es inexplicable que diez segundos después de negarme una acción, me obligase a realizarla. Dejé en el banco el móvil, la cartera, una bandera independentista canaria, un pañuelo atado a la cintura, el capuchón del pen-drive (me alegré de verlo, pensaba que lo había perdido) y dos cleenex usados. Uno de ellos se me cayó al suelo. El policía me dijo: "recógelo". Antes de que me lo dijese ya me estaba agachando para hacerlo. Pensé que me lo había dicho para que no ensuciase la calle, pero no. La cosa iba más allá, rozando lo absurdo:

-Ábrelo.
-Tiene mocos.
-Da igual.

Después de que comprobase que efectivamente tenía mocos, volvió a cachearme, no sin antes examinar con cara de ignorancia la bandera que portaba. Me levantó un poco la camiseta, para comprobar si tenía algo guardado entre mi estómago y el pantalón. Entonces, repentinamente, me espetó:

-Quítate los calcetines.

Lo hice. El policía rapado, el único presente durante el cacheo, ni siquiera me miraba. Estuve varios segundos descalzo de un pie y no ocurría nada. El policía de barba se acercó a devolverme el DNI, cuando me vio descalzo y le preguntó a su compañero, en voz baja:

-¿Los calcetines?

Ambos se miraron. El policía de barba me dijo.

-Mi compañero te ha dicho que te estirases los calcetines, no que te los quitases. No vayas a ir por ahí ahora diciéndole a tus amigos que te hemos obligado a...

No terminó la frase. Supongo que me vería la cara, negándole irónicamente que no iba a contárselo a nadie, y se daría cuenta de que era inútil que creyese la versión de alguien que ni siquiera había estado presente. Para suavizar los ánimos, me preguntó:

-¿La manifestación es por el chico este... Carlos no? Son unos hijos de puta.

Pensé que se refería a los antifascistas.

-¿Cómo? Le dije.
-Sí... que quienes le han hecho eso son unos hijos de puta.

Me devolvió el DNI, pero casi no llegué a rozarlo. El policía con la cabeza afeitada volvió a pedirme que se lo entregase. Ambos policías bromearon sobre la caligrafía con que se había escrito mis datos en la libreta. Tras unos chistes pésimos entre ambos, el policía de barba se despidió. El policía con la cabeza afeitada se fue hacia el coche patrulla, lanzó el DNI en su interior, y volvió hacia mí. Esto ya no me gustaba nada... la situación pasó de ser anecdótica a inflarme los cojones. Se acercó a mí -que ya estaba calzado y de pie- y me dijo que me sentara en el banco:

-¿Qué haces aquí?
-¿Aquí, aquí? ¿O aquí en Sevilla?
-...
-Soy estudiante, no soy de aquí.
-¿Qué estudias?
-Periodismo.
-¿Y qué haces aquí?
-Vengo a comprar unas entradas y a la manifestación.

Entonces, el policía me dijo que me habían pedido la documentación por sentarme mal en el banco. Me quedé más tranquilo. Pensé que había sido porque iba vestido con pantalones militares, con una camiseta de 'Kortatu' con una ikurriña y por mi peinado. Me preguntó que cómo me había enterado de la manifestación. Le dije que lo había visto en algunos carteles. Estuve torpe, debí haberle mentido. En ese momento me llamó Jose al móvil:

-¿Sí?
-Yo estoy en el FNAC, ¿tú donde estas?
-Yo en Plaza Nueva. Pero no vengas para acá que hay un policía cacheándome, a ver si te va a decir algo a ti también.

Sí, el policía estaba delante mientras hablaba por el móvil. Aunque creo que no me oyó, ya que cuando colgué una persona mayor hablaba con el policía. Sólo pude oír su despedida:

-Gracias a dios que seguís protegiéndonos. Muchas gracias.

Flipé. Mi DNI seguía dentro del coche patrulla. Pasaron cinco minutos, se lo pedí y preguntó por radio los datos de nuevo. Un minuto después me preguntó si había estado detenido alguna vez. Respondí que no y me fui.
Acto seguido, me encontré con la compañera María, a la que apenas pude explicar nada porque me encaminaba al encuentro con Jose. Eran las 18.30.
Volvimos (Jose y yo) a Plaza Nueva sobre las 19.00 y el lugar estaba abarrotado de antifascistas (en torno a unas 400 personas). Diversos colectivos nos repartieron panfletos y carteles, mientras los allí congregados nos preparábamos para la marcha. Un joven punk llevaba un palo, para izar una bandera. No obstante, un individuo comenzó a preguntarle por qué llevaba el palo. El punk bromeó diciendo que era para defenderse, algo que no gustó a su grupo de amigos que se lo llevaron explicándole que el individuo era “un secreta”.
La histeria sobre la infiltración en la manifestación se hacía notar. Poco después, un compañero se acercó a nosotros señalando a un hombre de unos 40 años y aseguraba que tuviésemos precaución con lo que hacíamos, ya que se trataba de un policía de paisano. Estuvimos esperando a que la manifestación comenzase el recorrido, y durante este periodo de tiempo llegaron las compañeras Carmen y Ana. Fui en búsqueda de María, a la cual ví al término del incidente con la policía, para contarle lo sucedido. Mientras lo hacía, un compañero se acercó a preguntarme si me encontraba bien y si la policía me había hecho algo. Al parecer, entre los primeros grupos que llegaron a Plaza Nueva, mi registro había sido el tema de conversación.
A las 19.15, comenzó la marcha.
Todo transcurría con normalidad, al paso por Tetuán y la Campana. La única eventualidad fueron los insultos de una mujer que observaba la manifestación, gritándonos “desfasados”. A lo cual, los congregados respondieron con humor, llamándola “almendra” o “cantamañanas”. Mientras cruzábamos Tetuán, se sucedían los cánticos antifascistas, pidiendo la ilegalización de Democracia Nacional y el popular “ninguna persona es ilegal”. Algunos elementos comenzaron a gritar proclamas violentas, las cuales NO fueron secundadas por nadie, y quedaron en voces perdidas durante la marcha.
La movilización, que hasta el momento había sido pacífica, se recrudeció al paso por la calle Sierpes. Yo llevaba la cara tapada con un pañuelo, ante el aluvión de fotógrafos que cubrían la marcha. De repente, se escuchó “ha habido una pelea atrás”. Los que nos enteramos, nos dimos la vuelta, al mismo tiempo que un individuo con cresta corría hacia la cabecera de la manifestación mientras empujaba violentamente a todos los que se cruzaban a su paso. La gente le abucheó, y el rumor de que se trataba de un policía secreta que huía tras detener fallidamente a algún compañero no tardó en correrse.
Acto seguido: carga policial. Todo muy rápido. Gritos, empujones, miedo. Gente en el suelo, todos corríamos. La compañera Carmen y yo nos apresuramos a escondernos en una tienda junto a otros antifascistas más. Desde allí, podíamos ver por el escaparate a otros compañeros corriendo o tirándose al suelo pegados en la pared. Nadie sabía nada. Se me vino a la mente la represión de la Alfalfa durante el primer día de la ley antibotellón, donde la policía rompió escaparates y cabezas.
Las dependientas cerraron la tienda, impidiendo a los demás compañeros refugiarse. No nos lo pensamos. Les dijimos a las empleadas que abriesen el local que queríamos salir a resistir. Una vez fuera, me encontré con Jose, que también se había refugiado en otro establecimiento. No sabíamos nada de Ana ni de María. La compañera Carmen se retrasó para tratar de contactar por teléfono con Ana, al tiempo que volaba una botella de cerveza contra los policías.
Segunda carga policial. Ésta vez poca gente corrió. Se hablaba de pelotas de goma. Los compañeros gritaban a los más tímidos a que se adelantaran a resistir. Teníamos rabia. Comencé a gritar “estas son nuestras armas” levantando las manos al aire. La gente secundó el grito. Era una situación tensa, pero emocionante. A esto le siguieron gritos en contra de ésta democracia y contra la policía. La confusión era total, algunos corrían, otros insultaban. Nosotros cantábamos.
Entre el alboroto, la cabecera, megáfono en mano, insinuó que habíamos sido provocados, pero que debíamos continuar pacíficamente hasta el término de la marcha: de nuevo en Plaza Nueva. La movilización se reanudó, y tuvimos que andar entre los cristales de los escaparates rotos, las miradas atentas de los policías y los rumores sobre el uso de material antidisturbios.
Llegamos a Plaza Nueva unas 150 personas, ya que tras la carga, muchas personas retrocedieron y abandonaron la movilización. Según comentó posteriormente María, el coordinador de las Juventudes Comunistas de Andalucía dio orden a sus cachorros para que abandonasen la marcha. Muy valientes estos fans del Che Guevara.
Una vez allí comenzó la lectura del manifiesto y el protocolario minuto de silencio. Éste acto fue interrumpido por algunos redskins, que reclamaban “sangre, más sangre”, en vez de “más manifestaciones”, como expresaban los convocantes y lectores del manifiesto. Estos gritos no fueron secundados por casi nadie de los allí presentes, pero probablemente, los medios no tardarán en reseñarlos.
Tras la clausura de la manifestación, volvieron los rumores. Los antidisturbios, con las escopetas y los escudos en las manos, hicieron un cordón policial y nadie podía salir de allí. O esa era la impresión que nos dio. Algunos compañeros corrieron hacia el cordón. Algo ocurría.
Nos acercamos tratando de flanquear el grueso de manifestantes. Allí se nos informó de que habían detenido a un compañero sin dar explicaciones, lo habían metido en un coche patrulla y lo habían trasladado. No había más información. Sus amigos preguntaban a los antidisturbios el paradero de su compañero, pero no había respuesta. La situación, se volvía cada vez más tensa. Un compañero escribía un sms con el móvil y un policía le amenazó en repetidas ocasiones acusándolo de realizar fotografías a los antidisturbios.
Alguien se nos acercó y nos dijo que si teníamos pensado irnos, que nos fuésemos todos juntos porque estaban deteniendo a la gente que se encontraba sola en las inmediaciones de Plaza Nueva. Se hablaba ya de 3 o 4 detenidos. Nadie sabía dar algún motivo. En ese momento, otra compañera se nos acercó diciendo “vámonos que los policías están cogiendo pelotas de goma y creo que no son para jugar al pin pon”. Efectivamente, estaban cargando sus escopetas. Nos alejamos. Todos. Mientras nos íbamos, pudimos ver como un policía secreta apuntaba cosas en una libreta y nos hacía fotos con el móvil, de pie en el mismo banco en que horas antes había sido registrado, si mal no recuerdo, por sentarme de manera incorrecta en él. Las leyes están para que todos las cumplan, excepto la policía. Repugnante.

Un compañero anónimo

 

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