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Euskal Herria :: 24/09/2003

Soberania es NO OBEDECER

Euskal Herriko Komunistak

Artículo públicado en Gara y que se puede encontrar también en nuestra
web junto con más información.

Soberanía es «no obedecer»
Jokin Elarre, Juanjo Sainz y Pako Belarra (*)

Estamos asistiendo al destape de un nuevo orden mundial, que pretende culminar globalmente la fase definitiva del proceso de acumulación de capital del siglo anterior; la fase última del imperialismo, que los del pensamiento único quisieran «el fin de la historia».

Nadie podrá negar a estas alturas que violencia y política, con todas las puntualizaciones formales, son elementos consustanciales de una dialéctica entre dominantes y dominados, que trasciende la historia de la humanidad.

Cuando en este nuevo orden se impone la formulación de la «falsa contradicción» entre el eje del bien y el eje del mal y se sataniza como «terrorismo» lo que se enfrenta, o pudiera enfrentarse, lo que no se alinea o no comulga incondicionalmente con los parámetros de los «demócratas del eje del bien», el pensamiento único impone su realidad virtual, a través de ese aspecto del poder llamado mediático, y se consolida legal y jurídicamente, a través de las dife- rentes secuencias de poder único. Ya lo había dicho Goebbels: «Una mentira repetida mil veces se hace verdad».

Hoy, más que nunca, sigue siendo tristemente real aquel Leviathán de Hobbes, explicado a partir del pesimismo antropológico del homo homini lupus, el Estado absoluto fuente de todo derecho, de toda moral y religión, reduciendo a sumisión ídominación en última instanciaí la relación entre Estado y ciudadano.

En este contexto mundial, de progresiva concentración de poder de los pocos y de marginación de los muchos, de dominación sobre hombres y mujeres, sobre pueblos y culturas, que antes suponían marcos históricos de convivencia, nos encontramos. Y en la Europa de los mercaderes y los estados policiales sigue buscando su espacio Euskal Herria, aquel viejo pueblo crecido desde el amanecer de la historia en la resistencia frente a naciones vecinas y dominantes, luchando por un espacio de libertad, como aquella patria que Marx quería para los trabajadores en el Manifiesto de 1848.

El viejo contencioso que los vascos tenemos, el que tienen como «problema de Estado» nuestros vecinos de uno y otro lado, no es la falsa contradicción demócratas-violentos, sutil reduccionismo que el Estado español, a través de sus aparatos culturales, políticos, económicos y represivos ha elevado a primer plano, para romper un frente no asimilable que cuestiona al Estado, como pudo comprobarse en Lizarra-Garazi.

Asumir la falsa contradicción o no acertar con el auténtico centro del contencioso, el que nos enfrenta a los vascos con estados que no permiten realizar libremente ísin soluciones predeterminadas y excluyentesí la libre voluntad de todos los vascos sin marginaciones territoriales, sería cuando menos una necedad política, equiparable a la del borracho que se subió al «árbol que no era» y le cogió el «toro que sí era».

Una vez más, un camino sin salida por «obediencias debidas» o «razones de Estado» puede recrear la tragedia. La «no ruptura» de la transición ha tenido un alto precio. La Constitución íeje central de la legalidadí, con su artículo 168, mentando los derechos históricos, que algunos quisieran como apoyo legal, niega rotundamente en sus artículos vertebrales 1, 2 y 8, con la «indisoluble unidad de la Nación...», otra posible al- ternativa. ¿Qué precio tendrá que pagar este pueblo con la «no ruptura» de Ibarretxe?

No vendría mal recordar que ninguna constitución española a lo largo del siglo XIX ílo demuestran los sucesivos enfrentamientos armados y consultas electoralesí fue aceptada en Euskal Herria; desde las propuestas de 1806 en Baiona y 1812 en Cádiz, cuando se formula el nacio- nalismo español. Y más tarde, tras las carlistadas, pudo sentir este pueblo la verdadera cara de un estado, como anteriormente ocurriría desde 1630 al otro lado del Pirineo. Con la traición de Bergara, con la Ley de 1839 y los posteriores decretos de 1841, con la «Ley paccionada» que hizo del Viejo Reino una provincia más, con la Ley abolitoria de 1876 de Cánovas, quedó definitivamente borrado todo recuerdo de soberanía.

Aquel mismo año, la monarquía nos «concedía» la propina de los Conciertos Económicos.

La «libre adhesión» de los vascos a los estados francés y español ha supuesto demasiada sangre desde Noain hasta hoy, pasando por matxinadas, carlistadas, levantamientos en Zuberoa... y con las más recientes persecuciones (fusilamientos, cárceles, torturas, cierres de periódicos, ilegalizaciones de partidos...), desde el 36 hasta el 77, y hasta hoy. Se confirma aquella, nada reciente, afirmación de Caro Baroja: «El auténtico protagonista de la historia vasca es la violencia».

No podemos admitir la falsa formulación y consecuente condena reduccionista de los «métodos violentos» sin antes formular que toda violencia nace de la dominación y sin expresar que el origen y reproducción de esta violencia es la raíz de la formación social en que vivimos. Decía Gramsci: «Sólo el grupo social que se plantea como objetivo a conseguir la desaparición del Estado y de sí mismo puede crear un mundo ético». ¿Es ése el caso de quienes condenan «éticamente» al movimiento popular de Euskal Herria?

Entre dominantes y dominados no admitiremos otra ética que la de «los de abajo», con todos los métodos que abran paso a la libertad. No puede ser ético colocarnos en una realidad sin proponernos cambiarla junto con quienes quieran hacerlo hacia la libertad.

No es simplemente la violencia, sino «la causa de toda violencia», la que tenemos que superar. Y no con decretos o condenas formales, ni con ambiguas sumisiones, y menos con formulaciones metafísicas; todo ello convertido en valor de cambio por votos. Y vamos a la raíz.

Tenemos que asumir dialécticamente las diferencias, partiendo de un diálogo sin exclusiones para abrir un primer camino, para que todos los vascos decidamos libremente. Vamos a marcar nuestros ritmos en todo momento para acumular la necesaria masa crítica. Y a partir, asimismo, de la diferente realidad institucional, cultural y social de un pueblo y un territorio, en el que un desarrollo histórico desigual ha cristalizado en tres marcos políticos diferenciados. Se trata de sumar fuerzas diferentes y a diferentes ritmos para construir entre todos Euskal Herria.

En Lizarra-Garazi visualizamos el camino de la libre decisión de todos los vascos frente a la agresión del Estado. La concentración de masa crítica superando cuadrículas partidistas abría nuevas perspectivas. Autodeterminación es hoy el primer paso, condición necesaria de arrancada. Que nadie pueda decidir por el pueblo de Euskal Herria integrado hoy en siete herrialdes. No habrá negociación sin autodeterminación.

La autodeterminación íaclaremosí supone decidir y avanzar unilateralmente, desde la independencia subjetiva, abriendo espacio con la insumisión progresiva hasta la independencia real. Insumisión ciudadana e institucional con ritmos marcados por los protagonistas del cambio (Udalbiltza, coalición de partidos, sindicatos y movimientos sociales). La violencia de un pueblo que sólo se obedece a sí mismo es imparable. No habrá autodeterminación sin masa crítica en movimiento.

La propuesta que Ibarretxe nos quiere vender, no como propuesta de paz íque así seaí, está marcada por las propias limitaciones que se impone: un marco para tres herrialdes y otro estatuto (?) como punto final; un status de libre adhesión (¿se permite la libre separación?) con el exclusivo empleo de la legalidad vigente.

Legalidad vigente son: 170.000 vascos muertos políticamente, ideas y opciones políticas fuera de la ley, detenciones, cárceles... violencia y muertes; todo ello valor de cambio para un estado fascista.

Los marcos y métodos legales de doble filo son necesarios, como lo son otros métodos legítimos de lucha que nos abran camino. La simple sumisión a la legalidad existente íla «obediencia debida»í deslegitima toda propuesta de cambio, además de anular la credibilidad de la propuesta. Quienes padecieron el franquismo y sus instituciones saben algo de «honrados funcionarios» que actuaban por «obediencia debida».

La historia de Euskal Herria, como la de todos los pueblos, ha sido una historia de dominantes y dominados, de jauntxos y matxinos, de explotadores y explotados .Y de todo un pueblo sometido por estados de propiedad particular. Al fin y al cabo, la independencia de Euskal Herria será la patria de los de abajo, ese espacio de libertad que aporte una chispa a la liberación mundial. -

(*) También suscriben el artículo Jon Kerejeta, Juan C. Ramos, Manu Aranburu e Isiane, comunistas en el MLNV.

GARA

 

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