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Anti Patriarcado :: 05/03/2021

Soy negacionista del estado cuidador

Lucía Barbudo
A mí no me cuida la policía ni me cuida el Estado, a mí me cuidan mis amigas.

La pandemia ha dejado al movimiento feminista en expaña en bragas. Las que establecieron los puentes neuronales para ver patriarcado por todas partes, dejaron de verlo durante la gestión de la COVID-19. Las que eran críticas, dejaron de serlo. Las que se (se) cuestionaban, dejaron de hacer(se) preguntas. Las que venían a eventos anticarcelarios ahora avalan las lógicas punitivistas coronavíricas. Las que iban a las manis, ahora dicen que mejor lo dejamos para el año que viene si eso, que ahora no es
buen momento.

El Poder sigue siendo el Poder pero últimamente, por alguna extraña razón, la autoridad blanca eurocéntrica y el orden cisheteropatriarcal se han restablecido y obedecer sin cuestionar se ha convertido en un mandato de responsabilidad ciudadana. Obedecer sin cuestionar es algo que, históricamente, a las feministas se nos ha dado bastante mal pero últimamente, por alguna extraña razón, obedecer es respetar la vida y desobedecer es entrar en las narrativas de la muerte.
Obedecer es pro-vida.

Nunca antes se había hecho con un virus un relato de la responsabilidad tan bestia como ahora. Nunca antes se había asociado LA CULPA, así en tremendísimas mayúsculas, a pillar, por ejemplo, una gripe común. Pero últimamente, por alguna extraña razón, existe un componente de responsabilidad cuando un microorganismo como un virus entra en tu cuerpo. Me pregunto cuántas personas que han pasado la COVID-19 no se estarán preguntando cómo ha podido ser, si ellas lo han hecho todo bien. Me pregunto cómo personas contagiadas que han roto vínculos con su entorno más cercano por señalar con el dedo de dónde venía el virus pueden seguir con sus vidas sin plantearse lo estúpidas que son.

¿Dónde se gestiona la culpa? ¿En los tribunales de justicia? ¿En el confesionario de la iglesia de nuestro barrio?
Las feministas sabemos que la culpa es un mecanismo de control cisheteroblanco patriarcal, un dispositivo de autoboicot que se activa para no dejarnos ser pero últimamente, por alguna extraña razón, se nos ha olvidado todo lo que sabíamos. Nos han destruido los puentes neuronales que nos ayudaban a entender cosas y a pensar. Hemos encendido la tele, la radio, nos hemos tragado el bukake de las narrativas del miedo y la responsabilidad y la muerte y ahora andamos todas pringadas, sin saber ni cómo limpiarnos toda esta mugre que no es nuestra.

No sé si habrá alguien a quien la institucionalización 8M le dé más asco que a mí. El desfile de partidas, sindicatas y organizacionas que, con religiosidad calendaria, desempolvan sus pancartas y pines para buscar la foto y reivindicar su militancia morada de vulva revolucionaria. La instrumentalización del 8M, su retahíla de manifiestos copio-pegados año tras año, los selfies en redes sociales que te haces una vez al año mientras el resto de los 364 días no dedicas ni tu tiempo ni tu esfuerzo a nada que sea colectivo y se mueva un metro más allá de tu ombligo. Cada 8M me tengo que convencer de que sigue siendo importante y cada 8M me lo creo menos.

En Murcia hemos tenido muchas broncas porque nos hemos dado cuenta de que los discursos por «la unión» vienen patrocinados por aquellas que quieren mantener intacta su cuota de poder. Da igual que portes vulva entre las piernas, el patriarcado a veces también tiene rostro de mujer. La cuota de poder en Murcia es quién lleva la pancarta, tan sencillo y estúpido como eso. Las del 8 MEME luchan y se encabronan si no llevan la pancarta o no leen el manifiesto. La cuota de poder es también que en el manifiesto no estemos todas o que las que son mujeres-de-segunda lo estén desde una posición subalterna y victimizante cuando no criminalizadora y patologizante.

No quieren a las putas, no quieren a las personas trans, nunca hablan de las presas, no reconocen ni se interesan por el sujeto político de las madres ni apoyan ni acompañan las causas de aquellas madres (en su mayoría migrantes) que en este viejoven orden racista y colonial han perdido la custodia de sus hijxs en favor del macho alfa y pater familias. Y no las quieren en sus pancartas ni en sus manifiestos porque no son ellas, porque el 8 MEME es un podio desde el que masturbar su narcisismo de biohembras en el poder.

Por esto salgo (me gustaría escribir 'SALIMOS') este #8M a la calle: porque frente al borrado de las mujeres, mejor borramos la imbecilidad; porque si no es con las putas, yo no voy; porque no estamos todas y siempre van a faltar las presas; porque quiénes van a apoyar a las maternidades judicializadas si no somos nosotras; y porque, fundamental y personalmente, yo sí veo mucho patriarcado en la gestión de esta pandemia. Veo privilegio, veo represión y no me creo que me cuide el Estado. No hay antecedentes, su Señoría. No me creo que los gobiernos que son absolutos inexpertos en esto de los cuidados sean -ahora, así de repente- los máximos garantes y custodios de mi salud y mi bienestar y el de lxs míxs.

Soy negacionista del Estado cuidador y quiero un megáfono el próximo 8M para gritar la falacia de los cuidados desatados desde las autoridades en esta era coronavírica. 

A mí no me cuida la policía ni me cuida el Estado, a mí me cuidan mis amigas.

Lucía Barbudo

Coordinadora Anti Represión RM

 

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