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Mundo, Anti Patriarcado :: 21/10/2017

Thomas Sankara y la liberación de la mujer. De la teoría a la práctica

Manuel Almisas Albéndiz
30 años del asesinato del líder revolucionario de Burkina Faso. Puso en el centro de su política transformadora a la mujer como sujeto doblemente explotado

“Mujer fuente de vida, pero también mujer objeto. Madre pero criada servil. Mujer nodriza pero mujer excusa. Trabajadora en el campo y en casa, pero figura sin rostro y sin voz. Mujer bisagra, mujer confluencia, pero mujer encadenada, mujer sombra a la sombra del hombre”
(Thomas Sankara, 1987)

Se han cumplido 34 años de la implantación de un gobierno democrático y popular en uno de los países más pobres de África y del mundo, Alto Volta, antigua colonia francesa. Ante ese panorama, en un país de estructura semifeudal, con una mayoría de campesinos empobrecidos, a Thomas Sankara y su gobierno se le planteaba una tarea de gigantes: dar de comer, de beber, de vestir, dotar de viviendas, de educación, de centros de salud, etc., lo más básico, a verdaderos “condenados de la tierra” en el sentido que le dio a esta expresión el argelino Frantz Fanon.

Y en medio de esa situación de catástrofe social tuvo la valentía y la lucidez revolucionaria de no olvidarse de las mujeres de su pueblo. Es más, en esos años, en el África central olvidado del eurocentrismo constante y pedante, impregnado todavía de fuertes connotaciones neocoloniales, no deja de ser sorprendente, y a la vez tierno y maravilloso, que un gobernante masculino, de formación católica en su infancia y militar de carrera, ponga en el centro de su política transformadora la liberación de la mujer. Es cierto que sus ideas marxistas le acercarían a esta visión prioritaria de la revolución armada que tuvo que emprender en agosto de aquel mismo año de 1983, pero ya sabemos por desgracia que a lo largo de la historia esa visión del mundo no ha sido determinante: ser marxista, revolucionario en la política o en la economía, no significaba comprender y aplicar de verdad medidas encaminadas a la liberación de la mujer. Alexandra Kollontai, Rosa Luxemburg o Clara Zetkin pueden dar fe de ello.

Por eso, era comprensible que el país que eligió ser nombrado “Burkina Fasso”, es decir, “de los hombres dignos” (me gustaría pensar que “burkina” se ha traducido mal y se refiera más bien a “personas dignas”; seguro que Thomas Sankara apoyaría ese vocablo más inclusivo), se comprometiera a combatir todo tipo de explotación humana, y en primer lugar la explotación y desigualdad de las mujeres. “La revolución y la liberación de la mujer avanzarán juntas”.

Esa unidad en la lucha será una constante en los años que lideró el gobierno de Burkina Faso, un país donde en 1982, el 99% de las mujeres eran analfabetas. Por eso, ante las ideas que manifestaba con frecuencia, “el objetivo de la Revolución es darle el poder al pueblo”, o “la participación popular es lo más importante. Lo demás viene después”, su grado de coherencia le llevaba a manifestar que “el peso de las tradiciones seculares de nuestra sociedad ha postergado a las mujeres al rango de animales de carga: las mujeres sufren dos veces las nefastas consecuencias de la sociedad neocolonial, soportan los mismos sufrimientos que los hombres, y además están sometidas por éstos a más sufrimientos aún. Nuestra revolución se dirige a todos los explotados y oprimidos, y por lo tanto, también a las mujeres”.

En septiembre de 1984 ya se encuentran tres ministras en su gobierno: Adele Ouedraogo (Economía), Rita Sawadogo (Deporte) y Josephine Ouedraogo (Desarrollo de la mujer y solidaridad familiar). Y antes de su infame asesinato en 1987 el gobierno que presidía estaba compuesto por cinco ministras: Bernadette Sanon (Cultura y Educación), Azara Bamaba (Sanidad), Beatrice Damiba (Medio Ambiente), Josephine Ouedraogo que repite cartera, y Adele Ouedraogo (Balance y Programación). Esta importancia y preponderancia nada tiene que ver con cómo suelen abordar el asunto de la emancipación de la mujer los planteamiento burgueses, “que no es más que ilusión de libertad y dignidad”.

Denuncia que esta superficialidad de moda sobre la «condición femenina», que llevó en el antiguo Alto Volta a la creación del ministerio de la Condición Femenina, dirigido por una mujer, se proclamara como una victoria, cuando en realidad se ignoraba en la práctica de ese “ministerio-coartada” (como lo calificaba) que esa condición estaba determinada por estructuras sociales, políticas y económicas determinadas, sin querer ver ni poner en evidencia las verdaderas causas de la dominación y la explotación de la mujer. “No es de extrañar, entonces, que pese a la existencia de ese ministerio, la prostitución aumentara, el acceso de las mujeres a la educación y el empleo no mejorara, los derechos civiles y políticos de las mujeres siguieran en el limbo y las condiciones de vida de las mujeres, tanto en la ciudad como en el campo, no hubieran mejorado”.

En un discurso pronunciado en 1987, el día 8 de Marzo, ante miles de mujeres burkinesas, Thomas Sankara expone su ideario por la liberación de la mujer que venía desarrollando desde hacía 4 años. Es un discurso que expresa en francés, pero que es traducido a la lengua nacional “mooré” en honor a las muchas mujeres de zonas campesinas aisladas y sin la formación suficiente para entender correctamente el idioma de la antigua metrópoli, y que empieza así: “No es corriente que un hombre se dirija a tantas mujeres a la vez. Tampoco lo es que un hombre sugiera a tantas mujeres a la vez las batallas que hay que lidiar”.

Este discurso del revolucionario que se enfrentó a las más altas instancias capitalistas internacionales como el FMI, a los chantajes de sus antiguos amos franceses, a la violencia de los antiguos opresores internos, pero que también supo “aterrizar” en los problemas reales y cotidianos de su pueblo, lo termina así para que la historia lo absuelva de sus posibles errores: “Por eso, compañeras, os necesitamos para una verdadera liberación de todos nosotros. Sé que siempre hallaréis la fuerza y el tiempo necesarios para ayudarnos a salvar nuestra sociedad. Compañeras, no habrá revolución social verdadera hasta que la mujer se libere. Que mis ojos no tengan que ver nunca una sociedad donde se mantiene en silencio a la mitad del pueblo. Oigo el estruendo de este silencio de las mujeres, presiento el fragor de su borrasca, siento la furia de su rebelión. Tengo esperanza en la irrupción fecunda de la revolución, a la que ellas aportarán la fuerza y la rigurosa justicia salidas de sus entrañas de oprimidas. Compañeras, adelante por la conquista del futuro. El futuro es revolucionario. El futuro pertenece a los que luchan”.

El capitalismo nivela a hombres y mujeres

Sankara, por su formación marxista, asume y entiende que el capitalismo explotador nivela por primera vez en la historia a hombres y mujeres, encerrándolos por igual en el tajo, en el surco o en la fábrica. Pero también comprende que esta realidad “no debe hacernos perder de vista el hecho específico de la condición femenina. La condición de la mujer rebasa las entidades económicas y confiere un carácter singular a la opresión que sufre. Esta singularidad impide establecer equivalencias que nos llevarían a simplificaciones fáciles e infantiles. En la explotación, la mujer y el obrero están reducidos al silencio. Pero en el sistema capitalista, la mujer del obrero debe guardar silencio ante su marido obrero. En otras palabras, a la explotación de clase que tienen ambos en común viene a sumarse, para las mujeres, una relación singular con el hombre, una relación de enfrentamiento y agresión que se escuda en las diferencias físicas para imponerse”.

Frente a las feministas burguesas o pequeño-burguesas que no ven el análisis histórico y social del problema de la mujer, manifiesta que esta especie de ceguera “es la que lleva a las mejores de ellas a hablar de guerra de sexos, cuando se trata de una guerra de clanes y de clases en la que debemos pelear juntos y complementarnos. Pero hay que admitir que es la actitud de los hombres lo que propicia la alteración de los significados y con ello fomenta todos los excesos semánticos del feminismo, algunos de los cuales no han sido inútiles en el combate de hombres y mujeres contra la opresión. Un combate que podemos ganar, que vamos a ganar si recuperamos la complementariedad, si sabemos que somos necesarios y complementarios, si sabemos, en definitiva, que estamos condenados a la complementariedad”.

Sankara lamenta que los militantes masculinos sean tan ciegos en su estupidez sexista y machista, e impongan a la mujer una lucha de doble jornada, podríamos decir. “La estupidez masculina se llama sexismo o machismo, formas de indigencia intelectual y moral, incluso de impotencia física más o menos declarada, que muchas veces hace que las mujeres políticamente conscientes consideren necesario luchar en dos frentes”.

Esa complementariedad que busca y reclama no lo hace desde la neutralidad, antes al contrario Sankara toma partido y la lucha emancipadora de la mujer solo la contempla en la perspectiva del socialismo y la lucha obrera y campesina: “Para luchar y vencer, las mujeres deben identificarse con las clases sociales oprimidas: los obreros, los campesinos…”.

Cuando Thomas Sankara habla de la discriminación de la mujeres desde la más tierna infancia, sabe lo que está diciendo porque lo ha vivido, pues pocos años antes tuvo que lamentar la muerte de una hermana debido a la miseria familiar: “Así, niña sin infancia, desde los tres años de edad tendrá que responder a su razón de ser: servir, ser útil. Mientras su hermano de cuatro, cinco o seis años juega hasta el cansancio o el aburrimiento, ella se incorpora, sin contemplaciones, al proceso de producción. Ya tiene un oficio: ayudante doméstica. Una ocupación, por supuesto, sin remuneración, pues ¿acaso no se dice que la mujer, en su casa, «no hace nada»? ¿No se escribe «labores domésticas» en sus documentos de identidad para indicar que no tienen empleo? ¿Que «no trabajan»?”

Según el Bureau International du Travail, las mujeres en los campos de Burkina Faso, al igual que en gran parte del Sahel, trabajan por término medio 17 horas al día, y cubren hasta el 80% del trabajo del campo. Además, se les asigna en exclusividad el abastecimiento de agua y leña para el hogar, tarea inhumana debido a las condiciones atmosférica y a la lejanía de las fuentes de agua potable. Y por si fuera poco, también se encargan, debido a la fuerza de las tradiciones, de las recolecciones de hierbas medicinales, y ciertas plantas, raíces o frutas silvestres que completan la exigua dieta alimenticia. Con todo ello, la mortalidad femenina es enorme y mayor que la masculina (cosa que no ocurre en las sociedades occidentales). Esta división sexual del trabajo debe acabar si se quiere acercar y comprometer a la mujer en el proceso de cambio de la sociedad.

El nuevo gobierno revolucionario procura resolver en todas partes el problema del agua, instala molinos en los pueblos, mejora las viviendas, crea guarderías populares, vacuna a diario para erradicar las muchas enfermedades infecciosas que diezman a la población infantil (siendo felicitado por la OMS), promueve una alimentación sana, abundante y variada, y con ello contribuye a mejorar las condiciones de vida de la mujer burkinesa. Pero sabe que estas medidas son insuficientes si no logra que la mujer participe y se comprometa activamente con la nueva situación. «La verdadera emancipación de la mujer es la que responsabiliza a la mujer, la incorpora a las actividades productivas, a las luchas del pueblo. La verdadera emancipación de la mujer es la que propicia la consideración y el respeto del hombre». En las primeras horas de la revolución democrática y popular ya lo decía: «la emancipación, como la libertad, no se concede, se conquista. Corresponde a las propias mujeres plantear sus demandas y movilizarse para hacerlas realidad»

Sankara sabía muy bien que no bastaba con dar libertad al pueblo, de la misma forma que no quería “migajas” de ayudas internacionales, pidiendo únicamente “ayudas que sirvan para no necesitar más ayudas”, y ese mismo espíritu autogestionario y autoliberador emanaba cuando escribía: “Compañeras militantes, …la lucha por la liberación de la mujer es ante todo vuestra lucha por el fortalecimiento de la revolución democrática y popular. Una revolución que os da la palabra y el poder de decir y obrar para la edificación de una sociedad de justicia e igualdad, donde la mujer y el hombre tengan los mismos derechos y deberes. (...) Os corresponde a vosotras obrar con responsabilidad para, por un lado, romper las cadenas y trabas que esclavizan a la mujer en sociedades atrasadas como la nuestra, y por otro, asumir la parte de responsabilidad que os corresponde en la política de edificación de la sociedad nueva, en beneficio de África y de toda la humanidad”.

El 22 de septiembre de 1984 se celebró por vez primera el “Día de los maridos en marcha (Maris au marché)”, donde se invitaba a los hombres a ir al mercado, hacer la compra y preparar la comida, para que comprendieran un poco lo duro que puede ser el trabajo doméstico. Pero también establecieron, no un día de la mujer, sino una semana nacional de la mujer, del 8 al 15 de Marzo. Durante esa semana se promovían actos y actuaciones tanto lúdicas como políticas y sociales para hacer participar a las mujeres, muchas de ellas venidas con sus hijas desde remotas zonas rurales, en los procesos de cambio que se estaban generando en el país.

Tal era la convicción en la fortaleza de la mujer que Sankara recordaba la letra de una canción que veinte mil mujeres sudafricanas cantaron durante las manifestaciones del 9 de agosto de 1956 cuando el Congreso Nacional Africano salió a las calles para denunciar las leyes racistas: “Habéis tocado a las mujeres, habéis golpeado una roca. Habéis movido una peña y os aplastará”.

De la teoría a la práctica

Desde el principio el gobierno revolucionario sitúa a la mujer en el centro del progreso familiar y de la solidaridad nacional, aun a costa de ganarse la incomprensión y la enemistad de parte de la población (tribal y masculina). Emprende medidas tendentes a erradicar la poligamia, la ablación, la prostitución, el matrimonio forzoso (“¡No! Tenemos que decirles a nuestras hermanas que el matrimonio, si no aporta nada a la sociedad y no las hace felices, no es indispensable, e incluso se debe evitar”), el analfabetismo femenino y otras lacras que provocan las condiciones de vida especialmente difíciles de la mujer como el vagabundeo y la delincuencia de las jóvenes , etc.

En el caso de la extirpación del clítoris o de la más cruel infibulación, a pesar de actuar con mucha prudencia y paso a paso, pues era una práctica extendida (en 1980 se calculaba que el 70% de las mujeres burkinesas habían sido mutiladas de una u otra forma) y socialmente aceptada, no por eso deja de ser un objetivo prioritario para Sankara, que debe enfrentarse a las bárbaras costumbres locales desde el convencimiento y la transformación cultural. En las paredes de las calles de la capital y otras ciudades, o en las salas de esperas de edificios públicos se podía contemplar el mismo cartel: una jovencita que camina envuelta en un vestido blanco y con un turbante en la cabeza. Justo debajo del vientre una gran mancha roja. Sobre su pies caen gotas de sangre. Ninguna palabra ni mensaje acompañaba la imagen. Sobraban.

En 1986 Sankara envió un mensaje al II Congreso Mundial de Prostitutas celebrado en el Parlamento europeo (Bruselas) en el que se comprometía a llevar sus resoluciones a cualquier foro internacional, terminando con estas palabras “es únicamente con la lucha como podéis arrancar vuestro derecho de substraeros a los métodos policiales y persecutorios que quieren marginaros…”. Este fax no era ninguna pose original ni pretendía ganar adeptas para su causa en los países capitalistas. Desde el primer momento, para salvaguardar la dignidad de las mujeres de su pueblo, el presidente Sankara se va a enfrentar a un tema tabú en muchos procesos revolucionarios: la prostitución, que en las degradadas y superpobladas ciudades y capitales africanas es la única forma de sobrevivir para cientos de mujeres (y niños y niñas) que huyen de la explotación laboral en las plantaciones de frutas o cereales.

Para las mujeres que deciden cambiar de vida, el gobierno les facilita una vivienda y un trabajo (de cocinera, telefonista o secretaria) como primera medida para dignificar su existencia. Sankara declara que “la prostitución no es otra cosa que el microcosmos de una sociedad donde la explotación está a la orden del día… Para la prostituta el valor de su cuerpo fluctúa según los caprichos de la cartera del hombre que se acuesta con ella. ¿No es simplemente un objeto? ¿No está gobernado por la ley de la oferta y la demanda como otra mercancía? Nos encontramos frente a una forma trágica y dolorosa de esclavitud”.

La poligamia queda declarada ilegal, el divorcio se legaliza y la mujer lo puede obtener aun sin el consentimiento del marido. El nuevo sistema legislativo permite a la mujer maltratada abandonar la casa familiar y volver con sus hijos e hijas a su familia de origen. Se garantiza a las viudas el derecho de sucesión y se otorgan los mismos derechos a los descendientes, sean legítimos o naturales. Pero además el gobierno revolucionario quiere garantizar la independencia económica de las mujeres que no tienen un trabajo remunerado (que es la inmensa mayoría). Y, así, un tercio o la mitad del sueldo de los maridos se entrega directamente a las mujeres, asegurando así que disponga de un mínimo de dinero quien, oficialmente, no tiene un trabajo pero que, de hecho, se hace cargo de todo el peso de la vida doméstica. Por último, la mujer burkinesa consigue unos logros inimaginable para las mujeres africanas de su entorno: conseguir créditos, poseer tierras o tener una actividad económica autónoma. Todas estas medidas iban dirigidas directamente a la raíz de la opresión y de la desigualdad de las mujeres. La liberación de la mujer en Burkina Faso estaba realmente en marcha.

La participación de la mujer en la vida política alcanza cotas nunca vistas en las sociedades africanas y de muchos otros países del mundo. “Las mujeres de Burkina están allí donde se construye el país, están en las obras: el Sourou (valle irrigado), la reforestación, la vacunación, las operaciones «Ciudades limpias», la batalla del tren, etc. Poco a poco, las mujeres de Burkina ocupan espacios y se imponen, haciendo retroceder las ideas falocráticas y retrógradas de los hombres. Y seguirán así hasta que la mujer de Burkina esté presente en todo el tejido social y profesional”.

Pero también Thomas Sankara aborda el plano personal y psicológico de las mujeres que continúa con numerosas prácticas cotidianas heredadas del sistema patriarcal. No era normal que un presidente del gobierno en un país de las características comentadas, se expresara así ante miles de compatriotas y de las más conscientes y activas: “Las mujeres tienen que trabajar para superar sus insuficiencias, para romper con las prácticas y el comportamiento que siempre se han considerado propios de mujeres y lamentablemente se sigue dando a diario en los comportamientos y los razonamientos de muchas mujeres. Son todas esas mezquindades como la envidia, el exhibicionismo, las críticas incesantes y gratuitas, negativas y sin fundamento, la difamación mutua, el subjetivismo a flor de piel, las rivalidades, etc. Una mujer revolucionaria debe vencer estos comportamientos, especialmente acentuados en la pequeña burguesía. Porque son perjudiciales para el trabajo en grupo, dado que el combate por la liberación de la mujer es un trabajo organizado que necesita la contribución del conjunto de las mujeres”.

No he conocido a nadie que aplique en la práctica, a pesar de las grandes dificultades que tuvo que afrontar, una frase que puede ser de salón: “la revolución no puede tener éxito sin la emancipación verdadera de las mujeres”. Poniendo en el centro de su política transformadora a la mujer como sujeto doblemente explotado, pero de gran creatividad y espíritu de sacrificio, supo dotar al proceso revolucionario que lideró durante cuatro años un carácter humano, sensible y honesto reconocido hasta después de su asesinato el 15 de octubre de 1987.

“Para obtener un cambio radical hay que tener el coraje de inventar el porvenir. Nosotros tenemos que atrevernos a inventarlo”. En ese porvenir que imaginaba Thomas Sankara, las mujeres y los hombres dignos serían iguales en deberes y derechos, la solidaridad y apoyo mutuo sobresaldrían por encima de cualquier atisbo de opresión y discriminación y juntos construirían una vida nueva y feliz, objetivo último de su revolución.

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* Para profundizar: “El África de Thomas Sankara” de Carlo Batá. Editorial Txalaparta. Tafalla, 2011. Diversos discursos recogidos en internet (www.marxists.org/espanol/sankara/), pero sobre todo “La liberación de la mujer, una exigencia del futuro”: https://lahaine.org/iQ7. Y el documental “Thomas Sankara, el hombre íntegro”, de Robin Shuffield, 2007 (https://lahaine.org/iL1>;), interesante sobre todo por las imágenes de archivo y algunas entrevistas, si bien el mensaje final resulta bastante tibio y pesimista.

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