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Estado español :: 06/10/2006

Transición? ¡¿Qué transición?!

Socorro Rojo Internacional
Interesante análisis sobre la transición... del fascismo al fascismo

Transición? ¿Qué transición?

Nuestro Partido, el PCE(r), siempre ha sostenido que la autodenominada transición no existió nunca porque nunca hubo un cambio de régimen político (ya no digamos económico) que reconociera las libertades democráticas de los trabajadores y las masas oprimidas de este país. Como hoy se va conociendo paulatinamente, por fin, no fue más que un camuflaje político del propio regimen fascista, el levantamiento de una fachada para ocultar su verdadera naturaleza, un fraude político, en suma, de manera que los fascistas se sucedieron a sí mismos al frente del Estado. Si los monopolistas están dando algunos retoques a su régimen es porque lo quieren conservar (1). Esto es lo que nuestro Partido, en solitario, dijo desde un principio, mientras todos los demás se acoplaban a la legalidad fascista para medrar dentro de ella.
Por tanto, en la cuestión de la memoria histórica sólo caben dos posiciones:

- se oculta para tratar de fundamentar el régimen actual en una supuesta transición del fascismo a la democracia

- se destapa para demostrar que la transición no existe y el régimen actual es un régimen fascista, heredero del franquismo y del 18 de julio.

La ocultación de la memoria histórica tiene precisamente ese objetivo de poner en primer plano la transición como una etapa de ruptura de la democracia con el fascismo, para encubrir que la legitimidad política del régimen actual no es otra que el alzamiento militar del 18 de julio, una guerra civil y la represión masiva de la posguerra. Recuperar la memoria histórica no puede significar otra cosa que reafirmar que no ha existido ninguna transición y, en consecuenca, que el fascismo continúa.

1975: el verano del terrorismo de Estado
La transición, esto es, todo el periodo histórico que va desde la muerte de Franco en 1975 a la promulgación de la nueva constitución en 1978, fue una de las situaciones políticas más difíciles y complejas desde la terminación de la guerra en 1939.
El movimiento de masas estaba en plena ebullición; a causa de ello, el régimen se vio completamente acorralado y abocado a un colapso total. Si algo caracterizó nítidamente toda la etapa de transición política era ese auge del movimiento de masas, hasta el punto de que hubo momentos en que llegó a amenazar con derribar todo el podrido régimen explotador. En junio de 1975 la clase obrera había asestado el primer golpe serio a la política aperturista de Arias Navarro con el boicot a las elecciones del sindicato vertical.

En ese marco, las peleas entre los distintos figurones de la transición eran muy secundarias porque aludían al cómo y no al fondo mismo de la reforma. No fueron ellos los protagonistas, ni mucho menos, de la transición, por más que nos traten de hacer creer lo contrario. No hubo más protagonista que las masas con sus luchas que, además, estaban a la ofensiva. De ahí que el gobierno intentara tomar la iniciativa antes de verse desbordado y a tal fin:

- lanza la cruzada terrorista del verano de 1975 para atemorizar a las masas
- se abre (aperturismo) a los reformistas para ocultar su fachada.

Durante el verano de 1975 se produjo una verdadera prueba de fuerza entre el fascismo de viejo cuño y las masas populares, prueba de la que saldría vencedor el movimiento popular de resistencia. Durante los meses de julio y agosto se producen detenciones masivas en las principales ciudades del país, la policía sale a la calle haciendo grandes alardes de fuerza, se producen tiroteos en Madrid y Barcelona donde son detenidos varios militantes de ETA y, en Ferrol, Moncho Reboiras cae asesinado por la policía. En Bilbao la policía habilita la plaza de toros porque los miles de detenidos no caben en los calabozos de comisarias y cuartelillos.

El 22 de agosto de aquel año en el Consejo de Ministros celebrado en La Coruña presidido por Franco, el gobierno promulga un decreto antiterrorista que supone un estado de excepción en toda España y la sentencia de muerte de numerosos antifascistas. Así el régimen espera asegurar su continuidad por medio del terror sistemático, ejercido contra las masas, y lanza a todas sus fuerzas represivas a la calle.

Complementando esta ofensiva terrorista del Gobierno, la prensa y la radio, puestas enteramente a su servicio, desatan una frenética campaña propagandística, del más puro estilo nazi, jaleando esta oleada de detenciones y de terrorismo de Estado, al objeto de sembrar el pánico entre las masas trabajadoras, dividirlas y paralizarlas infundiendo el pánico.

Tras un 27 de setiembre siempre hay un 1 de octubre
Pero también el régimen sufre las consecuencias de sus crímenes, siendo ajusticiados varios policías y guardias civiles por los grupos armados revolucionarios y patriotas.
El gobierno culmina su política de terror con la orgía de sangre del 27 de septiembre de 1975 y la concentración fascista del 1 de octubre en la Plaza de Oriente, en Madrid, con la que pretendía salir al paso de la oleada de protestas populares que a raíz de los fusilamientos, sacudió a toda Europa en solidaridad con los pueblos de España.

Ese mismo día los GRAPO salieron a la calle a dar respuesta a los fusilamientos, abatiendo a cuatro mercenarios de la policía armada. En el momento mismo en que las huestes fascistas fetejaban la matanza de cuatro días antes ante su Caudillo, cuatro comandos actuaron simultáneamente en distintos puntos de Madrid en uno de los operativos guerrilleros más importantes desde 1939, directamente dirigido a frenar en seco el verano del terror. Aquel día fue, pues, histórico para la lucha guerrillera en España. Donde hay opresión hay resistencia y el 27 de setiembre tuvo su justa respuesta el Primero de Octubre.

La sorpresa en las esferas oficiales ante esta cadena de golpes guerrilleros fue total y no pudieron disimular el pánico que les infundió. Cuando le dieron la noticia de la heroica acción, Franco no pudo terminar su discurso -que sería el último- y rompió a llorar. El régimen sufrió el más duro golpe de su sanguinaria historia, declarándose desde ese momento en completa bancarrota.

Uno de sus principales objetivos, mantenerse mediante la política de terror, quedó claro que no se iba a conseguir y que, en lugar de aplastar al movimiento de resistencia con dicha política, éste se incrementaba y tomaba más fuerza.

En aquel momento la balanza se inclinó a favor de las fuerzas populares y el régimen se vio obligado a paralizar su política represiva. Gracias a la resistencia armada, las leyes antiterroristas aprobadas en el Consejo de Ministros de La Coruña fueron derogadas inmediatamente e igualmente fueron anulados los consejos de guerra sumarísimos que tenía programados llevar a cabo en fechas próximas.

Con las acciones guerrilleras del 1 de octubre de 1975, el movimiento popular recibió un gran estímulo. Por eso es la fecha que marca, mejor que ninguna otra, el cambio de orientación en la política fascista: Tras la histórica jornada del 1º de octubre del 75 se vinieron abajo los últimos intentos de la oligarquía española destinados a mantener intacto para después de la muerte de Franco el régimen creado por él. Este régimen no sólo no era ya capaz de contener con los viejos métodos fascistas las grandes oleadas de la lucha obrera y popular, sino que, además, se mostraba muy vulnerable a los ataques de la guerrilla, tal como vinieron a poner de manifiesto las acciones del 1º de octubre en Madrid. Acosado por todas partes, corroído por sus propias contradicciones internas, con la perspectiva de una mayor agravación de la crisis económica y con un fuerte movimiento huelguístico de tipo revolucionario respaldado por la lucha armada guerrillera, la política 'aperturista' preconizada por Arias Navarro se vino abajo como un castillo de naipes (2).

La muerte de Franco, el 20 de noviembre de 1975, y la entronización inmediata de la monarquía borbónica arrastró consigo al gobierno Arias y su política aperturista, meses antes incluso de su dimisión formal en julio de 1976. La oligarquía se vió obligada a retroceder en medio de la más aguda crisis de su régimen, de agravación de todas sus contradicciones internas y de una gran ofensiva de la lucha de masas.

El objetivo del gobierno pasaba por pedir ayuda a los reformistas y por eso acelera las negociaciones con la oposición domesticada, con el fin de romper su aislamiento y, sobre todo, hacer frente a la resistencia popular.

Cuando estábamos en pañales
En aquel verano nuestro Partido era un recién nacido. Habíamos celebrado nuestro I Congreso en junio de 1975 y fue en aquellas condiciones como tuvimos a que enfrentar una situación tan exigente que, desde luego, excedía con mucho nuestra experiencia y nuestras fuerzas.
Nuestro Partido ya había previsto la escalada represiva, alertando a la clase obrera y a otros sectores populares y llamando a prepararse para hacerla frente. Era necesario actuar; la campaña desatada por el fascismo no era una prueba de su fortaleza, sino un claro síntoma de su extrema debilidad. Bastaba con enfrentarla resueltamente para que se viniera abajo. Pero a diferencia de los oportunistas de izquierda, nuestro Partido no sólo llamó a las masas a ofrecer resistencia, sino que él mismo se dispuso a encabezar la lucha, aún a costa de los mayores sacrificios. Pese a su juventud, su inexperiencia y su extraordinaria debilidad, movilizó todas sus fuerzas desatando una extensa campaña de agitación, haciendo denuncias y llamamientos a la huelga, para impedir los fusilamientos y para poner freno a la campaña de terror. Los revisionistas y demás grupos politicastros de izquierda que tanto ruido habían desplegado en épocas anteriores convocando huelgas cada dos por tres para la reconciliación con los explotadores y criminales, esta vez desaparecieron asustados de la escena.

Sin embargo, el régimen logró mantenerse en pie y remontar la crisis política más difícil de su larga existencia, en medio de una de las más grandes oleadas de la lucha de clases registrada hasta entonces en nuestro país. Pero había retrocedido visiblemente y se encontraba más débil por la pugna creciente entre las diversas camarillas que componían la oligarquía, y castrado por el valeroso movimiento de resistencia a sus medidas terroristas. Este movimiento de resistencia había sentado un precedente, señalando el camino a seguir para hacer frente a todo nuevo intento de la reacción de contener el avance del movimiento de masas mediante el crimen legalizado y el terrorismo abierto.

Esta situación fue analizada por nuestro Partido a comienzos de diciembre de 1975 en la II reunión plenaria del Comité Central donde nuestro Secretario General presentó un detallado Informe sobre la situación (3). Las razones por las cuales el fascismo había logrado conjugar la crisis eran múltiples, pero entre ellas cabía destacar la juventud y debilidad de nuestro Partido y la actividad traicionera de los revisionistas y otros grupos oportunistas, que habían desconcertado a muchos, sembrando no pocas ilusiones en amplios sectores de las masas (luego transformadas en el llamado desencanto).

No obstante, las espadas seguían en alto, decía el Informe: Este desenlace de la crisis no puede ser interpretada como que se han resuelto ya las agudas contradicciones que la habían provocado. Al contrario. Las contradicciones continúan existiendo y se agudizarán más cada día. Por este motivo se puede decir también que la crisis no ha terminado. Pero ya no es la misma crisis. Es otra la crisis que ahora comienza, mucho más profunda y extensa. Pues, sin lugar a dudas, alcanzará a sectores mucho más amplios de la población. Se trata de la crisis del fascismo y de las ilusiones reformistas.

Nosotros nunca nos habíamos hemos hecho ilusiones respecto al cambio, ni las habíamos sembrado, añadía el citado Informe: Tan sólo hemos confiado en la fuerza de las masas, en lo que éstas, con su lucha resuelta, pudieran arrancar a la bestia fascista acorralada. Como se ha demostrado ya hasta la saciedad, las clases explotadoras y decadentes no atienden a otras razones más que ésas. Sólo el "recibir golpes las vuelve razonables". Y la verdad es que, por el momento, el movimiento obrero y popular no es lo suficientemente fuerte, no está todavía lo suficientemente organizado y esclarecido como para haber inclinado más la balanza a su favor, en un momento en que las otras condiciones se han presentado muy favorables.

En el momento crucial de la crisis por la que el país había pasado, ya avanzamos nuestra apreciación acerca de lo que iba a pasar: el fascismo reculaba ante la lucha revolucionaria de masas; retrocedía, pero no abandonaba sin lucha ni una sola pulgada de terreno. Para derribarlo y destruirlo sería necesario un trabajo duro, largo y una gran acumulación de fuerzas.

El papel de los reformistas
Nuestro Partido siempre sostuvo que el principal objetivo de la reforma fascista era la integración de los revisionistas y demás grupos políticos domesticados en el régimen con el fin de ampliar la base de éste, darle una apariencia de cambio y proseguir, más intensificada que antes, la explotación y la represión sobre el movimiento obrero y popular.
En marzo de 1976 se había creado Coordinación Democrática, engendro nacido de la boda entre los reformistas y algunas camarillas surgidas del propio régimen. La oposición domesticada no constituyó nunca un frente de lucha contra el régimen, sino una variante del mismo régimen. En sus tinglados -típicos de la época- siempre estuvieron integrados los sectores fascistas que representaban los intereses de un sector importante de la oligarquía y las transnacionales. La muerte del criminal Franco y los sucesivos retoques cosméticos de su régimen no cambiarían nada sustancial. El poder seguiría en manos de aquellos que lo habían venido ostentando durante cerca de cuarenta años, por lo que la reforma democrática no iba a ser sino una máscara tras la que se trataría de ocultar la permanencia del fascismo sin Franco, en contra de las exigencias de verdaderos cambios democráticos que la clase obrera y otros amplios sectores populares venían demandando.

El auge de la lucha de masas y de las acciones del movimiento armado había obligado a los reformistas a agruparse primero, y después a abandonar toda veleidad de ruptura con el régimen: El fascismo no ha cambiado, solo pretende camuflarse [...] El lugar de Franco ha sido ocupado por las instituciones creadas por los fascistas en el curso de los últimos 40 años. Por eso se puede decir que nada esencial ha cambiado. La base económica monopolista del régimen se mantiene intacta, el Ejército que estranguló las conquistas populares sigue en su sitio, los burócratas y la policía son los mismos, incluso más especializados, y oprimen y torturan igual que en vida de Franco. Es cierto que han dado algunos retoques, pero en todos los casos, como el de la "desaparición" del Movimiento, esos retoques los han hecho para reforzar al mismo Estado fascista y explotador (4).

El gobierno traza un plan para camuflar las anteriores instituciones fascistas como las Cortes y el Consejo Nacional del Movimiento, dándoles otro nombre e introduciendo en ellas a algunos políticos vendidos y corruptos, planeando, como colofón de esta operación reformista, la elaboración de una Constitución fraudulenta que consagre a la monarquía introducida por Franco como la forma de Estado y preserve todos los intereses y los privilegios económicos y políticos de las castas dominantes.

La sustitución del Tribunal de Orden Público por la Audiencia Nacional fue otro de aquellos cambios cosméticos de la transición, saludado por los oportunistas como un gran logro: desaparecía un tribunal fascista; pero se olvidaban de añadir que aparecía o, mejor dicho, reaparecía, con otro nombre, el mismo día de enero de 1977. Es uno de los emblemas de la transición: la Audiencia Nacional tenía la misma sede, los mismos funcionarios, los mismos jueces, los mismos fiscales y las mismas leyes. No había cambiado nada más que el nombre. Era un tribunal ilegalmente constituido porque ni siquiera con las leyes fascistas se podían crear órganos judiciales por decreto-ley del gobierno. Pero a nadie pareció importar que durante años un tribunal ilegal pretendiera aplicar la ley e imponer largas condenas a los revolucionarios. Los fascistas hablaban del respeto a unas leyes que ni los mismos que las habían promulgado respetaban, ¿cómo íbamos a respetarlas nosotros?

El maquillaje del régimen
Los cambalaches de la oposición domesticada con el gobierno fascista se aceleraron tras la masacre de Vitoria, porque el régimen necesitaba recurrir a ellos para frenar el auge del movimiento de masas, y no por otras razones. Los monopolistas, de acuerdo con el Ejército y las altas jerarquías de la Iglesia, encomiendan a Suárez la tarea de ampliar la base social del régimen, permitiendo para ello la legalización de algunos partidos reformistas, en particular el partido de Carrillo, que tanto se había distinguido ya en su colaboración con la represión. El PCE logró entonces materializar la política de reconciliación con los explotadores que venía proponiendo desde 1956. Con permiso de la policía, Carrillo vivía en Madrid en una chalet de lujo en El Viso desde el 7 de febrero de 1976, sólo cuatro meses después de los fusilamientos de los cinco antifascistas. Continúan sus contactos con los servicios secretos fascistas en Rumanía, por un lado, y con Suárez por el otro, a través de varios intermediarios en Francia. En diciembre preparan el montaje de la detención, le trasladan al hospital penitenciario y luego le ponen en libertad. A comienzos de 1977, mientras la policía masacra a los manifestantes en Madrid, se produce ya una entrevista directa entre Suárez y Carrrillo, en la que Suárez exigió tres requistos que el PCE aceptó gustoso:
- cambio de los Estatutos del Partido
- acatamiento de la monarquía
- aceptación de la bandera fascista como símbolo de la unidad de España.

Carrillo no opuso ningún obstáculo. El general y ministro del gobierno Gutiérrez Mellado, un personaje oscuro de los servicios secretos, consultó la legalización con los jefes del Estados Mayores de las tres armas. Su legalización en abril de 1977 fue el premio que le otorgaron los fascistas por todas sus traiciones pasadas, presentes y futuras (porque no acabaron entonces).

La presentación del PSOE en sociedad fue más descarada. Ya el 19 de octubre de 1974 Felipe González concedía una entrevista a El Correo de Andalucía para explicar el Congreso que habían celebrado en Suresnes y su primera rueda de prensa la convocaron el 16 de abril de 1975. Franco aún ocupaba su sillón en El Pardo.

La política de todos los reformistas de la época se resume en servilismo y colaboración con la demagogia, que es una colaboración también con sus crímenes: el mismo día del referéndum de diciembre de 1976, brutalmente apaleado por la policía, era asesinado el joven Ángel Almazán. El silencio, primero, y las hipócritas peticiones de investigación al gobierno después, mostraban su cómplicidad con los peores crímenes fascistas.

Desde muchos meses antes de la muerte de Franco la oposición domesticada venía pronunciando conferencias, mítines, artículos, etc., para predicar el pacifismo, el legalismo y la sumisión, y para cubrir de calumnias a los antifascistas que, a partir de entonces dejamos de serlo y nos convertimos en terroristas.

La verdadera novedad de la transición fue esa ampliación de la base social del franquismo, integrando a todos aquellos grupos políticos que desde hacía ya bastante tiempo habían traicionado a la verdadera democracia y se habían distinguido por su colaboración con las fuerzas represivas.

El referéndum de diciembre de 1976 dejó al descubierto el alcance de la reforma fascista. Lo que se decidió entonces fue convocar una elecciones legislativas para modificar lo que se denominaban las Leyes Fundamentales del Movimiento. Por tanto, no habría ninguna ruptura con el régimen anterior, que estaba dispuesto a continuar con una nueva fachada. Las elecciones legislativas fueron convocadas para el 15 de junio del año siguiente y, una vez celebradas, los diputados electos cometieron un nuevo fraude y se autoproclamaron en asamblea constituyente, algo para lo que no habían sido elegidos. Volvieron a engañar a sus votantes y se pusieron a redactar una Constitución fraudulenta que nadie les había encomendado.

Antes los revisionistas habían defendido la ruptura como la mejor salida para el aislamiento del régimen, e incluso habían desatado movilizaciones para presionar en esa línea. Ahora ya ni siquiera abogaban por la ruptura; les habían obligado a tragar las migajas porque la crisis era mucho más profunda. Desde entonces los revisionistas se dedicaron a sabotear el movimiento, a desmovilizar a las masas frente a las arremetidas furiosas de la reacción y a calificar como provocación cada una de las acciones del movimiento popular.

Los fracasos de los domesticados en su política de controlar a las masas les colocó en una posición tan débil y servil respecto al gobierno, que el propio falangista Suárez salió como prohombre de la democratización dando de lado sus ofrecimientos de colaboración.

Las elecciones del 15 de junio que se autoproclamaron constituyentes se celebraron bajo un estado de excepción y sin la legalización de todos los partidos políticos. El PSOE primero y el PCE después, traicionaron a los oportunistas de izquierda con los que habían llegado al acuerdo en los tinglados unitarios, de que ninguno aceptaría participar en unas elecciones si no eran legalizados todos los partidos. Pues bien, el PCE sólo fue legalizado dos meses antes de las elecciones y todas las demás organizaciones y grupos se quedaron fuera.

Si a todo esto añadimos el estado de excepción y la escalada represiva desatada, es obvio constatar que aquellas elecciones y la Constitución que surgió de ellas, carecen de todo valor y no puede ser reconocidas como tales.

La lucha por la amnistía
La lucha por la amnistía fue uno de los gran emblemas del movimiento de masas durante la transición política que demostraba el enorme aprecio de las masas hacia aquellos que lo habían dado todo en la lucha contra el odiado régimen fascista.
Desde finales 1974 venía desarrollándose, sobre todo en Euskal Herria, un intenso movimiento popular por la obtención de la amnistía total, que ya había costado varios muertos. A finales de 1976 numerosas organizaciones de solidaridad habían preparado la segunda campaña pro-amnistía, titulada Para Navidad todos a casa. A la lucha de masas se vino a sumar la guerrilla antifascista.

Atendiendo al clamor popular por la amnistía y haciéndola coincidir con el referéndum, los GRAPO ponen en marcha la Operación Cromo. El día 16 de diciembre apresan al financiero y destacado jerifalte fascista Oriol y Urquijo, presidente del Consejo de Estado, proponiendo un canje de este personaje por quince presos políticos de distintas organizaciones antifascistas, algunos de los cuales habían sido condenados a muerte por el régimen en procesos judiciales de gran resonancia pública que resultaban emblemáticos en la lucha por la amnistía.

Justo el día anterior al secuestro de Oriol, el Ministro de Justicia Landelino Lavilla había anunciado que ya no habría más amnistías: Hoy por hoy no hay nada. Los límites con que se dio la amnistía son amplios. Se ha discutido mucho si la aplicación se hacía bien o no. Y diría que se ha hecho, en términos generales, bien. El límite final de los delitos de sangre es un límite sustantivo. En resumen, no estoy preparando ningún otro decreto-ley sobre amnistía. El gobierno manifestaba así una vez más sus planes de dejar que se pudrieran en las cárceles más de cien presos antifascistas que se habían distinguido en la lucha más resuelta contra el fascismo. Sólo 48 horas después de comenzar el operativo, un portavoz de la presidencia del gobierno aseguraba que bajo ningún concepto liberarían a los presos incluidos en la lista de los GRAPO. Entonces los GRAPO anunciaron la inminente ejecución de Oriol si el día 17 de diciembre no se cumplían sus condiciones. Todo cambió a partir de entonces; el Ministro del Interior, Martín Villa, apareció en televisión tres minutos antes de que expirase el ultimátum reculando y prometiendo nuevas medidas de gracia: Ha sido y es propósito del gobierno llegar a un uso generoso de la clemencia que haga restañar viejas heridas. El gobierno no tienen ningún inconveniente en decir públicamente lo que es cierto a nivel de sus trabajos internos de que realmente estaba preparando una serie de disposiciones que procuren ampliar el campo para la aplicación de medidas en las que pueda ser incrementada la posibilidad integradora entre los españoles.

Se abrió un compás de espera para comprobar la veracidad de aquellas promesas. Con Oriol a buen recaudo, junto con algunas organizaciones antifascistas, nuestro Partido convocó una huelga general para el 10 de enero de 1977, en el transcurso de la cual falleció el joven José Manuel Iglesias en Sestao (Bizkaia). También en Madrid se multiplicaron las movilizaciones populares pro amnistía, ocasionando la policía una orgía de sangre al reprimir las manifestaciones con saña y asesinar a Mari Luz Nájera y Arturo Ruiz en plena calle.

El secuestro se prolongó durante dos meses y a Oriol se agregó otro personajillo fascista, el general Villaescusa, jefe del Consejo Supremo Militar. Aunque, finalmente, la policía consiguió localizar a los comandos que mantenían retenidos a ambos, abortando el operativo guerrillero que, sin embargo, no fue un fracaso, porque no transcurrió un mes antes de que se convocara otra nueva semana pro-amnistía que forzó al gobierno a sacar más presos de las cárceles el 14 de marzo. Como escribió el periodista vasco Portell: A la vista de los hechos, es un error pensar que el proceso de la amnistía se ha alargado por culpa de la violencia. En cierto modo, la amnistía ha sido un triunfo de la violencia armada o callejera porque el gobierno no ha sabido sacar a todos los presos a la calle a tiempo.

En contra de lo que predican los oportunistas, la lucha por la amnistía demostró que la lucha guerrillera no paralizaba (y mucho menos suplantaba) la lucha de masas; por el contrario, la combinación de ambas formas de lucha es lo que permitió obtener que más presos antifascistas salieran a la calle. Después de las movilizaciones populares y las acciones armadas de los GRAPO, el gobierno tendría que volver sobre sus pasos y promulgar otras dos leyes parciales de amnistía en marzo y octubre de 1977.

El ruido de sables
El régimen no pudo contener de ninguna manera la oleada revolucionaria en ascenso. Después del fracaso de la política de conciliación, intentó contener el movimiento obrero y popular desencadenando la escalada de terror de la que también salió mal parado. La transición tampoco se comprendería sin tener en cuenta la guerra sucia, la violencia institucionalizada, los golpes de Estado y el intento de intimidación con los continuos rumores sobre golpe de Estado.
La intimidación fue una de las armas mejor utilizadas por los revisionistas para lograr sus fines, especialmente la amenaza del golpe militar, el permanente ruido de sables: si no queréis esta democracia los generales darán un golpe de Estado, decían. El Informe al II Congreso salía al paso de este chantaje: De nada les va a servir a los monopolistas y a sus lacayos levantar el espantajo de la ultraderecha ni del golpe militar para granjear un apoyo de masas a los gobiernos turnantes. Las masas saben muy bien que la ultraderecha son los mismos que las gobiernan y que el Ejército no está para otra cosa que para apoyar a esa misma ultraderecha gobernante. La clase obrera no hará diferenciación alguna entre los distintos grupos monopolistas, no se va a convertir en el apéndice de ninguno de esos grupos ni va a caer en la trampa de combatir, como a los principales enemigos, a las bandas de provocadores y asesinos que pagan y manejan los del Gobierno para situarse en el "centro" y eludir así los golpes revolucionarios (5).

La experiencia de la lucha de clases enseña que sin legalidad, o más bien fuera de la legalidad, y en oposición a esa legalidad y a todas las instituciones fascistas, se ha desarrollado el movimiento obrero y popular hasta un punto inigualable en ningún otro país de los llamados democráticos. Aún en las mejores condiciones de libertad, la vanguardia de la clase obrera tiene que mantener vivo su espíritu revolucionario y su aparato político en la clandestinidad; cuánto más había que hacer eso en las condiciones del fascismo en que nos veíamos obligados a trabajar. Naturalmente nos hubiera gustado disponer de libertad de movimientos, pues eso hubiera facilitaría nuestra labor. Pero la legalidad no es una cosa que se mendigue a la burguesía, sino que se conquista en la lucha. Los que aspiran a la legalidad y lloriquean a cada paso para que les sea concedida, es porque no se proponen hacer frente al Estado burgués ni mucho menos destruirlo.

El Informe del II Congreso alertaba una vez más contra cualquier tentación en este sentido: Nosotros debemos saber aprovechar las organizaciones legales que están creando los oportunistas y toda posibilidad de trabajo legal; nunca nos hemos opuesto ni hemos dicho nada contrario a eso, pero son tan escasas esas posibilidades en las condiciones del fascismo y han llegado a tomar un carácter tan reaccionario las organizaciones montadas por el oportunismo en colaboración con el régimen, que el trabajo que podamos realizar en ellas es mínimo en relación a la labor que tendremos que realizar entre las amplias masas, las cuales se mantienen al margen y enfrentadas a todo el orden político vigente (6). Además, el Informe indicaba también los objetivos que se podían perseguir utilizando la legalidad fascista: El Partido debe aprovechar todas las posibilidades de trabajo legal; esto hemos de hacerlo, no para sacar a la luz a los militantes y cuadros del Partido, no para liquidar a la organización revolucionaria de la clase obrera, para relajar su espíritu y arrinconar los métodos de organización y de lucha revolucionaria; debemos aprovechar todas las posibilidades de trabajo legal para reforzar la clandestinidad y el aparato político del Partido, para elevar en todo momento su espíritu revolucionario, para llevar a cabo acciones revolucionarias y atraer a nuestras filas a los hombres y mujeres más avanzados. Para todo eso necesitamos aprovechar las posibilidades de trabajo legal, aunque bien es verdad que esas posibilidades, como hemos visto a lo largo de este Informe, son tan escasas en nuestro país que apenas merecen que nos detengamos en ellas. El trabajo legal, como decía también Stalin, debía supeditarse al trabajo clandestino:

El revolucionario acepta las reformas para utilizarlas como una ayuda para combinar la labor legal con la clandestina, para aprovecharlas como una pantalla que permita intensificar la labor clandestina de preparación revolucionaria de las masas con vistas a derrocar a la burguesía.
En eso consiste la esencia de la utilización revolucionaria de las reformas y los acuerdos en las condiciones del imperialismo.

El reformista, por el contrario, acepta las reformas para renunciar a toda labor clandestina, para minar la preparación de las masas con vistas a la revolución y echarse a dormir a la sombra de las reformas otorgadas desde arriba (7).

El Informe al II Congreso afirmaba que las características principales del movimiento popular entonces en España eran, por un lado, su gran radicalización e independencia y, por otro, su falta de organización, pues el fascismo, que es quien lo había generado, prohibía y reprimía toda forma de organización y de lucha independiente de las masas, pero no logró paralizarla ni controlarla, sino que la extendió y radicalizó, convirtiéndola en una lucha de naturaleza política; de lo que resultaba una original combinación de la lucha económica y de la lucha política que apuntaba directamente contra el Estado de los monopolios. Pero la principal dificultad a que se enfrentaba este movimiento era su falta de organización y, en la solución de aquel problema el Partido tenía un importante papel que jugar. En ese sentido, nuestra misión no consistía en crear montajes artificiales, desligados de la realidad y del movimiento de masas, sino en analizar y sintetizar las experiencias de las luchas de las masas.
El trabajo por la edificación del Partido no había terminado con el I Congreso; podía considerarse lento, no obstante estar aplicando una línea general justa y unos métodos de trabajo acordes con ella. Además el Informe apuntaba las causas de esta lentitud eran externas al mismo Partido: había que buscarlas en las condiciones en que nos desenvolvemos, en la existencia del fascismo, en la labor sistemática de liquidación que vienen haciendo el revisionismo y los demás grupos oportunistas, en la compleja situación internacional, en la misma juventud del Partido, tomando esto último como un dato objetivo. Y finalizaba con una premonición que no dejaba lugar a las falsas ilusiones de los impacientes: El trabajo por la edificación del Partido no ha terminado, sino que empieza ahora realmente. Este trabajo va a resultar largo y muy difícil: va a exigirnos muchos sacrificios y una gran tenacidad; que nadie se lleve a engaño. Había por delante un trabajo duro y abnegado de para todos los camaradas. Durante un largo período íbamos a tener que sembrar, como decía Lenin, en pequeños tiestos. A corto plazo, no se podía esperar un cambio en la situación que hiciera más cómoda o más fácil nuestra labor. Esperar tal cosa sólo podía crear falsas ilusiones, relajar el espíritu revolucionario en nuestras filas y conducir a la liquidación del Partido.

Notas:

(1) Manuel Pérez: La clase obrera tiene su propio Partido, su línea política y sus propios métodos de lucha y de organización, Informe Político al II Congreso, 1977.

(2) Manuel Pérez Martínez: ¿A dónde ir? ¿Qué camino debemos tomar?, Informe Político al Comité Central, setiembre de 1984.

(3) Una crisis ha terminado, otra crisis está abierta, publicado Bandera Roja, núm. 7, enero de 1976.

(4) Manuel Pérez: La clase obrera tiene su propio Partido, su línea política y sus propios métodos de lucha y de organización, Informe Político al II Congreso, 1977.

(5) Manuel Pérez: La clase obrera tiene su propio Partido, su línea política y sus propios métodos de lucha y de organización, Informe Político al II Congreso, 1977.

(6) Manuel Pérez: La clase obrera tiene su propio Partido, su línea política y sus propios métodos de lucha y de organización, Informe Político al II Congreso, 1977.

(7) «Fundamentos del leninismo», en Cuestiones del leninismo, Ediciones en Lenguas Extranjeras, Pekín, 1977, pg.96.

 

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