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México, México :: 25/08/2017

AMLO: Un debate con John Ackerman y la confianza en la “institucionalidad democrática”

Pablo Oprinari
En su ultima columna publicada en 'Proceso' (20/8/2017), John Ackerman realiza una defensa precisa y concreta de Andrés Manuel López Obrador

Como garantía de la institucionalidad democrática en México.

Ackerman responde a quienes sostienen que el tabasqueño implicaría una amenaza que “no respetaría las leyes y la división de poderes”. Dice que ante la “enorme crisis histórica de efectividad y de credibilidad de las instituciones públicas”, la única alternativa para recomponerlas es AMLO.

Sin dejar lugar a dudas afirma: “La misma insistencia del tabasqueño en participar una y otra vez en las elecciones presidenciales, aun a pesar de los constantes fraudes y engaños, revela su profundo apego a la vía institucional. López Obrador jamás ha tirado el tablero. Tiene una fe casi utópica en que con el esfuerzo de todos, podemos finalmente hacer realidad el sueño de que las instituciones funcionen de acuerdo con su mandato legal.”

Y es verdad. AMLO nunca pateó el tablero. Una y otra vez llamó a confiar en la presión sobre las instituciones, las mismas que pisotearon las libertades de la población, incluyendo el fraude. En instituciones como el Congreso de la Unión, que sancionó las reformas estructurales con la oposición masiva y en las calles.

La utopía de reformar las instituciones

Lo que Ackerman lamentablemente no dice, es que tanto “apego a la vía institucional” representó una política para contener la movilización. Porque no hay que olvidar que en los últimos 10 años muchos movimientos de los trabajadores, la juventud y sectores populares cuestionaron, en las calles, las políticas del régimen y el PRI, el PAN y el PRD. Ante cada uno de estos movimientos, López Obrador combinó el llamado a confiar en la “vía institucional”, con esperar al 2018 (o antes al 2012) para votar por él y “cambiar las cosas”. Incluso llamó “provocadores” y “radicales” a quienes, en sus mítines, le exigían un curso más confrontativo.

La estrategia de confiar en la via institucional (o directamente esperar al 2018) ya rindió frutos. Y no fueron favorables para la población. Aunque el gobierno de Peña Nieto es uno de los menos populares de la historia, tiene la fuerza para reprimir a los maestros y normalistas y entregar la soberanía nacional a la administración de Donald Trump. Pero no estaba dicho que esto debía ser así, la disposición a la lucha y el descontento en las calles planteaba la posibilidad de otra perspectiva.

La política de presionar a EPN y las instituciones le dio oxígeno al gobierno y los partidos del Congreso, en contra del sentir de muchos trabajadores y jóvenes que vieron en Morena una alternativa a Peña Nieto, el PRI, el PAN y el PRD. En esto la responsabilidad es compartida con la mayoría de las direcciones sindicales -muchas de las cuales votarán por AMLO en el 2018- que no organizaron un verdadero Paro Nacional con movilización para tirar a EPN. Y oportunidades para preparar ese camino no faltaron.

Ackerman dice que AMLO tiene una “fe casi utópica en que las instituciones funcionen de acuerdo con su mandato legal”. Posiblemente, el autor cree que un cambio favorable es posible actuando dentro de las instituciones.

Pero lo utópico es pretender que éstas pueden reformarse de acuerdo con los intereses de las grandes mayorías. ¿Qué trabajador o estudiante, que ha visto como se aplastan sus derechos, puede dudar que están al servicio de los poderosos? ¿A que campesino o indígena que sufre la opresión y la represión le pueden quedar duda que aquellas son responsables de la entrega de los recursos naturales?

Las instituciones “democráticas” están al servicio de la clase dominante y las trasnacionales, y ello no cambiará poniendo “políticos honestos y austeros”, que -en el caso del Morena- no cuestionan los intereses de los verdaderos dueños de México. Lo utópico es pretender que se puede cambiar de raíz la situación de las grandes mayorías sin echar abajo a este régimen responsable de Ayotzinapa. El mismo que mantiene en la cárcel a los presos políticos cuya liberación correctamente exige John Ackerman, en el inicio de su columna.

Los amigos empresarios de AMLO

El respeto a las instituciones es congruente con el respeto a los intereses de los grandes empresarios. Es sabido que el equipo de AMLO incluye a varios de estos, así como personajes con “canales de comunicación” con la burguesía norteña. Recientemente, el representante empresarial de AMLO en la Ciudad de México, José Luis Beato, afirmó que aquél no echará atrás la reforma energética, y que las reformas estructurales tienen “partes positivas”. Y para explicar que los empresarios no tienen nada que temer, mencionó como “prueba” el gobierno de AMLO en la CdMx.

Esto fue una confesión que puso en apuros a muchos intelectuales, como Paco Ignacio Taibo II, quien ante las críticas desde la izquierda defienden a AMLO como “lo único que hay”. Que les digan a los maestros que la reforma educativa tiene “partes positivas”.

Lo cierto es que no es posible resolver las demandas de los trabajadores, los indígenas o la juventud sin tocar los intereses de los empresarios y trasnacionales beneficiados durante décadas con la explotación y la opresión a las mayorías. Y eso requiere echar atrás las reformas estructurales y renacionalizar todos los recursos naturales, lo que López Obrador no quiere hacer. Ese es el primer paso, hay que continuar con impuestos progresivos a las grandes fortunas y el no pago de la deuda externa, entre otras medidas para contar con recursos para la salud, la educación y demás necesidades acuciantes.

Ackerman es un reconocido intelectual, integrante de Morena. Su columna, explicando porque AMLO no es un peligro para las instituciones, busca tranquilizar a quienes dudan de eso. Y sostiene también que AMLO es la alternativa para recuperar la legitimidad del régimen político. Más allá de las intenciones del autor, nada bueno para los de abajo vendrá de que las instituciones recuperen su “efectividad y credibilidad”. Eso ya lo vimos en el 2000, con la “transición democrática”, que abrió el camino para los posteriores gobiernos panistas y priistas. Fueron las instituciones democráticas modernizadas las que abrieron la actual ofensiva contra las conquistas obreras y populares.

La “miseria de lo posible” de los intelectuales lopezobradoristas justifica un camino que no resolverá las aspiraciones populares, ya que AMLO no pretende atacar de raíz las instituciones y los intereses de la clase dominante. Es fundamental una herramienta política que en los próximos combates de los explotados y oprimidos plantee como perspectiva estratégica la lucha por acabar con este régimen al servicio de los capitalistas y las trasnacionales.

La Izquierda Diario

 

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