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Chile, Venezuela :: 17/09/2021

Allende y el progresismo latinoamericano o el socialismo posible

Juan J. Paz y Miño
A 48 años del 11S :: Allende y la Unidad Popular que encabezó su triunfo en las elecciones de 1970, confiaron en la "vía pacífica y democrática al socialismo"

Allende y el progresismo latinoamericano

15/9/2021.- El 11 de septiembre de 2001 se produjo en los EEUU el criminal ataque a las Torres Gemelas de New York. Los canales de TV internacionales permitieron seguir, en directo, un acontecimiento que conmovió al mundo. Después se supo la trama del "terrorismo". El gobierno de George W. Bush (2001-2009) anunció que el hecho no quedaría en la impunidad. Poco tiempo después, una coalición de fuerzas de la OTAN, encabezadas por los EEUU, lanzaba una ofensiva militar en Afganistán, para acabar con los “talibanes”. Su presencia de 20 años ha concluido con la retoma del poder de los talibanes, la proclamación de un Emirato Islámico y el impacto mundial de la derrota norteamericana en Afganistán.

El 11 de septiembre de 1973 se produjo en Chile el criminal golpe de Estado contra el presidente Salvador Allende (1970-1973). También los canales de TV internacionales permitieron seguir, en directo, el bombardeo a La Moneda, un acontecimiento que ya no conmovió a todo el mundo, sino a una parte de América Latina, porque hubo otra que se encantó y lo festejó.

La situación no quedó allí. Se instaló un gobierno militar terrorista, presidido por el general Augusto Pinochet (1973-1990), que inauguró en la región una inédita política de exterminio de todo “comunista” a través del secuestro, la desaparición forzosa de personas, los campos de concentración, la tortura como método normal, el asesinato y la muerte por razones de “guerra interna”, además de la quema de libros “subversivos”, la intervención en las universidades para “limpiarlas” de izquierdistas, la vigilancia de toda actividad política, el control de los medios de comunicación, la conversión de toda la institucionalidad del Estado en aparato para el ejercicio del poder total, sin contemplaciones.

Quienes han estudiado el proceso chileno saben bien que el complot no solo fue militar, sino que tuvo el activo soporte de las burguesías nacionales, los grandes medios de comunicación, una serie de grupos políticos de la derecha y, sobre todo, de la CIA que, en el marco de la guerra fría todavía vigente, ejecutó las órdenes y estrategias provenientes del gobierno de Richard Nixon (1969-1974). Hoy contamos con suficiente documentación desclasificada que comprueba lo sucedido, además de una amplia bibliografía sobre el tema, entre la que destaco el bien documentado libro de Alfredo Sepúlveda titulado La Unidad Popular. Los mil días de Salvador Allende y la vía chilena al socialismo (2020).

A diferencia de la vía armada, que durante la década de 1960 estalló en distintos países a través de guerrillas que creyeron posible la reedición de la Revolución Cubana, Allende y la Unidad Popular que encabezó su triunfo en las elecciones de 1970, confiaron en la “vía pacífica y democrática al socialismo”, una tesis inédita en las convicciones marxistas de la época.

Una vez en el poder, las acciones de gobierno se enfocaron en la estatización de recursos esenciales; la nacionalización de las minas, que daba continuidad a la “chilenización del cobre” iniciada por el democristiano Eduardo Frei y que ahora avanzó sobre empresas transnacionales como Anaconda y Kennecott, a las que no se pagó indemnización alguna, pues, de acuerdo con el gobierno, habían acumulado ganancias extraordinarias incluso evadiendo impuestos; la reforma agraria, igualmente iniciada por Frei, pero que pudo radicalizarse con la “toma de tierras” de los campesinos; el fortalecimiento de las clases trabajadoras y los sindicatos; la imposición del Estado a los intereses privados y al capital interno; una conducción económica en términos de soberanía.

La economía, que inicialmente progresó y creció, entró en progresiva crisis desde 1972 y se agravó en 1973, provocando desabastecimientos, grandes colas para obtener productos, mercado negro y especulación, que naturalmente repercutieron en las masas, al mismo tiempo que levantaron la arremetida de las derechas políticas, económicas y mediáticas, hasta desembocar en el golpe de Estado.

La imagen de lo que era el socialismo en aquellos días provenía tanto de la URSS (y los países de Europa del Este) como de China y, sin duda, de Cuba. Teóricamente la estatización completa de los medios de producción, bajo un gobierno revolucionario con apoyo de los sectores populares, encaminaba, definitivamente, a la nueva sociedad, acabando con el capitalismo. No solo la liquidación manu militari de la vía chilena, sino también el bloqueo norteamericano contra Cuba, así como la forma en la que fue cortado el camino de la Revolución Sandinista en Nicaragua y el imprevisible desenlace del derrumbe del socialismo en la URSS, junto a las reformas que tuvo que realizar Cuba durante el “período especial”, pero, además, las que introdujo China, alteraron el concepto del socialismo y los procesos de su construcción.

La generalizada incertidumbre sobre el “socialismo” encontró una solución histórica inesperada en América Latina con el primer ciclo de gobiernos progresistas. El paso que dieron frente al impresionante dominio que habían alcanzado los modelos empresariales neoliberales en la región, fue el de superarlos mediante la construcción de economías sociales basadas en la recuperación del Estado, contar con amplio apoyo de sectores medios y populares, y utilizar los mecanismos de la democracia representativa. Hugo Chávez (1999-2013) también comenzó a hablar de “socialismo del siglo XXI”.

Esta vía, que no ha implicado “destrucción” del capitalismo, pero que ha sido capaz de desplazar del control total del Estado a los grandes grupos económicos, a las derechas políticas y a los medios de comunicación empresariales identificados con la economía neoliberal, ha provocado las reacciones de esos mismos sectores, dispuestos a impedir, por todos los medios, incluyendo la arremetida contra la misma democracia representativa, que el progresismo latinoamericano avance, se difunda y se consolide.

La situación ha sido particularmente visible en Bolivia, con el golpe de Estado en contra de Evo Morales (2019), Ecuador, con la persecución del gobierno de Lenín Moreno (2007-2017) al “correísmo” o en Perú, donde no solo se hizo todo lo posible para que Pedro Castillo no ocupara la presidencia, sino que se ha persistido en la confabulación política hasta el presente.

Si bien el primer ciclo del progresismo fue revertido en la mayoría de países emblemáticos por gobiernos conservadores que restauraron el neoliberalismo, el segundo ciclo progresista (Argentina, Bolivia, México, Perú, entre los recientes), recobra los principios y orientaciones del primero.

Al mismo tiempo, desde una perspectiva histórica de largo plazo, cabría comprender que el avance de las economías sociales y la superación de las empresariales, también constituyen vías de construcción de mejores sociedades y apuntalan la posibilidad de edificación de algún tipo de socialismo, que no se agota en las tesis tradicionales sobre la revolución proletaria, la dictadura del proletariado y la “estatización” de los medios de producción. Es un camino de vía pacífica y democrática que se ha vuelto válida en América Latina, recuperándose así la temprana previsión que en su momento pudo tener Salvador Allende.

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Allende y el socialismo posible

11/9/2020.- Chile era, desde la década de 1930, un país en el cual la democracia “burguesa” quedó institucionalizada: se sucedían presidentes dentro de ella y su estabilidad contrastaba con el resto de países de la turbulenta América Latina. Incluso la izquierda política, representada por dos grandes partidos, el Comunista y el Socialista, por sobre los discursos a veces radicales, se integraban a esa democracia. Salvador Allende (1908-1973), militante socialista, fue candidato para la presidencia en 1952 y 1958.

Volvió a serlo en 1964, aunque bajo circunstancias distintas, porque el triunfo de la Revolución Cubana (1959) alteró la vida política latinoamericana, no solo porque provocó la inmediata implantación de la guerra fría en la región, sino al haber despertado una acelerada y extendida politización social hacia la izquierda, de modo que en distintos países surgieron movimientos y guerrillas que confiaron en poder reproducir el camino armado cubano.

Bajo ese ambiente, Chile también logró un camino inédito de convergencia entre sus fuerzas políticas de izquierda; y en 1969, la “Unidad Popular” (UP), una coalición integrada por el Partido Comunista, Partido Socialista, Partido Radical (PR), Movimiento de Acción Popular Unitaria (MAPU), Partido Socialdemócrata y Acción Popular Independiente, postuló para la presidencia a Salvador Allende, quien, en su cuarta candidatura, logró un estrecho triunfo frente a Jorge Alessandri, que necesitó de la ratificación del Congreso, donde se votó por Allende, quien asumió la presidencia el 3 de noviembre de 1970.

La expectativa mundial y latinoamericana puso su mira en el “socialismo por la vía pacífica” que, en plena guerra fría, inauguraba Chile.

Existía, por entonces, un amplio bloque de países socialistas: la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas (URSS) a la cabeza, los países de Europa del Este; además, la República Popular China y Corea del Norte, en tanto Vietnam hacía una guerra heroica contra los EEUU; y estaba Cuba, vinculada por necesidad a la URSS, a raíz del bloqueo norteamericano y el cerco de casi todos los países de América Latina.

El “modelo” marxista de socialismo era, por entonces, el de la estatización total de los medios de producción que, ciertamente, había permitido reestructurar la vida de todos los países socialistas, con amplios alcances en la reducción de las desigualdades, la promoción del desarrollo, el mejoramiento de las condiciones de vida generales y la provisión de servicios como educación, salud, seguridad social y vivienda. Lo que estuvo en discusión es el significado y alcances del régimen político, que la guerra fría enarbolada por los EEUU, calificaba como sistema anti democrático y atacaba sistemáticamente.

La UP, por tanto, había planteado la vía pacífica, definiendo un programa anti oligárquico, anti monopolista y de fortalecimiento social, con clara ubicación de tres sectores económicos: la economía privada, una mixta y el área de propiedad social, que edificaría el camino socialista, a través del Estado. La nacionalización de las minas de cobre, que estuvo en manos de empresas norteamericanas, no era una novedad, después de un proceso parecido (la “chilenización del cobre”) que ya ejecutó la Democracia Cristiana con el gobierno de Eduardo Frei (1964-1970). Tampoco la reforma agraria, igualmente iniciada por Frei, que transfirió propiedades a los campesinos. Paradójicamente incluso un programa parecido se hallaba en ejecución en Perú con el “socialismo peruano” del gobierno militar de Juan Velasco Alvarado (1968-1975).

Pero la “estatización” de Allende aceleró las enfurecidas respuestas desde los EEUU, que bajo el gobierno de Richard Nixon (1969-1974) y las guías de su Secretario de Estado Henry Kissinger, desplegaron las acciones directas a través de la CIA y el financiamiento a la oposición, con el propósito de derrocar a Allende (la CIA actuó desde tiempo atrás, cuando se trató de impedir su triunfo electoral).

La estatización de la banca, la creación de los cinturones industriales en manos obreras, y la “amenaza” a la propiedad privada, para fortalecer a los sectores mixtos y de propiedad social, sobre una base campesino-proletaria, evidentemente destaparon las resistencias de las “burguesías” internas. El desabastecimiento de bienes esenciales por el boicot empresarial, el mercado negro y los síntomas de una economía en desbalance, agudizaron las reacciones contra las políticas adoptadas desde el Estado.

El gobierno de la UP despertó una radical lucha de clases y ese ambiente alteró al país, atravesó todas las relaciones humanas, polarizó la vida cotidiana, destapó las pasiones a favor o en contra de los cambios, sin posturas intermedias. Entre las miles de páginas escritas sobre el tema, resalto el reciente libro de Alfredo Sepúlveda, La Unidad Popular, los mil días de Salvador Allende y la vía chilena al socialismo (2020), que permite apreciar aquellas circunstancias, renovando los pormenores de una época que marcó la vida de los chilenos hasta nuestros días.

El golpe de Estado del 11 de septiembre de 1973 y la instauración de la dictadura terrorista de Augusto Pinochet no “salvó” a Chile, sino que definió la situación a favor de la burguesía y del imperialismo norteamericano. A la economía social levantada por Allende siguió la economía neoliberal levantada por Pinochet, que requirió poner fin a la misma democracia “burguesa” y representativa. De este modo, el pinochetismo demostró que, ante la agudización inevitable de las tensiones sociales cuando se trata de realizar transformaciones de fondo en las sociedades latinoamericanas, finalmente las elites del poder capitalista acuden abiertamente al fascismo para restaurar su poder y dominación, a sabiendas de que cuentan con aliados poderosos en las fuerzas armadas y el imperialismo.

Después de cincuenta años de la experiencia de la UP y del gobierno de Salvador Allende, las condiciones históricas latinoamericanas han cambiado. La traumática experiencia de los Estados militares terroristas del Cono Sur, el derrumbe del socialismo “realmente existente”, las nuevas condiciones mundiales derivadas de la globalización transnacional, así como el desinflamiento de las vías tradicionales de la “revolución proletaria”, condujeron a la valoración de la democracia representativa.

Bajo este nuevo marco histórico, en América Latina creció una izquierda social y progresista nueva, que sirvió de base para sostener el inédito ciclo de gobiernos progresistas que se generalizaron en América Latina con el inicio del siglo XXI. Se trata de un amplio sector, ajeno al partidismo de izquierda tradicional, al que, sin embargo, es capaz de aceptar; pero también de un sector que no es necesariamente marxista (tampoco es anti-marxista), que cuestiona al capitalismo, a los gobiernos empresariales/neoliberales, a las derechas políticas y a las elites oligárquicas y concentradoras de la riqueza, y que ha demostrado ser sensible para acoger las demandas de los sectores medios, los trabajadores y capas populares.

En estos amplios sectores del “progresismo” latinoamericano, ya no se plantea la estatización generalizada de los medios de producción, aunque sí el fortalecimiento del sector estatal de economía y de sus capacidades para imponer los intereses públicos a los intereses privados. Existe la conciencia de fortalecer los derechos sociales, comunitarios, ambientales, laborales, etc. Se reclama una redistribución de la riqueza que afecte seriamente a los ricos mediante el sistema tributario. Demandan servicios públicos de calidad, con atención prioritaria a la salud, educación y seguridad social universales. Se ha asumido, en los hechos, una vía pacífica de construcción del “socialismo”, que da continuidad histórica a la tesis de la UP de Allende, y que pasa por la edificación de una economía social y con mercados regulados.

Pero nuevamente, la experiencia de los gobiernos progresistas ha vuelto a demostrar algo que Chile ya vivió cincuenta años atrás: las derechas económicas y políticas latinoamericanas no están dispuestas a que los cambios avancen a tal profundidad que pongan en riesgo el poder del capital y de las elites empresariales. En consecuencia, no han descartado el Neogolpismo, los “golpes blandos” o los golpes de Estado anticipados (https://bit.ly/3k2C0d2); y apuntan como un “riesgo” la construcción de economías sociales, que frenan o acaban con los modelos empresariales y neoliberales. Tampoco es descartable que el “neo-pinochetismo” se reinstaure, como recurso de última instancia, allí donde haga falta poner “orden” frente al avance del progresismo y de las izquierdas sociales, en general.

En consecuencia, también la experiencia de Chile hace medio siglo, ha vuelto urgente la convergencia y unidad entre las izquierdas tradicionales, las izquierdas sociales, el progresismo de todas las vertientes latinoamericanas. Construcción difícil, pero esperanzadora.

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