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Cuba, Cuba, EE.UU. :: 23/04/2018

Cuba estrena gobierno en un mundo decadente

Jesús Arboleya
Desde que alcanzó su independencia, el dilema cubano ha sido cómo lidiar con las pretensiones hegemónicas norteamericanas

Acaba de constituirse un nuevo gobierno en Cuba. Resalta el hecho de que no están en la presidencia Fidel o Raúl Castro, lo que implica un cambio de enorme trascendencia para la vida política cubana, aunque por su origen y composición los nuevos gobernantes establecen una línea de continuidad programática con el proceso revolucionario cubano.

También son similares los retos que tendrá que enfrentar el nuevo gobierno de cara al escenario internacional. Desde que alcanzó su independencia, el dilema cubano ha sido cómo lidiar con las pretensiones hegemónicas norteamericanas. Cuba fue la primera neocolonia de ese país en el mundo y la condición de dependencia primó en las relaciones bilaterales hasta 1959.

A partir de ese instante ha prevalecido el enfrentamiento. Durante el gobierno de Barack Obama se dieron pasos tendentes a una convivencia que demostró ser posible, pero la victoria de Donald Trump volvió a retrotraer las relaciones a sus peores escenarios.

Nada indica que las elecciones cubanas modifiquen la actual política norteamericana hacia Cuba. De hecho, eso fue lo que dijo Mike Pence durante su visita a Perú, con motivo de la VIII Cumbre de las Américas, y la campaña de la derecha cubanoamericana ha estado centrada en descalificar este proceso electoral.

Para la política de Donald Trump estas elecciones no son funcionales, dado que nada indica que implicará el derrumbe del sistema cubano. Por demás, tratar de convivir con el nuevo gobierno perjudicaría los intereses de sus aliados políticos en Miami y Trump está clamando por amigos que lo mantengan a flote.

El nuevo gobierno cubano asume un programa de transformaciones que tendrá que llevarse a cabo bajo el bloqueo económico norteamericano, una presión asfixiante para la economía nacional, y en un clima de máxima hostilidad con EEUU, lo que seguramente implicará un reforzamiento de las preocupaciones por la seguridad nacional, una limitante objetiva para el ritmo y el alcance de las reformas previstas.

Pero el problema no solo se circunscribe al plano bilateral, sino al desconcierto y la inestabilidad que EEUU está generando en todas partes, como resultado de sus acciones unilaterales y una filosofía de gobierno que parte de la imposición de sus posiciones mediante el uso de la fuerza, las amenazas y las sanciones indiscriminadas a terceros.

El mundo actual presenta un nivel de ingobernabilidad que impide que alguien pueda sentirse seguro. Tal parece que ningún sistema o modelo de gobierno es capaz de manejar los efectos de la globalización capitalista. Hasta Donald Trump se queja de sus impactos y quiere enmendarlo a las malas. Frente a esta realidad, la mediocridad de los políticos se ha convertido en una plaga, son escasos los grandes estadistas y los pocos que tienen el potencial de serlo, tienen que moverse en un fanguero que no los deja avanzar.

La democracia en América Latina es un chiste. Para frenar lo que se denominó el ciclo progresista, los más corruptos terminaron juzgando la corrupción. Los golpes de Estado se canalizaron a través de los tribunales y parlamentos, aunque los militares no han dejado de alertar de que si eso no funciona están ellos para rectificarlo. Los millonarios compran presidencias, quizás para entretenerse o hacer más dinero. Los grandes medios informativos han devenido monopolios del control social e informan lo que quieren y como quieren para satisfacer sus intereses políticos. No hay vergüenza en instituciones como la OEA, acostumbrada a no tenerla.

El caso de Venezuela se torna explosivo. Contra ese país se ha concertado la alianza de la derecha americana y europea, incluso algunos ideológicamente menos conservadores se han plegado a las presiones norteamericanas, que en el caso de Donald Trump no descarta la intervención militar. Lo que ocurra en Venezuela tendrá un impacto directo sobre Cuba.

La variable más importante en esta ecuación será Cuba misma. Al nuevo gobierno le corresponde preservar la soberanía nacional, hacer avanzar la economía a pesar de todos los inconvenientes y mantener los beneficios sociales, renovar el consenso nacional, no debilitar la capacidad de defensa del país y abrirse un espacio en un mundo que no está diseñado para el socialismo.

Desde que sirvió de puerta para la dominación occidental del Nuevo Mundo, Cuba arrastra el destino, a veces maldito, de que nada universal le es ajeno. Tampoco Cuba es ajena al resto del mundo. Difícil tarea para un gobierno que carga con el fardo de una trascendencia histórica que supera, con mucho, el peso económico o militar de este pequeño archipiélago ubicado en el mar Caribe.

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